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Jonah Eller-Isaacs, asistente legal de 43 años, vive en Portland, Oregón. Su casa se ubica en lo alto de una colina, en un privilegiado rincón al noroeste de la ciudad que le proporciona unas vistas de ensueño de la Cordillera de las Cascadas y el monte Hood, el más alto del estado. Pero como tantos otros estadounidenses, en los últimos días está sufriendo las consecuencias de una ola de frío histórica que ya se ha cobrado casi un centenar de muertes. La mayoría por hipotermia, aunque también a causa de los accidentes de tráfico provocados por la masiva presencia de hielo en el asfalto.
«El pasado 10 de enero, poco antes de que llegara la ola de frío, se me rompió la caldera, y aún no han podido venir a arreglarla», relata a Climática. «Las temperaturas se desplomaron hasta los 15 grados bajo cero, con rachas de viento de 80 kilómetros por hora. Es algo que nunca se había visto en Portland, donde no estamos habituados a tanto frío». En los últimos días, 250.000 vecinos de la ciudad se han quedado sin luz eléctrica y se han caído centenares de árboles. Los colegios han suspendido las clases y las autoridades alertan del desprendimiento de grandes bloques de hielo de las fachadas. Jonah sobrevive gracias a una pequeña estufa de leña ubicada en una de las habitaciones de la vivienda. «El resto de la casa está a -1 ºC», cuenta.
El estado de Oregón no es el único afectado por este insólito temporal. Iowa, Nueva York, Vermont, Utah, Washington, New Hampshire o Montana están literalmente congelados. Incluso estados tan poco acostumbrados al frío como Tennessee, Texas o Florida han registrado valores de récord. Las autoridades han pedido a la población que no salga a la calle salvo en caso de necesidad imperiosa. «Quédense en casa: la exposición prolongada al aire libre puede provocar congelación e hipotermia», recuerdan desde el Servicio Meteorológico Nacional.
En Europa, la situación no ha sido tan acuciante, aunque sí extrema. En Escandinavia, cuyos habitantes están acostumbrados a las bajas temperaturas, los termómetros registraron valores nunca vistos. En los Cárpatos ucranianos, los termómetros alcanzaron el pasado lunes los 23 grados negativos. En diversas zonas de Rumanía la temperatura se situó en -18 ºC en lugares en los que, en esta época, difícilmente bajan de los 0. En Polonia, el temporal de nieve más intenso de los últimos años causó dos muertos. Y en las afueras de París, un millar de coches quedaron bloqueados por la nieve.
La goma elástica
«Cuando hablamos de cambio climático no hablamos solamente de que haga más calor, sino de condiciones que afectan a la atmósfera de maneras distintas», recuerda Javier Andaluz, licenciado en Ciencias Ambientales y responsable de cambio climático de Ecologistas en Acción. Y pone un ejemplo: «Es como una goma elástica: cuanto más se estira para abajo, más rebota para arriba».
Desde un punto de vista meteorológico, la explicación es un poco más compleja. «A causa del calentamiento global, las grandes masas de agua se evaporan más. Al haber más agua que choca contra un frente, la lluvia y las precipitaciones se vuelven más intensas. En España eso explica, por ejemplo, fenómenos como la Depresión Aislada en Niveles Altos, las DANAs, que antes conocíamos como “gota fría”. Eran episodios circunscritos casi exclusivamente al Levante, pero ahora están extendidos por la práctica totalidad de nuestra geografía», apunta Andaluz.
Con los grandes temporales de nieve ocurre lo mismo. «Si el mar está más cálido en latitudes distintas y choca con un frente frío, al tener la atmósfera mucha más agua la nieve es mucho más intensa. El cambio climático provoca una alteración en la circulación general de la atmósfera y de las corrientes en chorro que separan los diferentes climas: tropical, intertropical, ártico, etc. Esa línea más o menos definida se ha vuelto muchísimo más débil, lo que provoca que estas bolsas y corrientes oscilen mucho más que hace décadas, generando fenómenos como los vórtices polares, que son desgajes del clima polar que se traducen en tormentas como Filomena».
El impacto del frío extremo
¿Cómo nos enfrentamos los humanos a una situación extrema como esta? «Por mi experiencia, creo que es algo que viene muy determinado por la clase social», reflexiona Concha Arroyo, madrileña de 37 años que trabaja en la gestión de infraestructuras para el abastecimiento de agua. Ha vivido en Estados Unidos y, más recientemente, en Finlandia. En ambos lugares se ha enfrentado a olas de frío extremo como la que abre telediarios estos días. «Hay un abismo entre los dos países. La gestión pública en Escandinavia está presente en todos los ámbitos: pasan máquinas quitanieves en todo momento y la gente está muy concienciada de que son servicios que existen gracias a sus impuestos. En Estados Unidos, con nevadas mucho menos recurrentes, muere gente de las maneras más diversas, como a causa de infartos limpiando la nieve de la entrada de su casa o intentando ir al trabajo. Todo lo que pasa se asume individualmente, lo que en Finlandia es impensable».
En este último país, las circunstancias son mucho peores. «En 2021 estuvimos varios meses a -20 ºC, con picos de -32», cuenta Concha. «Un día perdí un guante y estuve sin él durante 15 minutos. Pensé que no tendría importancia, pero estuve dos semanas con síntomas y a día de hoy sigo teniendo hipersensibilidad. Otra cosa que ocurre es que se congela el sudor: hay que estar muy pendiente de la ropa que llevas».
Hay un dicho en Finlandia que dice que no existe el mal tiempo, sino la ropa inadecuada. «Toca abrigarse de la mejor manera posible y darse cuenta de nuestra vulnerabilidad ante los elementos», concluye.