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Cuando el agua se congela y se hace el hielo, aumenta de volumen. Es un sólido inorgánico. Absorbe la luz en el extremo rojo del espectro. Se encuentra en la naturaleza. No viola la tercera ley de la termodinámica. Su densidad a 0ºC es de 0,9167 g/cm3. Su fórmula química es H2O.
Nancy Campbell (Reino Unido, 1978) ha escrito un libro redondo. La biblioteca de hielo (Ático de los libros, 2020) es un ensayo que traza la historia del hielo y un recorrido literario a través del frío y la nieve ante el cual resulta complicado quedarse indiferente. Escrito con una pluma excepcional, la escritora británica recrea una serie de imágenes árticas en las que el lector puede llegar a oír el crack del hielo rompiénsoe bajo sus pies. Toda una experiencia.
Tras diez años de documentación exhaustiva y múltiples viajes a Islandia y Groenlandia, Campbell consigue con este ensayo hacernos reflexionar sobre la magnitud del cambio climático desde una perspectiva global. No es un libro de viajes, ni un libro sobre ciencia, es una clase magistral de historia, naturaleza y literatura.
La curiosidad de la autora por el hielo empieza durante su estancia artística en el museo de Upernavik (Groenlandia), el museo más al norte del mundo. Es allí donde Campbell, poeta, empieza a reflexionar sobre el hielo, su estado, su pasado, su presente y su futuro, amenazado por una crisis climática inminente; es allí donde decide rescatar toda la información sobre el hielo antes de que este desaparezca, llevándose con él información incalculable sobre la Historia del mundo. En las primeras páginas encontramos el kit de la cuestión: “El hielo polar es el primer archivo, una narración comprimida de todas las épocas escrita en un lenguaje que los humanos están empezando a comprender (…) La lenta acumulación de datos, la meticulosa acumulación de ciencia”. A través de objetos, diarios de exploradores, la tradición oral, la ciencia y el lenguaje, Campbell da fe de por qué es más necesario que nunca mirar hacia el Ártico.
¿Cómo se inicia un proyecto de semejante magnitud?
Nunca pensé que mi estudio sobre el hielo se convertiría en un proyecto tan largo. La primera vez que fui a Groenlandia fue para llevar a cabo la residencia de arte en Upernavik, sólo tenía la intención de quedarme allí un invierno. Me fascinaba el tema del frío y del hielo, pero nunca pensé que pasaría casi una década estudiándolo y documentándome. Tuve suerte porque entre trabajo y trabajo me pude dedicar al proyecto.
Y tu interés por el hielo, ¿por el frío?
Siempre me ha gustado el invierno. Nací en invierno y creo que es un tiempo mágico del año, en el que te puedes recoger en casa a leer. A medida que me fui haciendo mayor, fui tomando consciencia del cambio climático y de cómo el mundo que conocemos iba a desaparecer y de allí mi interés por el tema.
¿Qué es lo que más te fascina de este elemento?
La cantidad de tiempo que lleva estudiándose. Empecé leyendo libros del siglo XVII que ya hablaban sobre el hielo. El hielo es nuestro metrónomo. Los glaciares están desapareciendo, los polos se funden y el nivel del mar sube. Toda la información contenida en el hielo se está perdiendo y la comunidad científica lo sabe. Los glaciares de Islandia habrán desaparecido por completo en 100 o 200 años, y eso es una pérdida irreparable.
Tu libro bien podría ser una tesis doctoral. ¿Nunca te planteaste hacer carrera en la academia?
Mi padre es académico y alguna vez sí que he pensado meterme en ese mundo, pero siempre lo he rehuido porque no soy una persona institucional, por decirlo de alguna manera. En este libro sí que me muevo entre instituciones, pero la gran mayoría son poco convencionales, hecho que hace que me fascinen. Me encantan las ideas, pero no para ponerlas a trabajar a merced de la academia, ya que me gusta hacer asociaciones y mezclar conceptos: me gusta hablar de ciencia, pero no soy una científica, me gusta hablar de filosofía, pero no soy una filósofa. Soy una persona collage.
Dices algo interesante: hablo de ciencia, pero no soy una científica. Sin embargo, tu libro es profundamente pedagógico. A menudo, los periodistas tenemos problemas para comunicar la ciencia. ¿Cuáles son los retos del periodismo a la hora de comunicar informaciones científicas? Concretamente, ¿cómo podemos los periodistas rehuir de las informaciones generales sin adentrarnos en la academia?
Ese es un tema que he trabajado mucho. Cuando volví de Groenlandia, me encerré en la biblioteca de Oxford con la idea de leer reportes científicos. Pura academia. Pronto me di cuenta de que hay cierta ciencia que, de la manera en que está escrita, no logro entender. Si mi libro funciona, como dices, es porque he encontrado una manera de moverme por la materia que tiene sentido para mí.
¿Cómo lo conseguiste?
Hablando más con los científicos y leyendo menos informes o artículos. E intentando experimentar por mí misma. Creo que experimentar es importante.
Tú investigación bebe mucho de la tradición nórdica, de cuentos, leyendas y canciones. Hay poca cosa escrita de la vida en el Ártico, no de las exploraciones, sino de la vida allí. ¿Cómo es trabajar con los recuerdos de la gente, las leyendas y los cuentos?
Me fascina todo ese material, pero sí que es cierto que supuso un reto. De la época contemporánea, debo aclarar que sí hay muchos más documentos y la escena literaria groenlandesa está en expansión. Si bien ahora no podemos hablar de una cultura oral, sí que fue así en un pasado reciente. Para alguien como yo, que viene de la tradición de la literatura escrita y del amor por los libros y documentos, del mundo de la imprenta… Fue una revelación. En el momento en que la imprenta llegó a Groenlandia, con las primeras misiones danesas, la tradición oral empezó a morir. La manera en cómo nosotros preservamos nuestras historias es el fin de la manera en cómo la conservan otros.
¿Crees que la gente está realmente concienciada de la emergencia climática o se trata de una moda?
La población está más consciente ahora que hace diez años. Los medios hablan del cambio climático, que, además, genera muchas historias, pero el relato no está unificado. Se habla sobre los fuegos en California o sobre los fuegos en Australia, luego sale una historia sobre cómo se derriten los polos o sobre la polución del agua. Hay que relacionar todos estos elementos, todas estas historias, y señalar la causa primigenia de todo esto: nuestro estilo de vida. Mientras esto no cambie, nada mejorará. Vivimos ciertamente en un contexto de crisis climática, y creo que ha venido para quedarse. Los biólogos advierten de que la situación continuará empeorando en los próximos veinte años hasta que se de un cambio climático completo. Más allá del Fridays for Future, si los políticos no toman medidas… Todo tiene que cambiar.
¿No crees que se está señalando mucho a la ciudadanía y poco a la responsabilidad de las grandes empresas?
Hay que promover un cambio radical y universal, pero yo sí que creo en el poder de las acciones individuales: la ciudadanía sí puede hacer cambiar las tendencias. Creo en los cambios locales, en el reciclaje, en la transformación de los patrones de consumo. Creo que en algún momento tendremos que simplificar nuestras vidas, volver a lo sencillo. Y eso no significa vivir como un espartano, sino a empezar apreciar lo que nos rodea de manera diferente.
Tú eres poeta. ¿Cómo te mueves entre tu obra poética y tus obras de no ficción? ¿Cómo se relacionan?
Todo mi trabajo, ya sean los proyectos más largos o los poemas más cortos, parten de una idea muy diminuta, como un copo de nieve, un cristal. A partir de ahí nace toda una inspiración. Me muevo cómodamente entre la poesía y la prosa de no ficción. Quizás la gente no lo sepa o no se dé cuenta, per un poema cortito puede dar la misma información que un libro de 300 páginas. Lo blanco que queda en la página del poema es la erosión de todo lo demás. A pesar de ser poeta, me fascina la prosa y las posibilidades que presenta: los usos poco convencionales.
Con todos esos viajes que has hecho, has conseguido algo que pocos escritores y periodistas consiguen: huir del ego y de la experiencia propia para explicar una realidad. ¿Había el peligro de que este libro se convirtiese en un libro de viajes de tus experiencias en el Ártico?
No quería que fuese un libro de memorias de viajes, quería que fuese una conversación. Nunca te quieres ir de fiesta con la persona que acaba de volver de vacaciones, ¿no? Esto es un poco lo mismo: no quería que fuese un libro de mis anécdotas. La conversación se establece cuando las dos partes dialogan con ideas que entusiasman el uno al otro. Nunca tuve la necesidad de hablar de mí misma. Además, la gente que me encontré durante todos estos años me dejó fascinada, no había necesidad de hablar de mi experiencia.
Te mueves muy bien en distintos formatos, algo que está empezando a ponerse de moda. En Catalunya tenemos a Alicia Kopf, que trabaja la literatura expandida, una nueva aproximación a la escritura que pretende mezclar formatos y experiencias.
Para mí, una idea crea o recrea todo un mundo. Siempre he sido poeta, pero también he trabajado en la recuperación de libros antiguos y en la creación de artefactos artísticos, codo a codo con otros artistas. En el momento en que todo se está digitalizando, es interesante volver al libro como forma artística y jugar con él. También me interesa mucho la poesía concreta, aquella que con pocas palabras consigue crear un juego visual para el lector. Durante estos diez años he trabajado en proyectos paralelos que tenían como protagonista el hielo, pero los he trabajado en diferentes formatos. Tengo diez libros diferentes relacionados con este tema; por ejemplo, un libro-alfabeto sobre diferentes maneras de decir te quiero en groenlandés a partir de 12 palabras. En mis viajes al Ártico nunca quise explicar lo que veía: siempre quise hacer una narrativa en zigzag a través de diferentes aproximaciones. El hecho de sentirme un poco nómada y este sentimiento que tengo de no pertenencia hicieron que se desestabilizase el centro narrativo, de ahí nacen las múltiples experimentaciones.
Nunca pensé que mi estudio sobre el hielo se convertiría en un proyecto tan largo. La primera vez que fui a Groenlandia fue para llevar a cabo la residencia de arte en Upernavik, sólo tenía la intención de quedarme allí un invierno. Me fascinaba el tema del frío y del hielo, pero nunca pensé que pasaría casi una década estudiándolo y documentándome. Tuve suerte porque entre trabajo y trabajo me pude dedicar al proyecto.