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Desandar el camino del capitalismo, bocado a bocado

«La ganadería tal y como la conocemos hoy no ha sido fruto de ningún desarrollo natural ni surgió para satisfacer unas necesidades humanas de alimentación, sino más bien para satisfacer la voracidad económica y expansiva de unas élites concretas».
Desandar el camino del capitalismo, bocado a bocado
Ganadería extensiva en Miraflores de la Sierra. Foto: Álvaro Minguito.

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Este artículo se publicó originalmente en el Magazine 2023. Puedes adquirir las revistas en este enlace.

La crisis climática, nuestro objeto principal de preocupación, va acompañada de muchas otras crisis: energética, de biodiversidad, social. La mayoría comparten causas, casi todas tienen soluciones parecidas. Esto no quiere decir que no merezcan ser estudiadas y abordadas por separado, aunque solo sea porque las particularidades de cada una pueden ayudarnos a entender y enfrentarnos mejor al resto.

Cada vez más informes indican que la biodiversidad planetaria está disminuyendo a una velocidad alarmante, y que esta disminución está ligada a las acciones humanas sobre el planeta y las especies que lo pueblan. Queremos centrarnos en dos de estas actividades por su importancia en nuestro país, por lo centrales que son en la lucha climática y por las posibilidades políticas que abren– son la agricultura y la ganadería. Aunque han sido practicadas por diversos grupos humanos desde hace miles de años, son en su forma actual fundamentalmente diferentes de prácticas anteriores, en particular la ganadería. La cría de animales moderna no es solo la primera causa de pérdida de biodiversidad en el planeta, sino que también ha sido un eje fundamental para el nacimiento y perpetuación del orden social y económico que nos gobierna. Explicar esto requiere que hagamos un pequeño viaje a los orígenes del capitalismo.

Podemos situar el inicio del capitalismo en Inglaterra, entre los siglos XVI y XVIII, a través de la agricultura y el proceso de acumulación originaria. Aquí partimos de dos ideas fundamentales. En primer lugar, en el feudalismo, el campesino, el siervo, no solo era propietario, aunque sujeto a tributo, de la parcela de tierra asignada a su casa, sino además era copropietario de los terrenos comunales. La segunda cuestión esencial es que el paso de un sistema a otro se llevó a cabo, fundamentalmente, mediante la expropiación y desposesión de estas tierras comunales, despojando a los campesinos de sus medios de subsistencia para transformarlas en tierras privativas en manos de las élites, aristocracia y grandes terratenientes. Este proceso provocó que los campesinos huyeran del campo a las ciudades y transformó a estos campesinos, formalmente “siervos”, propietarios de sus tierras, en “obreros” asalariados, formalmente libres, y los dejó a merced de lo único que les quedaba: su fuerza de trabajo.

Aquí añadimos dos perspectivas importantes: esta transformación en el modo de producción en general, y agrícola en particular, trajo consigo una devaluación no sólo de los campesinos, sino también de los animales y de las mujeres. Los animales pasan de ser considerados productores o parte del campesinado o incluso de la familia a ser simples máquinas al servicio de las nuevas necesidades capitalistas, con lo que son sometidos a intensas prácticas de violencia y sometimiento, así como a una selección genética que resulta en una transformación profunda de sus propios cuerpos para una producción mucho más intensa, junto con una menor inteligencia y mayor dependencia del ser humano.

Por tanto, la ganadería tal y como la conocemos hoy no ha sido fruto de ningún desarrollo natural ni surgió para satisfacer unas necesidades humanas de alimentación, sino más bien para satisfacer la voracidad económica y expansiva de unas élites concretas, siendo una herramienta clave para la concentración de riqueza, la aparición de la sociedad de clases y la división del trabajo. Cuando hablamos de la ganadería hablamos también, por tanto, del uso y la explotación y selección de animales y de la distribución de la tierra, y de sus efectos en el orden social y natural.

Ganadería y biodiversidad

Si nos centramos en el impacto de la ganadería en la biodiversidad, este se produce principalmente a través de la transformación de suelo sin explotar y ricos en especies vegetales y animales en monocultivos comerciales. Esta conversión en monocultivo conlleva automáticamente la pérdida de la riqueza vegetal propia de la zona, pero además requiere de la aportación de múltiples insumos –fertilizantes químicos, insecticidas– que conllevan la desaparición de multitud de especies animales, empezando por los insectos.

En nuestro entorno no es raro encontrarse con monocultivos: las grandes extensiones de fruta de hueso en Aragón y Catalunya, recientemente popularizadas por Alcarràs, o las vegas bajas del Guadiana, que producen el 6% de los tomates del planeta son monocultivos principalmente destinados a la exportación. Pero palidecen ante las grandes extensiones de soja de Brasil o de maíz en Estados Unidos, destinadas principalmente a la fabricación de piensos para consumo por parte de la ganadería industrial. Este es el mayor culpable de la pérdida planetaria de biodiversidad.

Las granjas industriales son industrias relativamente discretas: la altísima densidad de animales estabulados permite que instalaciones industriales que producen altísimos beneficios –Campofrío y El Pozo se encuentran entre las cien principales empresas de España– pasen casi desapercibidas, visibles solo como alargadas naves que se ven a lo lejos desde alguna carretera, normalmente secundaria. Nada comparado con lo vistoso de los amplios pastos ocupados por la ganadería extensiva. Sin embargo, las cifras son claras: el 95% de la carne consumida en España proviene de la ganadería intensiva.

Hemos dicho que las granjas industriales son discretas. Esto es cierto para la mayor parte de la población, pero no para los pueblos en los que se sitúan: según un informe de Ecologistas en Acción, la pérdida de calidad de vida asociada a esta industria (olores, plagas, purines que contaminan los ríos…) no se compensa con los escasos empleos que producen, y en los últimos años se han convertido en un factor más que contribuye a la despoblación del interior de la Península. Tampoco lo es para los que trabajan en mataderos, empleos con condiciones precarias que están asociados con multitud de lesiones en los trabajadores, tanto físicas como psicológicas. En los últimos años, ni siquiera la mayoría de productores de carne se ven beneficiados por la industria, que tiende de tal forma a la concentración que ha provocado que los propios dueños de explotaciones medianas y pequeñas apoyen la aprobación del decreto ley que prohíbe las granjas de más de 725 vacas lecheras. Este decreto viene tras una fuerte lucha de vecinos y ecologistas en sitios como Noviercas, Soria, donde se quería construir la sexta explotación bovina más grande del mundo, con más de veinte mil vacas.

El gran reto, sin embargo, es el de las granjas de cerdos, animales que se crían por millones en España (un 50% más que hace diez años), y de los cuales gran parte se consume, pero otros tantos se venden a China. Esto, sin embargo, parece tener los días contados: las importaciones chinas han empezado a caer, y lo que en la última década ha sido un negocio sin riesgo podría tambalearse en el futuro próximo. Tras haber convertido, eso sí, grandes superficies de territorio en piscinas de purines. Sería deseable que las instituciones tomasen cartas en el asunto y fueran reduciendo la dependencia de la economía de las exportaciones y la cría de ganado porcino, empezando por la aprobación de un decreto similar al de las granjas de vacuno y, siguiendo por la potenciación de la agricultura ecológica y las dietas ricas en vegetales de proximidad.

Deshacer el nudo

Como creación humana que es, la ganadería y su posición central en nuestras vidas y dietas puede y debe ser transformada. Esto no implica, como a veces claman las empresas cárnicas y sus propagandistas, acabar con los modos de vida tradicionales, sino transformar estos modos de vida, renunciando a las partes más lesivas para personas y animales y potenciando las que nos enriquecen.

Trabajar en un matadero donde no te dejan descansar y no te proporcionan medios de protección adecuados no es parte de ninguna tradición, tener tiempo y dinero para ir con amigos a tomar algo, sí; tener que ir al colegio con manga larga en verano porque si no te muerden las moscas del estiércol no parece muy reivindicable, que haya profesores suficientes para no tener que llevar a tus hijos a un colegio agrupado a cincuenta kilómetros, sí. Producir verduras de temporada con la garantía de que el comedor del hospital comarcal va a comprar toda la cosecha es mejor que coger el coche para ir a una granja de cerdos a comprobar si las crías tienen el tamaño suficiente para ser sacrificadas.

Las ventajas para los habitantes de las zonas directamente afectadas por la ganadería industrial son evidentes; también las que este cambio tendría (y tendrá) para una población, la española, que consume mucha más carne de los máximos aceptados por cualquier institución médica, además de disminuir radicalmente el riesgo de que tenga lugar otra pandemia como la que todavía padecemos. Dejar de producir y consumir carne de ganadería intensiva significará, también, dejar de ser cómplices del imperialismo ecológico ejercido por la industria agroalimentaria, y contribuir al final de la deforestación de ecosistemas únicos (y de los pueblos que dependen de ellos), actualmente en vías de desaparición para la producción de pienso. Y, desde luego, acabar con la producción y consumo de carne de procedencia industrial tendrá inmediatos efectos en el bienestar de los millones de animales criados para consumo.

Creemos firmemente que la transformación ecosocial que ya está en marcha no tiene por qué consistir en una sucesión de derrotas, renuncias y desastres. Hay muchos caminos que llevan a futuros en los que la mayoría vivimos mejor que ahora. No parece probable que mantener el cruel y contaminante sistema actual de producción de alimentos sea necesario para recorrerlos. Creemos que otra sociedad es posible, otra en la que desmontemos el elemento identitario, asociado a la masculinidad y al estatus, que aún conserva la carne; y la sustituyamos por una alternativa que genere -otra- riqueza al mundo rural, con un gran impulso público para la restauración de ecosistemas que cuente con los habitantes de pueblos y comarcas, con cooperativas agrícolas, con centros de protección de animales en peligro de extinción que arrebaten a la caza su falso papel conservacionista. Y que, por supuesto, plante más de las legumbres que consumiremos a diario.

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COMENTARIOS

  1. Futuro Vegetal es un colectivo de desobediencia civil no violenta.
    Futuro Vegetal demanda al Gobierno que derive las actuales subvenciones de la ganadería a la promoción de alternativas social y ecológicamente responsables basadas en vegetales para garantizar la seguridad alimentaria en el nuevo contexto climático, tal y como viene reclamando la comunidad científica desde hace años. El grupo utiliza la Desobediencia Civil, reconocida por las Naciones Unidas en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos como un método de protesta legítimo. Naciones Unidas nombró a Michel Forst en 2022 como primer relator especial de Naciones Unidas para los defensores del medio ambiente, quien visitó el estado español el pasado año y, en una entrevista concedida a El País, mostró gran preocupación por las elevadas condenas judiciales contra activistas climáticas, así como de la criminalización que políticos las estaban sometiendo al denominarlas “ecoterroristas”.
    La jueza nos cita a declarar el 8 de octubre por la imputación de supuesta organización criminal.
    El pasado mes de mayo nuestras activistas empezaron a recibir citaciones para declarar el próximo 8 de octubre en el Juzgado de Instrucción nº 29 de Madrid, en total somos 22 activistas las denunciadas por la Brigada de Información.
    Firma contra la represión
    Súmate al manifiesto.
    https://futurovegetal.org/firma-contra-la-represion/

  2. ¿Ampliaciones de aeropuertos? No, gracias:
    ¿Por qué no queremos ampliaciones de aeropuertos?
    Por sus impactos climáticos. España se ha comprometido a reducir las emisiones del sector transporte un 46% de aquí a 2030. Pero Aena y el Ministerio de Transportes apuestan por alimentar el crecimiento del transporte aéreo con ampliaciones de 13 aeropuertos.
    Porque producen daños a la salud de la población. El transporte aéreo es una importante fuente de partículas ultrafinas, hollín y ruido, entre otros. Numerosos estudios han demostrado cómo la población cercana a los aeropuertos tienen una mayor probabilidad de padecer enfermedades cardiovasculares, discapacidad auditiva, alteraciones del sueño o deterioro del rendimiento cognitivo.
    Y este estudio, recién publicado, demuestra cómo el transporte aéreo sería el causante de 52.205 casos de hipertensión, 64.918 de diabetes y 5.339 de demencia en población cercana a los aeropuertos de Barcelona, Madrid, Málaga y Palma de Mallorca.
    Por sus graves afecciones ambientales. La ampliación de infraestructuras aeroportuarias y de las operaciones del tráfico aéreo inciden muy negativamente en los ecosistemas y la fauna del entorno. Ruido, contaminación de ecosistemas, colisiones con avifauna son algunos de los impactos que el crecimiento de la aviación está teniendo sobre entornos a menudo sujetos a figuras de protección ambiental.
    Porque son proyectos especulativos en contra del interés general. Lejos de ser una demanda social para mejorar la movilidad de la mayoría de la población, las ampliaciones de aeropuertos favorecen fundamentalmente a constructoras y bancos, así como al accionariado privado de Aena (49%), donde participan algunos de los mayores fondos de inversión mundial.
    Estos proyectos responden asimismo a los intereses de los grandes capitales inmobiliarios y del turismo masivo. Un modelo que está en el origen del aumento de desigualdades, la expulsión habitacional, la destrucción del comercio de proximidad de los barrios, la precarización y explotación laboral, la contaminación del aire y sonora, el aumento exponencial en las emisiones de CO2 y la pérdida de espacios agrarios y naturales.
    ¿Qué pretende Aena y por qué?
    En 2023, la red de aeropuertos de Aena en el Estado español registró el mayor número de pasajeros de su historia (283,2 millones), superando los niveles prepandémicos (un 2,9% más que la cifra de 2019).
    Desde el punto de vista económico, en 2023 Aena experimentó un importante crecimiento en sus ingresos comerciales respecto de 2019: 20% más en tiendas libres de impuestos, 45% en locales de restauración y 26% en aparcamientos y servicios VIP.
    Ante esta coyuntura, a principios de marzo Aena presentó la actualización de su Plan Estratégico 2022-2026, con una revisión al alza de sus objetivos estratégicos: se adelanta a 2025 la meta de los 300 millones de pasajeros (antes fijada en 2026) y se persigue el incremento de los ingresos comerciales en un 48% respecto de 2019 en 2026 (antes un 23%), entre otros.
    Para conseguirlo, Aena anuncia en su nuevo Plan Estratégico una oleada de ampliaciones de sus 13 principales aeropuertos en España: Madrid, Tenerife Sur, Tenerife Norte, Lanzarote, Barcelona, Málaga, Alicante, Valencia, Ibiza, Menorca, Santander, Bilbao y Melilla.
    La intención de Aena es adelantar a 2025 el diseño de las ampliaciones de los 9 aeropuertos actualmente sin proyecto de manera que estas puedan ser aprobadas en 2026 y formen parte del DORA III (2027-2031). Este contemplaría una cantidad no precisada pero no inferior a 6.000 millones de € para estas ampliaciones.
    ¿Qué reclamamos?:
    Paralizar cualquier ampliación o intervención encaminada a aumentar el número de operaciones gestionadas por la red de aeropuertos en España.
    Establecer límites al número de operaciones de los aeropuertos, como ya existe en otros aeropuertos de la UE.
    Establecer un límite decreciente de emisiones para el conjunto del sector del transporte aéreo en España con el objetivo de reducir tanto la oferta como la demanda de vuelos.
    Eliminación de rutas aéreas domésticas con alternativa ferroviaria de hasta cuatro horas. Esta medida debe contemplar la imposibilidad para los operadores de cubrir los slots liberados con otros vuelos.
    Puesta en marcha de un plan de redimensionamiento de AENA que incluya el cierre de aeropuertos deficitarios.
    Implantación de medidas fiscales sobre el transporte aéreo: impuesto al queroseno, Tasa a los Vuelos Frecuentes e IVA del 21% para billetes nacionales e internacionales.
    Incluir los vuelos que salen de y entran al Espacio Económico Europeo en el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión de la Unión Europea. Su actual exclusión en este esquema hace que las emisiones de los vuelos de largo radio no estén sujetas a ninguna regulación.

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