Etiquetas:
Ningún huracán volverá a llamarse nunca Katrina ni Mitch. Tampoco Irene, ni Laura, ni Fiona. Cada año, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) retira los nombres de aquellos ciclones tropicales más devastadores o que causan situaciones especialmente delicadas. Por ejemplo, en marzo de 2024, el comité de huracanes de la OMM anunció que eliminaba de la lista los nombres de Otis (que arrasó Acapulco, México, en octubre del año pasado) y Dora (que no tocó tierra, pero alimentó los incendios que calcinaron la isla de Maui, Hawái, en agosto).
La cuestión del nombre de los ciclones puede parecer irrelevante, pero la OMM señala que ponerles una etiqueta facilita el seguimiento de tormentas específicas y el debate científico, ayuda a evitar confusión entre los meteorólogos, los medios de comunicación, las agencias de gestión de emergencias y el público, y contribuye a mantener registros históricos. Y es que la forma de comunicar un ciclón, uno de los eventos naturales más destructivos que se producen en el planeta, es clave para mitigar sus riesgos y preparar la respuesta.
Por eso hay científicos que creen que la escala de Saffir-Simpson, la que clasifica los ciclones tropicales en categorías que van de la 1 a la 5, se ha quedado obsoleta (o puede incluso que nunca fuese muy útil).
El cambio climático y los huracanes de categoría 6
La escala de Saffir-Simpson clasifica los ciclones –también llamados huracanes en el Atlántico y el noreste del Pacífico y tifones en el Pacífico noroeste– en función de la intensidad del viento que generan. Así, tenemos los de categoría 1 (con vientos de entre 119 y 153 kilómetros por hora), categoría 2 (154–177 kilómetros por hora), categoría 3 (178–209), categoría 4 (210–250) y categoría 5 (por encima de 251 kilómetros por hora). Sin embargo, algunos ciclones han superado por mucho esas cifras: el huracán Patricia (México, 2015) llegó a alcanzar vientos de 346 kilómetros por hora y el tifón Haiyan (Filipinas, 2013) superó los 315.
En el Atlántico, por ahora, no se han producido tormentas ciclónicas tan intensas, pero los autores de un artículo recién publicado en la revista PNAS sostienen que las condiciones para que suceda sí existen. El cambio climático está calentando el océano y la atmósfera, lo que proporciona más energía y humedad para que los huracanes sean más intensos. Según los investigadores, del Lawrence Berkeley National Laboratory y la Universidad de Wisconsin–Madison, el Caribe y en particular el Golfo de México han experimentado en varias ocasiones unas condiciones propicias para tormentas con vientos de más de 300 kilómetros por hora. Entre 1980 y 2021, cinco tormentas ciclónicas podrían haberse clasificado como de categoría 6 (y todas tuvieron lugar en los últimos nueve años analizados).
«La energía de un ciclón tropical proviene del calor de la superficie del océano y del aire cargado de humedad y calor. A medida que cambia el clima, la temperatura aumenta, incrementando así la energía disponible para estas tormentas», explica uno de los autores, el científico climático Michael Wehner. «Existe un elevado consenso científico sobre que las tormentas más intensas se están volviendo más fuertes, con vientos más rápidos, más lluvias y marejadas ciclónicas más grandes. Sin embargo, todavía existe debate sobre si el cambio climático hará que haya más o menos tormentas tropicales en general».
¿Necesitamos una nueva categoría de huracanes?
Atendiendo a los datos, está claro que ya se han producido huracanes con fuerza suficiente como para ser considerados de categoría 6. Por eso, no es la primera vez que un grupo de científicos climáticos abre el debate sobre el tema, aunque oficialmente ni la Organización Meteorológica Mundial ni el Centro Nacional de Huracanes de la NOAA de Estados Unidos han considerado ampliar la escala de Saffir-Simpson. Los autores de este nuevo estudio tampoco lo creen estrictamente necesario. «En realidad, esta forma de categorizar los huracanes nunca ha sido útil para comunicar los riesgos asociados a los ciclones», señala Wehner.
La mayor parte de los daños que provoca un ciclón provienen de las inundaciones y los deslizamientos de tierra, tanto las provocadas por las lluvias intensas como las causadas por las marejadas ciclónicas, el aumento del nivel del mar muy por encima de lo normal por causa de la tormenta. «Ante un huracán inminente, lo mejor es no centrarnos en la categoría ni en un número concreto, sino prestar atención a los mapas y a las advertencias de los meteorólogos y los servicios de emergencia. Son ellos los que proporcionan un mejor nivel de detalle del riesgo», añade el investigador.
Mejorar los sistemas de comunicación de emergencias es clave en el contexto actual de crisis climática. Los modelos matemáticos utilizados en el estudio de Wehner mostraron que un calentamiento global de 2 °C por encima de la temperatura media preindustrial aumentará el riesgo de que surjan tormentas que podrían clasificarse como de categoría 6. Lo hará un 50% en el área de Filipinas y un 100% en el Golfo de México. «Desde la perspectiva del cambio climático, agregar una hipotética categoría 6 a la escala de Saffir-Simpson sí ayudaría a comunicar que las tormentas son más intensas que nunca», señala Wehner.
«Eso es lo que queríamos con este estudio», concluye. «No estamos defendiendo que la escala se amplíe oficialmente, ya que creemos que no transmite el riesgo inmediato de una tormenta de forma adecuada. Sin embargo, sí defendemos que se abra ese debate para reflejar mejor el impacto del cambio climático». Cada vez parece más probable que hayamos entrado en un periodo marcado por huracanes, incendios o inundaciones nunca antes vistos. Mientras nos planteamos cómo solucionar el problema, otra pregunta surge cada vez con más fuerza: ¿cómo sobrevivimos a estos eventos cada vez más extremos?