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La producción de carne en el Estado español se ha multiplicado por veinte durante el último siglo. Es un dato del último informe de Justicia Alimentaria, publicado el pasado abril, que muestra la hipertrofia del sector y revela el consumo excesivo de carne y los efectos nocivos que esto tiene tanto para la salud de las personas como para el medio ambiente. Los datos son claros: “La población española come ocho veces más carne procesada de la máxima recomendada; la población infantil, entre 3,5 y 4 veces más carne que el máximo recomendado por las autoridades médicas”, se explica en el informe.
La producción de carne es uno de los ejes de la economía española y, más concretamente, la producción de porcino. España produce 4 millones de toneladas de carne porcina, de las cuales se exporta la mitad. España es el tercer productor mundial de cerdo (por detrás de China, Estados Unidos y, en ocasiones, Alemania) y el tercer exportador mundial. El mismo informe muestra también que desde los años 60 del siglo pasado el número de efectivos porcinos ha pasado de poco menos de 5 millones a más de 30. En el mismo periodo, los efectivos bovinos (de leche y carne) han pasado de 4 millones a 6,5. La carne de ave, que era prácticamente inexistente en 1960, alcanza hoy los 1.400 millones de toneladas. O lo que es lo mismo, hemos pasado de poco más de 2 kilogramos por persona al año a más de 30.
Pero esto no son más que datos: si bien el sector porcino da empleo directo a 300.000 personas e indirecto a un millón, los costes de la sobreproducción y el sobreconsumo son devastadores tanto para la salud de las personas como para el medio ambiente.
Emisiones, pérdida de hábitats y contaminación de acuíferos, ríos y océanos
Se sabe que una reducción del consumo de carne ayudaría a frenar los impactos de la crisis climática. No solo lo asegura Justicia Alimentaria en su informe. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente también ha advertido de ello. Las conclusiones no dejan lugar a dudas: la ganadería causa el 66% de las emisiones del sector agroganadero y eso supone el 10% de las emisiones totales.
Sin embargo, esto no genera consenso entre las diferentes organizaciones ecologistas, ya que estas cifras no tienen en cuenta todos los eslabones de la cadena agroalimentaria. Por ejemplo: ¿qué pasa con el transporte, que genera el 26% de las emisiones? Y es que un tercio de las mercancías transportadas por carretera corresponden a los alimentos.
Al de las emisiones hay que sumar otro dato. “Cerca del 75% de la superficie agraria mundial se destina a la alimentación y crianza de animales. Un tercio de la producción mundial de cereales y el 80% de la soja, en su mayoría transgénica, termina convertido en piensos para animales. Para que los países enriquecidos puedan disponer de carne barata, hábitats de gran valor ecológico, como los bosques tropicales, son devastados”, se explica en el estudio. Los datos revelan que la ganadería industrial es responsable del 80% de la deforestación de la Amazonia.
Tampoco hay que olvidar otras cuestiones, como la contaminación de acuíferos, ríos y océanos a causa del uso masivo de fertilizantes sintéticos nitrogenados que terminan en el suelo y el agua. Si a eso le sumamos el hecho de que solamente una porción de los agrotóxicos que se esparcen actúa en el sitio que se desea, el desastre ambiental causado por la producción de carne alcanza palabras mayores.
“Entre el 90 y el 95% del biocida va a otras partes y se dispersa por el aire, se filtra a las aguas, se diluye en el suelo, entra en la cadena trófica y va saltando de especie a especie. Durante todo ese proceso se modifica por acción de los microorganismos, de la radiación solar, de la temperatura, etc. y acabamos teniendo toda una colección de sustancias distintas a las originales, en lugares desconocidos, en dosis desconocidas y que llegan a nosotros, la especie humana, por diferentes vías”, señala el informe.
Con todo, parece evidente que la lucha contra el cambio climático tendrá en la industria de la producción cárnica uno de sus principales escollos, más aún atendiendo a los números que proporciona. No obstante, bien pudiera ser que un cambio de hábitos de consumo entre la población hiciese modificar las tendencias.
La crisis sanitaria: ¿una oportunidad para cambiar de hábitos?
La actual situación de crisis sanitaria está poniendo entre las cuerdas un sistema ya enfermo. Si bien en abril había quien pensaba que este punto de inflexión iba a cambiar los hábitos de una sociedad enferma de consumo y capitalismo, los meses posteriores están demostrando que los humanos aprendemos poco o, al menos, más despacio de lo que se esperaba.
La inercia socioeconómica en la que vive inmerso Occidente parece no tener freno. Es más, Ferran García, autor del informe, cree que la actual crisis sanitaria impulsará el consumo en dirección contraria a la proximidad. “Estamos en una dinámica de capitalismo verde. Nos hemos dado cuenta de que estamos inmersos en una serie de problemas climáticos, ambientales, etc. Somos conscientes de que producimos una cantidad excesiva de todo que está teniendo un impacto irreversible en el clima y, aun así, no cambiamos de modelo”, señala García. Respecto a la carne, afirma que “el cambio pasa por la reducción sine qua non del consumo de esta». «Sin embargo, se maquilla todo con una serie de iniciativas que no llevan a nada. Bienestar, etiquetas, reducción al 50% de los pesticidas, carnes ecológicas…”, añade.
Llama la atención la comparación con Alemania, un país que, a pesar de disputarse el puesto con España en cuanto a producción de carne se refiere, está haciendo esfuerzos por hacer una transición hacia una producción más respetuosa, tanto con los animales como con el medio ambiente.
El país germánico lleva años bajando su censo porcino y se está planteando la posibilidad de imponer un impuesto cárnico –una medida que no se ha planteado en el contexto español– que “favorece a la industria todo lo que se puede a través de ayudas pública y legislación blanda”, según se lee en el informe.
“Alemania se toma más en serio los temas de salud y la preocupación por el cambio climático posiblemente porque la separación entre la industria y la academia está más clara. O lo que es lo mismo: hay más transparencia. En Alemania hay otras industrias muy potentes, además de la cárnica; esto no pasa en Catalunya. Aquí, la industria cárnica sostiene la economía”, dice Ferran García. Para García, “en Catalunya –la comunidad autónoma que depende en mayor medida de la industria porcina–, todas las iniciativas para reducir el consumo de cerdo se encuentran con muchas dificultades”.
Si ya lo sabemos, ¿por qué todo sigue igual?
Que el consumo de carne es exagerado es algo que parte de la población ya sabe; así como los riesgos que esconde para la salud el sobreconsumo de procesados o cuáles son las condiciones en las que viven los animales en la gran mayoría de granjas. Se sabe que los antibióticos que se usan con los animales son perjudiciales para la salud y que muchos de los productos que se usan en el procesado de las carnes son potentes cancerígenos. El Estado español está a la cabeza de Europa en el uso de antibióticos, de plaguicidas y de elaboración de pienso.
Si eso se sabe, ¿por qué no hay un cambio de hábitos de consumo? “A pesar de que mucha gente sabe de esta información, el consumo de carne continúa subiendo gradualmente. Eso, por ejemplo, no pasa con el consumo de azúcar y sal, igualmente nocivos para la salud: la gente aún no ha asumido que abusa de la carne”, explica Ferran García. Las autoridades médicas coinciden en que se tendría que comer carne roja un máximo de una vez por semana y carne blanca dos o tres veces como máximo. Aun con todo, los datos muestran cómo la gente consume carne cada día y en diferentes ocasiones.
El lobby que se ejerce para que estos patrones de consumo continúen tampoco ayuda. “Existe una estrategia por parte de la industria cárnica para hacernos creer que esto no es verdad. Usan un contraargumentario poderoso que funciona, así como argumentos que generan dudas”. García hace referencia así a la confusión ocasionada tras diferentes campañas acerca de la carne de cerdo. ¿Es carne blanca o carne roja? Spoiler: es roja.
“La propuesta es clara: sigamos la pirámide nutricional. La proteína animal debería representar una pequeña porción en nuestras vidas y tendríamos que hacer un consumo fundamentalmente vegetal”, insiste Ferran García, quien ahonda en la necesidad de promover un consumo de proximidad o kilómetro cero. Arremete contra el populismo que caracteriza algunos discursos, pero reconoce que una dieta poco sana es más barata que una equilibrada. “La producción ecológica es más cara y no todo el mundo puede acceder a ella. Ha habido un mercado elitista hasta ahora, pero eso está cambiando”. Apuesta, eso sí, por la intervención del Estado en los patrones de consumo. “Tenemos que exigir políticas públicas que acompañen a la transición ecológica y que no dejen a nadie por el camino”, dice.
Con este objetivo, la Alianza por la Salud Alimentaria, una organización estatal, trabaja en temas de incidencia política. “Este gobierno escucha, pero patina en el momento de transformar la buena sintonía en hechos tangibles. De momento está todo muy parado y no tenemos fe en que se produzcan cambios profundos y reales”. Ferran García asegura que en el resto de Europa están igual o peor: “Estamos en el marco del Green New Deal y se contempla una estrategia alimentaria, pero no hay ningún plan en concreto. Las expectativas no son buenas”, concluye.
Las propuestas
Desde Justicia Alimentaria se pide la aprobación de un impuesto especial a los productos cárnicos procesados que haga retroceder el consumo, la prohibición de nitritos, agentes cancerígenos y una serie de propuestas de regulación de políticas públicas orientadas a ese tan esperado cambio en los números de producción. Entre ellas, está la prohibición del uso colectivo de antibióticos en la producción animal con finalidades profilácticas, la aplicación del IVA cero a productos frescos vegetales y legumbres, la eliminación de las carnes procesadas y la reducción de las carnes rojas en los menús escolares. También la prohibición de la publicidad de carnes procesadas
En el ámbito del medio ambiente, piden la prohibición de las ‘megagranjas’, la reducción de los tamaños de las granjas existentes, la eliminación de los subsidios dirigidos a la producción cárnica no sostenible y la creación de ayudas para la promoción de modelos de ganadería extensiva, así como un plan de financiación para su transición ecológica. También se exige la creación de un impuesto para gravar el impacto ambiental que tienen los purines y otras emisiones.
La campaña Carne de cañón muestra los datos más relevantes de la investigación. También puedes leer el informe completo.
Pues sigue todo igual porque cada vez estamos más embrutecidos, quiero decir estamos perdiendo nuestra sensibilidad, y al bruto su organismo le pide carne mientras la persona sensible suele sentir rechazo, su organismo y su instinto le piden cosas más ligeras.
En Binéfar (HU) tienen el mayor macromatadero de cerdos de Europa cuyo propietario es un tal Pini, un mafioso que ha estado detenido en Hungría, el pueblo de Binéfar estaba, ahora con la pandemia que se ha cebado por allí ya no tanto, orgulloso de semejante instalación hasta el punto de que apedrearon en su día a los ecologistas que hicieron una acampada para protestar.
Graves impactos ambientales de la cría intensiva de cerdos en Carmona (Sevilla)
La contaminación de aguas y suelos que generan las explotaciones intensivas de cerdos y su enorme consumo de agua es una grave amenaza para el medio ambiente de la zona, en riesgo de desertificación por el cambio climático. Recordemos que el gobierno de España declaró la “Emergencia climática” el 21 de enero de 2020.
Carmona cuenta con 54 explotaciones intensivas de cerdos, unos 400.000 animales, hacinados en espacios reducidos, 1.600.000 metro cúbico aprox. de purines al año, que se reparten por los más de 924 km2 del término municipal de Carmona. Desde que la ley europea obliga a estas instalaciones a obtener una Autorización Ambiental, se han visto obligadas a ir cumpliendo los requisitos legales, principalmente en cuanto a la gestión de purines y estiércoles. Pero no hay suficientes inspectores dedicados a vigilar su cumplimiento según denuncian las organizaciones ecologistas.
La mayoría de estas granjas industriales se sitúan en zona vulnerable a la contaminación por nitratos, y el Decreto 36/2008, entre otros muchos requisitos, les obliga a tener un Plan de gestión de residuos y a disponer de capacidad suficiente para almacenar durante 3 meses los purines y estiércoles producidos.
El Decreto 36/2008 establece también que “los fertilizantes orgánicos no pueden superar la dosis de 170 UFN/ha”, que “el abono debe ser enterrado” y que “No se podrá aplicar ningún tipo de fertilizante en terrenos no cultivados, salvo que se mantenga una cubierta vegetal o se haya previsto su inmediata implantación en un plazo máximo de 15 días. En este caso, se podrá incorporar una cantidad máxima total de 20 t/ha de estiércol ó 40 m³ /ha de purín en un período de 3 años”.
Sin embargo, los ecologistas filmaron cómo, en una hora, dos cisternas de 10 m³ cada una esparcían purines frescos en un terreno de una hectárea aproximadamente, una práctica habitual, afirman los vecinos.
Cabe destacar que hace tiempo que la masa de agua subterránea Sevilla-Carmona está declarada por el Plan Hidrológico del Guadalquivir como en mal estado y que el agua de los pozos de los Alcores ya contenía 100 ppm de nitratos en 2007, lo que la hace no potable.
La contaminación de aguas y suelos que generan las explotaciones intensivas de cerdos y su enorme consumo de agua es una grave amenaza para el medio ambiente de la zona, en riesgo de desertificación por el cambio climático. Recordemos que el gobierno de España declaró la “Emergencia climática” el 21 de enero de 2020.
Además, el 50 % de la carne de porcino se destina a la exportación, de hecho España fue el primer proveedor de China en 2019, pero la contaminación se queda aquí.