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El regreso de la geopolítica

"Puede que la retirada de EE. UU. de compromisos multilaterales como la COP 21 sea la que acarree consecuencias de mayor alcance, pero no la única.", escribe el autor.
El regreso de la geopolítica
Foto: Donald_Trump_by_Gage_Skidmore_2

Artículo correspondiente a la introducción del nº 146 de la Revista Papeles, Geopolítica en el Antropoceno.

Santiago Álvarez es director de Fuhem Ecosocial

Ni siquiera ante un desafío tan urgente y colosal como el cambio climático la comunidad internacional ha logrado una cooperación efectiva. Según el historiador Yuval Noah Harari, la cooperación ha sido la clave de nuestro éxito evolutivo como especie, pero hoy su ausencia se está convirtiendo en la principal amenaza para afrontar los peligros que hemos creado como exudado de aquel triunfo.

Puede que la retirada de EE. UU. de compromisos multilaterales como la COP 21 sea la que acarree consecuencias de mayor alcance, pero no la única. Asistimos a procesos de repliegue nacional, rebrotes proteccionistas y guerras comerciales y tecnológicas.

Resulta inverosímil que los miembros de la administración norteamericana no contemplen el calentamiento global como la principal amenaza que se cierne sobre la humanidad. Disponen de la mejor información como para pensar que no es un problema serio. Lo que ocurre es que tienen otro plan para gestionarlo: contemplan la cuestión climática como una cuestión de seguridad nacional.

El capitalismo debe su desarrollo histórico a la explotación de tres ámbitos que ha convertido en colonias sin las que ni la civilización occidental ni su paradigma de progreso probablemente existirían: las mujeres, la naturaleza y los pueblos del Sur. El capitalismo redefinió las relaciones sociales y los intercambios con el medio a partir de la apropiación y explotación del trabajo humano y los recursos naturales.  El orden patriarcal le suministra gratis la fuerza de trabajo sustancial para el cuidado y reproducción de la vida mientras que el orden neocolonial le garantiza la apropiación de la mano de obra, los recursos naturales y los sumideros a escala global.

Tensiones geopolíticas en múltiples frentes

Las principales tensiones internacionales estallan en torno a lugares clave en el aprovisionamiento energético —Irán o Venezuela— o surgen por el control de las nuevas rutas comerciales. La nueva ruta de la seda es la gran apuesta de Xi Jinping para enlazar Oriente con Occidente y proyectar su influencia económica y política en el exterior a través de diferentes vías: una terrestre, dividida en varios corredores, que la conectan con las economías de Oriente Medio y Europa, y otra marítima para acceder a Latinoamérica y África, continentes deseados por su abundante riqueza mineral. Otra ruta que concita la atención internacional es la que abre el deshielo provocado por el calentamiento global, la vía del Ártico, que junta el interés por los recursos de la zona con la posibilidad de nuevas vías marítimas que acorten la distancia entre Asia y Occidente.

La guerra fría 2.0

Al igual que con la crisis ecosocial, las implicaciones de la nueva matriz tecnológica son observadas desde la perspectiva de la seguridad nacional. Aunque en la guerra arancelaria EE. UU.-China las espadas siguen en alto y se extienden los conflictos comerciales hacia otras zonas (el último entre EEUU y México), la principal refriega consiste en quién lleva la delantera en el desarrollo y la implantación de las redes 5G.

El conflicto surgido en torno a Huawei no es sólo por el liderazgo tecnológico, sino también y sobre todo por el mantenimiento de la hegemonía norteamericana. El objetivo, señala Michael Hudson, es «obtener el control financiero de los recursos mundiales y hacer que los “socios” comerciales paguen intereses, licencias y precios altos por los productos sobre los que Estados Unidos goza de “derechos” de monopolio y la propiedad intelectual».

El caso Huawei ilustra a la perfección esta cuestión. En Europa lidera tanto la implantación del 5G como el número de patentes relacionadas con las nuevas redes. El anuncio de la prohibición de los EE. UU. para que Huawei pueda abastecerse de componentes suministrados principalmente por empresas norteamericanas o la predisposición rápidamente mostrada por Google de retirar la licencia a la empresa china, revelan hasta qué punto no estamos ante una más de las reacciones airadas de Trump, sino ante un golpe premeditado y concertado por el poder político y empresarial norteamericano.

Que finalmente se haya planteado una moratoria al veto de los EE. UU. a Huawei tras la última cumbre del G20 muestra las dificultades para practicar el unilateralismo en un mundo cada vez más multipolar. China no es un actor cualquiera: es el primer inversor mundial en innovación, el principal exportador de tierras raras y el principal ensamblador de la mayoría de los productos electrónicos. El mayor déficit bilateral de los EE. UU. es precisamente con China de la que importa grandes cantidades de productos intermedios imprescindibles para seguir manteniendo su hegemonía tecnológica.

El prisma de la seguridad nacional de nuevo

Washington está exigiendo a sus aliados que descarten la tecnología china en sus nuevas infraestructuras de red móvil argumentando que la información recopilada quedaría en manos de los servicios de inteligencia de Pekín. De momento no parece que esta sea la principal prioridad del gobierno chino, más preocupado de vigilar a su propia población. En 2017, según un estudio de Jamestown Foundation, el presupuesto de seguridad interior alcanzó los 197.000 millones de dólares, sin incluir inversiones en tecnologías de vigilancia y de seguridad urbana, tres veces menos que el presupuesto militar norteamericano.

Por ahora quien está agitando las aguas de la carrera armamentística es Trump. La sensación de clausura de una etapa sobrevolaba la Conferencia de Seguridad de Munich celebrada el pasado mes de febrero. Washington y Moscú anunciaron el abandono del tratado de armas nucleares de corto y medio alcance. La ruptura del tratado Intermediate Nuclear Forces (INF) firmado por Reagan y Gorbachov en 1987, se suma al abandono previo de los EEUU, en junio del 2002, del tratado Anti-Ballistic Missile (ABM). Este riesgo de proliferación nuclear puede verse incrementado si se pone en peligro la ratificación del tratado START III de reducción de los arsenales nucleares, firmado por Obama y Medvédev en 2010, que todavía no ha sido ratificado por el Senado norteamericano ni por la Duma rusa.

La incorporación en la agenda de la seguridad nacional de la problemática ecosocial está haciendo saltar por los aires al viejo orden. El Boletín de Científicos Atómicos, publicado por primera vez en 1945, evalúa el riesgo global (no sólo nuclear, también el que representa la amenaza del cambio climático o las biotecnologías) a través de denominado “Reloj del Apocalipsis”. En enero del 2019, anunció que este reloj reflejaba un momento crítico para la humanidad comparable al peor que se vivió en el año 1953 en plena escalada de tensión entre EE UU y la Unión Soviética. Ante un desastre lo más aconsejable es encontrar la forma de colaborar para minimizar los daños y salvar al mayor número. Lamentablemente, no parece que sea este el camino elegido. 

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