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La antigua Roma estaba sedienta de recursos. Sus conquistas tenían motivos militares y políticos, pero, sobre todo, estaban impulsadas por la búsqueda de metales. La actividad metalúrgica de la República (primero) y del Imperio (después) fue tan alta que todavía hoy encontramos su huella en el medio ambiente –y no solo en forma de montañas horadadas y grandes minas como las de las Médulas, en León–. La huella medioambiental de Roma se puede leer en lo alto de las montañas: está escrita en los contaminantes que la metalurgia dejó atrapados en el hielo de los glaciares.
Un análisis del glaciar de Col du Dôme, a los pies del Mont Blanc en Francia, reveló en 2019 la existencia de capas de hielo con niveles inusualmente altos de plomo y antimonio en una época que cubría, aproximadamente, del año 800 antes de nuestra era hasta el año 250 de nuestra era. Durante aquellos siglos, la cantidad de plomo en la atmósfera se multiplicó por 10. El crecimiento, significativo, no tiene comparación con el incremento por un factor de 100 que se produjo en épocas más recientes por el uso de combustibles con plomo. Pero esa es otra historia.
El estudio se hizo sobre tres testigos de hielo recuperados en 2016 del glaciar. Los testigos de hielo son cilindros perforados verticalmente en los glaciares o en los casquetes polares que nos permiten viajar al pasado. Ofrecen la posibilidad de estudiar la composición de la atmósfera en otros tiempos, ya que acumulan en su interior restos de contaminantes, aerosoles y gases atrapados en pequeñas burbujas de aire. Cuanto más profundo sea el hielo recuperado, más atrás en la historia estaremos viajando. Así, los testigos de hielo son una de las herramientas más fiables que tenemos para reconstruir el clima del pasado.
El problema es que la mayoría de los hielos permanentes del planeta se están derritiendo a toda velocidad. Y ahí es donde aparecen los protagonistas de nuestra historia.
Al rescate del hielo glaciar
“Vayamos a donde vayamos, vemos las mismas señales. La temperatura aumenta y los glaciares se derriten. Puede que en algunos casos no sea muy evidente, pero la mayoría está desapareciendo. Es muy triste”, explica Margit Schwikowski, directora del laboratorio de química ambiental del Paul Scherrer Institute de Suiza y líder científica del Ice Memory Foundation, un proyecto que se ha propuesto recuperar testigos de hielo de los mayores glaciares del planeta antes de que desaparezcan y conservarlos en condiciones óptimas para su estudio en el futuro. “No lo sabemos, pero es probable que para algunos glaciares ya sea demasiado tarde”.
El proyecto científico dio sus primeros pasos en 2015. Un año más tarde efectuaron su primera perforación en el glaciar de Col du Dôme, donde obtuvieron los tres testigos de hielo que, entre otras cosas, han servido para entender los niveles de contaminación atmosférica durante la época romana. Después llegó el Illimani, en Bolivia, en 2017. Los dos testigos recuperados allí, a más de 6.000 metros sobre el nivel del mar, contienen datos que permiten reconstruir algunos parámetros ambientales de hace 18.000 años. Tras este, llegaron las perforaciones en el Elbrus y el Beluka, en Rusia, el Grand Combin, en Suiza, y el Colle Gnifetti, en Italia.
“Los testigos de hielo de los glaciares no suelen permitirnos viajar en el tiempo más allá de 200 años, pero hay casos excepcionales. Es el caso del Colle Gnifetti, que alcanza los 4.600 metros de altura sobre el monte Rosa, en Italia. Con su hielo podemos remontarnos más de 10.000 años. Es decir, contiene un registro climático y atmosférico de todo el Holoceno, que es el último período interglacial que ha atravesado la Tierra y en el que nos encontramos en la actualidad”, añade Margit Schwikowski.
Tras el glaciar italiano les llegó el turno a las islas noruegas de Svalbard (2023) y la Colle del Lys (2023 en Italia). Ahora, el próximo objetivo está en Canadá. La perforación de glaciares no es una tarea sencilla ni barata, por lo que el proyecto Ice Memory Foundation busca siempre aliarse con otros equipos científicos con los que comparten misión. Así, el siguiente paso (todavía no confirmado) podría ser trabajar con la Universidad de Maine para recolectar un testigo de hielo del Eclipse Icefield, en el territorio canadiense de Yukón.
“Esperamos que este testigo contenga 10.000 años de historia del clima del Pacífico. Hay muy pocos lugares en el planeta donde podamos reconstruir el pasado de este océano, que tiene una gran influencia en el clima global”, explica Schwikowski. El problema es que, también aquí, trabajan contra el reloj. Estudios sobre otros glaciares cercanos, como los de Juneau, han demostrado que el derretimiento se ha acelerado en las últimas dos décadas. El campo helado de Juneau, compuesto por más de 100 glaciares, pierde hoy 200.000 litros por segundo.
¿Qué se pierde cuando se derrite el hielo?
El proyecto Ice Memory Foundation quiere alcanzar la cifra de 20 glaciares perforados antes de 2035. Además de los hielos de Canadá, tiene la vista puesta en el altiplano andino de Perú, las islas Heard de Australia y varios puntos en las cumbres de Tayikistán, Pakistán y China (la meseta del Tíbet y el Himalaya son conocidos como el tercer polo de la Tierra, ya que albergan más de 46.000 glaciares). En todos ellos, el objetivo es siempre el mismo: salvaguardar los registros de hielo para los investigadores que quieran estudiarlos en el futuro, cuando la mayor parte de glaciares del planeta hayan desaparecido –si no hacemos nada para evitarlo–.
“Los glaciares son archivos naturales fantásticos. En algunos, como los polares, incluso podemos analizar la presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera del pasado, pero por lo general nos ayudan a entender el clima, la contaminación y las condiciones ambientales de otras épocas”, señala Schwikowski. “Por ejemplo, en este momento estamos trabajando en un artículo sobre la reconstrucción de la contaminación por metales pesados en los países de la antigua Unión Soviética, ya que no existen registros fiables. También podemos observar el aumento de dióxido de azufre en la atmósfera desde que empezamos a quemar combustibles fósiles y su posterior descenso en algunas zonas donde se impusieron medidas de control de la contaminación”.
“Al final, todo esto va de datos. Queremos más información sobre el pasado que nos permita entender qué va a pasar en el futuro”, concluye la investigadora. Para ello, los testigos de hielo del proyecto deben quedar a buen recaudo. Y qué mejor lugar para guardar el hielo que la mayor nevera del planeta: la Antártida. El último paso del Ice Memory Foundation será almacenar los testigos en una especie de santuario internacional helado, construido junto a la base científica Concordia, la única en la meseta antártica. Allí, con unas condiciones naturales de menos 50°C, el hielo de las montañas podrá sobrevivir unos cuantos siglos más. O eso esperan los investigadores.
Noruega, planea surcar el lecho marino del Ártico en busca de minerales. La minería en el lecho marino supondrá un grave riesgo para el ecosistema marino, sobre todo para las ballenas que viven en las aguas profundas del Ártico.
La lucha contra la minería en aguas profundas no es solo una lucha para proteger el océano, sino también una oportunidad para lograr un cambio en la forma en que tratamos a nuestro planeta.
Necesitamos llevar a cabo investigaciones importantes que nos ayuden a demostrar y aclarar los peligros de la minería en aguas profundas.
Dirigir la atención del mundo a aquellos políticos y empresas que están dispuestos a poner en peligro los ecosistemas oceánicos para obtener beneficios a corto plazo. Trabajar por una prohibición global de la minería en el fondo de las profundidades marinas, una industria imperdonablemente dañina.
Las máquinas no han empezado a rodar, las licencias no se han entregado y la minería no ha comenzado. Todavía.
(Noticias Greenpeace Danmark)
https://www.greenpeace.org/denmark/vaer-med/stoet-greenpeace/bliv-maanedlig-donor-med-mobilepay-og-red-dybhavet/?utm_medium=email&utm_source=smc&utm_campaign=dk_fr_oceans&utm_content=dk