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¿Necesitamos un IPCC de la alimentación?

El impacto del sistema alimentario en el clima, la biodiversidad y la salud (humana y animal) es cada vez mayor. Un artículo publicado en 'Science' plantea si es necesaria nueva interfaz ciencia-política en este campo.
¿Necesitamos un IPCC de la alimentación?
Foto: el sistema alimentario es responsable de entre el 21 y el 37% de las emisiones globales.

Si se tratara de una historia bélica, el cambio climático sería una guerra con muchas batallas. Para ganar (realmente se trata de perder lo menos posible) es necesario centrar esfuerzos en todos los sectores –y no solo en uno– que contribuyen al calentamiento global de la atmósfera. El energético y el transporte son dos de los más mencionados. Pero no son los únicos: el sistema alimentario es uno de los grandes desafíos de la década. El impacto en el clima, la biodiversidad y la salud (humana y animal) es cada vez mayor. Y no parece que vaya a mejorar a corto y medio plazo dado el revuelo que siempre se genera al respecto.

Pero ni esto es una guerra, ni los humanos son soldados. Se trata de la historia de nuestra vida, de un reto sin precedentes. Va de qué grado de temperatura y, a su vez, de hostilidad, sufrimiento y bienestar se quiere para esta y las generaciones futuras. Por lo que, sí, hay que hacer esfuerzos individuales que se tornen colectivos.

Con este objetivo como prioridad, la alimentación juega un papel clave. Se trata de una de las actividades humanas con mayor impacto ambiental, lo que hace urgente cambiar los patrones actuales. Según un reciente trabajo conjunto del IPCC y el IPBES (el homólogo del primero en biodiversidad), se calcula que a nivel mundial el sistema alimentario es responsable de entre el 21 y el 37% del total de las emisiones netas de gases de efecto invernadero antropogénicas, si se incluyen las actividades previas y posteriores a la producción. Además, entre el 25% y el 30% del total de alimentos producidos en el mundo se pierde o se desperdicia, alertaba el informe especial del IPCC sobre cambio climático y uso de la tierra.

¿Qué se puede hacer que no se esté haciendo ya? 

Un grupo de especialistas ha publicado un artículo en Science donde plantea la posibilidad –e idoneidad– de crear un IPCC de la alimentación. Es decir, un grupo de especialistas de todo el mundo que tuviera el amparo de todos los países, cuyos informes fueran la referencia en la materia para la toma de decisiones y que generasen un mayor llamamiento a la acción. «La acción sobre la alimentación es tan urgente como la acción sobre el clima», defienden.

«La ciencia debe integrarse mejor con la política y la acción», asegura Fabrice DeClerck, investigador de la Alianza de Bioversity International y el CIAT, y coautor del artículo. En él, señalan que, si bien muchas organizaciones mundiales dan prioridad a la transformación del sistema alimentario, «ninguna tiene la autoridad para reunir a 196 naciones como hizo el IPCC para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en el Acuerdo de París».

En su análisis, denuncian que los sistemas alimentarios actuales son «terriblemente desiguales y poco saludables para los seres humanos», y ponen como ejemplo el hecho de que las enfermedades relacionadas con la dieta siguen siendo la principal causa de mortalidad prematura en el mundo. «Se trata, sobre todo, de una cuestión político-económica. Las políticas han estimulado la sobreproducción de algunos productos alimentarios y la infraproducción de otros, así como su desigual distribución», declara a Climática la doctora Esther Turnhout, autora principal del artículo.

En este contexto, la pandemia de COVID-19, los conflictos y el cambio climático están agravando el aumento del hambre: unos 900 millones de personas padecen hoy inseguridad alimentaria. «Cuatro mil millones de personas luchan por acceder a dietas suficientes y saludables, lo que contribuye a una crisis de salud pública mundial que pone en peligro la salud global incluso más que la pandemia», recoge el artículo.

El sur de Madagascar, actualmente experimenta su peor sequía en 40 años, con más de 1 millón de personas en situación de inseguridad alimentaria. En la ciudad de Amboasary se estima que 14.000 están al borde de la hambruna, y para finales de año podrían ser el doble, alertaba recientemente el Programa Mundial de Alimentos (PMA).

«Los sistemas agroalimentarios son tremendamente importantes para la sostenibilidad medioambiental y socioeconómica regionales y global», apunta Alberto Sanz Cobeña, profesor e investigador en el Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Ambientales en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). Y va más allá: «No solamente por las emisiones de gases, sino por biodiversidad, alteración de ciclos biogeoquímicos y sus impactos asociados (eutrofización, por ejemplo)».

El investigador, en líneas generales, está de acuerdo con los planteamientos del artículo, sobre todo con el hecho de que se debería tener en consideración el conocimiento e iniciativas ya existentes centradas exclusivamente en alimentación. Aun así, recuerda que el IPCC e IPBES «han puesto foco especial en el impacto de la producción (y consumo) de alimentos en emisiones de gases de efecto invernadero y biodiversidad, respectivamente. El informe sobre Cambio climático y uso de la tierra es un ejemplo de la relevancia que se le ha dado al sector dentro del IPCC«, señala.

¿Puede ser peligroso un IPCC de la alimentación?

El grupo de especialistas es consciente de que «los logros del IPCC han requerido décadas de prolongadas negociaciones, y no podemos permitirnos ese lujo en el caso de los alimentos si queremos alcanzar los objetivos de 2030». DeClerck y sus coautores sugieren que un conjunto diverso de grupos líderes centrados en la alimentación podría integrarse en un marco al estilo de las Naciones Unidas para ser lo suficientemente ágil como para alcanzar un consenso más rápido sobre los principales retos a los que se enfrenta la alimentación.

Una de las principales quejas que se recogen en el artículo es el hecho de que los actuales espacios –como el Foro de las Naciones Unidas sobre Normas de Sostenibilidad– se centra demasiado en la tecnología y en las soluciones impulsadas por los Estados miembros, «mientras se excluye a muchas partes interesadas, incluidos los aproximadamente 500 millones de pequeños agricultores y consumidores de bajos ingresos del mundo que corren el mayor riesgo de desnutrición y hambre». 

Por tanto, de surgir un «IPCC de la alimentación», se deben de tener en cuenta varios aspectos, siendo el principal incluir a los innumerables actores de los sistemas alimentarios. «Tendemos a decir que el conocimiento científico es el único válido, pero también hay muchos conocimientos autóctonos y locales a los que se puede recurrir para crear evaluaciones sólidas del sistema alimentario que sean más inclusivas», sostiene DeClerck.

Asimismo, a su juicio es fundamental que las ciencias económicas, sociales y del comportamiento formen también parte de las evaluaciones alimentarias globales, las cuales «suelen estar dirigidas por científicos biofísicos, nutricionales y climáticos».

En este sentido, los autores proponen tres consideraciones claves para este hipotético grupo intergubernamental de especialistas en el sistema alimentario. La primera, explican, es comprender lo que ya existe en términos de conocimiento experto, «incluido el Grupo de Alto Nivel de Expertos en Seguridad Alimentaria y Nutrición (HLPE), que es una importante interfaz científico-política del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA) de la ONU».

La segunda consiste en entender que «si no se puede garantizar el pluralismo, la participación equitativa y la inclusión de diversas formas de conocimiento, una nueva plataforma podría hacer más daño que bien». Por último, insisten en que «la gobernanza eficaz del sistema alimentario no puede basarse estrictamente en la aportación científica, sino en la interacción entre la ciencia y la acción».

Sobre la peligrosa deriva que podría tomar la plataforma si no se hace bien, Turnhout alerta de que no puede «acabar siendo una agenda dirigida por la tecnología y la industria que fomenta la agricultura industrial intensiva a expensas de la seguridad y la soberanía alimentarias, la salud y la sostenibilidad».

Bajo el punto de vista de Alberto Sanz Cobeña, «es posible que un paraguas que englobase las distintas iniciativas y grupos de trabajo fuese útil», pero se cuestiona si la existencia de un panel más realmente «contribuye a alcanzar soluciones a los graves problemas asociados a los sistemas agroalimentarios». En este sentido, el investigador propone «dotar a la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación) de mayores atribuciones para que los países tomen decisiones ejecutivas que tengan impactos reales». O incluso «crear un ‘panel’ en el seno de FAO con representación de grupos de trabajo de los distintos iniciativas citadas (IPCC, IPBES, FAO, OMS, etc…)». Aun así, de realmente surgir, confía en que sirva para crear políticas reales «que lleven a unos sistemas de producción y CONSUMO más sostenibles y resilientes».

¿Estamos preparados para abordar este tema?

La pregunta –y la clave de todo esto– es: ¿está la sociedad actual preparada para un organismo que le repita lo que ya lleva años diciendo la comunidad científica en cientos de informes, estudios y foros? En España, recientemente generó mucha opinión en contra un vídeo del ministro de Consumo, Alberto Garzón, pidiendo comer menos carne. En Países Bajos, ni siquiera se atrevieron a tocar el tema durante una campaña gubernamental sobre cambio climático por considerar el tema «sensible políticamente».

Son muchas las consecuencias negativas de mantener las actuales tendencias de producción y consumo de alimentos. Es prioritario, así lo dice la ciencia y no sólo el político de turno, mantener los sistemas alimentarios dentro de los límites planetarios. Por el clima, por la biodiversidad y por la salud de todos los seres que habitan la Tierra.

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COMENTARIOS

  1. CONSUMIR LOCAL, siempre que sea posible y cooperar con la pequeña empresa o comercio local.
    PASAR (IGNORAR) DE LOS DICTADOS DEL SISTEMA CAPITALISTA. ES VERDADERAMENTE NECESARIO.
    Un mínimo de sensatez, de utilizar la cabeza, pero el ser humano es maestro en complicar lo más sencillo.

    …mientras 2.300 millones de personas no tuvieron acceso a una alimentación adecuada y 6 millones murieron por no tener qué comer durante 2020, se desperdiciaron 2.500 millones de toneladas de alimentos que fueron a parar al basurero, nada más y nada menos que 40% de la producción mundial de alimentos (informe del Fondo Mundial para la Naturaleza). De estos 2.500 millones de toneladas, 1.200 millones, equivalentes a US$ 370 mil millones, se desperdiciaron en la fase de producción agrícola. El resto de la comida, es decir, 1.300 millones de toneladas, se botó en los hogares (61%), en los servicios de alimentos o restaurantes (26%) y en los comercios (13%). Según el mismo informe, 58% del desperdicio de alimentos en la fase agrícola de producción ocurre en los países de ingresos altos y medios de Europa, en América del Norte y países industrializados, a pesar de que éstos cuentan con 37% de la población mundial. En otras palabras, el desperdicio de alimentos en estos países y en términos per cápita, es mucho mayor.
    Celsa Peiteado, responsable del programa de Alimentación Sostenible del Fondo Mundial para la Naturaleza dijo en julio 2021: “los datos son alarmantes: se desperdicia suficiente comida como para alimentar a todo el mundo hasta el 2050. Podríamos alimentar a todas las personas que pasan hambre en el planeta más de siete veces”.
    En 2016, la ONU dijo que se necesitarían US$ 267.000 millones cada año para acabar con el hambre en 2030. Paradójicamente, cada año se botan, solo en la fase agrícola, US$ 370 mil millones en comida. Por otra parte, también paradójicamente, en 2020, las 10 personas más ricas del mundo incrementaron su riqueza en US$ 413.000 millones (Forbes), o sea, tan solo 10 personas aumentaron su fortuna en casi el doble de lo que necesitan más de 2 mil millones de personas para no tener que ir a la cama sin comer o, pero aun morir de hambre.
    De acuerdo con el reciente informe de Oxfam de julio de 2021, se estima que 11 personas mueren cada minuto a causa del hambre, lo que supera la actual tasa de mortalidad por covid-19, que es de 7 personas por minuto. Afirman los de Oxfam: “Lo que parecía una crisis global de salud pública ha derivado rápidamente en una grave crisis de hambre que ha puesto al descubierto la enorme desigualdad del mundo en que vivimos”. Desigualdad que es consecuencia, o mejor dicho, que es específica y característica del sistema económico, social y político que predomina. Insistimos en recordar, sobre todo a aquellos que repiten el discurso del supuesto éxito del capitalismo versus el supuesto fracaso del socialismo que 98% de los 195 países reconocidos por la ONU son capitalistas, así que, el hambre en el mundo tiene sello y marca capitalista.
    Para acabar con las desigualdades hay que cambiar el sistema capitalista, ese mismo que predomina en el mundo desde hace siglos y que algunos insisten en calificar de exitoso a pesar de los 2.300 millones de personas que no tienen suficiente comida y los 6 millones que mueren de hambre todos los años mientras la casi mitad de los alimentos que se producen en todo el mundo son echados al basurero….
    https://insurgente.org/pasqualina-curcio-el-virus-del-hambre-marca-y-sello-capitalista/

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