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Memoria del calor (mi primer verano cordobés)

"Córdoba, la bella urbe que cuenta con más títulos Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO del mundo, es también una pequeña parrilla que podría ser inhabitable durante la época estival dentro de poco tiempo, quizás unos lustros", cuenta Azahara Palomeque.
Memoria del calor (mi primer verano cordobés)
Vista aérea de Córdoba. Foto: Toni Castillo Quero.

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Un toldo, un muro, una persiana, un cristal doble, una cortina; todo cerrado a cal y canto. Dentro de la casa, la oscuridad es un deber climático tanto como una condena: parecemos fantasmas que deambulasen en un búnker a ciegas, tanto que hace unos días no vi el último peldaño y me caí al final de la escalera, torturándome la espalda. Suerte que M me llevó en brazos al sofá y, allí tumbada, me aplicó hielo en la piel magullada. Un toldo, que el vecino con quien compartimos el patio extiende religiosamente cada mañana para que la temperatura baje unos cuantos grados, y nuestras facturas eléctricas unos pocos euros. Antonio, por favor, déjeme una rendija al menos, que no soy capaz de leer –le suplico–, pero sólo me obedece en días alternos, cuando se acuerda, y así, hacemos la vida huyendo de la luz, cuidándonos como con una venda translúcida sobre los ojos, intentando resguardarnos de un calor para el que apenas encontramos palabras.

Pasar el verano en Córdoba, en plena emergencia climática, rozando o superando los 40 ºC prácticamente a diario, guarda cierto tinte de película de terror que, cuando cae la tarde, se transforma en un género un pelín más amable. Afuera, nadie se aventura a poner un pie hasta al menos la hora de cenar y, cuando dos recién llegados como M y yo nos hemos atrevido a salir para realizar mandados, no sólo nos hemos topado con las tiendas cerradas, sino que la visión ha sido la de un desierto únicamente poblado por el zumbido continuo de los aires acondicionados. Estos artilugios aumentan el efecto isla de calor hasta convertirlo en el peor de Andalucía, en una ciudad donde faltan árboles que nos refresquen y alivien. A veces, jugamos a bautizar esa inefable sensación de ser abofeteados por un aire que abrasa: «the fire wind» (viento de fuego) –digo yo, ya que simula abrazarnos un soplo ardiente procedente de un incendio. De eso nada, «the dragon’s breath» (el aliento del dragón) –bromea él, siempre proclive a la fantasía. En cualquier caso, empujón sobrevenido de África; ¿somos ya África? –pienso y, cuando compruebo la temperatura en Marrakech, no me sorprende nuestra cercanía: apenas dos o tres grados más suele presentar este enclave marroquí.

Córdoba, la bella urbe que cuenta con más títulos Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO del mundo, es también una pequeña parrilla que podría ser inhabitable durante la época estival dentro de poco tiempo, quizás unos lustros. Entre los récords que acumula se halla el de ser la segunda ciudad de España –a la vera de Sevilla– con mayor estrés térmico, un concepto que cuantifica no sólo el termómetro, sino también la humedad o el viento (de fuego), más apropiado a la hora de alertar sobre los peligros para la salud de este caldero. Los amigos desaparecen; quien puede busca su refugio en dirección al norte (Asturias, Francia… veo en el Instagram de mis allegados). Antonio, quien sufre una incapacidad y no trabaja, alega que viajar es muy caro, así que sale diligentemente a echar el toldo, a veces también lo recoge, suspira y se queja, enciende ventiladores que contemplo girar a través de las rejas de su cocina; su mujer, María, es asidua del abanico, como lo ha sido siempre la estirpe de señoras cordobesas que conforma mi propia familia.

Lo bueno es que gozamos de un patio por donde corre algo de frescor a partir de las tres o las cuatro de la madrugada. El que yo llamo cariñosamente patio-panóptico, entrecruzamiento de miradas y sonidos que permite conocer a cada instante la actividad del otro, nos brinda las notas flamencas de otro vecino, un guitarrista de renombre que nos invitó a su último concierto en otro patio, el de naranjos de la Mezquita. Salteados de jazz, los acordes del instrumento deleitaron a un público que, a 35 grados a las once de la noche, subsistía entre resoplidos tras haber llenado su correspondiente botella de agua en la fuente. Disfrutábamos. A mí me rezumaba el sudor en todo el cuerpo y las gotas resbalaban testarudas corvas abajo, hasta los tobillos; las manos, este año más hinchadas de lo normal –no me cabe un anillo–, han desarrollado una suerte de sarpullido, como diminutas burbujas recorriéndome la palma, parezco papel de embalar, ¡mira!, me río, sabiendo que mi vecino el guitarrista famoso lo está pasando peor debajo de los focos.

Alejada unos metros del escenario, una anciana ha tenido que ser atendida por los servicios de emergencia. Aún no sé el número de fallecidos por calor de este verano tórrido infinito en el que los sindicatos exigen a la patronal extremar las precauciones y cumplir la nueva normativa que persigue proteger a quienes trabajan en la calle. Aún no se ha puesto en marcha el «pacto por la reforestación» de este precioso punto del mapa, extremadamente vulnerable, que reclama Ecologistas en Acción. Aún vamos tarde respecto a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, a la restricción del regadío masivo, a la contaminación de acuíferos… Aún se empeñan algunos, por estos lares, en construir otro campo de golf.

Mientras tanto, en esta madrugada de sopor casi tropical, al arrullo de los aparatos de aire y la flama que desprende tanta piedra, mis dedos tumefactos chapotean sobre un teclado que escribe: Memoria del calor (mi primer verano cordobés). Un toldo, un muro, una persiana, un cristal doble, una cortina… capas de amparo cuando, dentro de unos minutos, salga el sol.

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COMENTARIOS

  1. DECRECER O COLAPSAR, Ecologistes en Acció «La Ribera»
    Los dueños de las compañías petroleras, gasistas, automovilísticas, bancos, fondos de inversión, turismo, comercio y otros, aunque controlan los grandes medios de comunicación y con ellos la opinión pública, ya no pueden negar el cambio climático ni calificarlo de fenómeno natural, como han venido haciendo durante décadas. Ahora lo sufrimos todos y cada año suele ser más caliente y duro, con fenómenos climáticos más extremados que los anteriores.
    La crisis ecológica es mucho mayor por los plásticos y los tóxicos que se esparcen por todas partes, por la destrucción acelerada de ecosistemas tan vitales como las selvas y los bosques, por el aumento de zonas sin vida en los océanos , etc. etc. La señal más clara de la gravedad de la situación actual puede ser la extinción de miles de especies cada año, la VI Gran Extinción…
    Después de siglos de consumir recursos naturales de forma creciente, como si no hubiesen límites, ahora se están agotando muchos elementos fundamentales: Hg (del que ya hemos extraído el 92%), Ag ( 79%), Au (75%), Sn (75%), As (75%), Sb (72%), Pb (72%), Cu (59%), petróleo (48%), incluso el agua dulce y las tierras fértiles han tocado techo.
    Inevitablemente, las soluciones pasan por decrecer, no hay sucedáneos. Pero quienes se han lucrado y acumulado fortunas milmillonarias no quieren cambiar para no perder beneficios, aunque estén agotando los principales recursos y nos lleven al desastre climático, ecológico y humano, al colapso de esta civilización, quizás incluso extinción de la humanidad. Son psicópatas, adictos al dinero y al poder, poquísima gente, pero ellos gobiernan el mundo y controlan los grandes medios informativos.
    Ante esto, ¿qué hacen los dirigentes de las grandes naciones y los de las grandes compañías que controlan la economía mundial? Pues pisan el acelerador y buscan apropiarse de los yacimientos más importantes, con armas incluso. Y las guerras aumentan y se agravan, pese al riesgo, cada vez mayor, que en cualquier momento provocan la III (y última) Guerra Mundial . Debemos elegir, todos, entre decrecer o colapsar, y pronto.
    Decrecer no implica necesariamente vivir peor, si lo hacemos de forma racional y justa podemos incluso vivir mejor. Por ejemplo, si en nuestras ciudades circularan la mitad de autos esto ayudaría mucho a resolver la emergencia climática y el agotamiento de recursos, además tendríamos el aire la mitad de contaminado, habría menos accidentes de tráfico, disfrutaríamos de más salud, ahorraríamos dinero, etc. Y algunos sectores todavía pueden crecer, como los del ahorro y la eficiencia, las reformas y mejoras de viviendas, las reparaciones de aparatos, las instalaciones fotovoltaicas sobre cubiertas y suelos degradados , etc. etc.

  2. A mí quienes de veras me hacen sufrir son las criaturas más generosas y indefensas de la Creación: los árboles.
    Las personas se pueden cobijar de los calores extremos, los animales también; pero los pobres árboles soy testigo de como agonizan estos veranos tan duros, incluso los árboles más fuertes, como las encinas, ves como se van secando de año en año y de seguir con esta sequía y estos calores inhumanos en un par de años nos quedaremos sin árboles.
    Pero la gente ha perdido el sentido común y la poca sabiduría que nos quedaba; no le preocupa que se mueran los árboles ni que se sequen los ríos.
    Creen en su cretinez que no va con ellos. Que a ellos éso no les afecta.

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