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-“Dicen que esto no se acaba hasta el domingo, que se vayan cambiando los billetes de vuelta”.
-”¡Qué va! Si dicen que se han roto las negociaciones”
Rumores de todo tipo (a posteriori, todos desmentidos) iban pasando de boca en boca la mañana del noveno día de la COP 25. Rostros ya cansados y una frustración creciente por el punto muerto que han alcanzado las negociaciones poblaban los pasillos de la Zona Azul. Con ese ambiente, el día no prometía emociones fuertes por parte de los gobiernos. Y así, fueron las organizaciones de la sociedad civil las que pusieron la acción en la Cumbre.
Empezó por la mañana. Tras el discurso de Greta Thunberg, jóvenes integrantes de Fridays for Future ocuparon el escenario central durante unos 15 minutos antes de ser desalojados. El día empezaba movido, pero aún quedaba el plato fuerte.
Horas después, en una reunión informal con una fuente, se nos revelaba que iba a tener lugar una “acción no planificada” a las dos y media de la tarde, frente al salón plenario. El secretismo de la fuente, que nos informó en susurros, fue, quizás, el momento más emocionante en varios días de negociaciones espesas, palabras vacías y mucho, mucho greenwashing.
A la hora acordada acudimos frente al auditorio, situado a escasos metros de la sala de prensa. La cantidad de gente que había en el espacio, bastante más de lo habitual, revelaba que algo iba a ocurrir. Y sin embargo, nadie se dio cuenta. Repartidos en grupos, cientos de activistas, muchos de ellos ataviados con ropas tradicionales indígenas, charlaban con normalidad. Otros deambulaban hablando por teléfono o simplemente se apoyaban en las paredes del pabellón, esperando una señal.
Y de repente, alrededor de las tres menos veinte de la tarde, llegó. Un pitido de silbato resonó en el espacio de aires industriales. Se hizo un silencio, que solo duró unos segundos antes de que cientos de cacerolas improvisadas (tazas, botellas de agua, incluso cuchara contra cuchara) empezaran a resonar. La coordinación fue perfecta: en muy pocos segundos se había desplegado una pancarta con la inscripción “Países ricos, pagad vuestra deuda”. Varios agentes de seguridad, tanto de las Naciones Unidas como de empresas privadas, intentaban disolver al grupo, cada vez más numeroso. Sin éxito.
Lo que parecía ser una manifestación espontánea pronto se reveló como una acción masiva muy bien organizada. Mientras la seguridad intentaba contener a los activistas por un lado, otras pancartas se abrían por otro. “Países ricos, dad la cara”. Los cánticos resonaban, poniendo de manifiesto la cantidad de personas que participaban en la acción: 500 según la organización. “Polluters out, people in” (“Los contaminadores fuera, el pueblo dentro”). “Make them pay” (“Hacedles pagar”). “Shame on you!” (“¡Vergüenza debería daros!”). “El pueblo unido jamás será vencido”.
Entre los agentes de seguridad empezaba a cundir el nerviosismo. La protesta se había gestado ante sus narices, y no sabían cuánta gente había allí.
– “Hay que sacar a la prensa” – decía uno de los agentes.
– “¿Por qué?” – Preguntábamos.
– “Porque se lo estoy pidiendo amablemente” – respondía.
Como de allí no se iban ni los periodistas ni los manifestantes, la seguridad empezó a reforzarse. Llegaron varias decenas de agentes más. La manifestación, que hasta ese momento se había desarrollado sin ningún conato de violencia, vivió entonces sus únicos momentos de tensión cuando algunos activistas denunciaron empujones por parte de la seguridad.
La protesta, y la prensa con ella, se dirigió hacia una salida lateral, normalmente cerrada a cal y canto. En poco tiempo estaban fuera, en una de las zonas de carga de la Feria de Madrid.
-“¡Pedimos al norte global que escuche nuestras voces! ¡No a las falsas soluciones! ¡Acabad con los mercados de carbono!” – coreaban los manifestantes.
Durante al menos media hora, los activistas se mantuvieron fuera, leyendo manifiestos y coreando himnos. “Vengo de Nigeria, y queremos soluciones reales. Soluciones que conecten a la gente con la naturaleza”, declaraba una activista. “La gente está muriendo cada día. Estamos aquí para decir no a la corrupción en la COP. Queremos que los gobiernos, la COP, escuchen la voz de la gente”.
“¡Estamos aquí en solidaridad con Chile y todos los países que sufren violaciones de los derechos humanos!”, afirmaba Ángela Valenzuela, líder activista chilena, al tiempo que golpeaba una taza metálica con una cuchara de palo.
“Estos hombres deben ser vistos como lo que son: monstruos”, decía una activista indígena canadiense en referencia a las fuerzas de seguridad. “Ven a la Tierra como un objeto, igual que nos ven a las mujeres como objetos”, exclamaba.
Finalmente, un pequeño grupo de nueve mujeres fue escoltado por la Policía Nacional para negociar. Nina Hualinga, manifestante indígena de Ecuador, era una de esas mujeres. En declaraciones a Climática, explicaba que el acto lo habían organizado los pueblos nativos: “Ha sido una manifestación de pueblos indígenas demandando que haya justicia climática y acción efectiva y real”.
Hualinga también denunció violencia por parte de las fuerzas de seguridad de la Cumbre. “Dicen [las fuerzas de seguridad] que se sintieron amenazadas, pero soy una mujer, una madre. No sé qué violencia puedo causar. Y lo que es más irónico es que todo esto está pasando en España, que es el país que invadió las Américas y lo destruyó todo”.
Finalmente, unos 300 activistas fueron desplazados hacia el parking del recinto, donde quedaron retenidos. La COP decidió vetar la entrada a la zona azul con acreditación de observador, las que tienen las ONG y otras entidades de la sociedad civil (como universidades). En un principio, la medida solo se aplica al miércoles 11 , pero quizá se alargue. Alejandro Martínez, portavoz de Fridays for Future que estuvo en la manifestación, confirma que se está negociando, pero no hay nada claro. El día acaba como empezó. Con rumores.