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Más servidores para que las máquinas sean más inteligentes. Más baterías para fabricar más coches eléctricos. Más móviles para conectar más el mundo. Más imanes para construir más aerogeneradores. El ser humano está inmerso en una carrera cada vez más acelerada para digitalizarlo y conectarlo todo, para cambiar la forma en que produce energía, para moverse de forma limpia y sostenible. Pero hay una pregunta cuya respuesta seguimos esquivando: ¿de dónde vamos a sacar todos los materiales que nos hacen falta para ello? La respuesta corta es África.
La demanda de materias primas se ha multiplicado por cuatro desde 1970 y, si la tendencia continúa, todavía crecerá un 60% de aquí a 2060, según los cálculos del Global Resources Outlook de la ONU. La necesidad de excavar cada vez más profundo y en zonas más remotas para extraer minerales como cobre, cobalto y litio tiene multitud de impactos, desde el aumento del consumo energético hasta los conflictos con las sociedades locales. Pero hoy vamos a hablar de una historia distinta, una historia de tintes coloniales, cargada de significado geopolítico. Una historia que marcará el futuro de la transición energética y de los países de África central. La historia del corredor Lobito.
El resurgir de un sueño colonial: el corredor Lobito
La República Democrática del Congo (RDC) es uno de los países más grandes de África y uno de los que tiene un índice de desarrollo humano más bajo. También es uno de los más ricos a nivel de recursos, con vastas reservas de cobre y cobalto, y casi todo el coltán conocido en el planeta. Al sureste limita con Zambia y su provincia de Copperbelt, que, como su propio nombre indica, tiene una de las mayores reservas de cobre del planeta (además de depósitos importantes de cobalto, níquel y manganeso). Al oeste, está Angola, menos rica en recursos, aunque con yacimientos de cobre, hierro, fosfatos u oro (entre otras materias primas) y, quizá lo más importante, acceso al océano Atlántico.
El llamado corredor Lobito fue, desde principios del siglo XX y durante décadas, una ruta clave para conectar los recursos de Angola, Zambia y la República Democrática del Congo con los países ricos a través del tren y del puerto de Lobito. Sin embargo, con la caída de los imperios coloniales y los conflictos de larga duración desatados en la región (como la guerra civil de Angola), el corredor cayó en desuso. En los últimos años, en plena carrera por controlar los recursos minerales, Estados Unidos y la Unión Europea han vuelto a dirigir sus miradas a las infraestructuras de Lobito.
“Las potencias occidentales se han dado cuenta de que, para frenar la crisis climática, el mundo va a necesitar muchos más metales de los que produce actualmente. Así que el interés en Lobito viene, en gran parte, de ahí”, explica Thomas Scurfield, analista de la organización Natural Resource Governance Institute. “Pero también hay un componente geopolítico, ya que en la actualidad buena parte de la industria de la transición energética está en China y el país controla la mayoría de las operaciones mineras en África. Para Estados Unidos y la Unión Europea, sería beneficioso disponer de cadenas de suministro de minerales más diversificadas”.
A finales del año pasado, la UE y EEUU firmaron un memorando de entendimiento con los tres países africanos implicados para renovar las infraestructuras del corredor Lobito y acelerar su desarrollo. En el documento, se comprometen, junto a otros socios, a aportar y atraer inversiones por valor de 1.600 millones de dólares para construir 550 kilómetros de vías en Zambia (desde Chingola, la mina de cobre más importante, hasta la frontera), revitalizar la vía de Benguela (parte del corredor original, desplegada a principios del siglo XX) y construir 260 kilómetros de carreteras. Angola también tiene en marcha un proyecto para levantar una nueva terminal de contenedores en el puerto de Lobito.
En las últimas décadas, la ruta principal para transportar los minerales de la República Democrática del Congo y Zambia ha fluido hacia el este y estaba controlada por China: la vía de Tazara, que conecta ambos países con el puerto de Dar es Salaam, en Tanzania. El gigante asiático también ha anunciado planes para invertir 1.000 millones de dólares en revitalizar esta ruta comercial. Vistas sobre el mapa, Lobito y Tazara parecen dos arterias, dos inmensas cintas transportadoras que atraviesan el continente africano y que se llevan sus recursos a países y economías que quedan muy lejos de las minas (y de sus impactos).
Oportunidades frente a falta de transparencia
Los diferentes acuerdos y memorandos firmados por Estados Unidos y la Unión Europea en África en los últimos años siguen el mismo patrón: compromisos poco definidos, palabras vagas y conceptos que suenan más a greenwashing que a una voluntad real por contribuir al desarrollo de los países africanos. “No sabemos casi nada de los acuerdos, por lo que asumimos que hay cosas que se han negociado que no son de dominio público”, señala Thomas Scurfield. “Y esto es preocupante por muchas razones”.
Para el experto, así es muy difícil supervisar que estos acuerdos vayan a tener en cuenta los intereses de la población local, que vayan a suponer un beneficio real para la República Democrática del Congo, Zambia y Angola (en forma de puestos de trabajo, más industria y más desarrollo humano) y que no vayan a servir para perpetuar prácticas como la corrupción y la evasión fiscal. Además, el analista señala que esta falta de transparencia también espanta a los inversores, que son cada vez más conscientes de la importancia de tener buenos acuerdos en materia minera que ofrezcan un buen trato a los países productores.
“El Estado de Zambia, el Estado de Congo y el Estado de Angola, como diría el profesor congoleño de relaciones internacionales Mbuyi Kabunda, tienen un único papel: funcionar como una especie de cinta transportadora de recursos naturales de sus países a los nuestros”, explica Pablo Moraga, corresponsal de la Agencia EFE en Nairobi (Kenia) y guía de safaris. “No son Estados creados ni para garantizar el bienestar del pueblo, ni para garantizar la protección de la democracia. Así fue durante el periodo colonial y así se ha mantenido desde entonces”.
Tanto Moraga como Scurfield coinciden, aun así, en que la renovación del corredor Lobito puede ser positiva para la región, ya que tiene el potencial de crear empleo y crear oportunidades para comunidades muy empobrecidas. “La situación actual les da a estos países africanos un importante poder de negociación, pero es algo que tienen que gestionar con cuidado, atendiendo las necesidades de los países que compran los minerales y, sobre todo, atendiendo a sus propias necesidades de desarrollo”, añade Scurfield.
Riesgos medioambientales y sociales del corredor Lobito
Si las cosas se hacen bien. Si se tienen en cuenta los intereses de los países africanos. Si se respetan las zonas medioambientalmente sensibles. Si se hace un esfuerzo por que el corredor Lobito no solo sea una cinta transportadora para extraer recursos de África. Las oraciones condicionales salpican la conversación con Pablo Moraga y Thomas Scurfield. El problema es que la falta de transparencia de los acuerdos y la trayectoria histórica de la actividad minera y el extractivismo ponen en duda toda la lista de buenas intenciones. Vamos con algunos ejemplos.
Desde el año 2000, la República Democrática del Congo ha perdido más del 6% de su cobertura de bosque (la selva de la cuenca del río Congo es el mayor bosque tropical del planeta después de la Amazonia). De acuerdo con la coalición Global Forest, la deforestación de las últimas dos décadas está ligada, sobre todo, a la minería (en particular, a la extracción de coltán). Además, recalca la coalición, buena parte de la actividad minera deja tras de sí un reguero de abusos contra los derechos humanos y sociedades empobrecidas que raramente reciben una compensación por la destrucción de su entorno.
La demanda de coltán para extraer tantalio, un mineral esencial para crear los condensadores de los equipos electrónicos, crece año tras año. Esto ha provocado que, en la República Democrática del Congo (donde están el 80% de las reservas conocidas de coltán en el mundo), la actividad minera legal e ilegal también se haya multiplicado en los últimos años, según la ONU. La mejora de las conexiones con el corredor Lobito y el creciente interés por el cobalto y el cobre del país podrían seguir aumentando estas tensiones.
En Zambia, la historia es similar. Los casos de la mina de Kabwe, cerrada en 1994, cuyos residuos tóxicos siguen sin limpiarse y han causado todo tipo de daños a la salud de la población local (sin que nadie les haya indemnizado por ello), o de la mina de Chingola, cuya contaminación continuada terminó en un mediático juicio en el que la población local puso contra las cuerdas a la multinacional minera Vedanta Resources, son paradigmáticos.
«Hay otro problema más. Las compañías que administran las minas de la República Democrática del Congo son en su mayoría chinas, por lo que queda por ver cómo se encaja esto en las estrategias de Estados Unidos y Europa y en los planes nacionales de los países africanos», añade Thomas Scurfield. «Por ejemplo, Zambia y la República Democrática del Congo querían, con el apoyo de Estados Unidos, construir una fábrica en la que utilizar el cobalto para producir un material precursor que luego se usa en las baterías, lo que les permitiría retener más valor. Pero, si China controla la extracción de cobalto, será más difícil de conseguir».
«El corredor Lobito se está convirtiendo en una especie de pulso entre China y Estados Unidos. Tras el final de la Guerra Fría, Estados Unidos fue el principal actor económico en África, hasta que China le arrebató el puesto. Ahora Estados Unidos está intentando imponerse de nuevo», concluye Pablo Moraga. «Los minerales del futuro, todos los minerales que vamos a usar en los próximos años, van a pasar por este corredor. Y creo que no le estamos prestando demasiada atención a algo que va a marcar la situación social, ambiental y política del África Subsahariana«.
Artículo actualizado el 26 de febrero a las 12:00.
Más digitalización y más servidores, le llaman más adelantos.
¿adelantos? y resulta que el ser humano cada vez vive a un ritmo más estresante, tanto que ni siquiera tiene tiempo para relajarse, para pensar y para reflexionar.
A los que no se dejan colonizar, los pueblos indígenas, que nos muestran que se puede vivir de otra manera, con sencillez, simplificando y respetando a la Madre Naturaleza, la alienación del mundo civilizado les complica la vida y suerte tendrán de que no atenten contra ella.
No es suficiente con extraer los minerales de los pueblos nativos, la madera, apoderarse de sus tierras ganaderos y terratenientes, que más recientemente se tienen que enfrentar a otro problema: los proyectos de CARBONO DE SANGRE.
Según Survival Internacional
Cada vez más, los territorios indígenas están en el punto de mira de los planes de compensación de carbono. Las Áreas Protegidas, que suelen provocar expulsiones y violencia contra la población local, se justifican ahora alegando su potencial para «almacenar» carbono. Los «créditos» de carbono resultantes pueden venderse a quienes contaminan, como empresas petroleras, para que puedan afirmar que son «neutros en emisiones de carbono».
Estos proyectos son greenwashing o lavados ecológicos de imagen y son peligrosos para las personas y el clima. Estos son proyectos de Carbono de Sangre.
Decenas de miles de pastores indígenas samburus, boranas y rendilles dependen de las casi dos millones de hectáreas que ahora abarca el proyecto de compensación de carbono de Northern Rangeland Trust (NRT), en el Norte de Kenia, donde llevan su ganado a pastar desde hace mucho tiempo. Sus tierras ancestrales, sus modos de vida y su capacidad para alimentar a sus familias se ven amenazados por el proyecto de NRT, que pretende incrementar la cantidad de carbono almacenado en el suelo modificando las pautas de pastoreo y la forma sostenible de los pastores de usar sus tierras.
Las comunidades indígenas ni siquiera han sido debidamente consultadas sobre el proyecto.
Los menos responsables del cambio climático están pagando el precio de una destrucción que no han provocado.
NRT ya ha obtenido beneficios millonarios con este plan a través de la venta de créditos de carbono, y está dispuesta a ganar mucho más. Los guardaparques armados de NRT han estado implicados en gravísimas violaciones de derechos humanos de la población indígena local, y la venta de créditos de carbono podría financiar estos abusos. También hay pruebas contundentes de que el proyecto no cumple lo que promete: almacenar más carbono. Al permitir a las empresas lavar de verde sus emisiones, el proyecto podría acelerar el cambio climático en lugar de prevenirlo.
A pesar de estos abusos y dudas Verra, una organización que supervisa la certificación de proyectos y la venta de créditos de carbono, ha certificado el proyecto de NRT.
Survival presionó a Verra para que suspendiera el proyecto y lo revisara. Pero la revisión que ha llevado a cabo es un escandaloso greenwashing, y Verra permite a NRT seguir vendiendo créditos de carbono de sangre.
Tenemos que seguir presionando.
Por favor, actúa ahora y apoya esta petición para que Verra y los promotores de NRT descarten este proyecto:
https://actua.survival.es/page/124064/action/1?ea.tracking.id=GIpage&_gl=1*ib6g2r*_ga_VBQT0CYZ12*MTcwODg3MTc1OS4xLjEuMTcwODg3MTgzNC4wLjAuMA..
“Esto no es conservación, es destrucción” (Survival Internac.)
Indígenas de toda África sufren palizas, torturas, violaciones y asesinatos a manos de guardaparques que financian y equipan organizaciones conservacionistas como WWF y African Parks.
Los bakas y otros pueblos indígenas cazadores-recolectores que han vivido en la selva del Congo desde tiempos inmemoriales han visto cómo les robaban gran parte de sus tierras y las convertían en Parques Nacionales y otras Áreas Protegidas.
Los bakas han sido expulsados de su territorio y ahora viven en condiciones terribles, sin tierras y dependiendo de terceros, o convertidos en “atracciones turísticas”.
Se les prohíbe entrar en la selva que una vez llamaron hogar, mientras que las empresas mineras, petroleras y madereras, y los cazadores de trofeos, son considerados “socios” de la conservación de la naturaleza y se les permite seguir con sus negocios.
La conservación NO debería significar destrucción. Hay otra manera: respetar los derechos de los pueblos indígenas es, con diferencia, la forma más eficaz de proteger la biodiversidad.
Apoya esta petición poner fin a estos abusos que equivalen a un genocidio verde, ya que los bakas sencillamente no sobrevivirán si esto continúa: insta a quienes financian y apoyan estos destructivos proyectos de conservación de la naturaleza que dejen de violar los derechos humanos de los bakas
https://actua.survival.es/page/142939/action/1?ea.tracking.id=getinvolvedpage&ea.tracking.id=GIpage&_gl=1*1i2oaz2*_ga*MTY4MTk5MzE3Mi4xNzA4ODcxODQ1*_ga_VBQT0CYZ12*M