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Hormigón para frenar el mar: ¿para qué sirven los espigones que salpican la costa?

Los diques, escolleras o espigones son una de las infraestructuras más habituales de las costas de España. Deberían servir para proteger playas y crear refugios para puertos deportivos, pero, ¿lo consiguen?
Para la investigadora Annelies Broekman, «los impactos del cambio climático no se pueden abordar con un enfoque local y cortoplacista». Foto: Enric/Wikicommons.

Hacía tiempo que no llovía tanto en Catalunya. El pasado 23 de abril fue el día con más precipitaciones de los últimos dos años y medio, según el Servei Meteorològic de Catalunya (Meteocat). Aunque la situación de sequía extrema sigue ahí, las imágenes aportaron una dosis de alivio: cielos cubiertos, ríos llenos, ramblas y rieras cargadas de aguas rápidas y turbias, arrastrando sedimentos en dirección al mar. Sin embargo, estas situaciones, típicas del clima mediterráneo y de la orografía catalana, son cada vez menos habituales. No solo porque llueva cada vez menos, sino también porque muchas rieras y ramblas han sido alteradas y los cauces de los ríos están llenos de obstáculos.

El paisaje costero al norte de Barcelona, en la comarca del Maresme, está marcado por los cauces secos de los torrentes que solo se llenan de agua de forma ocasional, las llamadas rieras. Hoy, apenas quedan tramos que no hayan sido alterados, impermeabilizados o canalizados, bien por la expansión de las ciudades o la necesidad de desviar los torrentes, bien por la intención de minimizar el impacto de las crecidas (sin mucho éxito). Como consecuencia, sus aguas arrastran cada vez menos sedimentos hacia el mar, lo que se deja notar en las dinámicas de los ecosistemas costeros y también en uno de los grandes atractivos del Maresme: sus playas.

El aumento de la erosión, la reducción de los aportes naturales de sedimentos y la destrucción de los ecosistemas costeros han provocado que, en el Maresme, como en buena parte del Levante español, cada año las playas desaparezcan en invierno y tengan que ser reconstruidas antes del verano. Y eso se traduce en muchos millones de euros: la última Estrategia de Protección de la Costa de El Maresme, publicada en 2013 y ya extinta, contemplaba una partida de casi 50 millones para aportar arena a las playas y reducir la erosión mediante diques y espigones. Dinero destinado a construir barreras y a rellenar playas para parchear un problema que nosotros mismos habíamos generado.

¿Qué son los espigones?

La costa del Maresme, que se extiende desde el municipio de Montgat hasta el río La Tordera, cerca de Barcelona, no solo se caracteriza por sus ramblas canalizadas y cubiertas de hormigón. Está también llena de espigones, algunos visibles y otros sumergidos. Estas estructuras son, como las define la RAE, macizos salientes que se construyen a la orilla de un río o en la costa del mar para defender las márgenes o modificar la corriente. Hoy por hoy, su uso más habitual es el de proteger las playas de la erosión y crear zonas de abrigo para actividades náuticas.

«Los espigones se construyen para cambiar la incidencia del oleaje y las corrientes sobre el sistema de la playa y, sobre todo, sobre la parte emergida de la línea de costa», explica Annelies Broekman, investigadora del grupo sobre Agua y Cambio Global del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), de la Universidad Autónoma de Barcelona. «Se utilizan también para acompañar o dar sustento a infraestructuras relacionadas con el mar, como pueden ser puertos o zonas de toma de agua. Además, aunque es un uso mucho más controvertido, se han utilizado para desviar ríos o alterar sus zonas inundables».

¿Sirven los espigones para detener la erosión?

Los espigones sirven para disminuir la energía del oleaje y cambiar sus dinámicas, por lo que de forma local sí reducen la erosión costera. Sin embargo, estas infraestructuras también alteran el ciclo de erosión y sedimentación de todo el sistema de la playa. Ante un espigón, las corrientes depositan los sedimentos en un lado, pero no en el otro. Es decir, aunque mitiguen la pérdida de arena en un punto concreto de la costa, afectan seriamente a los aportes de arena en el resto del litoral.

«Por eso es habitual ver muchos espigones en cadena, porque uno recoge lo que el otro destroza», señala Broekman. «Son estructuras con beneficios a corto plazo que priorizan el uso humano de la playa frente a la complejidad del sistema natural. Rompen la distribución natural de las arenas a lo largo de todo el litoral, lo que a la larga provoca una reducción total de la arena disponible, también para estos sitios que aparentemente están protegidos».

De acuerdo con la investigadora, los espigones están pensados para responder a problemas que hemos creado en tierra, con la urbanización de las costas y la construcción de los paseos marítimos, la destrucción de las zonas de dunas, la impermeabilización y el desvío de los cauces y las rieras o los embalses y otras barreras que atrapan los sedimentos río arriba. «Si los ecosistemas del entorno de la playa tuvieran suficiente calidad ambiental, el sistema se mantendría por sí solo», añade. «Los espigones son como un parche, una tirita».

Además de alterar las dinámicas de las playas, al modificar las corrientes, los espigones influyen en el aporte de nutrientes y en la renovación del agua en los ecosistemas costeros. Así, pueden favorecer episodios de eutrofización y floraciones de algas que reducen la calidad del agua en zonas que, en muchas ocasiones, están pensadas para el turismo y el uso lúdico del mar. «Y ya no hablemos de si en las zonas en las que se coloca el espigón había otros ecosistemas previos delicados, como las praderas de posidonia. Estos, directamente, desaparecen», puntualiza Broekman.

Playa en Badalona. Foto: Gerardo Núñez/Wikicommons.

Las barreras costeras y el cambio climático

El aumento de la erosión costera es una de las consecuencias del cambio climático, no solo por la subida del nivel del mar, sino por la aparición de fenómenos meteorológicos cada vez más extremos. Para minimizar estos impactos, la investigación científica señala un camino que no pasa precisamente por construir más espigones y aumentar los rellenos de las playas, sino por restaurar los ecosistemas naturales y reconectar los ríos con el mar y las playas, tal como señalan desde el proyecto europeo RestCoast, que en España lidera el Laboratorio de Ingeniería Marítima (LIM) de la UPC.

«Si eres el alcalde de un pueblo costero que vive del turismo, lo que quieres es proteger la playa por encima de todo. Pero los impactos del cambio climático no se pueden abordar con un enfoque local y cortoplacista. Estamos hablando de un fenómeno con consecuencias sistémicas que necesita de respuestas sistémicas», explica Broekman. «Cada vez se apuesta más por las soluciones basadas en la naturaleza, que intentan recuperar las dinámicas naturales que hacen el trabajo por nosotros y nos dejan muchos otros beneficios más allá de la protección de la playa».

Para la experta, los espigones que salpican la costa son solo un síntoma visible de un modelo económico basado en el turismo de sol y playa, un modelo que no solo está generando problemas ambientales, sino también urbanísticos, culturales o de abastecimiento de agua. «En el caso de Catalunya, necesitamos un turismo adaptado al territorio y a las necesidades de su población, así como respetuoso con los límites del planeta», añade.

Quitar hormigón, modificar o quitar espigones, revisar las infraestructuras ubicadas sobre las zonas claves del sistema litoral, restaurar los espacios de dunas, dejar que la naturaleza recupere su sitio y reinicie sus dinámicas. La renaturalización puede parecer algo complejo y costoso en zonas ya muy urbanizadas y con mucha presión turística, como es el Maresme, que ha servido de ejemplo a lo largo de este artículo. Pero también allí hay ejemplos de buenas prácticas.

El municipio de Malgrat de Mar, situado al sureste del delta del río Tordera, lleva años apostando por proteger sus espacios verdes y renaturalizar el entorno urbano en la medida de lo posible. Sus soluciones no son perfectas, pero por ahora han logrado aumentar la captación de agua dulce, reduciendo las zonas cubiertas por asfalto y hormigón, y contribuir a la recuperación del paisaje dunar del delta, del que se nutren las playas y que también sirve como protección natural de la costa.

«La naturaleza tiene un sentido. Muchas veces no la entendemos o la vemos como un dolor de cabeza, pero deberíamos ponerla en el centro de nuestras políticas de recuperación del litoral y de mitigación del cambio climático. Restaurar la naturaleza nos dará beneficios sin gastar mucha energía y sin elevados costes de mantenimiento», concluye la investigadora. «Puede sonar inviable, pero también es inviable hacer frente cada año a una factura de cientos de millones de euros para rellenar las playas o reconstruir infraestructuras costeras dañadas».

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