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Si la tasa actual de deforestación se mantiene en la Amazonia brasileña durante los próximos años, su punto de inflexión llegaría en 2021: más allá de ese momento, los patrones de lluvia cambiarían y la selva tropical tendría dificultades para mantenerse, degradándose lentamente hasta convertirse en una sabana más seca. Son los cálculos de Monica de Bolle, una economista del Instituto Petersen de Política Internacional de Estados Unidos.
En un informe publicado este jueves, la experta pone el foco sobre las políticas del presidente brasileño: «De acuerdo con sus promesas de campaña nacionalista de extrema derecha, el gobierno de Jair Bolsonaro se ha alejado intencionadamente de los esfuerzos para combatir el cambio climático y preservar el medio ambiente, lo que ha envalentonado a los agricultores, madereros y otros actores a participar en actividades depredadoras en la selva tropical».
En los próximos días, se espera que el Gobierno de Brasil presente un proyecto de ley que dará más margen a la minería en el país, incluido el permiso para minas en tierras indígenas, tal y como anunció el pasado 3 de octubre el ministro de Minas y Energía, Bento Albuquerque. Según explicó Albuquerque, el proyecto de ley también buscará legalizar más minas salvajes e independientes a pequeña escala que ahora operan de manera ilegal.
El pasado agosto, se registró en la selva brasileña la mayor cantidad de superficie quemada desde 2010, según los datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, lo que desde este organismo atribuyen a «un desmantelamiento de la Amazonia». Esto ocurría después de que en julio ya se cuadriplicase la cifra sobre deforestación respecto al mismo periodo del año anterior.
Aun así, Bolsonaro presumía de política ambiental en la 74º Asamblea General de la ONU celebrada en septiembre. También en ese mes, un análisis publicado en Mongabay alertaba de que es improbable que Brasil logre los objetivos del Acuerdo de París. «El aumento de los incendios en la selva amazónica en agosto iluminó gráficamente cómo Brasil se está moviendo en la dirección opuesta a sus objetivos de cambio climático, que incluyen, entre otros criterios, cero deforestación ilegal para 2030″, explicaban expertos preguntados por Mongabay.
La Amazonia, lejos de ser el pulmón del mundo —un mito que se ha repetido erróneamente: este papel corresponde a los océanos—, es «una bomba de carbono», según la economista Monica de Bolle. Tal y como explica en su estudio, la selva tropical amazónica almacena entre 60.000 y 80.000 millones de toneladas de carbono. «Prender fuego al bosque para la deforestación puede liberar hasta 200 millones de toneladas de carbono a la atmósfera al año», estima de Bolle, lo que estimula el cambio climático «a un ritmo mucho más rápido».
Para de Bolle, «la atención internacional brinda una oportunidad para que los gobiernos de Brasil y Estados Unidos dejen de negar el cambio climático y cooperen en estrategias para preservar la selva tropical y desarrollar formas de utilizar sus recursos naturales de forma sostenible». La política de Bolsonaro ya ha servido para que Alemania y Noruega, los principales donantes al Fondo Amazonia —el mecanismo de cooperación internacional que tiene como objetivo proteger la selva amazónica—, congelaran sus ayudas a este fin: una partida de 30 millones de dólares en total para este año.
«La comunidad internacional debería revivir y expandir el Fondo Amazonas para invertir en formas de reducir la deforestación mediante el posible uso de los pagos por servicios ambientales [se trata de instrumentos económicos diseñados para dar incentivos a los usuarios del suelo, de manera que continúen ofreciendo un servicio ambiental beneficioso para la sociedad]», sugiere en su informe de Bolle. «Brasil debería adoptar y hacer cumplir las regulaciones sobre el uso de la tierra en la región amazónica mientras se toman medidas enérgicas contra los usos ilegales, como la tala y la minería, y debería restaurar las políticas de crédito rural condicional para combatir la deforestación», concluye la economista.