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Quizás sea contraproducente para los objetivos de este texto iniciar el desarrollo del mismo con una seria advertencia. Abrir de buena mañana, antes de la finalización del toque de queda, la bandeja de entrada de la cuenta institucional de correo electrónico puede conllevar exactamente las mismas consecuencias que tomar café sin las debidas precauciones asociadas a la existencia de un mínimo aprecio por este producto: desgraciarte la jornada, aunque el despertar haya sido ligeramente más esperanzador que lo que permite el segundo Estado de Alarma, el toque de queda nocturno sin fecha de caducidad, y la transformación del sector del ocio y la cultura en un homenaje al paraje del río Guadiana en su paso por la llanura manchega.
El 17 de septiembre, la Comisión Europea abrió una nueva línea de financiación para proyectos de investigación científica encuadrados en el programa Horizon 2020 denominado The Green Deal Call for Research and Innovation Projects. Esta nueva línea de financiación europea en ciencia y tecnología surge como acelerador de los objetivos contemplados en el Nuevo Pacto Verde Europeo (European Green New Deal). A su vez, el programa presenta un total de veintitrés sublíneas de investigación aplicada (en forma de sendos concursos específicos para proyectos) con el objetivo de dar un impulso decidido y eficaz de «la recuperación de Europa de la crisis del coronavirus convirtiendo los desafíos ecológicos en oportunidades de innovación». La vigésimo segunda y penúltima sublínea de financiación se denomina ‘Cambios de hábitos sociales y culturales para el Pacto Verde Europeo’ (Referencia del concurso: LC-GD-10-2-2020), y acompaña a las otras dos sublíneas de financiación encuadradas en el terreno de las Ciencias Sociales y orientadas a fomentar la participación/persuasión ciudadana. En efecto, la/el lectora/or ya habrá comprobado como ‘lo social’ y ‘lo humanístico’ quedan otra vez relegados al cajón de ‘lo inservible’ –léase improductivo (Última nota del diario de navegación: tres de veintitrés, o como el Pacto Verde Europeo certifica un horizonte más que funesto para las Ciencias Sociales y las Humanidades).
En la presentación pública de estas tres sublíneas de financiación en el ámbito de las Ciencias Sociales, Mariya Gabriel, comisaria de Innovación, Investigación, Cultura, Educación y Juventud de la Comisión Europea, reafirmó la voluntad de la Comisión de no querer «que nadie se quede rezagado en esta transformación sistémica, de modo que pedimos acciones específicas para colaborar con los ciudadanos de formas más innovadoras para mejorar la relevancia [social] y el impacto social [de la iniciativa]». Sin embargo, la expresión «que nadie se quede rezagado» contiene un profundo componente irónico, ilusorio o, directamente, de engaño, según el prisma anímico con el que se mire. Además de ello, ¿cuáles son las razones que sustentan la afirmación de la comisaria, y en qué grado la voluntad de tal «transformación sistémica» puede afectar al futuro de la industria del ocio nocturno (la cual incluye no solamente discotecas, clubes y bares de copas, sino también restauración, museos, cines, teatros y salas de espectáculos)?
Centremos nuestra atención en la vigésimo segunda sublínea de financiación para proyectos denominada ‘Cambio de hábitos sociales y culturales’. Bien es cierto que la persona que lea esto podría aducir, con buen criterio, falta de relevancia significativa de una sublínea de financiación que ciertamente es muy específica en comparación a la totalidad de la iniciativa. Sin embargo, no le faltaría razón si no fuera por dos motivos fundamentales. En primer lugar, la iniciativa The Green Deal Call for Research and Innovation Projects parece reforzar aquella estrategia consolidada a lo largo de las últimas dos décadas de desarrollo e implementación de líneas de financiación para proyectos europeos en I+D+i la cual han contribuido a segmentar progresivamente –y, por ende, desvincular– ‘lo ambiental’ de ‘lo social’.
Contrariamente a la promoción de una práctica científica transdisciplinar, multidimensional e interseccional más necesaria que nunca en el actual contexto pandémico global –el cual está conllevando el agravamiento de múltiples desigualdades ya existentes (altamente feminizadas, racializadas y de clase, y con especial impacto en el colectivo de personas con diversidad funcional)–, esta nueva línea de financiación para el diseño e implementación de una «transformación sistémica» de la sociedad europea no presenta ningún tipo de mención, vínculo, o propuesta de acción para la consolidación, promoción o mejora de la situación actual de ninguno de los tres capítulos principales que componen –por ejemplo– el Pilar Social Europeo (igualdad de oportunidades y de acceso al mercado de trabajo; condiciones de trabajo justas; y protección e inclusión social).
De hecho, solamente incorpora uno de los cincuenta y cuatro artículos de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, concretamente su Articulo 37 de Protección del medio ambiente. Aún suerte que la declaración sobre el Pacto Verde Europeo publicada por la Comisión Europea (Bruselas, 11.12.2019 COM(2019) 640 final) cita de manera explícita que el Pilar Social Europeo «guiará toda acción [relacionada con la implementación del Pacto] para garantizar que nadie se quede atrás» (p.4). En efecto, y visto lo expuesto en este artículo hasta este punto sobre la nueva línea de financiación en I+D+i para la implementación del Pacto Verde Europeo, parece que la Comisión desea honrar al tan ibérico direte popular «si te veo no me acuerdo».
En segundo lugar, la propia Comisión Europa presenta un desglose de intenciones para las tres sublíneas de financiación en Ciencias Sociales para el fomento e implementación del Pacto Verde Europeo. En ese sentido, los proyectos deben diseñar y promover nuevos «comportamientos tanto a nivel individual como colectivo, entre ciudadanos, comunidades, empresas (…) actores institucionales [y] a más largo plazo, el cambio sistémico a nivel de las estructuras políticas y económicas, de la cultura y de la sociedad». De ahí la razón de ser de la vigésimo segunda y penúltima sub-línea de financiación denominada ‘Cambios de hábitos sociales y culturales para el Pacto Verde Europeo’. Ante semejante planteamiento efectuado por la Comisión Europea, debemos explorar con urgencia sus implicaciones que pudieran surgir fruto de la voluntad de la Comisión de implementar futuras nuevas cotidianidades diseñadas a golpe de soberano plumazo sin discusión, debate, reflexión ni crítica alguna, ni espacio futuro para ello: vista la eclosión de lo que podríamos denominar pandemic politics, tal debate, tal discusión, ni está ni se le espera (o, en todo caso, se le reprime y se le criminaliza).
De hecho, preguntarse acerca de las razones que llevan al conjunto de miembros de la Comisión Europa (directos e indirectos, incluidos los omnipresentes lobbies) a imponer tamaña empresa nos llevaría horas de discernimiento sobre la emergencia de una nueva clase política (participada también por buena parte de la ‘vieja’ política) la cual puebla buena parte de la totalidad del espectro político democrático europeo (incluida, cómo no, España) y que se caracteriza por sus discursos y gramáticas de acción profundamente judeocristianas, moralistas, con matices, destellos y arengas populistas y autoritarias en un escenario (pos)pandémico crecientemente biofascista; el horizonte es ciertamente preocupante. Valga como ejemplo la consolidación de la ultraortodoxia biopolítica en la Galia circense catalana en tiempos de pandemia (una vez más, empecinados a ser buenos y extraordinariamente disciplinados alumnos europeos por motivos que tienen más a ver con la legitimidad política emancipadora del color amarillo que con decisiones estratégicas que pudieran concernir al conjunto de la sociedad catalana).
Efectivamente, el caso de Cataluña merece nuestra más atenta observación crítica. Las afirmaciones realizadas recientemente por el consejero de interior de la Generalitat de Catalunya, Miquel Sàmper, según el cual debemos avanzar hacia un «cambio de hábitos y apostar por horarios más europeos» (Núria Casas, ElNacional.cat, 24/10/2020) no serían ni tan superfluas ni tan etéreas; y aún más si añadimos sus últimas declaraciones afirmando que «el toque de queda nocturno se quedará durante mucho tiempo ya que afecta relativamente poco a las personas y será la última restricción a ser levantada» (Marta Casals, Betevé, 12/11/2020). Tamaño guiño a Magia Borràs – por no decir barbaridad jurídica – desborda de manera intencionada lo establecido por la sacrosanta y casi-beatificada Constitución española, la cual establece que se podrá limitar el ejercicio del derecho fundamental individual a la libre circulación en caso de declaración de estado de alarma, de acuerdo con las características y motivos que provocaron la declaración de tal estado excepcional. Es precisamente en este punto de la cuestión –y a tenor de las intenciones declaradas del consejero Sàmper–, que cabría preguntarle si prevé la rectificación de su postura ante la hipotética (y deseable) consolidación de un escenario caracterizado una mejora rotunda de los denominados «Indicadores de Transmisión» establecidos por el documento Actuaciones de Respuesta Coordinada para el Control de la Transmisión de COVID-19, acordado por el Pleno del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud y actualizado a fecha de 22 de Octubre. Ello, y tal y como el consejero Sàmper y/o el gabinete jurídico que asesora al gobierno catalán deben (o deberían) saber, conllevaría la desaparición defacto de los motivos justificantes del establecimiento de tal restricción en horario nocturno relativa al derecho individual a la libre circulación. Descartando la más absoluta incompetencia política por parte del consejero Sàmper, ¿qué objetivo político, y no solamente sanitario, contienen tales declaraciones en relación a la perpetuación de un toque de queda nocturno aún llegando al escenario de fin de la segunda ola y de consolidación de un escenario con transmisión residual (como así fue a finales del mes de junio)?
Si bien pudiera parecer ciertamente forzado, las declaraciones del consejero Sàmper y la sublínea de financiación para proyectos europeos ‘Cambio de hábitos sociales y culturales’ del Pacto Verde Europeo presentan un nexo en común. Tal nexo lo encontramos en el Plan Vivir Mejor – Plan de Transición hacia la Reforma Horaria (Acuerdo GOV/127/2020, de 20 de octubre), aprobado por la Generalitat de Catalunya tan solo un día antes de la declaración del consejero de interior Miquel Sàmper sobre la semi-perpetuidad del toque de queda nocturno en Cataluña. El Plan de Transición hacia la Reforma Horaria presenta tres objetivos estratégicos: (i) vivir con unos modelos de gestión del tiempo más eficientes que aumenten el rendimiento académico y la productividad; (ii) vivir con unos horarios más racionales y flexibles que faciliten la conciliación de la vida personal, laboral, formativa, asociativa y familiar y hacerla corresponsable entre mujeres y hombres; y (iii) vivir de acuerdo con unos hábitos saludables que mejoren el bienestar y la calidad de vida. Casi un mes después de la aprobación del Plan, el 13 de noviembre, en un comunicado conjunto, la Oficina Catalana para la Reforma Horaria y el Consejo Asesor para la Reforma Horaria (ambos, actores principales en la elaboración del Plan Vivir Mejor) solicitaron al Gobierno Catalán «preservar y reforzar los hábitos horarios saludables adoptados como consecuencia de la pandemia (…) reforzando una actividad social rutinaria, cada vez más matutina». Ante tal afirmación (vamos camino de substituir el monumento al presidente Macià para poner uno a Nuestra Señora de la Barbaridad), el término «refuerzo» parece indicar la imposición de la transformación sistémica de la sociedad catalana mediante la solución preferida por el gobierno autónomo catalán: criminalización punitivista y violenta del ‘mal ciudadano’ (léase jóvenes, y no solamente racializadas/os).
Ciertamente entristece ver cómo el discurso institucional continúa contaminado por las visiones más moralistas y punitivistas sobre ‘la noche’, sus protagonistas, sus amantes, sus trabajadoras/es y sus empresarias/os. Vuelve con fuerza el discurso moralista-higienista que sitúa ‘la noche’ como inmoral, viciosa, pecaminosa, altamente peligrosa para la integridad moral del buen ciudadano tal y como propugnaba el Novecentismo catalán de inicios del siglo pasado, de corte profundamente católico, moralizador y burgués. Sin embargo, y de manera ciertamente preocupante (aunque no tan sorprendente a tenor de la homogeneidad social, de clase y de edad de sus promotores-redactores), el Plan de Transición hacia la Reforma Horaria no tiene presente la creciente nocturnalización de la economía posindustrial catalana. No me refiero solamente al ámbito del ocio nocturno (cuyo tejido, ciertamente diverso, fue muchísimo mayor a finales del siglo XIX e inicios del XX en la Barcelona industrial, tal y como magníficamente relata el historiador Paco Villar en sus maravillosas obras), sino a la expansión del sector de backoffice para empresas globales, al crecimiento exponencial del servicio aéreo de distribución de mercancías, o incluso al creciente teletrabajo nocturno derivado de, por ejemplo, el refuerzo de la explotación laboral en tiempos de pandemia o, valga otro ejemplo más común de lo que parece, a la realización de reuniones de trabajo con clientes y/o colegas situados en husos horarios muy distantes del nuestro.
El cambio de hábitos sociales y de consumo cultural propuesto desde el Pacto Verde Europeo y adoptado por el Gobierno catalán mediante el mediáticamente silenciado Plan de Transición para la Reforma Horaria constituye un espadazo más al sector del ocio nocturno que tan solo le cabe emular a la resistencia numantina (si es que aún puede). La europeización forzosa de los hábitos sociales y culturales de ciudadanos del Sur de Europa, históricamente vistos como ‘malos ciudadanos’, ‘rebeldes’ y ‘vagos’ por parte de la Europa protestante, y la recuperación de la visión moralista-higienista de ‘la noche’ como inmoral, pecaminosa y peligrosa, no solamente verificaría la existencia de una agenda política para la configuración de un nuevo orden económico, social y moral de la ciudad nocturna posCOVID-19 sino la privación ilegítima del ocio nocturno (no solamente discotequero) como espacio-tiempo de bienestar social y emocional, de construcción comunitaria, inclusión social, emancipación, liberación y recuperación de colectivos LGTBQI+, y de apoyo psicológico mutuo especialmente necesario después de un periodo prolongado de aislamiento y distanciamiento social. La aniquilación de ‘la noche’ no debería ser vista como consecuencia directa del contexto pandémico en el que vivimos, sino de la implementación de una agenda política oculta a la que se le debería combatir, al menos, mediante luces y taquígrafos.
Jordi Nofre es doctor en Geografía Humana por la Universidad de Barcelona. Actualmente es investigador principal FCT en el Centro Interdisciplinar de Ciências Sociais da Universidade Nova de Lisboa.