Epílogo a una conversación

“Esta conversación me ha hecho ser más consciente de hasta qué punto la ética es la herramienta esencial para dar soluciones a los graves problemas a los que se enfrenta el ser humano”, escribe Ricardo Reques en el cierre de ‘Nuestra placa de Petri’.
Epílogo a una conversación
“Tal vez, necesitemos eso más que nunca: levantar nuestra mirada de las pantallas y dirigirla con gratitud y sorpresa a las maravillas que esconde el mundo natural”, escribe Ricardo Reques. Foto: JAKE MELARA / UNSPLASH

24 de diciembre de 2020

«Ovidio habla de hombres que se convierten en animales, Darwin de animales que se convierten en el hombre. Ciencia y poesía deben surgir de la misma música de la mente, del mismo presentimiento de la armonía, o no son nada».

George Steiner, ‘Un ave rara’ (en George Steiner en The New Yorker).

Ha llegado el invierno. Un año no parece mucho tiempo y, sin embargo, este último en concreto, tan cargado de miedos y expectativas, no será fácil de olvidar. En el mes de noviembre de 2019 una gran parte de las noticias estaban centradas en la organización de la reunión internacional que tendría lugar un mes después en Madrid: la Cumbre del Clima, la COP25. Allí, políticos de todo el mundo debatirían y decidirían una hoja de ruta para intentar poner remedio a una de las mayores amenazas a las que se enfrenta el ser humano y que compromete la vida en el planeta tal y como ahora la conocemos. Era un momento oportuno para hacer una pregunta concisa a una escritora a la que admiro porque es capaz de mostrar, como pocos, las contradicciones en las que vivimos las personas y las luchas internas a las que diariamente nos enfrentamos.

A Sara Mesa la conocía por su narrativa y con ocasión de la presentación de sus libros me había acercado a saludarla. También a través de las redes sociales habíamos intercambiado opiniones y siempre se prestó a participar con sus textos en algunas plataformas y blogs culturales en los que yo colaboraba. Ella también se interesó por mis publicaciones y una mañana, aprovechando que Sara firmaba sus libros en un stand, le pregunté si le apetecía presentar mi novela en Sevilla. Unos días después me dio la respuesta y la presentación tuvo lugar en la Casa de la Ciencia, el mismo edificio que hace años albergaba la Estación Biológica de Doñana (CSIC) donde trabajé durante un tiempo. Ese fue un marco propicio para hablar de afinidades e intereses por el mundo de la biología y también del desasosiego que nos causaba el rápido deterioro ambiental que padece nuestro entorno.

A las pocas semanas de aquel encuentro le envié un correo con la propuesta que ha desembocado en esta conversación que hemos articulado mediante el intercambio de correos electrónicos. Para ser sincero, pensaba que me diría que no podía comprometerse porque tenía mucho trabajo o algo parecido, pero no fue así; en lugar de eso me dijo: «Me parece una idea estupenda y me encantaría colaborar contigo en esto». Así empezamos a intercambiar mensajes para ir dando forma a un proyecto sin más compromiso por parte de ninguno salvo el de ver hasta dónde podríamos llegar.

Una razón añadida por la que propuse a Sara este diálogo es por su condición de mujer. Desde hace tiempo tengo la sensación de que el papel que la mujer ha jugado en grandes cambios de la humanidad, independientemente del poder biológico que le otorga la maternidad, ha sido mucho mayor que el que nos ha contado la historia. Cada vez son más los indicios que parecen confirmar que la agricultura fue desarrollada por las mujeres, algo que parece razonable porque eran las que se dedicaban en mayor medida —especialmente durante el periodo de maternidad y crianza de los hijos— a recolectar semillas y frutos y, además, según la arqueóloga Margaret Ehrenberg, en los grupos recolectores de nuestra prehistoria, la mujer tenía un estatus igual o superior al de los hombres.

Ese pudo ser el comienzo del Neolítico que significó dejar atrás un pasado de cientos de miles de años para empezar una nueva trayectoria de nuestra especie y el origen de la civilización. Quién sabe si fueron también las mujeres las que hicieron las primeras tallas en madera o en hueso que usaron como abalorios y amuletos y con ellas las primeras representaciones artísticas. Quién sabe si también idearon la escritura para simbolizar algo trascendente o para recordarlo. Soy consciente de que cualquier generalización de este tipo resulta algo ingenua por su simplicidad, pero me gustaría pensar que los grandes cambios que necesitamos para afrontar los retos de los nuevos escenarios ecológicos a los que nos enfrentamos vendrán de la mano de las mujeres.

La intención de este diálogo ha sido mostrar algunos problemas ambientales que nos preocupan, verlos desde perspectivas diferentes con un enfoque algo más objetivo, apoyándonos en estudios contrastados, y otro más personal basado en nuestra experiencia; desde el dato medible y cuantificable hasta la dimensión ética, teniendo siempre a la literatura como un espejo en el que se refleja esta complejidad. No nacía con la pretensión de dar respuestas ni soluciones porque al menos yo no las tengo, pero sí invitar a pensar en ellas. Como docente he podido aprender que, a veces, plantear una pregunta es más interesante que dar su respuesta. Así, en este intercambio epistolar algunas cuestiones quedan abiertas, otras apenas se han esbozado. Como suele suceder en todas las conversaciones a veces desviamos la atención hacía otros temas y, no pocas veces, mostramos dudas y caemos en la contradicción. La multitud de variables que intervienen en las decisiones que tomamos día a día hacen que no siempre sea posible actuar de la forma que entendemos como más razonable o la que más nos gustaría. En mi caso, la duda siempre me acompaña; la ciencia es un asidero seguro al que agarrarme, pero no me protege de la tempestad.

A los pocos meses de iniciar nuestra conversación se declaraba el estado de alarma por la COVID y su origen tenía una estrecha relación con lo que estábamos tratando, por lo que era algo que no podíamos eludir. De hecho esta pandemia es un buen ejemplo de lo que sucede cuando se ignora a la ciencia. COP25 y COVID-19, por tanto, han sido los acrónimos sobre los que ha girado nuestro diálogo en estos meses. Ahora con la COVID el debate del clima parece que ha pasado a un segundo plano en los medios de comunicación y creo que es un tremendo error. El problema de la pandemia es realmente más acuciante, pero, sin querer restar la gravedad que tiene, el del clima será enormemente más dramático y prolongado en el tiempo.

Fuente de inspiración

No sabemos de qué forma ciencia y literatura pueden interactuar para resolver un problema. A veces sucede de un modo tan inesperado como brillante. Benjamín Labatut en Un verdor terrible cuenta cómo las lecturas febriles de los poemas de Goethe permitieron a Heisenberg, en su delirio, establecer conexiones que le llevaron a desarrollar complejas matrices con las que podía explicar algunas formulaciones que son trascendentes para la mecánica cuántica. Por primera vez, en aquel desvarío, gracias a la literatura, pensó de forma cuántica. Sin tener que alcanzar esos extremos la literatura ha sido siempre una fuente constante de inspiración; Sara nos ha explicado cómo ha llegado, por ejemplo, a reflexiones sobre el maltrato animal, no a través de textos monográficos, sino de la novela, al leer autores que han reflejado desde un punto de vista personal sus inquietudes. Y eso es algo que ella pone en práctica, por ejemplo, en Un amor, una novela que ha publicado en estos meses en la que un perro protagoniza un momento de gran tensión dramática.

Este tiempo para mí ha sido de aprendizaje. La conversación me obligaba a revisar bibliografía para reforzar los argumentos y a actualizar conocimientos. También he buscado autores y libros que Sara citaba y que yo antes no había leído como Mario Levrero, María Sánchez o Barbara Ehrenreich, entre otros, y ninguno me ha decepcionado. Esta conversación me ha hecho ser más consciente de hasta qué punto la ética es la herramienta esencial para dar soluciones a los graves problemas a los que se enfrenta el ser humano. Los pactos serán necesarios para poder seguir habitando el planeta y habrá que compensar las desigualdades en recursos y economías. Si se equilibra esta balanza las agresiones a la biosfera se frenarán, aunque para conseguirlo tendremos que echar mano de nuestra creatividad.

Paradójicamente un mayor conocimiento científico del mundo a todos los niveles, desde las partículas subatómicas hasta el funcionamiento de la biosfera, parece que nos ha llevado —en su tremenda complejidad— a perder la perspectiva necesaria para lograr comprenderlo y, lo que es peor, para lograr comprendernos a nosotros mismos. Todo resulta tan extraordinariamente intrincado que escapa a nuestra limitada capacidad para abarcarlo. W. G. Sebald, en Los anillos de Saturno escribió: «Cuando nos contemplamos desde gran altura es horrible darnos cuenta de lo poco que sabemos sobre nosotros mismos, nuestro propósito y nuestro fin». Tal vez, necesitemos eso más que nunca: conocer mejor de dónde venimos, levantar nuestra mirada de las pantallas y dirigirla con gratitud y sorpresa a las maravillas que esconde el mundo natural al que pertenecemos y del que dependemos.

La correspondencia completa entre la escritora Sara Mesa y el biólogo Ricardo Reques está reunida bajo el título ‘Nuestra placa de Petri’ y puede leerse aquí.

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