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–Alex, hola. He visto tu mensaje.
–¿Estás bien?
–Sí, sí. Todo igual. ¿Y tu?
–Yo… lo estoy digiriendo. Me estoy acostumbrando a esta nueva idea, a esta nueva realidad. ¿Y Antonio?
–Estamos cuidando bien de él.
–Liz hablará contigo, enviará un equipo de seguridad del tratado para protegerte.
–Han llegado. Tres personas. ¿De verdad crees que alguien intentará hacernos daño?
–No lo sé. Tampoco pensé que fuera posible que mi madre fuera traicionada por alguien del movimiento.
–¿Pero por qué deberían hacerme daño? No soy importante.
–No lo sé. Deberíamos asumir que podrían intentar hacerte daño.
–¿Cuándo vas a volver, Alex?
–Pronto, espero. Liz quiere que haga un viaje para hablar con familias y descendientes que perdieron a sus padres en la masacre como yo. Ella quiere que Fatin y sus aliados sean castigados.
–Alex, ¿cómo Liz no sabía nada de esto?
–Me dijo que sospechaba, aunque no lo confirmó hasta hace unos meses, que Sukumar sólo se abrió a ella cuando empecé a hacerle preguntas.
–¿Por qué te necesitaban para esto? No lo entiendo.
–Por supuesto que hay un juego político detrás, Lia.
–¿No es todo un juego político? – Permanecí en silencio. – ¿No crees que te están utilizando?
–Creo que las personas en las que mi madre confiaba y que fueron responsables de su muerte deben ser castigadas. Puede que haya más motivación por parte de quienes quieren verlos pagar por sus crímenes, pero ¿cuándo no la hay?
–Ok, Alex. Depende de ti. Cuídate. Queremos que vuelvas a salvo.
–Gracias, Lia.
El plan de Elizandra Márquez incluía que yo tomara un avión a Durban, en la República de África Oriental, y luego me subiera al Transafrican Express hasta Alejandría, Egipto. Por el camino, Liz quería que me detuviera en varios lugares para reclutar aliados para la causa de conseguir que la facción de Crespo y Fatin fuera juzgada por la masacre de los cuatrocientos. Liz iba a ponerse en contacto con personas clave del continente africano y después nos reuniríamos en Turquía e Irán para hablar con la gente de allí. Mientras tanto, Sukumar y yo fuimos convocados a una reunión de emergencia de la secretaría del Tratado Mundial sobre el Clima para dar nuestro testimonio.
El ordenador de Sukumar era más moderno que el mío. Ahora sospechaba de todo lo que Gianni me había contado. ¿Habían pirateado mi ordenador para que supiera lo que yo sabía? ¿Mi teléfono? ¿Mi Babel? ¿Era posible? Sukumar intentó tranquilizarme. Si el equipaje había sido pirateado, no había sido lo bastante útil para informar a los traidores para que actuaran, porque hacía meses que habría sido obvio que alguien iba a revelar su responsabilidad en la masacre. Sukumar abrió la pantalla e iniciamos la llamada. Al otro lado de la pantalla estaban Elizandra y otras tres personas, que se presentaron. Elizandra explicó el contexto de la entrevista y explicó a sus colegas –dos mujeres de Congo e Irán y un hombre muy joven de España– que había pruebas inequívocas sobre la implicación de Chen Gongsun, Héctor Crespo y Gianrocco Fatin en la masacre de ecomunistas de 2036.
–El camarada Aguas –era Elsa Kalenga, la mujer del Congo, y parecía tener al menos cincuenta años–, ¿es hijo del camarada Garrida?
–Sí, Marta Garrida era mi madre.
–¿Y desde cuándo conoces estas acusaciones, la supuesta responsabilidad de estos compañeros en la masacre?
–Acabo de enterarme.
–¿Y por qué está en la India?
–Estoy viajando para escribir una historia del Gran Cambio.
–Pero, ¿por qué?
–Es algo que decidí hacer por mi hijo, pero también por mí mismo.
–Perdone que le pregunte, pero ¿cuál es su relación con los camaradas Crespo y Fatin?
–No conozco a Crespo. Conozco a Gianrocco desde hace unos meses.
–¿Y cuál es su relación?
–Me reuní con él en Madrid para entrevistarle para mi investigación. Y viajamos juntos a Bruselas. Luego vine a Estados Unidos.
–¿Y siguen en contacto?
–Estuvimos en contacto hasta hace dos meses. Hasta que me fui a China.
–¿Ocurrió algo que les impidió estar en contacto? ¿Le guarda algún rencor?
–No. No sabía de su relación com la muerte de mi madre. Pero ahora sí.
–¿Sospechaba que era responsable de lo que le pasó a tu madre?
–No. Sabía muy poco sobre lo que le pasó a mi madre.
–Gracias.
El joven español empezó entonces a hablar, dirigiéndose a Sukumar.
–Hola, camarada Bhattacharaya. Me gustaría empezar diciéndole que es un honor hablar con usted.
–No hay necesidad de eso, camarada. Esta es una conversación muy seria.
–Ahh, perdón –titubeó el chico, que parecía recién salido de la adolescencia. –Me llamo Nacho Torres y soy de Valladolid. La pregunta con la que voy a empezar es sencilla: ¿Desde cuándo tiene esta información?
–Durante cuatro años he tenido fuertes sospechas sobre la responsabilidad directa de las Alas de entonces. Pero desde el día de la masacre me di cuenta de que tenía que haber alguien dentro del movimiento pasando información al Muro.
–¿Por qué?
–Porque si era posible atrapar a los líderes en dos o tres lugares diferentes, no era posible atraparlos en todas partes a la vez. El Muro estaba en ruinas, sus servicios de inteligencia devastados. Incluso con el apoyo de varias mafias, nunca habrían logrado un esfuerzo concertado tan eficaz. Por desgracia, tenía razón.
–¿Cuándo confirmó sus sospechas?
–No tuve acceso a los documentos hasta hace un año.
–¿Y cómo lo ha hecho?
–A través de un compañero de las Alas, que me dio acceso al archivo.
–¿Pero no es usted uno de los miembros originales de Alas de Mariposa?
–Sí, pero en mi mandato aún no tomábamos notas. Y no tenemos acceso a la información de otros mandatos.
–Camarada, ¿los documentos que lleva son los originales?
–No. Son una copia. Los originales se guardan en los archivos de Marrakech. – ¿Le había entregado Fatima los documentos?
–De acuerdo. Dos últimas preguntas. En primer lugar, ¿cómo es su relación con los camaradas Crespo y Fatin? En segundo lugar, ¿fue su fuente para los documentos la presidente Márquez? –Sukumar se rió.
–No, mi fuente no fue la Presidente Márquez.
–¿Quién fue?
–Preferiría no decírtelo en este momento.
–¿Y la otra pregunta?
–No tengo ninguna relación con Héctor Crespo. Sobre Gianrocco… Tengo una larga historia con él. Creo que sin él no se habría producido el Gran Cambio, fue un militante revolucionario muy importante. Sin embargo, hace unos años comenzamos a divergir políticamente, sobre todo cuando él comenzó a adherir a las teorías políticas del pacifismo, y a oponerse a las rutas del futuro.
–¿Se identifica, pues, el camarada con el campo de la Justicia Histórica?
–»Sí», interrumpió la iraní, que había permanecido callada hasta entonces.
–Lo siento, quería añadir una pregunta. Soy Sahar Farrahi.
–Sólo tiene que preguntar. –Sukumar respondió.
–¿Qué opina de la responsabilidad de los demás miembros de las Alas en la masacre?
–Por supuesto que Chen Gongsun tenía responsabilidades, fue uno de los tres que firmaron la orden como miembro de la secretaría. Pero ahora está muerto. Dudo que Bonolo Deviliers estuviera implicado, entre otras cosas porque aquel día se escapó por los pelos. No tengo ni idea de los demás, pero el otro que sigue vivo es Claude Wemba.
–¿Existe, por tanto, una orden firmada, originaria de las Alas?
–Sí. Ya he enviado los documentos, ¿así que no los han visto?
–Sólo lo estamos confirmando. Su acusación es que las Alas de Mariposa dieron órdenes en enero del 36 de matar a 400 miembros del movimiento.
–La secretaría de las Alas envió información sobre la ubicación de estos cuadros al Muro, que los asesinó.
–¿Y quién del Muro recibió esta información?
–¡No lo sé! ¿Qué clase de pregunta es esa? Tienes que preguntar a los que traicionaron a nuestros hermanos y hermanas.
La conversación terminó ahí. Sukumar no estaba satisfecho con las preguntas, le parecía que la comisión ya estaba intentando crear dudas sobre la acusación y los acusadores, en particular sobre él. Pero había sido grabado. Mi anfitrión quiso llevarme a dar un paseo por Calcuta, y por primera vez tuve miedo de caminar por la calle. Me sentía como en medio de un duelo de titanes, y estaba aplastado aquí en medio, resentido por lo que habían hecho con mi madre, pero temeroso por Lia y Antonio.
–Sukumar, ¿sabía mi padre de tus sospechas?
–Lo sabía. Y las compartía.
Calcuta era la ciudad más poblada del mundo, con 32 millones de habitantes, lo que a Sukumar le parecía totalmente inviable. – Como tantas otras ciudades, nos hundimos mientras las aguas del sur suben. Tenemos que importar alimentos de muy lejos, sin mucha capacidad para ampliar nuestra producción alimentaria. Es desgarrador que el ecomunismo tenga tantas dificultades para aplicarse aquí. La ciudad produce toda su energía, pero tenemos enormes dificultades en materia de transporte y vivienda. De momento, cada año llega un millón de personas nuevas. Aún están programadas mentalmente para trasladarse a las ciudades. Es realmente difícil. – Caminamos por sus calles, algunas de las cuales aún estaban asfaltadas. Caminamos hasta el puente de Howrah, que cruza el río Hugli. Las calles estaban completamente llenas de gente, con rickshaws, autobuses e incluso vacas.
–¿Cómo es la situación aquí en la India con las vacas? Debido al hinduismo.
–No es sólo el hinduismo. Otras religiones aquí prohíben hacer daño a las vacas, y con razón. No soy religioso, pero estoy totalmente de acuerdo. En la época de Mers-Covid tuvimos muchos problemas porque era esencial mantener a las vacas alejadas de las ciudades y hubo mucha resistencia. Al final lo conseguimos. Hace diez años se prohibió por fin el sacrificio de vacas en la India, a pesar de las quejas de la comunidad musulmana. Hemos reducido la población de vacas con la esterilización, pero sigue habiendo demasiados animales. Y cada vez que hay brotes de hambruna, esto lleva al sacrificio ilegal y empiezan los problemas, la violencia religiosa… Es realmente difícil. – repitió.
El río Hugli tenía un aspecto muy sucio y Sukumar me explicó que las inundaciones eran cada vez más frecuentes, incluso en Calcuta. Por eso se habían empezado a abandonar algunos de los barrios más vulnerables del sur, donde el agua llegaba cada vez más. Se estaba construyendo un proyecto llamado Gran Bosque Mangal, 150 kilómetros cuadrados de bosque que se plantarían en las zonas inundables, una gran barrera para contener algunos de los efectos de la subida del agua del mar.
–Pero es sólo un parche, Alex. También habrá que abandonar Calcuta, aunque parte del movimiento aquí en la India sigue negándolo.
El poeta lamentó el estado de la ciudad y también el de la circulación mientras viajábamos en autobús por la ciudad hasta el mercado flotante de Patuli. Sukumar me explicó que, tras varios años sin dinero, la ciudad había reintroducido una moneda local, la rupia bengalí, para limitar el uso del transporte y los servicios.
–Con una población en constante expansión, los servicios no dan abasto, y si empiezan a fallar, todo se derrumba como una baraja de naipes. Y, por supuesto, en cuanto se reintroduce la moneda, empiezan a explotar los mercados negros, la especulación, los préstamos, los intereses y la inflación. Empezamos a retroceder.
Bajó la cabeza, abatido, hasta que el autobús se detuvo en nuestro destino. Era un muelle rodeado de cientos de barcos que vendían todo tipo de productos. Detrás de estos «puestos» acuáticos había varias barcazas, algunas enormes, donde vivían miles de personas, a menudo sin las mínimas condiciones de higiene y comodidad, me dijo. El gran número de personas que llegaban continuamente a la ciudad obligaba a improvisar una gestión a base de parches. No había gente durmiendo en la calle, pero no siempre era así.
–Tu madre sabía perfectamente el reto que teníamos por delante. Sabía que una vez que pusiéramos un pie en el camino, no habría vuelta atrás. Que ya vivíamos en un nuevo planeta y que teníamos que poner toda nuestra inteligencia y energía en construir la nueva organización social para ese nuevo mundo. Por supuesto, aunque sabía esto, pensé que sería más sencillo después de nuestras primeras victorias. No fue así.
–¿A qué te refieres?
–La base de la corriente de Justicia Histórica era simple: los compromisos con las formas anteriores de organización económica y social debían reducirse al mínimo y la reorganización territorial debería ampliarse al máximo. Se trataba de una cuestión material: volver atrás y llegar a acuerdos y compromisos sobre la forma de producir y distribuir significa aumentar inmediatamente las dificultades materiales en las que ya vivimos. Por otra parte, el planeta sigue degradándose debido a los efectos a largo plazo de las catástrofes medioambientales. Esto significa que no hay «fin de la revolución» ni «normalización de la situación». Hemos desplazado a 500 millones de personas en poco más de diez años. Pero tendremos que desplazar a mil millones en los próximos veinte. Esta no es sólo la tensión que llevó a la muerte de tu madre y de otros compañeros, es también la tensión actual. Sus muertes tuvieron un efecto político. Hicieron avanzar el pacifismo, la idea de que era posible una política de conciliación con el crimen organizado, una política de acuerdos con lo que queda del muro, los conservadores e incluso las formas de capitalismo que aún existen, como en los países del norte de Europa. Es como si nos hubiéramos curado de un cáncer, estuviéramos muy débiles por el tratamiento e inmediatamente empezáramos a fumar.
–Pero, ¿qué se proponía hacer mi madre?
–Tu madre quería acelerar la nueva ruta del futuro y acabar de una vez por todas con el muro y las mafias.
–¿Qué significa acabar de una vez?
–Eliminar las condiciones para su existencia. Tu madre estuvo en el movimiento desde el principio, Alex. Ella sabía desde los primeros días que nuestra única oportunidad era ser una guerrilla en todos los sentidos. Al principio no podíamos ganar por confrontación directa porque no teníamos tiempo. Nunca podríamos esperar conseguir las fuerzas necesarias para responder de tú a tú o en una proporción remotamente equilibrada. Lo único que podíamos hacer era determinar los términos del conflicto, elegir los campos de batalla que podíamos ganar, desorganizar los que podíamos, desmoralizar al enemigo. Pero a diferencia de tantos otros, ella sabía cómo seguir ganando incluso después, cómo seguir determinando los términos de los conflictos, eligiendo los campos de batalla años después de que estuviéramos ganando. Sabía que no había lucha política normal, que no había lucha regular, que siempre tendríamos que ser una guerrilla, primero contra los enemigos convencionales, contra el capitalismo, luego contra lo que vendría después, y que acabaríamos teniendo que aceptar pérdidas cuando el planeta se volviera contra nosotros.
–Y Gianni, ¿tampoco lo sabía?
–Alex, Gianni también era muy bueno. Pero de una manera diferente. Tu madre era un cuadro político más completo, no sabía las cosas sólo por predicción abstracta, lo había vivido todo, había perdido y ganado. Gianni era un hombre de aparato, lo que también es importante. Y decidió que ella era su enemiga y es despiadado.
–¿Se llevaban bien antes?
–Nunca hablé con ellos de su relación. Se llevaban lo suficientemente bien como para trabajar juntos y coordinarse durante años. No conocía su relación, pero estuvieron juntos en las Alas. Eran militantes temibles, en diferentes áreas. Dispuestos a todo por la causa.
–Hablas con gran admiración de un traidor como Gianni.
–Me sorprendió mucho descubrir su papel en la masacre. Pero no puedo ocultar que no creo que lo hubiera hecho si no pensara que era lo correcto para el movimiento.
–¿Qué era lo mejor para el movimiento? ¿Matar a mi madre? ¿Matar a sus enemigos políticos?
–Estoy completamente en desacuerdo tanto con lo que hizo como con la idea de que el pacifismo es mejor para el movimiento, pero no es de eso de lo que estoy hablando. No puedo dudar de su compromiso para detener el colapso. Como tu madre. Estaban dispuestos a ir a la cárcel, a morir mil veces, a hacer lo que hiciera falta las veces que hiciera falta. Tal vez fue engañado por Héctor.
–Conozco poco a Gianrocco, pero nunca me ha parecido otra cosa que extremadamente inteligente.
–Intento racionalizar, intento comprender. También creo que no se le puede engañar para hacer algo tan serio. Llevo meses intentando entenderlo, incluso he estado tentado a hablar con él, pero Elizandra pensó que era mala idea abrirnos antes de estar preparados para exponerlo todo. Pero ahora no hay razón para no hablar de ello. Espero que haya un juicio y que den explicaciones a todo el movimiento.
–Espero que sean juzgados, sí. Que el movimiento explique en público lo que pasó. Que se pueda recuperar a mi madre y lo que representaba. Y que sean condenados.
–Yo también, Alex. Yo también, Alex.
Comimos allí mismo, en el mercado flotante. Sukumar me habló de su pasado. Había sido periodista antes de afiliarse a un partido marxista en auge en la India, el Partido Revolucionario Anushilan. Me contó su entusiasmo al descubrir la militancia política radical, cómo había descubierto por primera vez lo que significaba realmente formar parte de un colectivo que buscaba un destino común, un destino diferente, un mundo nuevo. Poco después, abandonó el periodismo para dedicarse a tiempo completo al activismo político como organizador de movimientos sociales.
Tardó algún tiempo en darse cuenta de las contradicciones entre la estructura del partido y los movimientos de la calle, las organizaciones sociales. Sukumar había comprendido que era en la organización del partido donde estaba el centro de la lucha política, el poder transformador. Ahí era donde podía cambiar las cosas.
–¿No era allí donde cantaba la Internacional, Ab Din Woh Pyara? Yo no tenía un plan, no sabía adónde íbamos, pero alguien sí lo sabía. Seguí haciendo mi trabajo en los movimientos y via cómo transformar la energía generada en la gente en fuerza para el partido. Pero el nacionalismo hindú estaba en alza y el BJP también. ¿Y la revolución de la que tanto me habían hablado? Había que aplazarla, aún no había condiciones, apoyábamos la alianza progresista para ganar fuerza. ¿Has dicho a la gente del movimiento que vote? Estaba tan desorientado que empecé a orientarme. Yo sólo importaba como figura decorativa, la única fuente de poder en un partido institucional eran los cargos electos. Y yo también me dejé llevar por esa ilusión. Si llego, también tengo el poder de cambiar esto. La gente del movimiento me preguntaba qué estaba haciendo, si les estaba utilizando. Y les decía que no. Yo era uno de ellos, pero tenía que ser estratégico. Mantener a los aliados, la estrategia tenía que tener varios componentes y el poder institucional era sin duda uno de ellos. Tras años de gobierno de Modi, me di cuenta de que no había ningún secreto, ningún gran plan oculto preparado por una pequeña camarilla dentro del partido. No había un plan grande o pequeño, el único horizonte era existir.
-Pero tenías aliados, camaradas, en el partido, ¿no?
-Claro que sí. Amigos a los que quería mucho. Formaban parte de la historia de mi vida y de mi historia política. Pero, ¿qué hacía yo allí? ¿Qué hacían ellos allí? ¿Cómo podíamos estar perdiendo cuadros y energía sin una estrategia, sin un plan, sin nada? Y se llamaban a sí mismos «revolucionarios». A veces no puedo perdonarlos, les culpo de que ahora todo sea tan difícil.
–¿Cuándo te fuiste del partido?
–Me quedé allí mucho tiempo, dedicándole cada vez menos tiempo, quizá esperando a que algo cambiara. Y ocurrieron grandes inundaciones. En 2013 en Uttar Pradesh, en 2016 en Assam, en 2017 y Gujarat. Cientos de muertos, y yo estaba furioso. ¿Qué estaba haciendo al respecto? En 2018 en Kerala, en 2021 en Uttarakhand, en Maharashtra. Y en 2022 en Pakistán. Mientras tanto, me había unido al movimiento por la justicia climática y abandoné el partido para siempre.
–¿No era posible convencerles de que apoyaran el tema?
–No. Llevaba años intentándolo, pero me consideraban un curioso, un radical desconectado de la dinámica del poder, que no entendía lo que nos movía en las noticias o en los parlamentos. El colapso de la civilización se veía como un tema más, un asunto como cualquier otro, del que era importante hablar cuando aparecía en las noticias o cuando surgía alguna energía, algo internacional. Por lo demás, no importaba. Y renuncié.
–¿Fue entonces cuando creaste las Asas?
–En primer lugar, Alex, seamos claros. Yo no creé las Asas, no soy el fundador. Había varias personas en el primer grupo, y conoces a algunas de ellas. No todos los que pensaron en las Asas se unieron enseguida.
–¿Liz?
–Sí. Así como ella, Lucía, Jieling, Josefina, Esperanza, Fátima. Y Gianrocco. Y hablamos con cientos de otras personas que aceptaron nuestro reto pero esperaron a ver qué hacíamos cuando tuviéramos algo, como tus padres. Que se unieron casi inmediatamente después. Y de repente pasamos de no estar en absoluto preparados para la envergadura de nuestra tarea a tener la confianza necesaria para asumir riesgos en momentos clave.
–Pero fue entonces cuando se produjo el ascenso de la extrema derecha.
–Y no teníamos ninguna duda de que ocurriría. Era inevitable en ausencia de cualquier plan para ganar. Incluso después de su ascenso, la izquierda fue incapaz de reconocer su profunda crisis existencial. No tenía ningún punto de referencia para el análisis político. Estaba harto de ver esto en la India, pero lo mismo ocurría en otras partes.
Volvimos a casa después de comer. Dos mujeres nos esperaban, anunciándose como el equipo de seguridad del Tratado Mundial. Yo partiría al día siguiente hacia Durban, haciendo de nuevo un largo y (para mí) previsiblemente terrible viaje en avión. Sukumar parecía visiblemente cansado. Podría estar enfermo. Por la noche vino a cenar, pero habló muy poco. Parecía triste, desconsolado. Luego empezó a hablar, como si hubiéramos estado hablando un momento antes.
–Quiero ser optimista, Alex, como lo es tu madre. Quiero creer. Pero es difícil. Cómo nos llevó tantos cientos de miles de años empezar lentamente a respetar lo que es ser humano, y que pase esto. Es terrible, Alex. La vida humana vale tan poco. ¿Te das cuenta de que el nacionalismo fue una vez una fuerza progresista, una reacción contra el poder desmesurado de instituciones globales como la Iglesia o las grandes monarquías? Hoy, el nacionalismo es nuevamente un cáncer, una religión más para manipular a millones de personas. Ni siquiera la información accesible a todo el mundo sirve de nada. Y… –se quedó mirando su plato en silencio.
–Sukumar, ¿estás bien?
–Lo siento. No sé qué decir. No sé qué decir, tengo mil ideas volando por mi cabeza. Lo pondría todo en un poema. No sé si nuestro movimiento tendrá éxito, incluso después de tanto. ¿Por qué mandaron matarlos? ¿Cómo tuvieron la audacia, la arrogancia, de hacerlos matar? ¿Por qué no me mataron a mí, que ya no sirvo para nada?
El hombre temblaba y lloraba. Me acerqué a él y le di un abrazo. –Estamos vivos. No nos detendremos.
Sukumar me miró a los ojos con sus penetrantes ojos casi negros, en los que no se distinguía el color entre el iris y la pupila, y sonrió. De joven debía de ser un hombre hermoso.
–Gracias, Garrido. –Y se desplomó en mis brazos. Lo llevé a su habitación y llamamos a un médico. Los distintos nietos y sobrinas llenaban la habitación, todos intentando coger la mano de su abuelo poeta. Sukumar tenía un cáncer terminal, algo que ya sabían todos menos yo. Toda una generación que terminaba mucho antes de tiempo. El poeta aún no había cumplido los sesenta.
Acompañado por mis guardias de seguridad –Keshini y Mandari, dos guerrilleras de Sri Lanka–, salimos de casa de Sukumar Bhattacharaya a la mañana siguiente. El poeta no había recobrado el conocimiento y el médico temía que no volviera a hacerlo. Lamenté mucho no haberme despedido de él, aunque temía que nuestra conversación hubiera sido la última. ¿Qué habría pasado si hubiera muerto antes de decírmelo?
Las dos mujeres eran unos veinte centímetros más bajas que yo, creando lo que pensé que sería una imagen divertida. Keshini tenía un aspecto temible, con una cresta rubia que contrastaba con su piel morena y una cicatriz que le iba desde la comisura de la boca hasta la oreja. Mandari, que parecía más simpática, nunca hablaba, y nuestro diálogo siempre estaba mediado por Keshini, con quien intercambiaba expresiones faciales y muy raramente algún gesto con las manos. Ambas llevaban ropa de camuflaje de las antiguas guerrillas tamiles. Keshini me explicó que ambas eran Tigres Tamiles de tercera generación, que se habían reactivado hacía una década contra la represión del nacionalismo en Sri Lanka. No eran oficialmente del Tratado Climático Mundial, pero sí aliadas de confianza, como me había asegurado Liz.
Nos dirigimos al antiguo aeropuerto internacional en un rickshaw eléctrico sin conductor. Me pregunté por la seguridad del vehículo, pero no dije nada a mis guardaespaldas. Situado en una zona inundable, el aeropuerto pasa la mayor parte de la estación de los monzones bajo 30 centímetros de agua, pero tras un año especialmente seco, ahora estaba fuera del agua. Sólo una pequeña parte de una de las pistas tenía tráfico aéreo, y el resto de las zonas de asfalto y césped se transformaron en refugios temporales para cientos de miles de personas. Al menos veinte carpas gigantes (en todo similares a las antiguas carpas de circo, salvo por los colores) estaban diseminadas por la zona, rodeadas de carpas más pequeñas y miles de autocaravanas. Me recordó a la famosa «caravana de caravanas», en la que más de 400.000 personas partieron del sur de Portugal hacia el norte de Francia.
Afortunadamente, el vuelo volvía a tener la opción de sedación, así que dormí las más de 20 horas que separaban Calcuta de Durban. Cuando aterricé en el extremo sur del continente africano, el olor a tierra inundó mi nariz. Me esperaba un pequeño séquito, encabezado por un hombre enorme con la cara medio quemada, que se presentó con voz grave:
–Hola, amigo. Soy Bonolo Deviliers.
–Alex Águas. Alex Garrida Águas.
–Sí, lo sé. Es un placer.
Deviliers ya sabía todo lo que iba a decirle. La información ya fluía en paralelo, a través de diversos medios. El escándalo era enorme y prometía consecuencias sin precedentes para gente muy poderosa. Deviliers me aseguró que él no tenía nada que ver con aquella decisión, pues había sobrevivido por poco al atentado que le desfiguró. Ya estaba presionando a todo el movimiento dentro de la República de África Oriental, pero preveía resistencia. Ese mismo día viajamos a Maputo, la antigua capital de Mozambique, donde Deviliers me dijo que tenía que reunirme con el clan Kusuma. Llegué a la mañana siguiente y fui al lugar que me había indicado el miembro más joven del clan, Norberto Kusuma. Era una manifestación. Los Kusuma ya estaban organizando protestas en toda la región, exigiendo la detención y la muerte de los responsables de la muerte de Amisha Kusuma y de la traición al movimiento ecomunista. Norberto y sus hermanos, Viriato y Serafino, encabezaban los gritos bajo la estatua del ex guerrillero mozambiqueño Samora Machel. Me abrazaron con fuerza cuando se dieron cuenta de quién era.
–Volvamos a situar la Justicia Histórica en el centro del movimiento. –Serafino me dijo al oído.
–Camarada, tiene que hablar a la multitud. –Me apuntó a la cara con un micrófono
–¿Hablar?
–Cientos de personas me miraban mientras subía a un escenario improvisado. Viriato empezó a presentarme.
–Camaradas, tenemos con nosotros al camarada Águas. Al igual que nuestra comandante Amisha Kusuma, la madre del compañero fue guerrillera del movimiento. Una dirigente del movimiento por la Justicia Histórica. Su madre era María García, la heroína de Brasil y México. –La multitud estalló en aplausos.
Tragué saliva al pronunciar las primeras palabras.
–Buenos días, camaradas…




