Un tren literario para viajar por tu mundo

'El gran bazar del ferrocarril', del estadounidense Paul Theroux, es una crónica del viaje en sí mismo. Aquí, algunos libros más para meter en tu mochila.
Un tren literario para viajar por tu mundo
Viajar en tren. OLIVIA CARBALLAR Foto: dfc2640d-d491-409d-92fa-bb39b8e4c2f6

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“Desde que era niño, cuando vivía cerca de la vía férrea de la compañía Boston & Maine, raras veces oí el paso de un tren sin sentir deseos de montar en él. Esos silbidos parecen cantos embrujados: los ferrocarriles son bazares irresistibles, que serpentean perfectamente nivelados por las desigualdades de cualquier paisaje, mejorando tu estado de ánimo con la velocidad y sin volcar nunca tu bebida. El tren es capaz de infundirte tranquilidad en lugares horribles, no tiene nada que ver con los angustiosos sudores de muerte que provocan aviones, el mareo de los autobuses de largos trayectos o la parálisis que aflige al que va en automóvil. Si un tren es grande y confortable ni siquiera necesitas un destino; un asiento en un rincón es suficiente y puedes ser uno de esos viajeros que están quietos en movimiento, avanzando sin llegar ni sentir la necesidad de llegar a ninguna parte, como aquel hombre afortunado que vive en los ferrocarriles italianos porque está retirado y tiene un pase».

Así comienza El gran bazar del ferrocarril, del estadounidense Paul Theroux, un libro escrito en 1975 que deberíamos leer o releer con intensidad en este nuevo siglo. Es la crónica del viaje en sí mismo, del tren como lugar de encuentro, del trayecto más allá del destino, del viaje con mayúsculas, de lo que, al fin y al cabo, se encargó de enseñarnos Kavafis con su Ítaca. Theroux inicia un recorrido desde Londres hasta Asia. Sus trenes discurren por Turquía, Extremo Oriente y Siberia. Pero el viaje, el otro viaje, iba por dentro. “El viajar en tren excitaba mi imaginación y, por lo general, me daba la soledad necesaria para poner en orden y escribir mis ideas. Viajaba fácilmente en dos direcciones, a lo largo de los raíles, mientras Asia iba desfilando por la ventanilla, y en el interior de un mundo interior, el mundo de la memoria y el lenguaje. No puedo imaginar una combinación mejor”, escribió. 

yuma

Imaginen ahora otra combinación, otro libro que pueden meter en la mochila: un peligroso forajido y un convoy hasta una cárcel. Es El tren de las 3:10 a Yuma, de Elmore Leonard, nacido en 1925 en Nueva Orleans. En este relato, la misión es trasladar en tren hasta la prisión de Yuma al peligroso Jim Kidd. Fue llevado al cine en 1957 por Delmer Daves, con Glenn Ford como protagonista, y en 2007 por James Mangold, con Russell Crowe. 

Ahora, un poema, Ecosistema, de Benjamín Prado, galardonado por la Fundación de Ferrocarriles Españoles: 

En las gasolineras
se funden los glaciares.
El humo de las fábricas busca ataúdes blancos.
Quien tala el abedul
detiene un río.

Yo miraba
los bosques
desde un tren.

El cáncer
es la sombra
de las selvas quemadas.
Los poemas de Lorca crecen en los naranjos.
Los desiertos
empiezan en las peleterías.

El tren
dejaba atrás
marismas
y humedales;
dejaba
atrás
el salto
de los zorros
y el martín-pescador.

Los detergentes
llenan de azufre las manzanas.
En las niñas que lloran dentro de los quirófanos
se oye el grito del urogallo herido.

El tren
cruzaba

campos
de maíz,
subía
a la montaña,
lejos,
lejos del hombre
que inmiscuye un puñal en cada espiga,
lejos de su aire análogo al veneno,
sus nubes de nitrógeno,
sus hornos de carbón.

El tren
y la langosta
que se fragua
a sí misma
en la espesura;
el tren
junto al limón
que abre
la oscuridad
con dedos amarillos;
la caracola llena de pagodas torcidas;
el ciervo
reclutado
al azafrán.

Pasaba el tren,
hermosa cordillera instantánea,
horizonte mecánico,
dragón oscuro de los manantiales.

Pasó el tren y quedó ilesa la vida».

extraños en un tren

“El tren avanzaba impetuosamente, con ritmo furioso y entrecortado. Tenía que detenerse, cada vez con mayor frecuencia, en estaciones de poca monta donde permanecía unos momentos esperando con impaciencia la señal para volver a embestir la pradera. Pero su avance apenas se notaba. Diríase que la pradera ondulaba solamente, como una inmensa manta, rosada y ocre, que alguien estuviese sacudiendo. Cuanto más rápido iba el tren, más vivaces y burlonas eran las ondulaciones”. Estamos ahora en el inicio de una trama de intriga. Quién lo diría. Extraños en un tren es la primera novela de Patricia Highsmith, basada en la idea de un crimen perfecto: dos desconocidos acuerdan asesinar cada uno al enemigo del otro. Fue llevada al cine por Hitchcock en 1951.

Aunque a extraña, a la vida, no le gana nadie, como recogió Ana María Matute en De ninguna parte, un pequeño relato premiado también por la citada fundación de ferrocarriles: “Y la vida de Tesa fue de una estación a otra hasta llegar a una nueva tarde de otoño en que cruzó la frontera, y regresó. Quizá un olor a leños quemados, quizá la inflexión de una voz que cruzaba y desaparecía en la estación, o quizá porque a través del cristal de la ventanilla un plátano, un viejo, sufrido y vulgar plátano apareció ante sus ojos, Tesa creyó recobrar una maletita de niña que guardaba cosas tan efímeras e inapreciables como una nuez, una caja de lápices medio gastados o el libro de Peter Pan. Incluso, el rostro de Mme. Saint Genis (que no había podido huir a Francia como la Superiora). Y regresó la carita de Tito, con sus botellas repletas de Ingredientes, regresó la dulce mirada de Margarita, y la espuma de un maravilloso champán llamado El Gaitero. El tren se había detenido para largo rato en la primera estación del regreso, y un hoja de color amarillo claro, transparente, se pegó a la ventanilla. Tesa reconoció su propio rostro, el rostro de otra tarde de otoño, cuando se fue a la última y larga noche de tren de los niños, y supo que aquella era la carita de una niña que no había muerto, ni estaba en ninguna parte. Que no volverían las largas noches del tren de los niños, que nunca podría reírse como entonces se reía. Y sobre todo, -y esto fue lo peor- comprendió que nunca, nunca, nunca, por muchos años que viviera, volvería a llorar como entonces lloró”.

Y ahora sí. Llegamos a Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie. ¿Quién no ha visto, al menos, la película? ¿Quién no ha visto, al menos, la última película (críticas aparte)? En el compartimiento vecino al del mítico detective Poirot ha sido asesinado Samuel E. Ratchett mientras dormía y… 

…Y uno más. Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo: “Imaginemos a una mujer que al volver a casa sorprende a su marido inspeccionando con un palito su propia mierda. Imaginemos que este hombre no regresa jamás de su ensimismamiento, y que ella tiene que internarlo en una clínica para enfermos mentales al norte del país». El libro comienza cuando la mujer regresa en tren a su domicilio tras haber finalizado los trámites de ingreso, y el hombre que está sentado a su lado le pregunta: «¿Le apetece que le cuente mi vida?”. ¿Le apetece un viaje en tren?

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