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A continuación, ofrecemos un capítulo íntegro de ‘El libro del clima’ (Lumen, 2022), creado por Greta Thunberg. Se trata de ‘Calor y enfermedad’, escrito por la única española que participa, Ana Vicedo.
El calor es una de las mayores amenazas ambientales a que nos enfrentamos. En años recientes, olas de calor históricas extremas, como la de 2003 en Europa o la rusa en 2010, demostraron de forma abrumadora lo devastadoras que pueden ser: se estima que en esos periodos hubo varios miles de muertes más. En la actualidad, alrededor del 1 por ciento de todas las muertes en el mundo pueden atribuirse al calor, con unas siete muertes relacionadas con el calor por cada cien mil personas y año, lo que las equipara casi a las muertes debidas a malaria (Fig. 1).
No se puede hablar de calor sin considerar su conexión con el cambio climático. Hoy en día, el cambio climático antropogénico es responsable de una de cada tres muertes debidas al calor: entre 1991 y 2018, supuso el 37 por ciento de las muertes relacionadas con el calor. Ya que esta carga sustancial de mortalidad ocurre con un calentamiento de 0,5-1 °C, es realista esperar que aumente en las décadas venideras, cuando el calentamiento se incremente hasta niveles por encima de 2, 3 o incluso 4 °C. Estudios recientes han previsto que, según el supuesto más pesimista (es decir, si las emisiones persisten y no se produce adaptación), a finales del siglo el cambio climático hará que aumente diez veces el número actual de muertes relacionadas con el calor en zonas como Europa meridional, el Sudeste Asiático y Sudamérica. Es importante considerar que las tendencias sociales actuales, como el envejecimiento de la población y el aumento de la urbanización, actuarán a modo de factores amplificadores, pues los mayores riesgos relacionados con el calor se observan sobre todo en áreas urbanizadas (debido, en parte, al efecto de isla urbana de calor) y entre las personas mayores, que son más vulnerables a los efectos fisiológicos que provoca.
Cuando están expuestos a temperaturas elevadas, los humanos disponen de diversos sistemas para mantener la temperatura corporal dentro de un rango seguro (y estrecho) cercano a 37 °C. Sin embargo, quizá esos mecanismos no funcionen adecuadamente en algunos individuos, o no sean eficientes cuando estén sujetos a condiciones térmicas extremas: en general, calor asociado a una humedad elevada. Necesitamos que el aire que nos rodea sea lo bastante fresco para que aleje el calor de nuestro cuerpo. Pero vivimos en ambientes en que con frecuencia el aire puede ser más cálido que nuestro cuerpo. Así, también necesitamos que la humedad sea lo bastante baja para refrescarnos al sudar y que continuemos así extrayendo calor de nuestro cuerpo. No obstante, si la humedad atmosférica relativa alcanza el cien por cien, el sudor deja de evaporar de manera eficiente y ya no puede refrescar nuestra piel. A las temperaturas que van acompañadas de un cien por cien de humedad se las denomina «temperaturas de bulbo húmedo». Una temperatura de bulbo húmedo de alrededor de 35 °C es letal, pero incluso antes de llegar a tal punto provoca problemas graves.
Cuando se da un calor extremo, el cuerpo no puede afrontarlo, lo que por lo general desencadena una serie de mecanismos que conducen a diversas consecuencias adversas para la salud. Sin embargo, y al contrario de lo que suele creerse, las muertes debidas a un golpe de calor son un porcentaje muy pequeño de todas las debidas al calor, ya que este puede actuar como un factor desencadenante de varias enfermedades agudas, como ataques cardiacos, o bien agravar problemas de salud latentes, como la enfermedad pulmonar obstructiva crónica. La mortalidad es solo la punta del iceberg: el calor también se ha asociado a un incremento del riesgo de hospitalización debido a enfermedades cardiovasculares o respiratorias y a nacimientos prematuros.
El calor afecta a todas las poblaciones, pero los ancianos, las mujeres embarazadas, los niños y las personas con problemas de salud crónicos son los subgrupos fisiológicamente vulnerables. Los efectos también varían mucho según las regiones, los países e incluso las ciudades de un mismo país. Por ejemplo, en Europa el riesgo en la región mediterránea es mayor, en comparación con las ciudades del norte. La magnitud del impacto del calor en una población dada depende de la gravedad de este, de la proporción de personas vulnerables que haya en esa región y de los recursos que la población tiene para protegerse del calor. Según estudios recientes, las poblaciones que se ven más afectadas son las muy urbanizadas y con mayores niveles de desigualdad.
En el mundo actual, los veranos más cálidos y los fenómenos de calor extremo están convirtiéndose en la norma. Tenemos una necesidad urgente de entender cómo reducir nuestra vulnerabilidad; o, en otras palabras, cómo adaptarnos de manera eficiente a temperaturas más elevadas. Aunque en las últimas décadas nos hemos adaptado parcialmente al calor, siguen sin estar claros qué medios son más viables de cara al futuro. Tradicionalmente se ha considerado que el aire acondicionado era una solución efectiva, pero no es la única de que disponemos y todavía hemos de demostrar su eficiencia en un mundo considerablemente más cálido, y en particular debido a las implicaciones que esa estrategia tendría respecto al consumo energético y a la desigualdad. Sencillamente, el aire acondicionado no es una solución realista para muchos. Las intervenciones de salud pública, como sistemas de alerta de calor, también han demostrado ser instrumentos útiles, pero incluso en eso hemos de ser cautos, porque es probable que las actuaciones que funcionan bien en la actualidad no sean mañana tan eficientes como desearíamos.
Tanto la desigualdad creciente como la urbanización acelerada y el agotamiento de los recursos naturales están estrechamente conectados con el cambio climático, y afectan asimismo a nuestra salud, de manera directa o indirecta. Por tanto, es esencial que consideremos actuaciones más holísticas, ambiciosas y de gran alcance. Este es uno de los mensajes clave que los científicos han intentado transmitir desde que estalló la pandemia de la COVID-19, cuyo inicio reveló deficiencias claras en nuestros sistemas de salud pública. A pesar de los avisos continuos por parte de expertos acerca del riesgo de la aparición de enfermedades infecciosas nocivas, el estallido inicial de la pandemia pilló por sorpresa a casi todo el mundo y desprevenidos a los gobiernos y a las instituciones de salud pública. Al igual que había ocurrido con el cambio climático, la proliferación de información incorrecta, la falta de confianza en la investigación y la ausencia de liderazgo en las comunidades, así como la desconexión entre los legisladores, la comunidad científica y la población en general, añadieron tensión a la gestión de esta crisis. Esta emergencia sanitaria global nos ha enseñado que la prevención efectiva y oportuna, la preparación y la reacción son esenciales para mitigar las crisis sanitarias futuras. De modo que aprendamos de nuestros errores pasados. Todavía estamos a tiempo de construir un mundo más resiliente, sostenible y justo para la próxima generación.
Greta es portadora de toda la conciencia climática de la que adolece gran parte de su generación. Es digna de admiración.
Estoy contigo Osvaldo.
Que impotencia debe sentir la criatura, consciente de que nos han matado el futuro frente al pasotismo de la mayoría de la sociedad, no sólo de su generación.
Esta niña es un regalo de la Vida y no lo sabemos ver ni la sabemos valorar.