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«¿Se fue tranquila?»
Estaba en una reunión sobre cambio climático cuando tomé el celular y vi semejante cantidad de mensajes. Todos con la misma noticia. Solo envié un mensaje. Con esa pregunta: “¿Se fue tranquila?”.
El “sí” de la respuesta le devolvió cierta serenidad a las lágrimas que intentaba contener en mis ojos. Casi como esa serenidad que ella transmitía en cada charla que exponía, en cada sala a la que ingresaba, en cada libro que escribía. Casi como la serenidad con la que ella respondía a mis apresuradas preguntas mientras caminábamos por los pasillos de Naciones Unidas en Nueva York en 2017, nos metíamos en un ascensor con su equipo, sus asistentes, la seguridad, salíamos del ascensor y seguíamos caminando por otro pasillo.
La primatóloga y etóloga británica, la primera persona en estudiar a los chimpancés en su hábitat natural, la que vivió concienciando al mundo hasta sus últimos días, la máxima conservacionista de la historia. Jane Goodall falleció este miércoles. Se fue tranquila. Se fue de este mundo al que le dedicó tanta vocación, conocimiento, estudio, experiencia, y amor.
Siempre supe que este día iba a llegar. Y también siempre pensé que debía tener algo escrito preparado. Pero no pude, no quise. Y el día llegó. Y quiero escribir muchas cosas y no sé bien qué escribir sobre todo ello. Cierto es que escribí mucho sobre ella, sobre su trabajo, la entrevisté en cuatro ocasiones, la escuché en distintas ciudades alrededor del mundo. Pero esta vez no quiero escribir sobre eso. Eso lo podrán encontrar en sus libros que hoy se hacen memoria, en sus documentales que hoy adquieren un rango histórico más destacado, en las cientos de entrevistas que ha dado en más de seis décadas.
Cuando vi la multitud de mensajes en mi teléfono, no eran solo sobre la noticia del fallecimiento de Jane. La mayoría iba acompañada de mensajes de apoyo porque sabían lo que Jane significaba para mí. Y pensé en cuántas niñas hoy, cuántas jóvenes, cuántas mujeres, han recibido mensajes similares porque partió una persona que no es un familiar directo, no es un amigo, no es siquiera de un círculo cercano. Y sobre eso me gustaría compartir en los siguientes párrafos.
Lo que hizo Jane en el comienzo de su carrera fue de otro planeta. Nadie antes se había atrevido a adentrarse en la selva para estudiar el comportamiento de los chimpancés. Los estudios desde un laboratorio estaban hechos por hombres de mucho título académico que hacían relucir su guardapolvo blanco. Jane no tenía nada de eso, pero tenía mucho más. “Buscaba a alguien con una mente despejada e imparcial de la teoría que hiciera el estudio sin otra razón que un verdadero deseo de conocimiento, alguien con una comprensión compasiva de los animales”, fueron las palabras del doctor Louis Leakey, quien la eligió para emprender la aventura.
Lo demás fue historia, un antes y un después. Jane descubrió que los chimpancés fabricaban herramientas con un determinado propósito (comer termitas) y, al hacerlo, descubrió entonces que el humano no era el único ser en la Tierra capaz de ello.
La imagen de la joven Jane con los chimpancés detrás en la portada de la revista de National Geographic fue un símbolo para muchas niñas y jóvenes. Fue un estímulo para que se involucraran en ciencia, para que estudiaran temáticas ambientales, para que se interesen por el cuidado del ambiente. Fue una imagen representativa de un lugar antes no permitido para la mujer. Y ese símbolo fue algo que acompañó a Jane a lo largo de su carrera y que inspiró a generaciones y generaciones de niñas, jóvenes y mujeres, como la que aquí escribe.
Jane era ciencia, ciencia, ciencia. Sus primeros libros son un disfrute puro de investigación, del detalle de sus observaciones entre lluvia y mosquitos en Gombe, del desarrollo de una metodología totalmente disruptiva que cambió números por nombres, que le devolvió a los chimpancés un lugar de respeto en el ámbito de la investigación.
Pero lo que más me ha fascinado de Jane es que aún con toda la dureza de los datos, la investigación y la ciencia, también era pura sabiduría y espiritualidad. Supo como nadie compartir un mensaje de esperanza que, lejos de caer en lugares comunes o naif, tenía argumentos sólidos y ejemplos concretos. Supo ser compasiva, sensible y honesta, incluso al –por ejemplo– admitir que a veces perdía un poco la esperanza. Y buscó siempre transmitir ese mensaje, especialmente a las nuevas generaciones. Nunca vi tan feliz a Jane como cuando estaba rodeada de niños, como cuando se dirigía a ellos y les compartía el lenguaje de los chimpancés. Ahí ella encontraba uno de sus principales motivos para la esperanza de que la humanidad actuará ante las múltiples crisis en las que vivimos.
En 2015 la entrevisté en Buenos Aires, en la previa a la COP21. Luego asistí a una de sus charlas, y en una conversación posterior le dije que estaría viajando a la conferencia en París, y me dijo “me estás persiguiendo”, y se río. Jane tenía humor, mucho. Y no era tímida en demostrarlo.
Jane fue uno de los últimos documentales que se hizo sobre su historia. Una producción audiovisual exquisita con imágenes inéditas tomadas por su ex esposo, el fotógrafo de naturaleza Hugo van Lawick. Cuando lo presentó en 2017 en Buenos Aires, mi mirada estaba partida entre la pantalla y Jane. Sentía que tenía dos imágenes documentales delante de mí. Ver cómo ella miraba las imágenes de su propio pasado en la selva, en los innumerables viajes que hizo alrededor del mundo para combatir las actividades que ponían en peligro la vida y los ecosistemas de los chimpancés, el impacto de su labor. Era un espectáculo en sí mismo.
Ella te hacía sentir en la selva con cada uno de sus relatos. Pero solo terminé de comprender al menos un 0,01% de lo que ella vivió cuando tuve la oportunidad en 2023 de compartir una hora con gorilas de montaña en su hábitat natural en Ruanda. Mientras el resto del grupo no paraba de tomar fotografías –que seguramente luego se verían como manchas negras en medio de hojas–, yo estaba parada observando, tomando apuntes, sonriendo y lagrimeando a la par. Se me venían a la mente muchos de los escritos de Jane –aún con todas las diferencias entre chimpancés y gorilas–. Se me repitió muchas veces su imagen con los binoculares, el cuaderno en mano y la valiosa pasión por aprender del mundo natural. Me quedé maravillada de lo parecido que somos y preocupada por cuánto estamos amenazando su supervivencia.
Cuando bajamos del volcán, mencioné a Jane y la mitad del grupo no la conocía. El resto del recorrido fue algo parecido a este artículo, pero multiplicado en detalles e información.
Nadie se preparó tanto para este momento como Jane. Nadie preparó tanto a su equipo como Jane. Su sabiduría era tal que quiso asegurarse que la causa no muera con ella, que el Instituto que lleva su nombre y emprende proyectos en 27 países continúe firme y crezca, que su mensaje de esperanza y acción sea el legado vigente y vívido que su ausencia física nos deje.
“Teniendo 90 años, mi próxima gran aventura será morir. Si no hay nada luego, eso es todo. Si hay algo, no puedo pensar en una mayor aventura que descubrir qué es”, dijo el año pasado, en la última vez que tuve la oportunidad de verla en persona.
“Me inspiró a comprender mejor por qué los humanos no somos tan especiales”. “A dedicar mi vida al ambiente, tener un mono de peluche y desear ser como ella”. “A seguir haciendo activismo por el ambiente”. “A vivir una vida distinta”. “A adoptar a mis dos perros y hacer todo para entender su lenguaje”. “A dedicarme a las ciencias ambientales”. “A explorar, a aproximarme con curiosidad”. “A no perder la esperanza”. “Jane es un recordatorio de que desde la individualidad se generan cambios colectivos”.
Estas son apenas algunas de las respuestas que distintas personas me respondieron cuando pregunté cómo o para qué los inspiró Jane. Es apenas un reflejo del impacto que una persona tuvo en millones para que esos millones siguieran un efecto en cadena de impacto positivo.
Jane fue un modelo a seguir, una imagen a imitar; fue inspiración y sentido de posibilidad, fue esperanza para quienes creíamos que no podríamos tener un lugar en los temas ambientales, para quienes nos sentíamos excluidas por falta de títulos, honores o experiencia.
A ustedes que leen, que la inevitable tristeza de su marcha se convierta en eso que Jane nos enseñó en todos estos años: involúcrense, actúen, articulen con otros, acepten las diferencias, promuevan la sostenibilidad en todos los aspectos de la vida posible, vivan en armonía con las otras especies.
A Jane, adiós. Y gracias.




