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Ilustradoras botánicas: las flores también son como nos las pintan

La ilustración ha jugado a lo largo de la historia un papel fundamental en la investigación y divulgación botánica. Pero, como en muchas otras disciplinas, el rol de las mujeres ha menudo ha quedado opacado. Una exposición del Real Jardín Botánico de Madrid viene a paliar esa deuda.
Ilustradoras botánicas: las flores también son como nos las pintan
Leafscape. © Úrsula Romero. Acuarela sobre papel. Cortesía de la artista Foto:

Conocer el mundo natural pasa a menudo por ponerle nombre a cada elemento y saber distinguirlo por sus detalles más pequeños del que tiene al lado. Diferenciar un pájaro de otro pájaro, una flor de otra flor. Por eso, a lo largo de la historia, la ilustración ha sido una herramienta clave para acompañar a disciplinas como la botánica, la entomología o la zoología. Pero en ese campo –como en todos–, el papel de las mujeres a menudo se ha perdido en los silencios de la historia. Eso es lo que intenta reparar la exposición Ellas ilustran botánica, que se puede ver en el Real Jardín Botánico de Madrid hasta el próximo 18 de mayo.

Organizada en colaboración con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el grupo de investigación Arte, Tecnología, Imagen y Conservación del Patrimonio Cultural de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, la muestra reúne más de trescientas obras y reproducciones de mujeres ilustradoras científicas botánicas desde el siglo XVII hasta la actualidad.

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Rosa canina L. © Marie Fortier. Obra original, tela y alambre. Instituto Cardenal Cisneros de Madrid

Aunque la mayoría de las artistas seleccionadas vivieron en el ámbito anglosajón, francés o del centro de Europa, hay también ejemplos de pioneras españolas, como Blanca Catalán de Oyón (1860-1904), considerada la primera mujer que se dedicó a la botánica en este país, y en cuyos herbarios se recogen flores raras que nadie había descubierto antes; o Paula Millán Alosete (1899-1979), una mujer sorda nacida en una familia de artistas que se convirtió en una de las pocas que realizaron exposiciones individuales en su época.

Restaurar la memoria de estas artistas no supone solo llenar los huecos de una genealogía incompleta. Las características específicas de su trabajo, en la linde entre muchos mundos, convierten sus historias en un viaje revelador por el camino de emancipación de las mujeres a lo largo del tiempo, además de plantear sugerentes preguntas sobre la relación entre la ciencia y el arte.

Voluntad científica y talento artístico

Paseando por las salas del Pabellón Villanueva, a las que se llega atravesando los parterres –vehementemente en flor en estos días—del Jardín Botánico, lo primero que salta a la vista es una constatación: la de que hay muchas maneras de hacer realismo. En la manera de trabajar de cada una de estas artistas, la precisión que exige la voluntad científica se une con el talento artístico y la personalidad con la que cada una dota a sus representaciones, dando lugar a soluciones muy diferentes. Dibujos precisos a lápiz, iluminaciones con acuarela, tintas, litografías, guasch, pan de oro… Son muchas las técnicas con las que se exploran minuciosamente los no menos diversos mundos que habitan cada pequeña parcela o rincón: flores y frutos, hojas y hierbas, setas, cactus, algas.

En algunos casos, emplean incluso técnicas importadas de otras prácticas, como las flores modeladas con seda y alambre que le valieron a Marie Fortier (1844-1931) llegar a ser parte de la Sociedad Botánica francesa, pero que había empezado elaborando como adorno para sombreros a la moda en el taller de tapicería de su padre. Otras se subieron al carro de las innovaciones tecnológicas, como Cecilia Louisa Glaisher (1828-1892) o Anna Atkins (1799- 1871), que fueron pioneras a la hora de aplicar la fotografía a la representación botánica. En el caso de Atkins, su minucioso trabajo de recogida alcanza una bella y misteriosa representación a través de la cianotipia: en su libro sobre algas de las Islas Británicas, las imágenes son, en efecto, de un color tan azul como puede esperarse del mar.

Y es que no solo el detalle taxonómico contribuye a la representación precisa de los especímenes: en algunas obras parece entrar en juego también algo así como una intuición, una manera de captar lo que se tiene delante. En las coloridas flores e insectos sobre fondos negros de las hermanas Barbara Regina y Margaretha Dietzsch (1706-1783; 1726-1795) o en los collages de Marta Chirino Argenta (*1963), de los que hojas y pétalos parecen ir a desprenderse con ligereza, el rigor no está reñido con una mirada que exalta la belleza de las formas, su sugerencia.

Primeros pasos en la ilustración botánica

Hasta entrado el siglo XVIII, el único papel que se permitía a las mujeres en la botánica era el cuidado de las plantas. Rompiendo con los roles de cada época, muchas fueron logrando entrar en ese mundo ejerciendo distintos papeles en el trabajo de investigación. El de la ilustración fue uno de ellos.

Las primeras incursiones de las mujeres en este campo llegaron de la mano de representaciones que se adecuaban bien al ámbito de lo doméstico, como los bodegones o los cuadros relativos a la floricultura. Los realizaron artistas en cuyo ámbito familiar se daban el ejemplo y las condiciones para aprender, como Anna Maria Vaiana (1604-1655), cuyos grabados de jarrones llenos de flores constituyen un curioso precedente, o Giovanna Garzoni (1600-1670), que con sus insectos entre frutas le dio una misteriosa variante del gusto barroco por representar alimentos.

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Ficus carica (Higuera). © Maria Sibylla Merian. Biblioteca histórica Universidad Complutense de Madrid

Otras manera de acceder al ámbito público en esa primera época fue a través de mecenas: Augusta Innes Withers (1799-1877), por ejemplo, fue pintora de flores y frutas para las reinas británicas Adelaida y Victoria. Con sus dibujos y acuarelas tuvo tanto éxito que muchas de sus admiradoras se hicieron también ilustradoras botánicas. Hay también historias curiosas como la de Beatrix Poter, que además de dibujar animales en sus cuentos infantiles, también fue una reputada micóloga: sus dibujos de setas son tan minuciosos y evocadores como su famosísimo conejito Peter, que en realidad fue para ella un plan B ante las dificultades de dedicarse a la ciencia.

Otra de las vías que muchas encontraron para poder incorporarse a ese trabajo fue acompañar enn expediciones científicas a sus maridos, para quienes a menudo realizaban ilustraciones o informes. Fue por ejemplo el caso de Agnes Chase (1869 – 1963), que tras décadas a la sombra de sus dos sucesivos esposos acabó por convertirse en una de las graminólogas más importantes de Estados Unidos. Aunque no con eso acabasen sus tribulaciones: casi al final de su carrera, se le negó la posibilidad de participar en un viaje de investigación en Panamá para no “distraer a los hombres” que lo integraban.

La ilustración como modo de abrirse camino

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Marianne North. The Board of Trustees of the Royal Botanic Gardens, Kew.

En la cuestión de los viajes jugaron un papel importante las colonias de las diversas potencias, a las que se acudía a documentar flora y fauna nueva para los ojos europeos. También en lo artístico empezó a nacer un gusto por lo exótico en el que muchas de estas artistas se labraron hueco. En una de las salas de la exposición saltan a los ojos los colores de Marianne North (1830-1890), una mujer que se definía a sí misma como «un pájaro muy salvaje, amante de la libertad». Como los que, efectivamente, pintaba en los viajes que en su caso sí que consiguió hacer sin tutelas masculinas. Con 25 años se embarcó con Darwin en un grand tour, y a la muerte de su padre heredó una fortuna que gastó en conocer diversos países tropicales.

North desafiaba las convenciones de la época no solo por eso, sino también por la técnica: no empleaba la acuarela, más aceptada para las señoritas por su aparente delicadeza, sino el óleo, que aguantaba mejor las condiciones de humedad de los lugares en las que trabajaba. Pero que, por otro lado, le obligaba a pasar ratos muy largos trabajando en el mismo lugar, lo que la convirtió en una gran conocedora de los ecosistemas que representaba. En sus obras, las especies que reproduce aparecen contextualizadas, pintadas en su entorno natural, lo que lleva a considerarla como una de las primeras ecólogas. Como reconocimiento, varias plantas llevan su nombre. Por ejemplo, la Nepentesa northiana, en un gesto muy alineado con su temperamento: es ni más ni menos que la planta carnívora más grande del mundo.

Para profundizar en la obra de estas artistas y en sus vidas, en paralelo a la exposición se ha elaborado un particular catálogo, que con la forma de una carta de color articula una audioguía cuyos textos están locutados, además, por científicas contemporáneas. Ha sido publicado por la editorial CSIC, que también ha editado Ellas ilustran botánica: arte, ciencia y género, un libro que profundiza en los contenidos de la muestra.

Ilustradoras botánicas del siglo XXI

El acceso de las mujeres a la ilustración botánica se normalizó a partir del siglo XIX y, sobre todo, del XX, con nombres como los de Mary Emily Eaton (1893-1961), Jeannette Klute (1918-2009) o Victoria del Val (1922-2005). Las últimas salas de la muestra se dedican a su trabajo, realizado ya de manera profesional para jardines botánicos o revistas. En sus obras se incorporan también nuevas técnicas como el microscopio, los rayos X o las herramientas digitales. En cuanto a lo artístico, se reflejan dos tendencias: o el hiperrealismo de artistas que van mucho más allá de lo que podemos ver a simple vista; o el conceptualismo de otras que prefieren emplear sus ilustraciones para sintetizar conocimientos cada vez más complejos.

¿Y en el siglo XXI? La ilustración botánica no ha desaparecido, aunque más que a la investigación, hoy en día se aplica a la divulgación, además de cruzarse con otros sectores, como el publicitario o el audiovisual, como muestra el trabajo de jóvenes ilustradoras como Aina Bestard, Émilie Vast o Katie Scott; además de artistas como Ana Lamata, Irene Durán, Susana González o Carmen Ledesma, que han llevado sus herbarios a lo tridimensional con materiales como la seda, el papel o la cerámica.

Para dar cuenta de lo vivo de este campo, la exposición se completa con la Green Open Gallery, una convocatoria abierta a ilustradoras científicas botánicas actuales de todo el mundo que ha conseguido recabar más de seiscientas aportaciones, exhibidas en las paredes de un último pabellón de la muestra.

Dice en un poema la escritora malloruina Antònia Vicens: «Morir-te / encara no / tens massa deutes / amb les flors» («Morirte / todavía no / tienes demasiadas deudas / con las flores»). Tal vez esas no puedan llegar a saldarse, pero las que tenemos también con quienes dedicaron su vida a conocerlas mejor y a ayudarnos a que también lo hiciéramos, sí que podemos empezar a pagarlas.

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