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Sara López ha estado huyendo de su propio Gobierno durante años. El delito que cometió fue ser activista. Luchar por las comunidades indígenas y por defender la naturaleza, el derecho al agua y a servicios básicos. Su pasión (o crimen, depende de a quién se le pregunte) la llevó a estar en prisión durante once meses después de que el Estado la acusara de secuestrar a un funcionario, pero eso no la detuvo. Siguió combativa. Y arropada por su gente y por organizaciones de todo el mundo, que lograron sacarla de la cárcel.
«Siento esa convicción de hacer lo que me corresponde como mexicana, como ser humano, sobre todo si estoy siendo testigo de una destrucción. No puedo quedarme callada. No puedo estar quieta sabiendo que están cometiendo ecocidio. Amo la lucha. Amo a los indígenas. Esa es la fuerza que tengo para continuar», asegura.
Ahora, sus principios la han envuelto en otra batalla contra el Gobierno y el (mal llamado) Tren Maya, un ferrocarril en proceso de construcción para conectar el sureste de México e impulsar la economía y el turismo de la región. Un megaproyecto, a su vez, lleno de ironía y metáforas: el tren, símbolo de progreso para la administración estatal, descarriló en marzo de este año; los turistas, que pagan por ver los atractivos de la zona, la riqueza en biodiversidad, ven a través de sus ventanas deforestación y construcciones; y el diseño exterior de los vagones, inspirado en la cultura maya y en la majestuosidad del jaguar, es una burla de cómo el mismo convoy divide a las comunidades indígenas y pone en peligro a esa especie endémica. Hablamos con ella en su visita a Barcelona por la gira de Ciutats Defensores dels Drets Humans.
¿Cuándo diría que empezó su persecución?
En los años noventa nos quedamos sin agua en una época de sequía muy fuerte. La poquita agua que lográbamos obtener era ya amarilla por la escasez. La gente hizo un viacrucis de cien kilómetros. Fue muy impactante. La gente caminó, caminó y caminó hasta llegar donde pasa la carretera federal que conecta Chetumal, Belice, Ciudad de México y otros estados. Esa carretera fue la que bloqueamos y, en ese tiempo, como ahora, era un delito de obstrucción a las vías de comunicación. Cuando llegó el Gobierno estatal para dialogar sobre el agua y la defensa de la tierra, la regularización, se dio cuenta que los miembros del Consejo Regional Indígena y Popular de Xpujil éramos los asesores de los campesinos, de los indígenas. Entonces emitió una orden de aprehensión.
El abogado me dijo: «Te entregas o huyes». Yo le respondí que no era ninguna delincuente solo por organizarnos y exigir agua, el vital líquido para los seres humanos, pero tuve que huir. Agarré a mis cuatro hijos y fui buscando lugares donde nos podían dar asilo en el mismo país, sin nada, sin recursos. Estuvimos dos años en el estado de Veracruz. No aguantamos; era demasiada la pobreza, sin trabajo y lo poquito que conseguía, apenas nos alcanzaba. Entonces mis papás y mis hermanas me dijeron que me fuese para Candelaria, que me cuidarían para que no tuviese que salir. Fue cuando regresé a mi lugar natal, a Campeche, con el temor de que me fueran a atrapar. Tenía que estar huyendo durante diez años y en cualquier momento me podían detener porque el delito era federal.
No salía, pero cuando tienes ese nivel de conciencia, ese sentimiento de que debes hacer algo… Finalmente, coordiné la llegada de los compañeros zapatistas y anduve con ellos visitando a las comunidades. Corría un gran riesgo porque tener relación con ellos significaba formar parte de su grupo y sufrir la misma represión. Pero pasaron los años y yo seguí en los movimientos hasta que llegó el 2009.
Ese año fue el de su detención por manifestarse contra las altas tarifas eléctricas.
Sí, empezamos ese trabajo de resistencia en 2006. En dos años y medio, ya éramos más de 3.000 personas. El Gobierno lo vio como una amenaza: dejar de pagar la luz significaba tocar los intereses económicos del Estado, quitarle un ingreso. Entonces llegaron las demandas y, de nuevo, las órdenes de aprehensión.
En México usan la estrategia de detener a las personas los jueves para que se estén todo el fin de semana en la celda, sin poder salir. Había abogados asesorándonos y nos decían que saliésemos huyendo los jueves para no arriesgarnos. Estuve varios meses así hasta el punto en que ya no aguantaba más. No podía seguir con el miedo de que en cualquier momento me pudiesen detener. Así que dejé de huir.
Yo vi señales de que me iban a detener, pero no las capté. Por aquel entonces, tenía una farmacia donde trabajaba. Los camiones llenos de policía pasaban y se quedaban mirando mucho mi establecimiento. Y yo recuerdo que ese mismo jueves en la noche, uno de mis hijos me dijo: «Mamá, vete, no te quedes, te pueden detener». No hice caso y a las cinco de la mañana nos detuvieron y estuve once meses en prisión.
«El Gobierno me metió en la cárcel con la intención de descabezar el movimiento de resistencia. Nunca imaginó que iba a agarrar más fuerza»
¿Cuál fue la versión del Gobierno sobre los hechos?
El delito que se inventaron fue el de privación ilegal de la libertad de un funcionario público, un trabajador de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Cuando salí de la cárcel a los once meses, me encontré a ese funcionario en el juzgado. Le pregunté en qué momento lo había secuestrado. Y me dijo: «Señora Sara, es la presión». Él estaba amenazado por la empresa. Yo le dije: «En su caso estaba en juego su trabajo, y en el mío estuvo en juego mi libertad».
Y, tras salir de la cárcel, todavía fui criminalizada, iba la fiscalía a tomar fotos en mi casa. Hasta que me cansé y presenté una queja a la Comisión Nacional de Derechos Humanos y tomaron cartas en el asunto. Dejaron de molestarme, pero ahorita con lo del Tren Maya, las vidas de los defensores y las defensoras están en peligro en todo el país; estamos muy señalados por el partido Morena y por el mismo presidente [Andrés Manuel López Obrador]. Creo que fue en 2020 cuando un compañero me dijo que existía una lista negra de FONATUR y del gobierno federal en la que constaba mi nombre. Me dijo: «Tienes que cuidarte, porque no sabemos qué puede llegar a hacer este gobierno».
¿Había alguien más de la resistencia en esa lista?
No, de la resistencia nada más yo.
¿Y si no hubiese sido por la presión popular…?
Estaría en la cárcel todavía. La pena era de quince a treinta años. Hubo mucha presión política por parte de las organizaciones locales, nacionales e internacionales. En ese tiempo estaba una activista, Rosario Ibarra de Piedra, en el Senado. Ella luchó por nuestra libertad, y el Senado presentó cartas exigiendo a los juzgados que nos liberaran. Hubo mucha gente intelectual que firmó una carta a nuestro favor. La ONU también lo hizo, Amnistía Internacional nos declaró presos de conciencia… Estaba todo en orden para que nos liberaran, y sin cargos. El Gobierno tenía la intención de descabezar el movimiento, nunca imaginó que iba a agarrar más fuerza. Incluso en la cárcel, cuando llegaba gente de la resistencia, hacíamos nuestras reuniones para coordinarnos.
También, de cierta manera, por la exigencia de las organizaciones, tuvimos un poquito de privilegio. La gente presionó al Gobierno para que estuviéramos los cinco detenidos juntos. Pero ya dice la canción: «La jaula puede ser de oro, pero nunca deja de ser prisión». Eran cuartitos bien pequeños, con camas de cemento, frías. Yo dormía en una hamaca… Pero sobrevivimos y persistimos. Y seguimos todavía en esa resistencia y en esa persistencia.
Y ahora siguen con la lucha contra el Tren Maya.
Llevamos con eso desde el 2019, pero ahora con más fuerza, con más rebeldía y con impotencia a la vez por no poder hacer más. El Gobierno dijo que llueva, truene o relampaguee, el tren va. Y lo está cumpliendo. Así tengamos amparos, así tengamos lo que tengamos, el Gobierno no lo respeta.
Antes de empezar la construcción, el Gobierno hizo una consulta a las comunidades del territorio. ¿Qué ocurrió entonces?
Estuvo amañada. Fue una reunión informativa a mano levantada solo para legitimar que hizo la consulta. Y, ¿qué fue lo que vendieron allí? Todo lo bonito del Tren Maya: el progreso, el turismo, el empleo… Y la gente se lo creyó. Lo que nunca dijeron era que iban a tumbar todos esos árboles.
Las autoridades municipales llevaron solicitudes al Gobierno. Estaban de acuerdo con el proyecto, pero, a cambio, querían cubrir las necesidades de las comunidades. En el caso de Calakmul, necesitamos agua, necesitamos que el hospital esté en buenas condiciones. Pero esas demandas que dijeron que iban a cumplir no las han cumplido y, sin embargo, el tren está pasando.
¿Cuáles son exactamente los impactos de este megaproyecto?
En el caso de Calakmul, está la peor deforestación en la Reserva de la Biosfera, uno de los pulmones más grandes del mundo. Contaminan el agua, el aire… No sabemos adónde se están yendo los animales, sobre todo el jaguar, que está en peligro de extinción.
Y en el aspecto social, está la destrucción de las casas, el desalojo de las familias, el aumento de la carestía de la canasta básica. Todo subió lo que no te imaginas. La renta de la vivienda está carísima. Y luego está la fractura de las mismas comunidades, porque las vías del tren pasan por el medio de las comunidades. Y son comunidades pequeñas que de un lado tienen el preescolar y al otro lado, el centro de salud. De un lado está tu familia y del otro está el parque para los jóvenes. Además, por donde pasa el tren, nadie puede pasar porque va demasiado rápido. Hay un paso peatonal, pero lejos. ¿Cómo van a ir hasta allá las personas de la tercera edad, la gente con discapacidad? ¿Cómo vamos a llevar a los niños a la escuela?
Y también afecta el que llegue gente de fuera para la construcción del tren. Gente que trae la delincuencia organizada, la drogadicción, la prostitución, el alcoholismo. Corremos peligro todos, pero quienes son más vulnerables son las muchachas. Han aumentado también los asesinatos entre los delincuentes.
Sin embargo, no se hizo ninguna evaluación del impacto ambiental antes de empezar las obras, ¿no?
Los impactos ambientales siempre se conocían después de que iniciaran la construcción. Pero, como es el Gobierno, ¿quién le dice algo? Nosotros presentábamos solicitudes para una reunión pública de información y nunca nos la daban. Y no fue una vez, fueron varias veces las que presentamos esa petición. Nunca nos hicieron caso.
Además de eso, algunas noticias también apuntan a corrupción en el proyecto.
Ah, no, es un proyecto corrupto seguro. Hay un chingo de desvío de recursos tanto con las empresas como con FONATUR. Es un megaproyecto de destrucción, de muerte para nosotros, pero para ellos es un megaproyecto capitalista. Lo que quieren es sacar el doble de lo que están invirtiendo. Porque, sinceramente, más que el turismo, yo creo que es el tren de carga lo que les interesa, el que va detrás, que es el que va a transportar el petróleo, el gas, el diésel de todas las compañías que están instaladas allá.
Y ahora, en junio, hay elecciones. Con la persecución que ha recibido por parte del Gobierno, ¿cree que puede volver a confiar en un nuevo mandato?
No, yo no confío en los gobiernos. Desde hace mucho. Muchos de nosotros ya no votamos desde hace años. Es parte de nuestra rebeldía, de defender que no queremos a ningún partido político y mucho menos los que quedan porque nos han destruido la vida. Yo no quisiera decir que son nuestros enemigos, pero el Gobierno es el que nos criminaliza, el que nos mete en la cárcel, el que destruye, el que nos quiere hacer desaparecer como pueblos indígenas… No hay nadie que represente al pueblo, desafortunadamente.
El tiempo en prisión, todo lo que ha vivido, ¿ha cambiado de alguna forma su visión sobre el activismo?
¿Quién va a querer que le asesinen? Pero, bueno, igual luego digo que de algo tengo que morir. Lo que sí que tengo que hacer es cuidarme más por mi salud. No me doy un tiempo para mí. Siempre digo que me lo voy a dar, pero día a día me van saliendo más compromisos. Pero voy a seguir. Quizá ya no al cien por ciento o al ochenta, pero voy a seguir hasta donde pueda. Mis hijos me dicen, aunque tengan miedo de que algo me pase: «Mamá, sí, síguele porque te queremos viva. Sabemos que, si te quedas en la casa, vas a morir de tristeza». El activismo es parte de mi vida.
Otra vez triunfa, la hipocresía. La destrucción y apropiación de los recursos de todos, para beneficio de las elites y corrupción de los políticos, disfrazado de progreso.
Y a seguir mintiendo , destruyendo y en beneficio de los mismos con el apoyo y legislación, de los que supuestamente, tienen que defendernos.
Da igual el pais, el régimen político, ya,sea democracia o dictadura, que los de siempre a robar al resto. Eso si, con la corbata puesta.
Ojalá hubiera más gente normal , protestando, pero estamos adormedicidos con las estupideces que crean, y falta de acceso a la cultura , para que no pensemos y nos demos cuenta de como » nos la meten doblada » .
Gracias a,esta gente que está despierta y que sabe vivir, con el ritmo del planeta. Sabiduría y coraje juntos. Hablo de esta gente valiente indígena, que con tan pocos recursos , nos defiende a todos, aun sabiendo que peligra,su vida, siguen al pié del cañón.
Muchas gracias, y a sus familias, aunque con eso no llegue, lo que deberíamos hacer es unirnos a vuestra lucha.