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En Armageddon (1998), de Michael Bay, el personaje de Harry Stamper, interpretado por Bruce Willis, un rudo perforador de petróleo, aparece por primera vez lanzando pelotas de golf desde una plataforma a un grupo de activistas climáticos que protestan contra los combustibles fósiles.
También hay que decir que un año antes, en 1997, se estrenó El mundo perdido, segunda parte de Jurassic Park, dirigida por Steven Spielberg, donde un personaje secundario es también identificado como activista, precisamente, de Greenpeace. Se trata de Nick Van Owen (Vince Vaughn), presunto fotógrafo al que cuando le preguntan qué le atrajo del movimiento ecologista responde: “Las mujeres”. A media película se revela como una máscara: Nick pertenece también a la organización Tierra Primero y está allí para liberar a los dinosaurios.
A finales del siglo XX, cuando el ecologismo se convirtió en parte del discurso mainstream de los medios, proliferaron las producciones, muchas de ellas infantiles, que lo incluían en la base de sus historias. Desde la clásica David el Gnomo (1985) hasta Pocahontas (1995) o la australiana Ferngully (1992). En la ficción adulta, el joven activista idealista ya no era un hippie socialista, sino ecologista, y hasta era un plus de atractivo, como el amante jovencito de la protagonista de la comedia española Lo más natural (1990), de Josefina Molina.
¿Hemos ido a peor o a mejor en la representación ficcionada del activismo por el medio ambiente? Para el caso, hemos hablado con la organización que más aparece con nombres y apellidos en algunos de esos títulos, sea para bien o para mal: Greenpeace. Lara Aparicio, de Greenpeace España, asegura: «No encontramos una evolución necesariamente negativa en la forma en la que se ha representado el activismo climático y medioambiental en las últimas décadas”.
Sin salirnos de España, tenemos un puñado de series recientes que ridiculizan o ‘supervillanizan’ el activismo climático. En Bellas Artes (2024), un director de un museo de arte contemporáneo interpretado por el actor argentino Óscar Martínez fantasea con disparar a dos jóvenes que se han pegado a la pared junto a un cuadro famoso. En Bienvenidos a Edén (2022) los ‘malos‘ son una organización ecologista e igualitarista convencida de que el colapso climático es inevitable.
Eso por no hablar de comedias como Un hípster en la España vacía (2024), en las que las convicciones ecologistas del protagonista se presentan como inaplicables y propias de un joven de ciudad sin mucha idea (algo que, irónicamente pero de forma involuntaria, es probable que sea una inversión exacta del perfil medio del activismo climático en nuestro país, aunque no sea el más mediático).
Aparicio nos recuerda el caso ya comentado de Armageddon y el golf, pero también cómo, tres años antes, en Doce Monos (1995), también con Bruce Willis de actor protagonista, una pandemia la causaba un atentado animalista. «Y no sería la única historia en la que se culpa a los activistas animalistas de todos los males». Ya desde el humor, Futurama (1999) presentaría a unos conservacionistas que han enseñado a su león a comer tofu.
La portavoz ecologista considera que en el actual contexto «puede haber intentos del poder establecido para criminalizar y desacreditar al ecologismo también en las producciones de ficción, ya que el cine es un arma cultural potentísima». «Pero –añade– tenemos que quedarnos con que hay una mayoría de autores y autoras comprometidas con la lucha contra el cambio climático y que cada vez más eligen este tema como el eje vertebral de sus historias”.
Criminalización en la vida real
Ejemplos de criminalización en la vida real no faltan. Una veintena activistas de Futuro Vegetal denunciados en España por daños de medio millón de euros de valor cuando protestaban de forma pacífica, e incluso acusados de ser una organización criminal. Una petición de 21 meses de cárcel para 15 miembros de Rebelión Científica por lanzar zumo de remolacha. Condenas de prisión para los militantes de la organización Última Generación en Alemania. O Greta Thunberg detenida durante una manifestación no violenta (da igual cuando leas esto).
Los medios, opina la representante de Greenpeace, «se quedan en lo superficial del activismo climático, y el cine, como cualquier industria cultural, puede perpetuar esos estereotipos. O no. En cualquier caso, y a pesar de los intentos deliberados de algunos grupos, los estudios demuestran que la población está cada vez más concienciada con la amenaza de la emergencia climática».
También nos pone un ejemplo de buen tratamiento del activismo que admite controvertido: Sabotaje (2022), de Daniel Goldhaber. Una película de ficción basada en el ensayo Cómo dinamitar un oleoducto, del activista sueco Andreas Malm, y que pasa del dicho al hecho presentando a un grupo de jóvenes activistas que deciden, bueno, eso, volar por los aires un oleoducto.
!En esta película toda la trama gira en torno a un grupo de activistas climáticos y sus motivaciones», explica Lara Aparicio. «Esto ya es un paso, porque normalmente los activistas son meros personajes secundarios o catalizadores de la historia. Desde Greenpeace defendemos la acción directa no violenta, pero es muy interesante el dilema moral que se plantea, cómo los personajes llegan a ese punto y los debates que mantienen sobre si lo que van a hacer está justificado».
La ecologista añade: “Desde Greenpeace apostaríamos también por una representación más sutil y variada del cambio climático en la ficción, que vaya más allá de superproducciones sobre desastres climáticos”.