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Los lugares ocultos de la crisis climática, un extracto de lo último de Matthew T. Huber

¿Quiénes son los responsables de la crisis climática? En 'El futuro de la revolución', el profesor analiza la clase capitalista y política a la que podemos atribuir su espectacular aceleración, y defiende que la única forma de cambiar ese modelo y sus devastadoras consecuencias será mediante una lucha popular. Pero, ¿cómo conseguir un movimiento de masas capaz de esa transformación?
Los lugares ocultos de la crisis climática, un extracto de lo último de Matthew T. Huber
Imagen de portada de 'El futuro de la revolución. El cambio climático y la búsqueda de una insurrección democrática global'. Foto: Serge D’Ignazio

Este texto es un extracto de El futuro de la revolución. El cambio climático y la búsqueda de una insurrección democrática global, de Matthew T. Huber (Errata Naturae, 2024; traducido por Silvia Moreno Parrado).

La ecología de los lugares ocultos

Los «lugares ocultos» de la producción están, en el sentido literal del término, encubiertos (con la entrada prohibida «si no es para asuntos de negocios»). Y se ocultan porque los controla la propiedad privada capitalista. De hecho, están completamente retirados de la vida diaria. Es bastante posible que la gente se dedique a sus quehaceres cotidianos sin comprender cómo y dónde se producen las cosas. Detengámonos un momento para mirar a nuestro alrededor. ¿Cuántos objetos de los que tenemos ahora mismo al alcance de la vista se han producido en una fábrica? Y luego, enfrascados de nuevo en nuestro día a día, pensemos en todos los objetos e infraestructuras que surgen de la producción industrial. El pavimento que pisamos, la cama en la que dormimos, la mesa en la que trabajamos, la comida que comemos. Como sostiene Kim Moody, es factible afirmar que la producción industrial es, en un sentido bastante literal, el «cimiento» de casi todo el resto de actividades económicas, en el sentido de que es la clase trabajadora industrial la que produce (y, a menudo, gestiona) la infraestructura y el «entorno construido» al completo sobre los que descansan tanto la acumulación como la vida cotidiana: carreteras, puertos, aeropuertos, ferrocarriles, fábricas, edificios de oficinas, calles, transporte público, vivienda, etc.

En la época de Marx, la clase trabajadora vivía apiñada en casas de vecindad desde las que se iba andando a la fábrica. En la actualidad, las zonas residenciales y comerciales están apartadas de las industriales y, lo que es más importante, la propia producción industrial se encuentra deslocalizada en cadenas de suministro globales. Como la producción industrial nos está oculta a la mayoría, escapa a nuestro conocimiento y a nuestra inquietud política. Lo que vemos («en la superficie y visible para todos») son los lugares de intercambio, o consumo y el proceso diario de reproducción social. No es de extrañar que, con respecto a la política climática, estos se vuelvan políticos y abiertos a la protesta.

Quienes no pueden ocultarse de la producción son, por supuesto, los obreros explotados que trabajan en los lugares ocultos. En apariencia, están llevando a cabo un intercambio «libre» con el capital a cambio de un salario. El argumento principal de El capital es que esta apariencia de libertad esconde la explotación en torno a la cual giran la plusvalía y el beneficio. Aunque el trabajador es libre de aceptar un salario determinado, el capital es libre de hacer que los trabajadores produzcan más valor del que reciben. Marx expone que los lugares ocultos de la producción se estructuran mediante una tensión entre las fuerzas abstractas del valor (la competencia y un énfasis incesante en el tiempo) y las fuerzas concretas del trabajo vivo que pueden disminuir la velocidad, ponerse en huelga y luchar. Para generar plusvalía, el capital debe consumir las fuerzas vitales de la mano de obra viva obligándola a trabajar más tiempo y con más ímpetu. «El capital es trabajo muerto que solo revive, como los vampiros, chupando trabajo vivo, y vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupe».

En el ámbito de la producción industrial, el impulso abstracto del capital hacia la plusvalía también choca contra la energía concreta como medio de generar calor y trabajo. Los combustibles fósiles, fundamentales para las fuerzas productivas actuales, se convierten en palanca de la acumulación. Dado el impulso de acumulación inherente al capital, cabe esperar un impulso igual por consumir energía fósil (y, de paso, generar más emisiones). Si el afán de plusvalía impulsa el proceso de producción, Marx señala dos estrategias que pueden leerse a través del prisma de la crisis climática. En primer lugar, como los trabajadores cambian su fuerza de trabajo por un valor fijo, el capital puede obligarles a trabajar más tiempo y, así, producir más valor para el capitalista. La prolongación de la jornada laboral se conoce como plusvalía absoluta. También es, fundamentalmente, una cuestión de energía; entiéndase, de energía humana. El cuerpo humano consume una cantidad determinada de alimento (calorías) y tiene una cantidad determinada de tiempo y energía para el trabajo, el ocio y el sueño, y Marx no deja de analizar cómo el capital empuja hacia los límites biológicos del propio cuerpo humano. El proyecto capitalista de prolongar la jornada y retrasar la jubilación laboral consiste, en última instancia, en sacarle la vida y la energía al trabajador hasta consumirlo. La política de la clase trabajadora ha luchado siempre por recuperar para los trabajadores ese tiempo y esa energía.

En segundo lugar, los capitalistas, a título individual, pueden obtener temporalmente superganancias aumentando la productividad laboral y vendiendo a la baja. Este impulso inherente hacia la productividad laboral tiende a abaratar las mercancías, incluidas las necesarias para reproducir la fuerza de trabajo, como los alimentos, la energía y la vivienda. El abaratamiento del coste de la fuerza de trabajo amplía el potencial de la plusvalía por encima del coste de la supervivencia del trabajador. Aunque hay diversas tácticas de las que se vale el capital para aumentar la productividad laboral, Marx se centra en el papel revolucionario de la maquinaria como «antagonista de la fuerza humana» tanto para incrementar la productividad laboral como, a menudo, para asumir tareas repetitivas a través de la automatización.

Pero el secreto de la maquinaria (o de la fuerza industrial mecanizada) es una fuente inanimada de energía que sustituye la energía muscular humana o animal. En la época del vapor, esa fuente era el carbón, pero, en la actualidad, casi toda la maquinaria se alimenta de electricidad, que depende, de manera abrumadora, de los combustibles fósiles. En palabras de Paul Hampton, académico y activista por la defensa de los derechos laborales, «el proceso de sustituir la mano de obra viva por maquinaria (producto de otra mano de obra ya pasada) necesitó de un ingente incremento de la energía para alimentar esos procesos». Así, el impulso del capital hacia la plusvalía relativa (es decir, su impulso por aumentar la explotación) supone, en última instancia, un mayor consumo de combustibles fósiles y la intensificación de la crisis climática.

¿Quién originó el cambio climático? La ecología del capital industrial

Si nos apartamos un instante de las páginas de Marx y nos fijamos en los datos sobre emisiones, vemos que el capital industrial (los lugares ocultos de la producción) es responsable del grueso de las emisiones en la sociedad capitalista. Para ello, vuelve a ser necesario apartarse del lugar del intercambio y atender a la relación que guarda el capital industrial con la energía y las emisiones en la propia producción. En los contextos industriales, el consumo de energía no es tanto una opción como una necesidad estructural e incluso termodinámica del modo en que está organizada la producción. El capital industrial incluye todas las formas de producción a gran escala (la Agencia estadounidense de Información de la Energía [EIA, Energy Information Agency] especifica que son «minería, fabricación, agricultura y construcción»)26. En 2015, el sector industrial consumió una parte mayor de la energía mundial (54,8 %) que los sectores comercial (7 %), residencial (12,6 %) y del transporte (25,5 %) juntos (véase la ilustración 1.1)27. Incluso en lo que se conoce como «etapa postindustrial» de Estados Unidos, el sector industrial consume más de un tercio (34 %) de la energía aportada, cantidad que solo supera el sector del transporte (39 %) en una sociedad caracterizada por la vivienda suburbana descentralizada, el uso del automóvil y el transporte de larga distancia por carretera.

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Fuente: Energy Information Agency, 2018

A la vista de estos datos, no es de extrañar que el sector industrial supere a todos los demás en términos de emisiones de carbono. El informe de 2014 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático hace un desglose detallado del conjunto de las emisiones (incluidas las provenientes de la agricultura, la silvicultura y otros usos del suelo) y determina que el sector industrial es responsable del 21 % de las emisiones directas y el 11 % de las emisiones indirectas por el consumo de energía. El 32 % resultante de sumar estos dos porcentaje. supera a los demás, y solo se le acerca el de agricultura, silvicultura y otros usos del suelo, con un 24,87 % (véase la ilustración 1.2). Es más, hay que tener en cuenta que el resto de categorías (comercial, residencial, de transporte e incluso de otros usos del suelo) depende, sobre todo, de productos procedentes del sector industrial. Tal como indicaba Moody en el fragmento citado más arriba, as emisiones industriales son la base de todas las demás. No hay emisiones del transporte sin sistemas industriales de producción en masa de automóviles y camiones. No hay emisiones de usos del suelo sin la producción industrial masiva de tractores y demás maquinaria de movimiento de tierras. Según el análisis del informe sobre la huella de carbono antes mencionado, el otro dato clave es que «todos nosotros», que practicamos nuestros hábitos de consumo en el «sector residencial», somos responsables de un mero 11,5 % de las emisiones mundiales. Podríamos sumar nuestras aportaciones al transporte, pero es poco probable que con eso aumentáramos ni tan siquiera el 15 % del total las emisiones ligadas al consumo.

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Fuente: Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio
Climático (IPCC), Grupo de Trabajo iii, «Cambio climático 2014.
Mitigación del cambio climático».

¿Cómo desglosar el sector industrial desde una perspectiva climática? En primerísimo lugar, los grandes productores que alteran el clima son el sector de los combustibles fósiles (las empresas que extraen petróleo, gas y carbón y los venden para obtener beneficios). Sin su producción, la quema masiva de combustibles fósiles sería imposible. Como demuestran William Carroll y sus colaboradores, es muy fácil determinar las relaciones de poder y propiedad capitalista que configuran este sector. Ya que el movimiento por el clima es bastante claro con respecto a este enemigo de clase, debemos ampliar la perspectiva e incluir a otros capitalistas cuyo aporte de carbono resulta perjudicial: los consumidores industriales de combustibles fósiles (lo que denomino «capital fósil industrial» en el capítulo introductorio). A veces, damos por hecho que, cuando extraemos los combustibles fósiles, estos se entregan sin más a las masas de consumidores para su consumo residencial. Sin embargo, hay unos inmensos espacios industriales intermedios donde los combustibles fósiles son un insumo que se transforma en beneficio. El más importante es el sector de la energía eléctrica. En términos globales, el 25,4 % de las emisiones se genera en centrales de producción de energía eléctrica, y el 64,3 % de esa electricidad procede de combustibles fósiles (el resto viene de la nuclear, la hidroeléctrica y otras renovables). En lo político, el capital de la electricidad es muy diverso desde un punto de vista geográfico; casi todos los países permiten una cierta mezcla de empresas de suministros de titularidad pública o privadas con ánimo de lucro y muy reguladas. Dado que la infraestructura eléctrica es crucial para la sociedad, está enormemente politizada. Así, el movimiento por el clima debe situar la revolución de la infraestructura eléctrica (con un replanteamiento exhaustivo de la red) en el centro de sus reivindicaciones. (En el capítulo 6 se analizará esta cuestión con más detalle).

Pero ¿quién consume realmente la electricidad que sale de esas centrales? El sector industrial es, con mucho, el mayor emisor «indirecto», por su consumo de electricidad (44 % del total mundial). Al estudiar el papel del capital industrial en el cambio climático es necesario atender al sector manufacturero industrial en su conjunto. En realidad, solo unas pocas industrias son responsables del grueso de las emisiones: acero, cemento, productos químicos y otras formas de producción con un alto consumo de energía. Tal como manifiesta el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, las emisiones de la industria proceden, sobre todo, del procesamiento de materiales. Solo la producción de hierro, acero y minerales no metálicos (en especial, cemento) genera un 44 % de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) de la industria. Otros sectores que generan un gran volumen de emisiones son los productos químicos (incluidos los plásticos) y los fertilizantes, la pulpa y el papel, metales no ferrosos (en concreto, el aluminio), el procesamiento de alimentos y los textiles.

En un artículo del Financial Times de reciente publicación se afirmaba que solo el acero y el cemento suponen ya del 15 % al 17 % de las emisiones globales. Todo esto demuestra que la producción es la principal fuerza metabólica causante de la crisis climática. De hecho, podríamos ir directos al corazón de la crisis regulando o expropiando, sin más, a los propietarios de ese mero puñado de sectores (electricidad, acero y cemento). ¡Ya está bien de responsabilidades «difusas»!

Matthew T. Huber (Chicago, 1970) es profesor de Geografía en la Maxwell School of Citizenship and Public Affairs de la Universidad de Siracusa. Sus investigaciones se centran en las relaciones de la economía y la geografía histórica con el capitalismo y las políticas climáticas, haciendo especial énfasis en el ámbito de la justicia social. Entre sus principales libros, además del que presentamos aquí, cabe destacar ‘Lifeblood: Oil, Freedom and the Forces of Capital’.

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