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‘Detrás del cielo’, de Manuel Rivas: una novela para recordar quién caza a quién

Con herramientas de novela negra y una escritura profundamente poética, el último libro del recién galardonado con el Premio Nacional de las Letras aborda las dinámicas de poder y violencia en un pueblo gallego cada vez más despoblado cuyos habitantes sobreviven a la depredación y son al mismo tiempo parte de ella.
‘Detrás del cielo’, de Manuel Rivas: una novela para recordar quién caza a quién
Manuel Rivas (A Coruña, 1957) es periodista y escritor. Ha publicado novelas, libros de relatos y de poemas, así como multitud de artículos y los ensayos eco-literarios 'Contra todo esto. Un manifiesto rebelde' (2018) y 'Zona a defender' (2020). Foto: © Anna Serrano

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«Una buena novela negra investiga algo más que quién mató o quién cometió el delito, investiga a la sociedad en la que los hechos se producen. Empieza contando un crimen, y termina contando cómo es esa sociedad». Es una cita de Paco Ignacio Taibo II que abre Detrás del cielo (Alfaguara, 2024), la última novela de Manuel Rivas (A Coruña, 1957), como una nítida declaración de intenciones.

El libro empieza con una escena de caza de resonancias épicas, recorre las casas y las granjas y los caminos de un lugar que parece anclado en un tiempo propio mientras las lógicas del mercado amenazan con llevárselo por delante, y plantea con aire de cuento preguntas fundamentales sobre el funcionamiento del poder y las muchas formas de la violencia y la desposesión.

«Que no te vean los animales. Pero sobre todo, que no te vean los otros cazadores», le dice un personaje a otro. Tras do Ceo, Detrás del Cielo, es un pueblo cada vez más vacío, en el que la tierra más fértil la ocupa un prostíbulo y la Compañía Eléctrica es el enemigo general. Sus habitantes, como esos lobos y jabalíes solitarios a los que intentan cazar, se mueven entre las sombras y resisten a veces atacando, pero desplegando también un aura de animales mágicos.

Hace solo un par de semanas, a Manuel Rivas le otorgaron el Premio Nacional de las Letras por el conjunto de su trayectoria precisamente cuando acaba de aparecer esta novela, tras casi una década desde la anterior, El último día de Terranova (Alfaguara, 2015). Los lectores y lectoras amantes de libros como El lápiz del carpintero (Alfaguara, 1998) o ¿Qué me quieres, amor? (Alfaguara, 1995) reconocerán en este también ese aire que le es tan propio al autor gallego: la belleza del lenguaje y sus hallazgos, la mirada poética e iluminadora sobre el mundo, la capacidad para condensar en tramas sugerentes un fino análisis social y político. Pero también algo distinto, sorprendente, relacionado tal vez con la profunda dureza y tensión de una historia que esta vez no se sitúa en el ámbito de la memoria, sino en los recovecos más descarnados de un tiempo y un mundo que son los nuestros.

Como sugiere la cita de Taibo, la novela apunta a algunos problemas cruciales de la sociedad que la protagoniza: desde la despoblación del campo hasta la violencia machista, pasando por los caciquismos políticos o los claroscuros de los avances tecnológicos. Y, por supuesto, la relación entre las personas y su entorno. La naturaleza es una constante en la obra de Rivas: presencia poética, espacio de la vida, motivo político. Dos de sus últimos libros publicados, Contra todo esto. Un manifiesto rebelde (2018) y Zona a defender (2020), son de hecho lo que llama “ensayos eco-literarios”, textos en los que estas cuestiones se abordan de manera explícita.

Desde esa conciencia, la suya no es la mirada dulcificada o idealizante con la que a menudo se trata el campo en la literatura, sino la mirada compleja de quien ve a la vez la belleza y las heridas, el destello y el espanto. «El mundo no es una peli de Walt Disney como algunos piensan», dice un personaje de Detrás del cielo. Igual que otro también sabe decir: «Las carreteras están asfaltadas de muerte animal. Como decía el otro, hablamos mucho de la Santa Compaña, los difuntos humanos en procesión, pero el día que salga la Santa Compaña de los animales sacrificados, aplastados, tullidos y despellejados, eso sí que va a ser un requiem aeternam».

Dentro de la trama, la lucha ecologista se encarna en un personaje, Chelo, cuya juventud, belleza y libertad contrastan con el lenguaje rudo, los valores oscuros y la presencia dura de los muchos personajes masculinos del libro. Pero que también pone de manifiesto, a través de las discusiones con su padre, la creciente brecha entre distintas maneras de mirar a los problemas y a las soluciones posibles. «¡Ecológico es lo que ya tenemos!» –le responde él en una de esas broncas– «¡Para ecológicas las cuevas de Altamira!»

Y es que algo de lo que se juega en esta historia tiene también que ver, de manera radical, con las palabras. La propuesta de Rivas apunta a cierto trenzado entre la relación con el entorno y la relación con el lenguaje. Los personajes de esta novela hablan de un modo muy propio, cargado de esos hallazgos y metáforas intuitivas que aparecen como perlas en los modos no domesticados de mirar el mundo y de nombrarlo. «Podía mudar la propiedad, pero mantenían el legado invendible de las palabras silvestres».

Es quizá ese empeño por amasar lo silvestre de las palabras lo más característico de la escritura de Manuel Rivas, algo que atraviesa toda su obra más allá de géneros, temáticas o formas que van cambiando. «Soy un periodista convencido de que la mejor forma de transmitir información esencial es la Boca de la Literatura», dice en la introducción de otro libro suyo publicado recientemente en castellano, Lo que queda fuera (Cuatro Lunas, 2023).

La Boca de la Literatura es ese relámpago donde el lenguaje silvestre se cruza con el misterio, “el lugar donde se ventila la vida”, “ese corazón central donde no se comercia con las palabras” –según explica–. Todo este libro habla también desde ahí. Quizá es por eso por lo que es capaz de hacer ver un mundo que desaparece como nunca sabrían hacerlo las palabras del poder: «Nada de abandono. Nada de vacío rural. Nada de emigrar como los antepasados. ‘¿De dónde eres?’ ‘¡De donde nos echan!’».

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    200.000
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    7.000
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    Las aves son las especies que más sufren infracciones contra la fauna.
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