‘42/27 – República de África Oriental

Capítulo 27 de la serie de ficción '42. En esta entrega, el protagonista intenta encontrar respuestas sobre por qué traicionaron al movimiento, por qué mataron a su madre. De fondo, Calcuta y los efectos devastadores que todavía se dejan ver.
‘42/27 – República de África Oriental
Foto: NUNO SARAIVA.

–Alex, hola. He visto tu mensaje. 

–¿Estás bien?

–Sí, sí. Todo igual. ¿Y tu? 

–Yo… lo estoy digiriendo. Me estoy acostumbrando a esta nueva idea, a esta nueva realidad. ¿Y Antonio?

–Estamos cuidando bien de él.

–Liz hablará contigo, enviará un equipo de seguridad del tratado para protegerte.

–Han llegado. Tres personas. ¿De verdad crees que alguien intentará hacernos daño?

–No lo sé. Tampoco pensé que fuera posible que mi madre fuera traicionada por alguien del movimiento.

–¿Pero por qué deberían hacerme daño? No soy importante.

–No lo sé. Deberíamos asumir que podrían intentar hacerte daño.

–¿Cuándo vas a volver, Alex?

–Pronto, espero. Liz quiere que haga un viaje para hablar con familias y descendientes que perdieron a sus padres en la masacre como yo. Ella quiere que Fatin y sus aliados sean castigados.

–Alex, ¿cómo Liz no sabía nada de esto?

–Me dijo que sospechaba, aunque no lo confirmó hasta hace unos meses, que Sukumar sólo se abrió a ella cuando empecé a hacerle preguntas.

–¿Por qué te necesitaban para esto? No lo entiendo.

–Por supuesto que hay un juego político detrás, Lia.

–¿No es todo un juego político? – Permanecí en silencio. – ¿No crees que te están utilizando?

–Creo que las personas en las que mi madre confiaba y que fueron responsables de su muerte deben ser castigadas. Puede que haya más motivación por parte de quienes quieren verlos pagar por sus crímenes, pero ¿cuándo no la hay?

–Ok, Alex. Depende de ti. Cuídate. Queremos que vuelvas a salvo.

–Gracias, Lia. 

El plan de Elizandra Márquez incluía que yo tomara un avión a Durban, en la República de África Oriental, y luego me subiera al Transafrican Express hasta Alejandría, Egipto. Por el camino, Liz quería que me detuviera en varios lugares para reclutar aliados para la causa de conseguir que la facción de Crespo y Fatin fuera juzgada por la masacre de los cuatrocientos. Liz iba a ponerse en contacto con personas clave del continente africano y después nos reuniríamos en Turquía e Irán para hablar con la gente de allí. Mientras tanto, Sukumar y yo fuimos convocados a una reunión de emergencia de la secretaría del Tratado Mundial sobre el Clima para dar nuestro testimonio.

El ordenador de Sukumar era más moderno que el mío. Ahora sospechaba de todo lo que Gianni me había contado. ¿Habían pirateado mi ordenador para que supiera lo que yo sabía? ¿Mi teléfono? ¿Mi Babel? ¿Era posible? Sukumar intentó tranquilizarme. Si el equipaje había sido pirateado, no había sido lo bastante útil para informar a los traidores para que actuaran, porque hacía meses que habría sido obvio que alguien iba a revelar su responsabilidad en la masacre. Sukumar abrió la pantalla e iniciamos la llamada. Al otro lado de la pantalla estaban Elizandra y otras tres personas, que se presentaron. Elizandra explicó el contexto de la entrevista y explicó a sus colegas –dos mujeres de Congo e Irán y un hombre muy joven de España– que había pruebas inequívocas sobre la implicación de Chen Gongsun, Héctor Crespo y Gianrocco Fatin en la masacre de ecomunistas de 2036. 

El camarada Aguas –era Elsa Kalenga, la mujer del Congo, y parecía tener al menos cincuenta años–, ¿es hijo del camarada Garrida?

–Sí, Marta Garrida era mi madre.

–¿Y desde cuándo conoces estas acusaciones, la supuesta responsabilidad de estos compañeros en la masacre?

–Acabo de enterarme.

–¿Y por qué está en la India?

–Estoy viajando para escribir una historia del Gran Cambio.

–Pero, ¿por qué?

–Es algo que decidí hacer por mi hijo, pero también por mí mismo.

–Perdone que le pregunte, pero ¿cuál es su relación con los camaradas Crespo y Fatin?

–No conozco a Crespo. Conozco a Gianrocco desde hace unos meses.

–¿Y cuál es su relación?

–Me reuní con él en Madrid para entrevistarle para mi investigación. Y viajamos juntos a Bruselas. Luego vine a Estados Unidos.

–¿Y siguen en contacto?

–Estuvimos en contacto hasta hace dos meses. Hasta que me fui a China.

–¿Ocurrió algo que les impidió estar en contacto? ¿Le guarda algún rencor?

–No. No sabía de su relación com la muerte de mi madre. Pero ahora sí.

–¿Sospechaba que era responsable de lo que le pasó a tu madre?

–No. Sabía muy poco sobre lo que le pasó a mi madre.

–Gracias.

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