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Clara, una abogada recién divorciada después de 20 años de matrimonio, acepta defender la causa de un joven activista ecologista en un caso de especulación inmobiliaria. La cosa se complica cuando, primero, la urbanización que está denunciando resulta ser un proyecto de su exmarido, y segundo, Clara se salta un poco la deontología profesional al iniciar una relación clandestina con su cliente, 10 años más joven que ella.
Parece un telefilm alemán de la tarde de hace un par de años o un episodio un poco moderado de The Good Wife o The Good Fight, pero es una película española, de 1990 y con directora mujer, Josefina Molina. Es más: con Miguel Bosé de protagonista, como el joven y comprometido activista por el medio ambiente, contra la especulación y por el amor en todas sus formas. Se llamó Lo más natural.
«Es una película hija de su tiempo», explica Joaquín Oristrell, guionista de la misma y conocido por su trabajo en Todos los hombres sois iguales o Cuéntame cómo pasó, por mencionar dos entre más de ochenta series y películas. «El medio ambiente no era tanto el tema como hablar de las relaciones. De alguna manera, una dramedia romántica. Entiendo que tanto en ese sentido, de hablar de divorcio o de diferencias de edad, como en el del ecologismo, hemos avanzado mucho».
Aunque se menciona el cambio climático, que ya empezaba a ser tema recurrente en los telediarios (el primer informe del IPCC se publicó precisamente en 1990), el tema ecologista de la película es la conservación de una playa en una zona protegida, en una operación urbanística algo turbia. El tono es más o menos de comedia y juega con que el exmarido de la protagonista (Charo López) la había abandonado por una chica más joven, en espejo de la aceptación social de la relación de ella.
«A José Sámano, el productor, y Josefina Molina, que iba a ser la directora, les llamó la atención el tema ambiental porque apenas se trataba en la ficción, casi nada en la española», recuerda Oristrell. «Se hablaba con el tema actual, en ese momento, que era la película. Mi idea era que Lo más natural hablaba de una ecología de los sentimientos, en la que participan todos los personajes y se presentan formas más particulares de entender la familia». En mayo de 1990, cuando se anunció el rodaje, las crónicas periodísticas hablaban de la pareja Charo López-Miguel Bosé y la escasa representación de esa diferencia de edad (13 años, ella en ese momento 47 y él 34) en el cine español. Para Bosé, el amor por la naturaleza de su personaje era paralelo a la atracción que sentía por el personaje de López, porque era «lo más natural».
Aunque está disponible en DVD si se tiene paciencia, la película es inencontrable en streaming. YouTube y la celebridad de Bosé contribuyen a que esté disponible una secuencia de 7 minutos en la que Andrés (el ecologista susodicho) se viene arriba en un aeropuerto y empieza a abroncar a los presentes sobre su consumo, cómo tratan el plástico y demás, acabando con la paciencia de su abogada y amante.
«Bosé era un actor muy comercial entonces, un rostro icónico» recuerda el guionista. «Él quiso hacerlo, y en parte el personaje estaba pensando para que lo interpretase así, porque estaba muy de acuerdo con el discurso de Andrés. Era un personaje con defectos, además, idealista pero no idealizado, porque la idea era que no hubiese buenos ni malos y ponernos también en la piel del exmarido, por ejemplo».
Josefina Molina (ganadora del Goya de Honor en 2011 y del Premio Nacional de Cinematografía en 2019) es una de las directoras «olvidadas» de los 80-90, predecesoras de la actual oleada –Carla Simón, Alauda Ruiz de Azúa, Elena Martín, Elena López-Riera–. Venía de hacer Esquilache (1989), por la que estuvo nominada a Mejor Dirección, y Oristrell recuerda que «le gustó poder centrarse en el protagonismo femenino de una mujer ya madura».
Lo más natural se estrenó en septiembre de 1990 y metió en las salas de cine a unas 422.000 personas, según recoge el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales (ICAA), recaudando algo más de 163 millones de las antiguas pesetas, unos 980.000 euros al cambio (y sin ajustar a la inflación). Las críticas profesionales no fueron espectaculares, se vio como un drama desangelado y «sin química» entre los protagonistas (por ejemplo, en Fotogramas).
Oristrell hace balance y admite: «No la he vuelto a ver en muchísimo tiempo». «Entiendo que hemos superado muchas cosas que se planteaban en ella. Pero todavía queda mucho que andar, porque una cosa es que los ecologistas sean los ‘buenos’ en la ficción y otra que todo el mundo lo vea así en la realidad. Una cosa son las series y películas y otra la vida», cuenta.
En cuanto a la crisis ecológica, que sigue sin ser un tema que se trate habitualmente en la ficción española, apunta: «El cambio climático es algo de lo que venimos hablando, como sociedad, desde hace mucho tiempo… y parece que no pasa nada. Es como una parte del presente que no quieres ver, aunque que está ahí». Y añade: «Ten en cuenta que las películas necesitan un dinero para producirse. Un dinero que suelen poner personas que pertenecen a grupos que igual no están muy contentos con que se hable de cambio climático».