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La adaptación al cambio climático es uno de los grandes temas de la ficción audiovisual de los últimos años. Y eso a pesar de que la propia ficción audiovisual no lo sabe. Cree que está contando distopías, películas de catástrofes… o aventuras de ciencia-ficción y comedias rurales.
Adaptación y mitigación son las dos grandes estrategias para afrontar la crisis climática que están desarrollando nuestras sociedades, pero es raro que las verbalicemos, aunque haya cientos de gestiones políticas (como el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático 2021-2030, actualmente vigente) o gestos particulares en la vida diaria que claramente se encajan en ella. Algo parecido sucede con la ficción, que tiene en la crisis climática uno de sus grandes temas de los últimos treinta años, pero no suele darse cuenta de cómo a veces, incluso en el escenario más catastrófico, imagina caminos para surfearla.
No pasa con los documentales, como el clásico Mañana (2015), de Cyril Dion y Mélanie Laurent, que recorre el mundo presentando diferentes experiencias a lo largo del planeta tanto de adaptación o mitigación, o Mi gran pequeña granja (2018), en la que el documentalista John Chester narra su experiencia junto a su esposa Molly sacando adelante una granja sostenible en California. Tampoco con alguna ficción como la suiza Con el viento (2018), de la directora Bettina Oberli, que con escasa sutileza nos presenta un triángulo amoroso enmarcado en la instalación de una turbina eólica. Casi nada.
Una serie que asume plenamente ese planteamiento es la española Apagón, estrenada por Movistar Plus+ en 2023. Variante ibérica de la francesa El Colapso (2019), es una antología de cinco historias enmarcada en una España que sufre un apagón total por culpa de una tormenta solar (basada en el pódcast El Gran Apagón). A partir del tercer episodio, después de dos de distopía clásica rozando la peli de catástrofes, va surgiendo un cierto optimismo a través de estrategias colectivas de resistencia. Desde el cabrero que nota pocos cambios en su forma de vida aislada hasta la comunidad de desconocidos que encuentra la armonía en la comunidad en una granja.
Solo que en realidad el gran maestro español de la adaptación es José Luis Cuerda, tanto en su trilogía surruralista ―Amanece que no es poco (1989), Así en el cielo como en la tierra (1995) y Tiempo después (2018)― como en el telefilme Total, estrenado en La 1 de TVE en 1983 y que ahora se puede ver en RTVE Play. En el año 2598 Londres es un pequeño pueblo de pastores de ovejas. El fin del mundo ya ha pasado, y fue un trago malísimo, pero ahora la vida sigue tranquilamente. 50 minutos que harían morirse de envidia a Kim Stanley Robinson, autor de El Ministerio del Futuro. O a David Schulner, creador de la serie New Amsterdam, que dedicó el episodio 11 de su tercera temporada a imaginar el reto de convertir el mayor hospital público de EEUU en 100% sostenible y al mismo tiempo refugio climático. Y no, no les sale fácil.
Pero tampoco se trata de abogar por el ecoanarquismo. De hecho, en el otro extremo, el regreso a formas de vida más sencillas y propias del rural no deja de estar teñido siempre de un cierto tufo de autoayuda conservador, como en comedias del tipo Las ovejas no pierden el tren (2014), de Álvaro Fernández Armero, en la que Raúl Arévalo interpreta al clásico ejecutivo agresivo que acaba cambiando el coche deportivo por un tractor y reconectando consigo mismo. (Más gracia tendría hablar de la basada en hechos reales El médico africano (2015), de Julien Rambaldi. Un alegato contra el racismo a raíz del periplo de un doctor congolés convertido en médico rural en la Francia de los 70 que habla de la creación de comunidad más allá de los prejuicios en momentos de crisis… y de refugiados, aunque Seyolo, el protagonista, no lo sea exactamente).
Tampoco hay necesidad de pasearnos por escenarios extremos como la saga de Mad Max y sus jardines colgantes plenos de Aqua-cola o clásicos de la ciencia-ficción como Silent Running (1972), de Douglas Trumbull, donde un botánico huye al espacio profundo para proteger la última nave-jardín con especies vegetales originales de la tierra. Basta con volver al viejo western y la ciencia-ficción más desacomplejada.
Por ejemplo, en Bailando con lobos (1990), de Kevin Costner. Sí, el mismo aire conservador que rodea a los ejecutivos que se cambian a pastores puede existir en torno al teniente John Dunbar, pero este se integra entre los lakotas ―comanches en la novela, por cierto― porque cuando se instala en la frontera lo hace adaptándose a los recursos presentes. Lechuguino de ciudad curtido por la guerra, entiende que debe convivir con otras especies, atender sus necesidades de forma sostenible y adaptarse a los climas extremos. Para cuando los «indios» lo encuentran, él ya ha encontrado cierta armonía y eso facilita su comunicación. No es que las respuestas para el futuro estén en una tradición idealizada, sino que se construyen a partir de ella. Y mejor dejar aquí al señor Costner, porque cuando se metió en hablar del clima descarriló, por muchos motivos, con Waterworld (1995), de Kevin Reynolds.
Eso en cuanto adaptación individual o de cambios de estilos de vida. Para los sistemas de alerta temprana con eventos extremos nos valdría la apocalíptica ―y exagerando con el posible colapso de la AMOC antes de que estuviese de moda― El día de mañana (2012). Más optimista es la española El agua (2022), de Elena Martín Riera, que une las riadas en el Levante con el feminismo y la tradición. Y de prevenir grandes incendios ―y los intereses políticos poco claros detrás de su gestión― nos habla un clásico del cine negro como La caja 507 (2002), de Enrique Urbizu. Por su parte en la terrorífica Viejos (2022), de Raúl Cerezo y Fernando González Gómez, la ciudad se enfrenta a la venganza de los ancianos en mitad de la peor ola de calor jamás sufrida por Madrid.
La saga de Star Trek ha ofrecido sus propias soluciones, pero esas si tienen claro que hablan de crisis climática y adaptación. Picard (2020-2023) nos presenta la agroecología tecnificada pero respetuosa con el entorno del futuro en su primera temporada ―aunque el argumento temporal hable de refugiados… climáticos― y la tercera temporada de Discovery (2017-2024) se atreve con el colapso del dilitio, una versión de ciencia-ficción del «peak oil» en la que, a pesar de todo, la Federación de Planetas consigue sostener sus ideales democráticos y preservar la civilización (estelar).
Claro que uno puede adaptarse mal, desde la desigualdad y las lógicas de explotación del capitalismo. Las distopías de Hijos de los hombres (2006), de Alfonso Cuarón, o Soylent Green (1972), de Richard Fleischer, son implícitamente más resultado de esa brecha entre ricos y pobres que del cataclismo «climático» del que parte cada una. Esa solución es la de la mayoría de filmes sobre un futuro catastrófico, pero lo interesante son las historias que caminan sobre la misma fina línea en la que ahora nos encontramos nosotros.
Es el caso de las dos series estadounidenses de la década pasado con las que cierro este análisis. En la primera, Terra Nova (2011), en España emitida en su día por Cuatro, los humanos del año 2149, que viven en un mundo evenenado, superpoblado y moribundo, encuentran una puerta en el tiempo al periodo Cretácico y empiezan a migrar para convivir con los dinosaurios en el pasado de la Tierra. Sí, en el fondo suena fatal, pero la serie lo sabe, planteando, dentro de lo que no deja de ser una de aventuras con lagartos gigantes, el dilema entre mantener la lógica extractivista o la facción de humanos que opta por la conservación, usando los secretos del pasado para recomponer el futuro.
La otra, Defiance, se emitió entre 2013 y 2015 y adapta un videojuego del mismo título y lanzado en paralelo. En el 2046 la Tierra el medio ambiente de la Tierra ha sido modificado por una invasión extraterrestre. Diferentes especies inteligentes, que incluyen a la humana, deben entenderse para ser capaces de sobrevivir, reinventando la economía, la política y la misma forma de relacionarse. No es ninguna utopía hippie, pero tampoco una distopía sin redención. Es algo mejor: un escenario cambiante, en el que las personas utilizan los recursos a su alcance de forma práctica pero respetuosa y creando una comunidad más fuerte que sus diferencias culturales. Si eso no es adaptación, que venga José Luis Cuerda y lo vea.
DERSU UZALA, película de Akira Kurosava, basada en el libro del mismo título de Vladimir Arseniev.
Un canto a la naturaleza, a la amistad y a los valores humanos.
Obligatoria.