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Hace unos 11.000 años, algunos tipos de vid silvestre cedieron a la presión humana para obtener algo a cambio. Perdieron, poco a poco, la capacidad de sobrevivir en estado salvaje, pero lograron un nuevo aliado que iba a llevarlas de la mano por medio planeta. Con la domesticación, las vides empezaron a producir más uvas y de mejor calidad bajo la atenta mirada de un grupo de seres humanos que ya nunca dejaría de cuidarlas. Esta relación no es única y sucedió de forma más o menos similar con todas las variedades de plantas de uso agrícola.
“Una vez domesticados, y a través de los subsecuentes siglos de su dispersión por el mundo, estos cultivos fueron diversificándose y adaptándose a los nuevos ambientes bióticos, abióticos y culturales, culminando en la rica diversidad genética que hoy en día conocemos”, señalan desde el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura. Una diversidad genética que ha sido la base biológica, durante siglos, de la capacidad de adaptación de la agricultura. Y nunca antes en la historia humana había sido tan necesaria la adaptabilidad como ahora.
La agricultura es la fuente principal de ingresos para más de 3.800 millones de personas en el planeta (según la FAO). Es, también, una actividad muy sensible a las condiciones meteorológicas, además de depender de la tierra, el agua y otros recursos naturales en los que también incluye el clima. Tal como señala la agencia de medioambiente de Estados Unidos (EPA), el cambio climático está modificando ya la productividad de los cultivos en todo el planeta, ya que altera los patrones de lluvias y sequías, influye en la disponibilidad de agua, facilita la aparición de nuevas enfermedades o afecta a los polinizadores, entre muchos otros factores.
A estos desafíos externos se les suma que, durante las últimas décadas, la industrialización del campo provocó la unificación de muchos cultivos a nivel mundial, priorizando las variedades más rentables por encima de aquellas más adaptadas a los contextos locales y reduciendo la variedad genética de las especies cultivadas. Pero no todo está perdido. Alrededor del globo, los proyectos para recuperar y estudiar la resistencia climática de variedades tradicionales que casi estaban olvidadas no dejan de proliferar.
El futuro del vino
“La búsqueda de variedades del pasado es una de las posibles medidas que se están tomando en diferentes zonas vitícolas para obtener variedades de vid mejor adaptadas a las nuevas y futuras condiciones climáticas y de los mercados”, explica José Miguel Martínez Zapater, director del Instituto de Ciencias de la Vid y del Vino (ICVV) de La Rioja. No es la única ni la definitiva, señala, pero es posible que pueda permitir la adaptación del cultivo de la vid al nuevo contexto climático.
El sector del vino es probablemente uno de los sectores agrícolas que primero empezó a notar los efectos del cambio climático. En Francia, por ejemplo, el inicio de la vendimia se ha adelantado cerca de un mes en los últimos 50 años. Y en España es ya habitual empezar a recoger la uva dos semanas antes de lo que tradicionalmente se ha hecho. Quizá por eso la búsqueda y la recuperación de variedades tradicionales no es algo nuevo en la denominación de origen de La Rioja.
“A lo largo del siglo XX, como consecuencia de la aparición de varias enfermedades que afectaron a todos los países vitivinícolas, se desecharon muchas variedades. Los esfuerzos se concentraron en las variedades más productivas, más tolerantes a las enfermedades, con mejores condiciones de maduración y con mayor aceptación del mercado”, señala Martínez Zapater. “Por eso, fueron quedándose por el camino variedades que no llegaban a completar el ciclo de maduración, de baja producción o bajo grado alcohólico, poco conocidas o de zonas de cultivo muy reducidas”.
Ante las nuevas condiciones que impone el cambio climático, no todas tienen el futuro asegurado, pero algunas pueden ser útiles: las altas temperaturas pueden ayudar a completar el ciclo de maduración de las variedades más tardías y otras pueden estar mejor adaptadas a las condiciones de menor disponibilidad de agua, por ejemplo. Por eso, desde finales de los años 90 del siglo pasado, la denominación de origen, el gobierno de La Rioja y la Universidad de La Rioja han potenciado los estudios de variedades tradicionales casi olvidadas.
Buscan viñedos antiguos con plantas diferentes al resto, toman muestras de su ADN y lo analizan para determinar si se trata de un genotipo conocido o no. Solo la base de datos del ICVV cuenta con más de 3.000 genotipos de variedades de vid. Esté catalogada o no, la variedad encontrada se pone a prueba en una pequeña plantación para conocer su productividad, sus características y su resistencia a enfermedades. Es un proceso largo, que puede extenderse más de 10 años hasta que llegue a registrarse como variedad de cultivo en una denominación de origen determinada.
En la de La Rioja, por ejemplo, el Consejo Regulador amparó ya en 2007 la reintroducción de varias variedades tradicionales (como Maturana Blanca, Maturana Tinta y Turruntés de Rioja). “Maturana Blanca se conocía con el nombre de Ribadavia en algunas localidades de La Rioja y el vino con ese nombre se cita ya a principios del siglo XVII en la zona”, añade Martínez Zapater. “Hoy se siguen localizando variedades minoritarias o no cultivadas cuyo interés se irá analizando a lo largo de los próximos años. Al mismo tiempo, existen programas de mejora que buscan la selección de nuevos clones de variedades muy implantadas como Tempranillo y de desarrollo de nuevas variedades más adaptadas a partir de variedades actualmente en cultivo”.
Y el del pan
El caso de La Rioja no es único. De hecho, se repite en la mayoría de denominaciones de origen de España y en los principales países productores de vino del planeta. Y, aunque no todos los sectores agrícolas cuentan con el poder económico del vitícola, la recuperación de variedades tradicionales más resistentes también empieza a ser habitual en muchos otros cultivos.
“Desde la Revolución Verde, la base genética de las variedades se ha ido reduciendo, al emplearse un bajo número de variedades élite en los programas de mejora. En este sentido, las variedades locales de trigo, cultivadas durante siglos de forma tradicional a lo largo de la geografía española, muestran una alta adaptación a diversas condiciones ecoclimáticas y a sistemas agrícolas de bajos insumos y representan una fuente de variabilidad genética muy valiosa”, explica Matilde López Fernández, del Grupo de Investigación Mejora Genética de Plantas de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM).
Hace dos años, este grupo publicó un trabajo pionero en España en el que, tras analizar 189 variedades tradicionales de trigo de la península Ibérica, identificó 15 variedades con potencial para mejorar la calidad de los panes y mantener los niveles de producción en un contexto desfavorable marcado por el cambio climático. Ahora, estas 15 variedades están siendo analizadas y estudiadas sobre el terreno, para ver hasta qué punto pueden ser útiles en los programas de mejora de los cultivos.
Las razones por las que la mayoría de cultivos tradicionales se abandonaron o cayeron en desuso en el pasado son muy variadas y van desde lo económico hasta lo político. En América, por ejemplo, la colonización, primero, y la industrialización, más adelante, convirtieron en residuales especies y variedades que durante milenios se habían adaptado a los diferentes contextos climáticos y geográficos de la región. Lo que está claro es que, en la última década, buena parte del mundo ha vuelto a mirar hacia los supervivientes de este olvido.
La FAO calcula que un 75% de la diversidad de cultivos se perdió a lo largo del siglo XX y que hasta un 22% de las variedades silvestres de cultivos que juegan un papel clave en la alimentación mundial, como la patata, el cacahuete y los frijoles, podría desaparecer para el año 2050 debido al cambio climático. Para la organización, que en 2001 impulsó la firma de un Tratado Internacional sobre los Recursos Genéticos para la Alimentación y la Agricultura, la variedad genética de los vegetales cultivables es, probablemente, la mejor herramienta que tenemos para la adaptación de la agricultura al cambio climático.
El monocultivo de la vid, tal como en la Rioja, es perjudicial para la biodiversidad de una comarca.
Y ya no te digo si la riegan.
El sector vitivinícola tiene una gran poder económico, lo sé, pero para los secos y difíciles tiempos que yo vislumbro que se avecinan sería conveniente que hubiera más árboles en lugar de vides y que si es necesario empecemos a beber agua que es más saludable y barata que el vino.
Un 75% de la diversidad de cultivos no se perdió, se los han patentado de mala manera, especialmente la multinacional Monsanto. Les sacaron las semillas de las manos y de mala manera a los agricultores tradicionales de los cinco Continentes.
De aquellos polvos estos lodos.
Todo se mueve por intereses no por conveniencia social. Menos mal que no ha desaparecido del todo la «resistencia» y en algunos sitios plantan cara a la especulación.
Entidades ecologistas interponen la primera denuncia por ‘greenwashing’
Ecologistes en Acció de Catalunya y la Coordinadora per la Salvaguarda del Montseny exigen que las instituciones públicas actúen contra el blanqueo ecológico que se ha impuesto en nuestra sociedad.
El equipo jurídico de Ecologistes en Acció de Catalunya y la Coordinadora per la Salvaguarda del Montseny han presentado dos denuncias administrativas ante la Agencia Catalana de Consumo y la Autoridad Catalana de la Competencia contra la empresa NESTLÉ, titular de la marca AIGÜES DE VILADRAU, acusandola de llevar a cabo prácticas de Blanqueo ecológico (greenwashing). Esta medida se toma en respuesta a la creciente preocupación sobre las estrategias de marketing engañosas que algunas empresas utilizan para aparentar un compromiso ambiental que en realidad no reflejan sus acciones y políticas reales.
https://www.ecologistasenaccion.org/297495/interposen-la-primera-denuncia-per-greenwashing-al-nostre-pais/