Noemí Sabugal: «Lo que le hacemos al mar nos lo hacemos a nosotros mismos»

La escritora leonesa publica Laberinto mar, una crónica literaria que aúna memoria, trabajo, migración y clima en relación con nuestras costas.
Noemí Sabugal: «Lo que le hacemos al mar nos lo hacemos a nosotros mismos»
Foto: Noemí Sabugal.

Tras varias complicaciones con la tecnología, aparece sonriente en la pantalla. Por detrás de ese rostro risueño, una estantería cuajada de libros –no siempre bien ordenados– deja entrever el trabajo de documentación que lleva su obra. Noemí Sabugal (Santa Lucía de Gordón, León, 1979) es una de las escritoras más fascinantes de nuestro país. Después de varias novelas, decidió pasarse al periodismo literario, género que domina y con el que ha cosechado varios premios. Tras el afamado Hijos del carbón (Alfaguara, 2020), ahora publica Laberinto mar (Alfaguara, 2024), fruto de varios años de investigación durante los cuales exploró aspectos marítimos tan variopintos como la pesca, la migración o el turismo. Su libro no se agota en un tema; es polifónico y plural, engancha y atrapa como la resaca de las olas. Charlamos con la autora para que nos revele más detalles. 

¿Cómo fue el proceso de escribir este libro? ¿Cómo surge?

Yo venía de hacer Hijos del carbón (Alfaguara, 2020), un libro donde contaba los últimos años de las minas de carbón, que en ese momento [en torno a 2018] estaban cerrando. La única que quedaba en pie era la mina del pozo Nicolasa, en Asturias, que precisamente hace poco dejó de funcionar. Era el momento del cierre de las minas y las centrales térmicas, que han sido una forma de vida para muchísimos territorios, en concreto para el mío. Yo nací en la montaña central de León y mi padre y mis abuelos eran mineros. Cuando acabé ese libro, pensé que, cuando se habla de los accidentes en la mina, de su dureza, se dice: “Igual de duro que esto, sólo está el mar”. En efecto, hay un paralelismo muy grande. Es un trabajo que lidia con un medio natural ajeno a nuestra voluntad, es el sector primario, y es un trabajo que conforma comunidades completas. Esto se da tanto en las cuencas mineras como en las labores marineras. A partir de ahí, empecé a pensar en este paralelismo.

A mí me interesa mucho el mundo del trabajo. Creo que el mundo laboral debe aparecer en la literatura porque nos conforma. Es verdad que no solamente somos nuestro trabajo, pero el trabajo conforma la visión que tenemos de nosotros mismos, la relación con los demás, con nuestro territorio, con nuestro país, etc. Sin embargo, enseguida decidí que no iba a hacer únicamente un libro dedicado a la pesca, sino más amplio. Además, mi abuelo José, el que estuvo de minero hasta el final de su vida laboral, se fue a vivir a Gijón cuando se jubiló, entonces tengo mucha relación con las costas cantábricas desde pequeña. Mi pareja, que es el autor de las fotos del libro, Pablo Casal, es de Galicia, y por ahí me viene la relación con las costas atlánticas. Aunque yo creo que en este país cualquiera debe sentirse un poco interesado por el mar, porque ha tenido mucha importancia en nuestra historia, en nuestra economía, y sigue teniéndola. 

¿Cuándo decidiste que no iba a ser un libro exclusivamente sobre el trabajo? Hablas de inmigración, te vas a bucear, la última parte es sobre cambio climático… ¿Por qué hay tantos temas y cuál es el hilo conductor?

El hilo conductor es el mar. Es verdad que hay muchos temas, y a eso corresponde el título Laberinto mar. Yo quería abordar aspectos distintos, por eso esta idea de laberinto. Y lo decidí primero por interés, por deseo de descubrimiento. Escribir es una forma de descubrir a los demás, a nosotros mismos, y al país en el que vivo. Solamente hablar del sector de la pesca era reducir mucho. Y por eso hay más cosas: otros sectores laborales ligados al mar, por ejemplo los astilleros, que tienen una historia de reivindicaciones laborales muy interesante. O los oficios hechos por mujeres de manera mayoritaria, como las mariscadoras de a pie, o las conserveras. Después hay otros aspectos que relacionaban la historia con lo actual. Yo siempre hago en el libro ese trabajo de mirada al pasado, pero de traerlo al presente, porque me interesa en la medida en que refleja el momento en que vivimos. Además, el pasado nunca es pasado del todo, siempre permanece. Por ejemplo, nuestro pasado como navegantes, digamos ‘descubridores’, entre comillas …

Colonizadores…

Efectivamente. Esta idea de los navegantes que fuimos tiene importancia en la actualidad. Hay cosas negativas y tremendas, que hace bastantes años que se están revisando y pensando de otra manera, y también hay cosas como, por ejemplo, que tengamos casi una veintena de países al otro lado del océano que hablan nuestro idioma. Eso es algo que no se hubiera dado en ningún caso si no hubiésemos sido un país navegante. Ese pasado tiene mucho reflejo en el mundo de hoy. Y después hay temas que actúan como espejo: la inmigración. 

¿Cuál ha sido la logística? Es un libro complicado, de muchos viajes, de mucha documentación también.

El libro tiene mucho trabajo de documentación porque antes de ir a un territorio yo quiero saber qué mirar allí, aunque después encuentro cosas que no sabía que buscaba. Suele ocurrir, y es divertido y revelador, pero efectivamente para ir al lugar hay que documentarse. Y ese trabajo se hace con libros, de muchas maneras. Pero la parte más satisfactoria para mí es encontrar a esas personas y tener esos testimonios de esas vidas. Por una parte, hay lugares donde yo sabía a quién quería ver, aunque después encontraba a unas personas que me iban llevando a otras. En ese sentido, es un libro que requiere un tiempo largo de elaboración y preparación. Estuve más de tres años y medio haciéndolo. Además, me documentaba, preparaba el viaje, las personas con las que iba a hablar, y después cuando iba allí y volvía a casa y me ponía a escribir seguía documentándome, porque ocurría que había descubierto cosas que no conocía bien. Entonces, es un trabajo que lleva una elaboración muy larga, y un coste que yo afronté gracias a una beca de escritura, la beca Leonardo. Sin embargo, en Hijos del carbón, fui yo la que dijo: quiero hacer esto y ya está. Son libros que requieren tiempo.

¿Qué historia te ha sobrecogido más? ¿Ha habido algún encuentro donde hayas pensado: «me ha dado un vuelco el corazón»?

Sí, sobre todo el encuentro con las viudas y una huérfana del [barco] Villa de Pitanxo. Fue muy duro escuchar esos testimonios, comprender lo que era un naufragio en el que no se recuperan los cuerpos, como es el caso de 12 de esas 21 familias; la dificultad de ese duelo en la ausencia. Un duelo que no se cierra, que no hay una despedida, es un duelo difícil. El testimonio de ellas fue especialmente duro y tengo que agradecerles su generosidad y su confianza. Es algo que marca a una familia, no sólo durante una generación, sino durante varias. Te diré que, presentando el libro en lugares marítimos, me ha llegado mucha gente que decía: mira, mi abuelo fue pescador y también naufragó, y su cuerpo desapareció, y eso para mi abuela fue tremendo, y mi madre le tiene pánico al mar, etc. Eso es algo que se arrastra en las familias mucho tiempo. 

Y después, también me gustó poder hablar con Gorgui Mbengue, un senegalés que ha llegado a España en patera como tantos miles. Una voz entre miles, pero lo importante es singularizar estas voces. Como ves en el libro, la ONU dice que en 2023 murieron unas 1.400 personas intentando llegar a España. Eso es una barbaridad y, en realidad, son muchas más, porque hay muchos naufragios ocultos. Entonces, es muy importante ver que, detrás de esas cifras, hay una historia concreta. Es el caso de Gorgui, quien fue, además, pescador en Senegal. Yo aprovecho el hablar de las migraciones que se están produciendo por mar para hacer un paralelismo y recordar que nosotros somos un país migrante, marítimo, que se desangró por sus puertos. María José Fernández, profesora de la Universidad de Bretaña Occidental, dice que entre 1860 y 1936, sin incluir los exiliados de la guerra civil, se fueron más de 5 millones y medio de personas por los puertos de España. O sea, que nosotros fuimos una nación migrante, y ahora nos estamos encontrando esa misma migración por mar. 

El escritor Gabi Martínez, a quien citas, dice en Delta (Seix Barral, 2023) que es sorprendente que en España no haya habido una literatura del agua. ¿Estás de acuerdo con él?

Yo creo que sí hemos tenido muchos libros sobre el mar. No excesivamente antiguos, por ejemplo, Pío Baroja. De hecho, nuestros escritores clásicos tienen una obra muy ligada al mar, como es el caso de Cervantes. En los libros de Cervantes, aunque pensemos en La Mancha, aparecen las almadrabas, el presidio en Argel, etc. Quiero decirte que ellos mismos, además, tuvieron una vida marina. En el caso de Cervantes, como soldado. Así que ha habido obras sobre el mar, pero podría estar de acuerdo con Gabi en que es una parte de nuestro país que llega menos a la literatura. Aun así, hay escritores muy marítimos, como Manuel Rivas. De Galicia, ha tocado el mar en muchos aspectos, desde la pesca a la ecología. O, por ejemplo, Leire Bilbao, una poeta vasca, que tiene poemas dedicados a la pesca. Está Jordi Ballard, que es un escritor que habla de la dimensión del mar y la relación con la mente.

¿Quizá es que son todos periféricos’? 

Claro, es que esta gente que te cito a mí me ha interesado sobre todo porque, además, tienen una relación directa con el mar, bien porque son personas que viven en la costa, o bien porque tienen una relación con el mar ellos mismos, o a través de sus familias. Y luego hay marinos que están escribiendo libros en España, y después están los libros científicos, etc. Pero es verdad que en la literatura no es un elemento tan relevante como fue antes, y yo creo que se debe, sobre todo, a la falta de experiencia directa con el mar. Es decir, ahora no cogemos barcos. Antes las personas emigraban en barco, y esa travesía era parte fundamental de ese relato, de esa novela o como lo quisieran reflejar, o de los poemas de los que se quedaban, como en el caso de Rosalía de Castro. Además, el sector de la pesca era muy importante. Esto aparece, por ejemplo, en Blasco Ibáñez. O sea, sí que hay una literatura marítima, pero es verdad que, ahora mismo, es un escenario al que la literatura mira menos. 

Antes de haber leído nada sobre el libro, imaginé que ibas a hablar más de turismo, tal vez porque es un sector omnipresente en nuestras vidas. Sin embargo, no aparece tanto, ¿por qué?

Tenía que estar en este libro, y está, pero ver el mar en todas sus dimensiones es no ver únicamente el turismo. Además, yo creo que se están haciendo libros muy interesantes sobre este tema, porque estamos poniendo en cuestión ese modelo, que no se da exclusivamente en las zonas costeras. El turismo se está tratando de forma interesante. El caso de Ana Geranios, que es una crónica personal de la hostelería, me parece relevante y por eso lo cito. Hay otros también importantes como España fea (Debate, 2022), de Andrés Rubio. Pero en el libro creo que está lo que corresponde. Está porque ha significado un cambio de modelo para los territorios marítimos. Si vas a un pueblo y, allí donde estaba el puerto pesquero, ahora hay un puerto deportivo, ya sabes que ese lugar ha rotado a otra vida, y eso está pasando en todos los sitios. Es decir, está cambiando el modelo de trabajo. De alguna manera lo toco en un capítulo; es lo que yo llamo la “legolización” de la costa, estas construcciones de Lego, pero se toca en otros sitios, como en lo referido a cómo está hiperconstruida la costa y lo que significa respecto al cambio al climático: subida del nivel del mar, etc. 

Me llamó mucho la atención lo de las playas cementadas: que tengamos esta combinación de plásticos y residuos industriales completamente integrada en el paisaje. ¿Qué dice eso de nuestro tiempo? ¿Se puede pensar en el Antropoceno a partir de estas playas? 

Alejandro Cearreta, profesor de la Universidad del País Vasco, es el gran experto en España sobre playas cementadas, y además es el único científico español que está en el Grupo internacional del Antropoceno. Alejandro explica muy bien el impacto de los residuos en la temporalidad geológica. En esta parte del cambio climático he intentado acercarme a los científicos y las científicas, que son los que deben estar en el centro del debate. Son una cosa muy curiosa estas playas. Te diré que es algo también muy desconocido, y demuestra que, lo que le hacemos al mar, nos lo hacemos a nosotros mismos.

Este caso se basa, como sabes, en que hemos estado vertiendo, en Bilbao y en Asturias, residuos de los altos hornos al mar directamente. Entonces, pensamos que el mar es un tragadero, un basurero, pero de alguna manera el mar nos los ha devuelto y ha creado esta cementación. Si vas a estas playas y te fijas en las rocas, ves trozos de ladrillo, de plástico y escorias. Y claro, es muy curioso pensar que el ser humano está creando estas rocas entre la naturaleza. Eso nos lleva a pensar: qué está ocurriendo con los bidones, con los residuos nucleares que hay en la Fosa Atlántica, de los cuales nadie parece querer acordarse. O en Palomares [cayeron cuatro bombas termonucleares de EEUU en 1966], que, a día de hoy, es un lugar donde están dando niveles de radiactividad. O sea, que todas estas cosas pasan, están ahí.

Los pescadores, las mariscadoras, etc. saben perfectamente qué le está ocurriendo al mar: falta de producción, especies que migran a otras aguas, etc. Todo eso viene por el cambio climático y ahí hay algunas afectaciones. Entonces, creo que las playas cementadas son una más entre otras llamadas de atención. Hay que pensar que el mar también somos nosotros, porque de ahí comemos y bebemos cada vez más. Estamos en un país donde, por ejemplo, en las islas Canarias, en algunas el 100% del agua que llega al grifo es agua de mar desalada, y en otras el 80% o 90%. Así que todo esto nos debe preocupar. 

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