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No siempre es fácil seguir el hilo de la historia de una idea, recorriendo sus fibras trenzadas desde el cabo del que hoy podemos tirar. Pero es exactamente lo que ha hecho Irene Gómez-Olano y Romero en Crisis climática, un libro de la editorial Filosofía&Co que repasa cómo se ha pensado a lo largo de la historia la naturaleza y nuestra relación con ella, y qué herramientas nos deja ese legado para los retos que tenemos en el presente.
La ecología nació a mediados del siglo XIX, relacionada por su propio carácter con las ciencias sociales, en tanto su preocupación, explica Gómez-Olano, «nunca fue la contemplación del medio natural en abstracto, sino el estudio de su preocupante devastación». Pero la filosofía, señala también, no ha podido desentenderse nunca de lo que le rodea, así que de algún modo esta reflexión ya había estado presente desde mucho antes. Lo que propone este libro que cabe en un bolsillo es un repaso muy sintético de esa presencia, situando algunos de los principales problemas relativos al medio ambiente desde el punto de vista de esta disciplina.
Una guía de lecturas y un repaso a las bases de nuestro pensamiento
Situada en la línea de autores como Jorge Riechmann, esta joven filósofa nacida en Madrid en 1996 parte de una vivencia personal y colectiva: la toma de conciencia de que el mundo está en llamas y no hay tiempo que perder. Para desentrañar las implicaciones de esta certeza, hace un repaso de las aportaciones de pensadores que se han ocupado específicamente de estos asuntos, en una suerte de bibliografía esencial que además ordena en una cronología al final del libro, como ofreciendo un programa de lecturas exprés para seguir profundizando. En similar sentido, también propone un glosario con algunos de los términos principales con los que cartografiar el estado de la cuestión.
Pero esto no es lo único que hace. Su enfoque pasa asimismo por rastrear cómo la crisis climática está completamente relacionada con un modo de pensar propio de nuestra cultura, que hunde su raíz en los mismos comienzos de la filosofía occidental. Un pensamiento enraizado en gran medida en la dicotomía naturaleza-cultura, polvo del que vienen muchos lodos (igual que de la separación mente-cuerpo vienen tantos otros). Concebirnos como algo radicalmente distinto y separado de lo natural no deja de ser la primera base para la legitimación de un extractivismo que no conoce límites.
Del mismo modo, la autora se encuentra también con que algunos de los debates filosóficos clásicos también tienen todo que ver con las nuevas preguntas urgentes. La filosofía, por ejemplo, se ha preguntado siempre por el carácter del ser humano: si nuestra cualidad esencial es ser destructivos, o si por el contrario se puede confiar que ser persona tiene más bien que ver con la capacidad de cooperar. Aunque parezca haber ido ganando en la historia la respuesta que nos considera lobos (¡pobres lobos!) para nosotros mismos, Gómez-Olano también encuentra un rastro de pensamiento para apostar por otras opciones, que permiten al menos imaginar futuros mejores.
Algo similar ocurre, como desarrolla también ampliamente este libro, con el debate en torno al término «Antropoceno» y la pregunta de si podemos o no considerar que estamos ante un nuevo periodo geológico. Entre la asunción de responsabilidad por la destrucción causada y la necesaria humildad de no considerarse el centro de un mundo mucho más complejo y habitado de tantas otras especies, explora distintas propuestas en este sentido, siempre sin cerrar por completo las opciones, sino ofreciendo más bien un panorama. Como hace también en otros de los debates que puntea, desde los planteamientos como el nuevo pacto verde o el enfoque ecosocialista hasta preguntas abiertas como las que tocan al decrecimiento, las críticas a la ciencia o el papel de la tecnología.
Nuevos y viejos debates, nuevos y viejos enfoques
Y es que más allá de las preguntas concretas, lo que este libro recuerda es que el interés de la filosofía tiene en realidad que ver con que plantea un modo de pensar distinto al productivismo de las ideas al que a menudo nos vemos abocadas: aquí no se trata de pensar para algo, sino de pensar por el propio sentido del pensar. Ese cambio de actitud permite arrojar una mirada sistémica sobre los problemas que quizá es más difícil de alcanzar cuando lo que se pretende es obtener una respuesta inmediata.
Así, cuando plantea los que considera los principales problemas que debemos abordar en relación con la crisis climática, Irene Gómez-Olano y Romero lo hace con la propuesta de entenderlos por sus lazos. La extinción masiva de especies, el aumento de temperatura global y la contaminación y colapso de los sumideros ambientales —que son las tres preocupaciones prioritarias según su análisis— se muestran en su enfoque nítidamente interrelacionados, gracias a una reflexión en la que las causas y consecuencias revelan caminos de ida y vuelta. Entre líneas parece leerse también la propuesta de que ese mismo método se aplique a todo lo que se quiera abordar, manteniendo complejo lo complejo.
En todo caso, la genealogía de pensamiento que traza este libro es una que no se queda atrapada en los diagnósticos. Resuena al fondo todo el rato aquella idea de Jorge Riechmann: «salir de la rueda». La apuesta de Irene Gómez-Olano y Romero es por un pensamiento que se aleje de lo distópico y sea capaz de imaginar un futuro desde otros parámetros. Porque, como afirma, «la crisis climática no solo genera sequías, inundaciones o migraciones climáticas, también se infiltra dentro de nuestros productos culturales, altera nuestra percepción del futuro y contribuye a generar algunos imaginarios, mientras que desincentiva otros».
Que pensemos el mundo de las ideas y el de lo material como ámbitos distintos y separados es, en sí mismo, una pesada herencia del pensamiento, y una que tiene consecuencias. Reflexiones como esta nos recuerdan que, por el contrario, los modos de pensar tienen efectos sobre el mundo, tanto como viceversa. Por eso, desenmadejarlos y buscar caminos alternativos es una labor tan necesaria como tantas otras para el desafío de apagar las llamas que nos circundan.