Etiquetas:
Los mejores investigadores internacionales en economía ecológica van a convertir a Pontevedra en la capital internacional del decrecimiento durante una semana, siguiendo así los pasos de Roma, Budapest y Zagreb en los últimos años. En el centro mismo de las Rías Baixas se instala el punto de encuentro de una comunidad mundial de científicos y científicas que trabajan en el llamado campo de la “economía ecológica” para construir un futuro modelo de prosperidad dentro de los límites del planeta.
Dos ciclos conferencias simultáneas reunirán a varios centenares de estos académicos junto a muchos actores sociales entre el 18 y el 21 de junio, en la Conferencia de la Sociedad Europea de Economía Ecológica (ESEE) y la Conferencia Internacional de Decrecimiento, en el Pazo da Cultura de Pontevedra.
Este encuentro se celebra justo cuando en Galicia se organiza una masiva movilización vecinal contra una macroplanta de celulosa de la empresa portuguesa Altri, que demuestra que la ciudadanía no sólo se alza contra un proyecto industrial concreto, sino contra un modelo de desarrollo económico extractivista, tan depredador para el medioambiente como para la gente.
Creemos que si la ciencia que entra en rebelión contra el dogma del crecimiento infinito se suma con los colectivos históricos ecologistas y con las actuales dinámicas de resistencia ciudadanas locales, podremos abrir de manera real un camino hacia la reducción voluntaria, democrática y socialmente justa de la producción y del consumo de bienes y servicios. El desafío es el siguiente: ¿cómo conseguir que el decrecimiento conecte con una amplia mayoría social y un espacio político institucionalizado sin «sembrar a la vez pánico y hacer bostezar de aburrimiento”, como lo preguntaba con cierta sorna el filósofo Bruno Latour?
En Pontevedra vamos a poder escuchar en vivo una comunidad científica que afirma que otro mundo es posible, deseable, esperanzador y a nuestro alcance. Sobre todo, podremos medir la importancia política de una ciencia comprometida con la ecología para contestar a la pregunta ¿qué futuro queremos?
Una cuestión fundamental desde la economía ecológica es definir cómo pueden prosperar las economías sin crecer, tal como lo que analizó T. Jackson en su ya clásico libro, Prosperidad sin crecimiento (2008). Entre las diferentes escuelas economistas actuales como las del estado estacionario, de la suficiencia, del comunalismo o del poscrecimiento, los puntos en común son mucho más importantes que las diferencias y, de hecho, todas coinciden en una reducción democráticamente planificada de la producción y del consumo en los países ricos, basada en medidas de regulación del mercado con impuestos ecológicos y sobre el carbono, además de una renta básica y una renta máxima, y reducciones de la jornada laboral. A nivel político, la principal innovación institucional que promueven los científicos es una gobernanza basada en una reforma profunda del sistema representativo, con nuevas instituciones participativas como las asambleas ciudadanas por sorteo.
Pero aquí también radica la principal limitación actual de las propuestas de decrecimiento. Giorgios Kallis, un economista de referencia de esta corriente lo dijo alto y claro en 2020, en un artículo suyo titulado El decrecimiento y el Estado. Actualmente, la propuesta de alternativa al crecimiento es todavía insatisfactoria en lo que respecta a la cuestión del Estado. Para él, si los economistas ecológicos y los defensores del poscrecimiento o decrecimiento no son capaces de desarrollar una teoría sobre qué es el Estado, cómo funciona y cómo cambia, sus propuestas serán tan sólo un brindis al sol y un nuevo producto de consumo ideológico narcisista para un ecologismo cada vez más alejado de las transformaciones institucionales reales que necesitamos. Recordemos la potente aportación sobre self governance de Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía, que nos instaba a no idealizar las relaciones económicas informales de los bienes comunes contra el Estado.
Desde esta enseñanza de Elinor Ostrom, y desde la reciente y severa advertencia de Giorgios Kallis, hemos visto experimentos de transformación muy esperanzadores, plenamente enmarcados dentro de las lógicas institucionales: Chile emprendió una reforma constitucional en el sentido de un “estado ecológico de derecho” y también hemos comprobado que la participación ciudadana en Ecuador permitió vetar la explotación petrolera en la reserva amazónica de Yasuní. Por supuesto, estos avances han provocado una frenética reacción de los grandes grupos petroleros e industriales para detener este progreso hacia la democracia ecológica e impedir la salida progresiva del extractivismo, pero no han podido parar un cambio histórico decisivo a largo plazo. La teoría de cambio del estado ecológico se está haciendo cada vez más real.
En España, tras la experiencia de la primera Asamblea Ciudadana por el Clima en 2022 y varios procesos deliberativos autonómicos en Baleares, Cataluña y Navarra, una asociación de ciudadanos, junto a grandes colectivos ecologistas de la sociedad civil, piden una profunda reforma de la democracia representativa para institucionalizar de manera permanente la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre la transición ecológica. Esta demanda de un Parlamento ciudadano climático permanente se extiende en España y en el resto de Europa, donde numerosas organizaciones internacionales, como WWF, Oxfam o Greenpeace, y algunos partidos políticos progresistas, reclaman una redemocratización profunda del Estado y del sistema parlamentario. Es la clave para planificar de manera urgente la transición hacia otro paradigma económico, como lo expresaron hace poco estos colectivos en un manifiesto que reclama una cogobernanza ciudadana en todos los niveles de toma de decisión pública.
La comunidad científica reunida en Pontevedra nos da esta semana todas las herramientas para un modelo de economía suficiente y decrecentista que significa crecer en igualdad, en calidad de vida, en justicia social y en participación democrática. Tenemos que ser capaces de construir una nueva democracia ecológica, libre de la influencia de los grupos de interés, libre también de las violentas polarizaciones autoritarias que maltratan el conjunto de nuestra sociedad y que ponen en peligro el derecho a la vida de las generaciones presentes y futuras.