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En la imagen hay un hombre sonriente haciéndose un selfie. El hombre es Tony Blair, primer ministro del Reino Unido entre 1997 y 2007. Detrás del hombre hay un fuego y una humareda, como tras una explosión. Se trata de un bombardeo de la guerra de Iraq, en la que Blair introdujo a su país durante su mandato. La imagen es un collage, forma parte de la serie Photo Op., de Kennardphillips, el proyecto artístico de Peter Kennard (Londres, 1949) y Cat Phillips (Edimburgo, 1972). Pero lo cierto es que la yuxtaposición parece realista: al fin y al cabo, si algo estamos acostumbradas a ver en estos tiempos son sonrisas de políticos con el telón de fondo de una catástrofe.
Esta es una de las obras que componen la exposición La mayor emergencia, que se puede ver en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el próximo 12 de enero, dentro de su programa de actividades Planeta C, dedicado a pensar en torno a la crisis climática. La apuesta de su comisario, el filósofo Santiago Zabala, es volver a enfocar nuestra mirada –a través del trabajo de una docena de artistas– hacia problemas que sabemos que nos acucian, pero que, sin embargo, a menudo elegimos no mirar. Hoy en día, «la mayor emergencia es la ausencia de emergencia», apunta el panel que abre la exposición.
Y, sin embargo, parecería que la palabra «emergencia» es una de esas que siempre tenemos en la boca: inundaciones, guerras, genocidios, erupciones volcánicas… Constantes titulares nos ponen en estado de alerta. El giro que propone Zabala pasa por ver la trampa que se puede esconder debajo de la palabra: «Esta teoría de la emergencia no implica que una crisis como la del coronavirus o las guerras en Ucrania y Gaza no sean emergencias fundamentales que debamos seguir confrontando en todos los niveles. Simplemente exige que evitemos fingir que se trata de acontecimientos impredecibles que no sabíamos que ocurrirían».
Rescate en la emergencia
En la oscuridad de la sala del sótano del CBA, brillan dispersas diferentes piezas –una por cada artista incluido en la muestra– como en un juego de pistas. Allí al fondo, por ejemplo, en una esquina, una tubería retorcida sobre sí misma en curvas imposibles cierra el círculo de su propio circuito sin llevar a ningún sitio: es una obra sin título de Arturo Comas (Sevilla, 1982), que ofrece con esta imagen tan sencilla una afirmación contundente sobre el mercado del gas. Igual que 100 pills, de Beverly Fishman (Filadelfia, 1955), una vitrina que exhibe unas pequeñas piezas de colores en forma de pastillas, imitando las formas y colores de las más consumidas (desde antidepresivos hasta protectores gástricos). Están hechas de cristal, así que reflejan a quien las mira, distorsionando su rostro.
La muestra parece concebida con una doble función. Por un lado, cada una de las obras parece un dedo índice apuntando hacia alguna luna que es a la que verdaderamente deberíamos mirar, como en un catálogo de las emergencias más acuciantes del mundo contemporáneo, desde la vigilancia tecnológica hasta los derechos de las mujeres o la inoperancia de los organismos internacionales creados para garantizar la paz. En las cartelas, la explicación sobre las piezas y su contexto se combina con amplias explicaciones y numerosos datos sobre los problemas a los que estas apuntan.
Por otro lado, el conjunto se convierte en una defensa de la capacidad del arte para incidir en todas estas cuestiones. Para Zabala, obras como estas tienen la capacidad de rescatarnos. Pero no rescatarnos de las emergencias: proporcionar soluciones es la tarea ineludible de otros, y no se trata tampoco de escapar sin hacerse cargo. Lo que propone es que nos rescatan en las emergencias, mientras ocurren, proporcionándonos la experiencia de vivirlas de manera consciente gracias a la extrañeza de estas nuevas ventanas.
La emergencia climática
Dentro de ese punteo de emergencias actuales que configura la muestra, la crisis climática es evidentemente un punto fundamental. En otra de las paredes cuelga la copia a gran tamaño de una casa fotografiada en la noche. La ilumina una banda de bombillas situadada más a o menos a la altura de la mitad de las ventanas, en el tercio superior de la puerta. La cartela que acompaña a esta obra, Lines (57° 59′ N, 7° 16’W), de Timo Aho (Vantaa, Finlandia, 1980) y Pekka Niittyvirta (Helsinki, 1974) explica que la línea de luz marca el nivel que alcanzarán las aguas del mar que la circunda en las próximas décadas.
Enfrente, una serie de dieciocho lienzos que a primera vista parecen mostrar pinturas abstractas revelan, más de cerca, que en realidad se trata de una interpretación enormemente contemporánea de la pintura paisajística. Es la serie Amazon Grid, de Diane Burko (Nueva York, 1949), que emplea distintas técnicas para reflejas la realidad de la selva amazónica. En sus cuadros hay fotos de árboles, retazos de mapas, trozos de madera carbonizada, tonos rojos y dorados como de fuego y otros estridentes como anunciando la toxicidad del aire.
Es un empeño que se explica muy bien en el comentario a la obra de otro de los artistas recogidos en la muestra, Filippo Minelli (Brescia, 1983): «Su serie Silent Shapes nos proporciona colores, formas e imágenes de nuestras mayores emergencias». En su caso, a través de montajes fotográficos en los que irrumpen nubes de humo de colores, ocultando a medias la imagen fotografiada, sea el escenario urbano de una operación especuladora o una selva colombiana habitada por la guerrilla. De nuevo, una metáfora tan sencilla como eficaz, por lo visualmente inolvidable.
Cosas que conviene no olvidar
Cerca de la salida hay una obra interactiva. Se trata de un panel rectangular con aspecto de pantalla de máquina tragaperras, que se puede activar tirando de una palanca. Se titula Oracle y con ella Gabriel García-Colombo (Nueva York, 1982) propone una reflexión sobre las inteligencias artificiales y el almacenamiento comercial de datos personales. Al hacerla funcionar, esta máquina opera como un oráculo, proponiendo una frase teóricamente nueva para cada espectador. Sin embargo, siempre se trata de recombinaciones de otras citas. Nos recuerda así –explica la cartela– cómo los algoritmos «perpetúan nuestra mayor emergencia, ya que de ellos no puede surgir nada que no haya sido previamente formulado».
A mí, el oráculo me dijo: «Tu verdadero nombre es Amy». Estuve a punto de tirar de nuevo de la palanca para intentar obtener un presagio más convincente, pero al final decidí que no. Al fin y al cabo, toda esta visita iba de hacerse cargo de esas interpelaciones, mucho más duras y directas, de las que no podemos escapar. Como esa que corona las escaleras de acceso a la sala, en un cuadro tipográfico de gran tamaño obra también de García Colombo, que dice: “It was supposed to be an artwork, but we supported genocide instead” (“Debía ser una obra de arte, pero en lugar de eso, apoyamos un genocidio”). El mensaje es claro: no se vale mirar hacia otro lado. Esa es, en todas partes, la emergencia.