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La gente de la huerta de Cauvaca, cerca de Caspe, en Zaragoza, sabía algo que a la mayoría se nos ha olvidado: que el agua está por todas partes, y cómo relacionarse con eso. En ese lugar en el que chocaba el aire de dos mares lejanos, con su paisaje de pontones atados a cerezos que subían y bajaban con la corriente, se intuía el agua dentro de los árboles y se recordaba en las lágrimas y se sentía en las palabras que decían que alguien iba a nacer. Su ciclo era más amplio que el camino de tierra y nubes al que lo hemos reducido. Atravesaba cada vida y era capaz de contarla, como cuando se cuenta la de Mercedes, que de niña cruzaba el río a nado empujando melones y cuando se hizo mayor empezó a pasar de otro modo para que no se le mojaran los rizos. Es esa mirada la que empapa todo en el mundo que dibuja Virginia Mendoza en Detendrán mi río. Desarraigo y memoria en un rincón de la España sumergida (Libros del K.O., 2021).
La memoria que necesitamos construir tiene que ver con muchas cosas. Hay memoria de cómo nos relacionábamos con la tierra, de cómo se construyeron los lugares y sus costumbres, y también de cómo se forjó un sistema económico que, al acelerarse, trajo hasta la depredación en que vivimos hoy. La historia se trenza con muchos hilos, y hay uno de agua que amarra la España vaciada que nos trae de cabeza con la soberanía sobre los propios recursos y con las políticas del franquismo, entre muchos otros cabos resbaladizos.
En esta investigación, que se lee como una novela, Virginia Mendoza recupera una saga familiar, con sus muchos meandros. Es una historia que empieza en algún momento de principios del siglo XIX, cuando el río Guadalope bajó tras la crecida más grande que se recuerda y un campesino fue al pueblo a llevar trigo y se ganó un mote. Y llega hasta la nueva era que se abre el verano de 1952, un tiempo en que “casi todas las cosas que habían sido útiles hasta entonces estaban a punto de desaparecer”. Fue el verano en el que Franco visitó medio centenar de obras hidráulicas repitiendo esa frase que hoy casi suena a broma: “Queda inaugurado este pantano”. En Cauvaca la frase no tenía gracia ninguna, más bien hacía verdad un rumor y un temor que llevaban habitando el pueblo desde siempre. “Ya la maestra Norberta nos ponía a rezar para que no llegara el embalse antes de la guerra”, dice un vecino en uno de los testimonios que le sirven de base a Mendoza para su relato, y que salpican el libro de frases que suenan a oráculo, a haberlo entendido todo.
Pero hasta llegar a ese momento, lo que nos cuenta Detendrán mi río es el suave transcurrir de la vida de varias generaciones en esa huerta. Un lugar poblado desde hacía milenios, en el que cíclicamente el Ebro se tragaba la tierra para luego devolverla fértil. Como deja ver la historia que va contando Mendoza, ese ir y venir marcaba unas vidas que tenían por centro “el agua que podía acabar con sus cosechas y el agua que no las regaba, el agua que podía destrozar sus casas y tragarse a sus hijos”, el agua por la que pedían a los santos y celebraban romerías. Siempre listos para marcharse a otra parte, los cauvacanos eran, sin embargo, de allí como lo son las anguilas, que recuerdan el camino para volver a casa. De allí: de ese lugar en el que se cruzan los peligros y las posibilidades, igual que hay un sitio en el río “donde decían los mayores que el Ebro daba la bofetada, y los niños tenían que luchar por seguir vivos en el punto exacto en el que los ingenieros veían oportunidades”. Un lugar también que fue durante la guerra la capital del Consejo de Aragón, “un lugar que Queipo de Llano llamaba despectivamente ‘Republiquita de Caspe’” y sobre cuya población civil cayeron, por ello, bombas y consecuencias.
En Detendrán mi río, la historia de ese lugar tiene un espejo. Su avance se va cruzando con el de otra que también va por agua, pero oceánica en este caso: la de un barco que lleva como pasajero a un ingeniero que va a llegar, tal vez, a negociar en España un proyecto de presas y embalses. En ese hilo narrativo —que mantiene durante todo el libro un misterio que no sabemos si va a desembocar en el naufragio del buque o en el de Cauvaca— se pone de relieve una mentalidad: la que es capaz de calcular con frialdad qué se puede sacrificar en nombre del progreso, cuántos pueblos se pueden llegar a hundir, cuántas vidas cabe condenar a quedar bajo el agua.
No es spoiler, sino la premisa del libro, decir que, finalmente, llegó el día en que “Mercedes volvió con José a la que había sido su casa y supo que para eso tendría que conformarse con ver agua desde la orilla de un embalse”. El destino de Cauvaca quedó decidido cuando se firmaron dos proyectos para el aprovechamiento de un tramo del Ebro, con varias presas que en algunos años ya estarían construidas, anegando varios pueblos y huertas. Unos se fueron. Otros se quedaron esperando el agua.
Esta no es la primera obra en la que Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987) se ocupa de la España rural y su historia de despojos: ya lo había hecho en Quién te cerrará los ojos. Historias de arraigo y soledad en la España rural (Libros del K.O., 2017), y tuvo también una sección sobre este tema en RNE. En la biografía con la que se cuenta, esta escritora que se define como “perioantropodista” afirma que la única diferencia entre el periodismo y la antropología es el tiempo. Y sí: es precisamente tiempo lo que dedica a esta historia. Tiempo y cuidado, con los que recoge detalles como Milagros —una de sus protagonistas— recogía las figuritas de vidrio que aparecían a veces junto a la torre como señales de un tesoro mítico. Es así como nos vamos enterando del día en que cayó la lotería en el pueblo, de los muchos hijos que se le morían a María, de los zapatos especiales que tuvieron que ponerse durante un verano entero para ir a dar de comer a los cerdos.
Y es porque conocemos todos esos detalles por los que se nos cae, tal vez, una lágrima, cuando llegamos al momento de leer que Josefina no logró salvar uno de los albaricoqueros que había plantado su padre. Había pedido que hicieran con él leña para el invierno: “era el final que había elegido para su árbol porque le parecía más digno que verlo desaparecer bajo el agua”. Pero no le dio tiempo: “El agua dispuso a su antojo y en el momento de la despedida inminente el río arrancó el albaricoquero y lo arrastró a un lugar desconocido”.
En un mundo que nos habla de niñas dormidas sobre el maíz, de cinturones de serpiente que sirven para predecir la lluvia, o de una gata y una médium que quisieron escapar de un barco que iba a hundirse, sería fácil recurrir a la etiqueta de “realismo mágico” para dar noción del tono de un libro que navega entre géneros y entre lenguajes. Pero quizá esa etiqueta sea solo el cliché que hemos encontrado para referirnos a algo que lleva sin fallarnos desde antiguo: la mirada poética que es capaz de poner juntas cosas cuyo hilo invisible no estábamos viendo. Es esa mirada poética la que le permite a Mendoza ver que “cuando llegaron los forasteros el río aún iba hacia el mar y el rosal de la ermita trepaba hacia el cielo”. Ver que “la guerra era eso: animales muertos, susurros, mantas”. Ver, como puede llegar a ver una ciega si se lo cuentan bien, que el mar es “como un río grande y sin paredes”, como “un río, pero sin árboles y sin nada enfrente”.
Así, con antropología y con poesía, con tiempo y con cuidado, Detendrán mi río cuenta una realidad importante con la eficacia de una fábula que nos toca el corazón, al estilo inolvidable de un Baricco. Pero sin olvidarse de recordar también que esta historia no es sino una de muchas. La construcción de grandes presas, como aclara la nota introductoria del libro, ha desarraigado entre cincuenta y ochenta millones de personas en todo el mundo. España es el país con más grandes presas de la Unión Europea, y el quinto a nivel global. Ante la opacidad de los datos por parte de instituciones y empresas —“no había números para todo eso porque la ausencia de cifras y detalles siempre ha facilitado el olvido de lo que no se quiere recordar”—, Virginia Mendoza ha emprendido su propia investigación, más allá de las páginas del libro. En www.detendranmirio.com se puede acceder a un mapa que va completando progresivamente con las historias que hay detrás de esos topónimos que quedaron bajo el agua. El proyecto, que también puede seguirse en Instagram, está abierto a recibir nuevas pistas y detalles, para ir perfilando una cartografía que se calcula que podrá incluir unos quinientos pueblos y otros muchos núcleos habitados de menor tamaño, como la huerta de Cauvaca.
Este mapa abierto da muestra de la generosidad de un proyecto que también comparte sus fuentes: el libro incluye una amplia bibliografía, y también una playlist de canciones que acompañaron su escritura. Y que al sonar recuerda que, en realidad, esta historia —esta historia múltiple, estas cientos de historias mojadas— sí que está en nuestro imaginario y en nuestra memoria. Como en ese estribillo de la “Habanera triste” de Ronda de Boltaña, que canta: “Quién me iba a decir a mí / que soñaba con el mar / que en un maldito pantano / mi casa iba a naufragar”. Nombres como Julio Llamazares, Jesús Moncada o Ana María Matute aparecen así como parte de la genealogía de un libro que tiene también mucho de diálogo, de conversación abierta y por abrir.
“Nadie quiere volver a casa y encontrar ruinas”, concluye Virginia Mendoza en esta historia triste. Pero en eso que hoy vemos como ruinas tenemos varios recordatorios que no deberíamos ignorar. El de que un día la vida fue de otra manera, para empezar: el de que hubo un tiempo en el que sabíamos relacionarnos de otra forma con lo que nos es imprescindible para vivir. También, quizá sobre todo, el de que en nombre del progreso se han calculado siempre las pérdidas admisibles, ahogando vidas, sagas familiares, historias antiguas. El recordatorio de toda la desposesión y desarraigo que llevaron consigo —que siguen llevando— la prosperidad de las ciudades, la luz y el agua corriente que llegan a las casas. Una contradicción que no puede eludirse con olvido. Porque, al final, la sequía vuelve, y las ruinas afloran, como afloran siempre las cosas no resueltas.
Especulación con los ríos. Especulación con los Oceanos.
El mundo en manos de especuladores y todos tan contentos que aún los engordamos con nuestro consumo. La inconsciencia humana…
OCEANOS EN CRISIS (Greenpeace Danmark)
Hace menos de tres años, publicamos un importante informe en el que presentamos un plan para salvar a los océanos de la crisis en la que se encuentran. En aquel entonces, solo un puñado de gobiernos respaldaron el plan para proteger alrededor del 30 por ciento de los océanos del mundo para 2030.
Desde entonces, hemos navegado alrededor del mundo para resaltar nuestros mares y las amenazas que enfrentan, como la sobrepesca, la minería de aguas profundas y el cambio climático. Tomamos medidas contra la minería en el Océano Pacífico, celebramos la huelga climática más septentrional del mundo en el Ártico y la primera huelga climática submarina en el Océano Índico. Al mismo tiempo, nos hemos reunido con responsables de la toma de decisiones de todo el mundo. Ahora 100 gobiernos están respaldando nuestra demanda de protección para un tercio de los océanos del mundo
.Pero las palabras caen como gotas en el océano, por lo que si los líderes mundiales se toman en serio la protección de un tercio de los océanos del mundo para 2030, entonces necesitamos un tratado marítimo global ahora. Dentro de unas semanas, representantes de los gobiernos del mundo se reunirán para negociar el Tratado Marítimo Global. Si hacen lo correcto, será el mayor esfuerzo para la conservación de la naturaleza en la historia humana.
Es por eso que nuestro barco ártic sunrise navega de regreso a la Antártida. Reuniremos más evidencia de lo crucial que es tener un tratado marítimo global ambicioso y legalmente vinculante que proteja al menos el 30 por ciento de los hábitats marinos para 2030. Queremos mostrar a los líderes mundiales que deben actuar para proteger nuestros mares.
Firmar
https://www.greenpeace.org/denmark/vaer-med/verdenshavene/beskyt-verdenshavene/
Quien te cerrará los ojos, tierra, cuando estés callada…..
Los planes hidrológicos presentados por las confederaciones hidrográficas mantienen una política desarrollista e insostenible.
siguen en buena medida las políticas desarrollistas imperantes en el siglo XX, basadas en el hormigón, y el crecimiento del regadío.
Estos planes, elaborados por las confederaciones hidrográficas, organismos dependientes del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, todavía incluyen la construcción de nuevos grandes embalses, a pesar de que los últimos construidos carecen de utilidad. A juicio de Ecologistas en Acción, los nuevos proyectos serían aún más inútiles. En este sentido, las confederaciones que siguen priorizando la política hidráulica del hormigón han sido las del Ebro, Duero y Guadalquivir. La primera mantiene el recrecimiento de Yesa, Almudévar y Mularroya. La segunda contempla la construcción de dos embalses muy impactantes en la provincia de León, Rial y Morales. En el tercer caso, incluyen el recrecimiento del Agrio, la presa de San Calixto y el estudio de viabilidad del embalse de la Cerrada de la Puerta, en Jaén, un proyecto asociado a un gran impacto ambiental.
También se sigue apostando por la creación de nuevos regadíos. Por ejemplo, en el Plan del Ebro, se recogen inversiones para este fin, asignadas en su mayoría a los gobiernos autonómicos, de 975 millones de euros. Asimismo, los caudales ecológicos son claramente insuficientes para que puedan tener un buen estado ecológico. En algunos casos, como el del río Ciurana, de la demarcación del Ebro, ni siquiera se ha establecido un caudal mínimo. Las cifras que manejan son, en palabras de Ecologistas en Acción, “realmente irrisorias” (20 o 30 litros por segundo).
Por ello, Ecologistas en Acción ha presentado alegaciones a todos los planes hidrológicos de las demarcaciones hidrográficas, con el objetivo de que se abandone la construcción de grandes infraestructuras hidráulicas de regulación y la creación de nuevos regadíos, que están llevando a una situación de cada vez mayor insostenibilidad. Unos planes hidrológicos ecológicos serían garantía de sostenibilidad, cubriéndose así adecuadamente las demandas ambientales y de abastecimiento a las poblaciones.
«RESISTIRE», Himno de la Asociación Río Aragón contra el recrecimiento del pantano de Yesa:
https://www.youtube.com/watch?v=2bf0-oe0v0g