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Urnas

"¿Podemos permitirnos comunicar la urgencia respecto al cambio climático desde los parámetros de hace 20 o 30 años? La COP27 (¡la 27!) está a punto de acabar, y todo parece indicar que los resultados no estarán a la altura de la situación", reflexiona el investigador.
Urnas
Foto: Víctor Castelo / Flickr

Cuando era niño, de vez en cuando, entraba en una de las ermitas del pueblo para asistir, con mi familia, a la ceremonia por la comunión de algunos de mis primos. En uno de aquellos días, de forma sorpresiva y justo frente al altar, en un espacio de unos 2 metros cuadrados, descubrí que las losas de granito del suelo habían desaparecido, habiendo sido sustituidas por un grueso cristal. Al otro lado, iluminadas por un fluorescente, había dos tumbas labradas en la roca sobre la que se había edificado la ermita.

Fue mi primer contacto con una urna. Allí, siendo un niño de siete u ocho años, tuve plena consciencia de que lo que había al otro lado del cristal debía ser muy importante y valioso. Además de una sensación mágica de que, más allá de la oscuridad del suelo y la roca, había espacios secretos que seguramente albergaban tesoros por descubrir.

Ha pasado el tiempo. Algo más de 30 años.

En ese tiempo he visto, aquí y allí, muchas urnas protegiendo preciados tesoros: bellas pinturas y tapices que recreaban naturalezas muertas o grandes paisajes ya desaparecidos, esculturas y bustos, coronas de grandes tiranos, libros incunables, seres vivos muertos y disecados, ya extinguidos, momias, espadas y espadones…

Hace unas semanas, unas personas jóvenes, en torno a los 20 años, realizaron una acción de protesta en el Museo del Prado. Se pegaron las manos al marco de las dos “Majas” de Francisco de Goya y escribieron “1,5 ºC” en la pared que separa ambos lienzos. Días antes, en la National Gallery de Londres, otras dos personas, de edades similares, arrojaron pintura sobre la superficie de la urna que protege el cuadro de los girasoles de Van Gogh. En las últimas semanas, estos actos se han reproducido en otros lugares con el objetivo de llamar la atención sobre la urgencia de actuar frente a las causas de la emergencia climática.

De forma inmediata, la reacción general fue de condena hacia las jóvenes y su intervención. La mayoría de ‘analistas’ (antes tertulianos) se escandalizaban por el ataque a las obras de arte, y lo consideraban un acto violento, vandálico e incluso de “terrorismo”. Dentro del grupo de las personas posicionadas en contra de las actuaciones aparecieron también divulgadores de la ciencia y la emergencia climática. El argumento general, al calor de la polémica, era que este tipo de actos no ayudaba a la causa porque ponían a la «población general» en contra del objetivo de lucha “contra la emergencia climática”.

Leyendo algunas rápidas reacciones vía tuits me reafirmé en que dedicamos poco tiempo a la reflexión pausada, y que la naturaleza de redes sociales como Twitter anima a actuar, ante casi cualquier tema, con urgencia injustificada, sin sosiego ni mesura. Por eso Twitter es un lugar muy poco proclive, casi hostil, a albergar debates sosegados y, menos aún, aquellos con base científica. Por supuesto que hay y habrá excepciones.

Con el paso de los días, el eco de la condena unánime ha ido, poco a poco, atenuándose y dando paso, en algunos casos, a reflexiones algo más elaboradas que lo que permite un tuit (o la columna de opinión de la contraportada de un diario generalista los sábados). Hay quienes, incluso, se han parado a escuchar las declaraciones de las activistas climáticas. Durante ese tiempo, mis dudas iniciales ante qué pensar sobre las actuaciones en los museos y pinacotecas, han sido sustituidas por preguntas más sólidas.

¿Podemos permitirnos comunicar la urgencia presente de la situación respecto al cambio climático desde los parámetros de hace 20 o 30 años? La COP27 (¡la 27!) está a punto de acabar, y todo parece indicar que los resultados no estarán a la altura de la situación.

En los 30 años que han pasado desde que descubrí la urna bajo mis pies en la “Ermita de los Remedios”, entre otras cosas, he llegado a ser profesor en una universidad pública. Estos días, cuando veo a mis alumnas y alumnos de primer curso, o cuando me río y observo a mi hijo, de poco más de un año, ir descubriendo nuevas capacidades y rincones en su mundo, me pregunto, entre otras cosas, si tiene más valor lo que hay dentro de una urna de cristal o la vida de la persona que, angustiada por su presente y, sobre todo, su futuro (y el de los bebés de nuestro ahora), lanza un grito de pintura y de desesperación ante la inacción colectiva.

Mi condición de investigador en el ámbito de la mitigación del cambio climático me permite tener acceso y ser capaz de analizar críticamente la evidencia científica que muestra, año tras año y desde hace décadas, que estamos abocados a un futuro (muy cercano a nuestro presente) marcado por eventos meteorológicos extremos. Ello fruto de una alteración en los patrones climáticos ocurrida a una velocidad inusitada y altamente (con una probabilidad muy alta) ligada a la emisión continuada de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Y sabemos, porque así lo muestran las conclusiones de centenares de trabajos científicos, que solamente la conjunción de medidas de tipo tecnológico, y no sostenidas en energía fósil, y otras de que impliquen cambios estructurales sobre los patrones y modelos imperantes (e insostenibles) de producción y consumo, podrán atenuar dicha emisión.

Hace 20 años, en las charlas sobre cambio climático a las que asistíamos en nuestra etapa universitaria, ya se decía que nos encontrábamos sumidas en una situación muy delicada y que se agravaría si, como sociedad, no actuábamos decididamente para frenar la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

Entonces ya había una sólida evidencia científica que apuntaba a los orígenes del problema y a los efectos, altamente probables, de no hacerlo. Los años fueron transcurriendo. Altas fachadas se cubrieron ocasionalmente con grandes lonas alertando del problema y mostrando osos polares en peligro, documentales producidos por exvicepresidentes de Estados Unidos o actores de Hollywood, manifestaciones (muy) poco concurridas, Cumbres de Cambio Climático de la ONU (¡27!) estériles en decisiones vinculantes y prolíficas en greenwashing, y un largo etcétera tras el cual la concentración de CO2 en la atmósfera es la más alta nunca antes registrada.

Al tiempo, las empresas más emisoras de gases incrementan sus beneficios año a año, y los efectos del cambio climático en forma de olas de calor, sequías, y otros eventos meteorológicos extremos ya están aquí y nos afectan. Ello, después de arrasar a miles de seres humanos y centenares de preciados ecosistemas que solamente llegarán hasta nuestros hijos e hijas, hoy bebés, a través de preciosos libros de fotografías o insectos disecados junto a hojas en formol. Todo ello al otro lado de un impoluto cristal.

Coda: una periodista colaboradora de el Salto diario y una fotoperiodista fueron detenidas por haber seguido in situ la actuación en el Museo del Prado. Aunque no se guarde en urnas, la libertad de información y de prensa son bienes preciados a proteger con denuedo. Siempre. Y no solo cuando se inventan y propagan bulos a sabiendas.


Alberto Sanz Cobeña es profesor titular en la Universidad Politécnica de Madrid e investigador en el CEIGRAM (UPM).

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COMENTARIOS

  1. Pregunta que se responde por sí sóla:
    ¿ tiene más valor lo que hay dentro de una urna de cristal o la vida de la persona que, angustiada por su presente y, sobre todo, su futuro (y el de los bebés de nuestro ahora), lanza un grito de pintura y de desesperación ante la inacción colectiva?.
    Censura informativa con la guerra de Ucrania, con toda persona que ose contradecir al sistema dictatorial del capital, a los mafiosos amos del mundo.
    Asesinato lento de JULIAN ASSANGE, secuestro del periodista vasco PABLO GONZALEZ, 8 meses secuestro en Polonia contraviniendo todas las leyes internacionales, asesinatos de indígenas y activistas medioambientales, de sindicalistas…
    Si fuéramos cientos de miles las personas las que defendiéramos las causas justas la mafia tendría más cuidado en ir a por nosotras.
    Por si fuera poco, a las personas válidas e indispensables, a las que luchan por el bien general, por un mundo más sano y justo, las dejamos abandonadas a su suerte y olvidadas.
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    Los científicos advierten que nos enfrentamos a una sexta extinción masiva de especies que amenazan toda la vida en la Tierra.
    En pocas semanas, la Cumbre de las Naciones Unidas sobre la Protección de la Biodiversidad de la Naturaleza (COP15) tendrá lugar en Montreal, Canadá. El resultado de estas negociaciones tendrá profundos efectos en el agua, el aire y los bosques que lo rodean.
    Deben preservarse las selvas tropicales del mundo. Dos tercios de todas las especies animales y vegetales en la tierra se encuentran en ellas y no pueden sobrevivir en ningún otro lugar. Al menos el 30% de los bosques y otros ecosistemas del mundo deben ser protegidos.
    Al menos el 30% de los océanos del mundo deben estar protegidos para el año 2030. Cambio climático, contaminación plástica, minería y sobrepesca: las amenazas a nuestros océanos son cada vez más agudas con cada día que pasa.
    Acuerdos sólidos para proteger la biodiversidad y las aguas internacionales.
    No más compromisos, exigimos soluciones reales.

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