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Predecir el tiempo es una tarea complicada y se vuelve imposible de hacer en el largo plazo. Lo es para los mejores modelos meteorológicos, profesionales del sector y, por supuesto, muchísimo más para aquellas personas que aplican técnicas sin base científica, a quienes no se les debería comparar jamás con los primeros.
Una tarea difícil
¿Quién no ha escuchado o dicho alguna vez que nuestros abuelos eran capaces de saber el tiempo que iba a hacer mirando el cielo? Existen incluso refranes que nos hablan sobre estas previsiones (“cielo empedrado, suelo mojado”, por ejemplo), y es cierto que en algunos casos tienen sentido. Existen patrones típicos que nuestros antepasados conocían bien y con los que podían anticiparse al tiempo que podía hacer en el futuro más inmediato. Pero, por mucho que mirasen al cielo, jamás pudieron hacer una previsión exacta para entonces, ni para el medio plazo, ni mucho menos con varios meses vista.
Hace bastante tiempo que se sabe que hacer una previsión meteorológica no es fácil. En 1922, Lewis Fry Richardson publicó un trabajo donde encontramos la primera calculada usando las ecuaciones que gobiernan nuestra atmósfera. Era una previsión para una región de Europa central con 6 horas de antelación a la que le dedicó 6 semanas de cálculo (además, obtuvo una variación de presión disparatada que, en realidad, no estaba mal del todo… pero el motivo se supo más adelante).
Consciente del sinsentido de aquello, Richardson imaginó que para poder resolver esos cálculos en un tiempo coherente serían necesarias decenas de miles de personas trabajando de forma coordinada. Finalmente, no fueron ‘calculadores humanos’ quienes hicieron realidad ese sueño, sino el desarrollo tecnológico.
La atmósfera y su naturaleza
La calidad de los pronósticos meteorológicos ha aumentado considerablemente según ha mejorado la capacidad de computación y la calidad de las mediciones que se hacen. Para saber qué tiempo hará se necesita realizar muchísimos cálculos y asimilar una cantidad ingente de datos provenientes de estaciones y sondas meteorológicas, aviones, barcos o satélites, por lo que no es de extrañar que los ordenadores más potentes del mundo se utilicen para este fin.
De todas formas, por muy buenas que sean estas computadoras y lo mucho que sigan mejorando, nunca podremos pronosticar el tiempo de dentro de 10 días con la misma fiabilidad que el de mañana. ¿Por qué? La propia naturaleza caótica de la atmósfera tiene la respuesta: una pequeñísima variación en el dato inicial que estamos introduciendo en la ecuación puede dar soluciones muy distintas en el futuro. Tal vez no se note demasiado a corto plazo (aunque depende de la situación), pero sí puede hacerlo en el medio y, sobre todo, lo hará en el largo.
Por este motivo, en este campo no se trabaja con previsiones ‘únicas’, sino que se resuelven las ecuaciones varias veces con diferentes valores parecidos entre sí; se obtienen diferentes soluciones y eso nos lleva a hablar de probabilidades de que ocurra determinada situación. Aun así, nunca podremos hacer una previsión concreta para dentro de un mes porque las soluciones serán muy distintas entre sí. ¡Podría pasar casi cualquier cosa!
Tal vez todo esto pueda parecer una flaqueza de la meteorología, pero no lo es. Simplemente funciona así y hemos aprendido a trabajar con ello. Al conocer la incertidumbre intrínseca en esta ciencia podemos no sólo contar qué tiempo es el más probable que tengamos estos días, sino actuar en consecuencia minimizando los daños que pueda tener para la sociedad tal como se hace desde las administraciones, sobre todo en condiciones potencialmente peligrosas.
Separar la ciencia (meteorología) de la ficción (cabañuelas)
Seguramente la población no conoce todo esto que acabo de contar. Es más, me atrevería a decir que tampoco necesita saber todos los entresijos que hay detrás del símbolo de sol, nube y lluvia, o del «70% de probabilidad de precipitación» que ve en la app de su móvil (soy de la opinión de que no podemos tener conocimientos de absolutamente todo). O, al menos, no se necesita saber eso para darle más credibilidad a un pronóstico emitido por los profesionales del sector que a uno hecho por alguien usando técnicas de dudosa base científica.
En cualquier caso, es entendible que se siga con interés el momento en el que una marmota determina el final del invierno en función de si ve su sombra o no (hasta a mí me parece entretenido), o le parezca curiosa la previsión anual que se ha hecho históricamente en su localidad basándose en las cabañuelas. Estos últimos son métodos con interés y valor cultural y, por ello, tenemos que reconocerlos y respetarlos como tal… y como nada más.
Ni un animal, ni la humedad del suelo durante 10 días, ni la fase de la Luna, ni ninguna otra técnica ancestral va a poder predecir jamás el tiempo a largo plazo de forma fiable. Mucho menos va a poder hacerlo, incluso en el corto plazo, si la situación es completamente excepcional, tal como ocurrió con la borrasca Filomena. Ante lo que estamos viendo estos últimos meses con determinada ‘información’ que se está publicando, me surge la duda de si se está equiparando la ciencia con la ficción y, sobre todo, si realmente la sociedad está siendo capaz de separar ambas cuestiones.
También me pregunto qué podemos hacer ante esta situación para no agrandar esa bola, para seguir poniendo en valor esta ciencia y el trabajo de cientos y cientos de personas que contribuyen a realizar medidas más fiables, modelos mejores, comunicación más efectiva… y para esto sí se me ocurren dos respuestas. La primera, seguir explicando cómo funciona este campo, aunque tal vez esto no sirva para algunas personas. La segunda seguramente sea más efectiva: no dar publicidad a ese tipo de ‘previsiones’ y contribuir sin quererlo a que tengan éxito. La meteorología es divertida, sí, pero en ocasiones no es un juego y son aspectos económicos, materiales o personales las fichas que están sobre el tablero.
Una meteoróloga que conocí estas vacaciones de verano decía que no se podía predecir a más de tres días. Y a veces ni éso.
Ten en cuenta que en tiempos de mis abuelos, que eran del campo, el clima estaba mucho más estable y limpio. Yo recuerdo sus predicciones y te diría que se equivocaban poco.
Hoy, con este caos climático, un clima «manipulado» por la intromisión de tantos factores artificiales, no creo que fueran capaces de predecirlo.
Sólo por poner un ejemplo, los espárragos silvestres antes salían en primavera, ahora los ves todo el año, los árboles que florecían en primavera, como el níspero, lo vía florecido la semana pasada.