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La drecera (Periscopi, 2020) es un libro delicado, poético, íntimo y, por qué no, un grito nostálgico hacia un pasado que difícilmente volverá, pero con el que mucha gente se puede sentir identificada; incluso los que no lo han vivido. Escrito en una prosa exquisita, con las palabras justas, narra el viaje de un niño hacia la edad adulta en un pueblo rural situado en la costa catalana. En pocas páginas, unas 150, Miquel Martín nos enseña una naturaleza exuberante que complementa la trama principal. Asegura que ha intentado escribir con “el mínimo de palabras posibles”; y que por eso ha intentado ser lo más exacto posible. El resultado es excelente: una novela que funciona y que atrapa.
“Quería escribir un libro atemporal, un libro con el cual la gente se pudiese encontrar. El tiempo no resulta imprescindible, a pesar de que, como todas las novelas, está situada en uno muy concreto”, asegura el autor.
El reto: encontrar el equilibrio entre la voz infantil y lo que se quería explicar
Miquel Martín reconoce que el gran reto de La drecera era encontrar el tono, una voz narrativa creíble, “que, al fin y al cabo, es lo que le suele dar solidez a una novela. Sabía que, si conseguía encontrar la voz del niño y podía describir ese viaje interior, la novela funcionaría. Trabajé mucho en eso porque desde el principio se me planteó un problema: ¿cómo explicar algo desde la voz de un niño sin que suene infantil?”. Reconoce que luchó mucho para que no se le escapara la voz de escritor. “Encontraba expresiones y metáforas, imágenes poéticas que funcionaban muy bien, pero no sonaban creíbles en la boca de un niño; no quedaban espontáneas ni naturales”. El escritor no quería perder riqueza literaria y de ahí el gran trabajo en la selección de las palabras. Cuenta que, para encontrar la voz narrativa del niño, le hacía leer algunas partes a su hija preadolescente. Visto lo visto, funcionó.
Como el protagonista, el lenguaje, también se transforma: a medida que el niño va alcanzando la madurez a través de una adolescencia convulsa –como la mayoría de adolescencias–, las palabras se afinan y todo se vuelve más tangible; como la vida misma. “El viaje de protagonista recala en la pérdida de la inocencia respecto a diferentes temas: el amor, el dinero, las injusticias”. A lo largo de la novela, el protagonista se va encontrado con diferentes momentos que sacuden su vida y que lo hacen avanzar en su proceso de crecimiento personal.
Miradas de reojo
A la trama pilar del viaje iniciático del niño hacia la vida adulta, se le suma una subtrama que la complementa y que resulta igual o incluso más interesante que la trama principal. De hecho, no se entienden la una sin la otra. El protagonista vive en una masía y sus padres trabajan ocupándose de una casa de verano de una familia pudiente de Barcelona. Dos mundos: el urbano y el rural se relacionan y se miran de reojo, pero en raras ocasiones llegan a tocarse. El entusiasmo inicial por la vida de “los ricos barceloneses” por parte del protagonista de la novela se transforma en recelo y desconfianza a medida que pasan las páginas.
Miquel Martín, que sabe de lo que escribe porque lo ha vivido en sus propias carnes, quería mostrar esos dos mundos que se complementan, pero tenía claro que no buscaba crear un relato de buenos y malos. “Hace 30 o 40 años había cierto equilibrio entre la gente que venía de fuera, los habituales o el turismo ocasional, y la gente que vivíamos aquí [en referencia a la Costa Brava]. El paisaje aún no había sucumbido a la presión urbanística feroz y la naturaleza formaba parte de nuestra infancia. Había muchísima gente que vivía de la tierra y que vivía en masías; gente que se dedicaba a la pesca o a la viña. Ahora todo eso se ha borrado y se ha perdido. Y sí, el cambio ha sido a peor. Nos hemos cargado aquello que daba belleza y sentido a nuestro territorio: la mezcla entre el mar y el interior”.
Ahora la Costa Brava vive casi al 100% del turismo “y los pueblos han perdido su identidad de pueblo, la calidez de la vida en la calle”. El autor recuerda que de pequeño había cierto antagonismo entre la gente que llegaba de fuera y los autóctonos, pero que la convivencia solía ser buena. “Ese equilibrio ha desaparecido y eso ha coincidido con la destrucción del paisaje. En Begur, por ejemplo, se han cometido crímenes ambientales brutales, y menos mal del trabajo de algunas asociaciones que con su empeño han podido parar algunas de esos destrozos”.
Martín, sin embargo, no quiere crear dos bandos: “Hay veraneantes que vienen aquí y cuidan el entorno y gente autóctona que estimula la especulación. Sería maravilloso si el turismo de la Costa Brava no estuviese concentrado en un mes y medio: nos gustaría tener un turismo que tuviese consciencia y que se repartiese a lo largo del año, que no solo fuera de sol y playa. En definitiva, un turismo más cultural”.
¿Avance del nature writing?
Si bien la naturaleza tiene un peso importante en la novela y resulta un elemento fundamental con la que el protagonista se relaciona de manera muy estrecha, Miquel Martín evita clasificarse como nature writer, una etiqueta que cada vez cobra más popularidad en nuestro país (no así en Gran Bretaña, donde las novelas pastorales siempre han ocupado un lugar importante en las listas de los más vendidos).
“De todos los libros que he escrito, este es, quizás, donde la naturaleza aparece menos, a pesar de aparecer mucho. No quería hablar de la naturaleza, pero en el libro es importante. Sin embargo, el protagonista es el viaje interior de ese niño que transita hacia la adolescencia. Quería hablar de amistad, belleza, literatura, lo intangible. La naturaleza y el paisaje fueron esenciales para la gente de mi generación: para ir a la escuela tenía que pasar por diferentes masías, y no se puede explicar aquella época sin la naturaleza, pero en esta novela la naturaleza funciona como un decorado”.
Sobre una hipotética vuelta a la naturaleza
La crisis sanitaria que vivimos está intentando mandar algunos mensajes sobre nuestro modo de vida, pero parece que no llegan. “Lo que estamos viviendo es muy gordo y no tenemos plena consciencia, pero todo esto debería ayudar a cambiar nuestra relación con el entorno, ser más conscientes de los recursos que tenemos y cuidarlos. Eso pasa por cambiar el estilo de vida consumista en el que vivimos inmersos, pero soy escéptico y en estos momentos confío poco en la respuesta de la humanidad y el poder. El poder solo se mueve por poder y resulta muy complicado cambiar las cosas. Además, tenemos una memoria muy frágil”.
…»cambiar el estilo de vida consumista en el que vivimos inmersos, pero soy escéptico y en estos momentos confío poco en la respuesta de la humanidad y el poder».
Coincido. La gente, si puede, quiere consumir, poca es la gente concienciada con el problema que nos está superando a causa de este modo de vida consumista promocionado incesantemente por la letal, genocida, dictadura del capital. Y como la mayoría se informa por los medios del capital es lógica esta inconsciencia colectiva que nos arrastra a todxs, dormidxs y despiertxs, al matadero.
Las generaciones anteriores a la mía eran más austerxs, sabixs y sensatxs.
La Tierra es sabia y los agricultores de hace 30/40/50 años (los que yo conocí) la sabían observar y aprender de ella.
También hay que decir que había menos distracciones que ahora, ni tiempo, ni ganas a causa del cansancio.
Eran los tiempos en que a las aldeas pequeñas llegaba una televisión para todo el pueblo, se empezaba a mecanizar la agricultura, hasta entonces lo hacían todo a mano, «artesanalmente», trabajando como mulos y con la impagable «colaboración» de éstos. (para labrar, para acarrear los productos).
La luz ya había llegado, pero el agua todavía no.
Las subvenciones de la PAC tampoco.
A causa del duro trabajo y de estar expuestos todos los días a los rigores climáticos, con 30 años la gente aparentaba 70.
En verano llegaba algún visitante de la ciudad que, con sólo desearte buenos días, la gente del pueblo le invitaba a tomar algo. Para nosotrxs, lxs del pueblo, eran gente elegante, de caras y manos blancas y cuidadas.
Los del pueblo, mis padres, escondían, como avergonzados sus manos, como si fueran una deshonra las manos de un trabajador del campo. Hoy, con la experiencia que tengo, creo que nunca ha habido unas manos más honestas que las de lxs agricultores de aquellos tiempos ni motivos para sentirse más orgullosxs de ellas.
Los nuevos agricultores llevan tractores con la cabina climatizada y las cosechas se recogen con máquinas; los nuevos agricultores, como los tiempos, ya no son abiertos, ni se les oye cantar como a los agricultores que yo conocí en mi niñez.
CONTAMINACION EN CIUDADES, CONTAMINACION EN SUELOS Y RIOS.
Según Ecologistas en Acción, las ciudades europeas se enfrentan a más contaminación que antes de la pandemia debido a un aumento del uso de coche.
Las emisiones contaminantes en ciudades como Madrid podrían aumentar hasta un 27 %.
La caída del 58 % de la contaminación atmosférica en las principales ciudades del Estado español durante las semanas del confinamiento podría dar paso a un repunte de las emisiones derivadas del tráfico. Debido a que mucha gente está evitando el transporte público por miedo al contagio de la COVID-19, el uso del vehículo privado va en aumento en la mayoría de las ciudades europeas, y en algunos casos ya ha superado los niveles anteriores a la pandemia.
un aumento en las emisiones contaminantes de óxidos de nitrógeno sería una terrible noticia para todas las ciudades, pero especialmente mala para Madrid, Barcelona y Granada. Estas ciudades ya se enfrentan a niveles de contaminación por óxidos de nitrógeno por encima de los límites legales de la UE.
Las emisiones de otro contaminante muy peligroso, las partículas en suspensión (PM 2.5) podrían aumentar hasta un 7 % si se conduce un 10 % más de kilómetros y hasta un 33 % si se conducen los vehículos privados un 50 % más.
El informe ‘Lindano, presente de un legado tóxico’.
El estudio constata la continuidad de la presencia del pesticida HCH-lindano en casi todas las cuencas hidrográficas en 2017 y 2018, que presumiblemente continúan en la actualidad, ante la falta de actuaciones y medidas.
Destaca la paradoja de que las normas sobre calidad del agua de consumo humano son menos rigurosas que las exigencias sobre calidad ambiental de aguas superficiales.
El informe incluye la detección, en las inmediaciones de los suelos contaminados, de elevadas concentraciones de HCH-lindano en la madera de árboles.