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Miguel Delibes de Castro (Valladolid, 1947) no necesita mucha presentación. Hijo del célebre escritor de nombre homónimo, es referente científico a nivel mundial del lince ibérico y del Parque Nacional de Doñana, al que lleva más de medio siglo ligado. Doctor en Ciencias Biológicas, durante casi una década dirigió la Estación Biológica de Doñana, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). También presidió el Consejo de Participación del parque desde 2013 hasta este verano, cuando decidió dejarlo fruto del estrés y el cansancio tras unos últimos años lidiando con el Gobierno de Andalucía y su plan de regularizar regadíos ilegales: “Tengo la sensación de que Doñana nunca volverá a ser parecida a como fue, y eso me produce mucha tristeza”, lamenta.
Aunque no se considera escritor, Delibes de Castro acaba de publicar Gracias a la vida (Destino), un libro con el que quiere destacar la importancia de la biodiversidad (“No debería ser necesario demostrar su utilidad para cuidarla”, escribe en el epílogo). Y lo hace, además, tomando como protagonistas a muchas especies –algunas imperceptibles o que nunca verán los humanos– que no siempre acaparan halagos pero que son fundamentales para la vida.
De algún modo, el germen de este libro está en una llamada que le hizo su padre hace 20 años para proponerle escribir juntos. Le dijo que sí y el resultado fue La Tierra herida, una conversación en torno a diversos problemas ambientales globales, entre ellos el declive de la flora y la fauna, un tema que Delibes padre consideraba importante pero no trascendental para el devenir de la humanidad. Fue entonces cuando Delibes hijo supo que debía escribir un libro para hacer entender a gente como su progenitor lo trascendental que es proteger la biodiversidad.
Es raro leer o escuchar una entrevista suya y que no se mencione a su padre, fallecido en 2010. Usted mismo también habla de él siempre que puede, como en este último libro. ¿Qué le ha supuesto ser hijo de alguien como Miguel Delibes?
Bueno, ya he dicho muchas veces: el que me enseñó naturaleza fue él. Todos los hermanos nos sentimos muy orgullosos de nuestro padre. Algunos trabajamos más que otros para mantener su recuerdo, sobre todo los que viven en Valladolid, a través de la Fundación Miguel Delibes. Mencionarlo nos sale natural, no es algo que intentemos forzar.
En la introducción del libro cuento cómo él me llamó para escribir La tierra herida juntos. Yo ya era biólogo y le había ayudado en su discurso de ingreso en la Academia de la Lengua en 1975, que se titulaba El sentido del progreso desde mi obra, donde hablaba de estas cosas. Ese libro era una continuación natural de todo aquello. Era él quien me pinchaba diciéndome que los científicos teníamos que ser más explícitos y que la sociedad tenía que saber estas cosas mejor.
Por eso, desde 2005 tenía en mente que debía escribir Gracias a la vida, pero estas cosas se van aparcando, especialmente cuando eres mayor, tienes otras ocupaciones o no eres escritor, que yo no me considero. Entre la investigación y salir en bicicleta, que me gusta mucho, no escribía.
Durante el confinamiento, que nos obligó a quedarnos en casa, pensé: «¿Qué puedo hacer encerrado tantas horas? Voy a intentar escribir Gracias a la Vida«.
¿Y esa idea de libro fue cambiando a lo largo del proceso o siempre tuvo claro lo que quería contar?
Era lo que yo quería. Quería dedicar un capítulo a la limpieza del agua, otro a la liberación de oxígeno, otro a los medicamentos, al control de plagas, a la dispersión de semillas… Pensé en abordar cada uno con algún animal o planta que no sea especialmente apreciado, para no recalcar la idea que tiene la sociedad de que lo bonito es bueno y lo otro no. Por eso me gusta la idea del Gracias a la vida, inspirado en la canción de Violeta Parra, para recordar que no son solo los ojos los que nos permiten ver, ni los pies los que nos permiten caminar, sino que también necesitamos el sistema nervioso, el circulatorio… todo cuenta, igual que en la naturaleza.
Hace unas semanas se publicaba el Índice de Planeta Vivo, elaborado por WWF y la Sociedad Zoológica de Londres (SZL). El tamaño medio de las poblaciones de fauna silvestre se ha reducido un 73% en solo 50 años. Es para que abra telediarios y portadas de periódicos, pero la crisis de biodiversidad sigue siendo un tema menor en la opinión pública, ¿no cree?
Me parece muy muy grave y creo que a la sociedad le cuesta percibirlo. Es verdad que el Índice puede no resultar claro para una sociedad poco informada; no todos entienden bien qué significa eso. No es sencillo explicar que se trata de la reducción en el tamaño de poblaciones específicas que se han estado siguiendo durante años. Yo creo que debería ser un tema prioritario, pero a la sociedad le cuesta percibirlo, como le pasaba a mi padre. Así es como empieza el libro. Para él, un mundo sin pájaros era triste, pero no necesariamente grave en cuanto a nuestra supervivencia. Decía: «Nos afecta, es muy lamentable, pero no nos afectará demasiado». Y tal vez eso influye en que los medios le dediquen menos atención a estos temas.
La forma de pensar de su padre se puede comprender. Hace 20 años, el conocimiento era menor, había menos estudios… Sin embargo, estamos en 2024, tenemos mucha más información y seguimos un poco con el pensamiento de entonces. No sé si ha fallado algo a nivel comunicativo, pero parece que no hemos avanzado en cuanto a la percepción de la gravedad de la crisis.
Algo ha fallado en la comunicación. Hemos logrado comunicar preocupaciones evidentes, como el calentamiento global o la relación entre la contaminación y la salud. En cambio, el tema de la biodiversidad se ha abordado de una forma más emocional, sentimental, hablando de lo lamentable que es perder especies. Pero se ha dicho poco de cómo esto afecta a nuestra salud, nuestra economía y nuestras cosechas. Incluso se transmite la idea, con la mejor intención, de que poniendo más colmenas solucionaremos la polinización, cuando en lugares como Doñana, por ejemplo, no debería haber colmenas, ya que afectan a las especies silvestres.
Ese conocimiento es el hueco que quería ayudar a llenar. Por eso escogí especies poco atractivas. Con el libro quise resaltar que no es solo una cuestión de tristeza por la pérdida de ciertas especies, sino que esto nos afecta directamente. En los estudios sobre límites planetarios, la pérdida de biodiversidad y la hiperfertilización están en niveles críticos, incluso más que el cambio climático. De biodiversidad hablamos poco, pero de nitrógeno y de la eutrofización de los mares y los ríos hablamos menos todavía. Y, sin embargo, los expertos en sistemas planetarios señalan que estamos más cerca del límite de lo soportable para nuestra civilización que el propio cambio climático.
Al final, es una policrisis medioambiental difícil de abarcar y transmitir a la sociedad. Si ya cuesta comunicar temas como el cambio climático o la biodiversidad, centrarse en cuestiones más específicas, como el exceso de nitrógeno o la acidificación de los océanos, es aún más complicado.
Totalmente. He dicho muchas veces, desde hace 30 años probablemente, que enfrentamos una única crisis ambiental global con muchas facetas. Al final, todo se reduce a la sobrepoblación, el sobreconsumo y el incremento de residuos, generados por una especie que se ha vuelto plaga: nosotros, los humanos. Somos demasiados, consumimos demasiado en un sistema económico que prima el consumo. Parece que si no consumimos no podemos estar a gusto. Y eso nos hace también derrochar y producir muchos residuos. Ese es el fondo de la crisis ambiental.
¿Qué significa para usted Doñana?
Doñana significa mucho. He pasado tanto tiempo allí y he hecho tantas cosas que es difícil señalar un solo aspecto. Sobre todo, y no lo puedo ni quiero ocultar, Doñana significa nostalgia. Llegué allí muy joven, en 1972. Era un lugar completamente aislado, no había electricidad ni teléfonos. Había una emisora de radio de onda corta para conectar con otras casas o con la oficina de Sevilla para cuestiones urgentes.
Por entonces, pervivía un régimen antiguo con unos propietarios, generalmente aristócratas, que iban de vez en cuando por allí, y unos trabajadores que vivían sobre el terreno. Se permitía cazar conejos para comer o coger espárragos… Todo eso lo hemos visto cambiar muy deprisa, pero al mismo tiempo ha cambiado el ambiente.
Doñana fue el lugar donde yo viví y me casé. Mi mujer, con 22 años, se vino a vivir conmigo allí en esas condiciones, donde para comprar había que ir por un camino de arena durante 11 kilómetros. Aunque en aquel momento costaba vivir así, ahora eso lo recordamos como aventuras de juventud, como lo mejor de tu vida. Como cuando has hecho una expedición al Amazonas: estando allí lo pasas mal, te pican mosquitos, pero luego con el tiempo lo recuerdas como algo muy hermoso.
Doñana también ha sido donde he investigado y he dirigido. Ha sido un lugar de constante preocupación, pensando en cómo queríamos que fuera Doñana y cómo debía gestionarse.
Pero también he visto cómo se deterioraba rápidamente: de ser un lugar muy salvaje, donde no se necesitaban grandes limitaciones porque no había muchos todoterrenos ni había mucha gente, a convertirse en una especie de patio trasero de Huelva, Sevilla y Cádiz. Aunque se han impuesto límites artificiales para frenar esos excesos, en los últimos 5-10 años se ha convertido en un motivo de extrema preocupación porque ha pegado un bajón tremendo después de 10-12 años de sequía (es decir, lluvias menores a la media) y con un aumento de las temperaturas que elevan la evaporación y una extracción de agua subterránea que afecta al acuífero y seca las lagunas temporales.
Ahora voy menos a Doñana que antes porque no tengo que trabajar desde que en julio dejé la presidencia del Consejo de Participación. Pero cuando voy significa preocupación y tristeza. Ver una laguna que has visto llena de agua y criando cercetas pardillas y que ahora es un pinar es duro.
Antes, cuando no llovía y las lagunas o la marisma no se inundaban, pensábamos: «Qué pena, pero el año que viene volverá a llenarse». Podía haber años de sequía, pero nunca dudábamos de que se volvería a llenar. Ahora, después de tantos años secos, tengo la sensación de que Doñana nunca volverá a ser parecida a como fue, y eso produce mucha tristeza.
En julio dimitió de su puesto como presidente del Consejo de Participación de Doñana tras muchos años, sobre todo estos últimos, de disputas y conflictos con los políticos y otros actores clave. ¿A qué dedica su tiempo ahora que no está con esa labor y presión? ¿Cómo es su relación ahora con Doñana?
En el Consejo de Participación tienes la obligación de coordinar a 50 o 60 personas, muchas de ellas cargos públicos o representantes de asociaciones con intereses contrapuestos, y tienes que conseguir que todos sean escuchados y alcanzar consensos o algo parecido. Eso cuesta mucho tiempo, esfuerzos y disgustos. Negociar con altos cargos políticos es complicado porque lo que dicen en privado no es siempre lo que pueden decir o hacer en público.
Todo esto causa estrés. Desde luego, yo lo he dejado por cansancio. Conseguir el acuerdo que se firmó hace un año y pico o dos me supuso un gran desgaste. También creo que hay que seguir empujando y dando guerra, y que sería mejor alguien más joven que yo. Pero eso no quiere decir que yo lo deje del todo.
No ser presidente del Consejo te da libertad para opinar con menos cautela. Siendo presidente, te debes un poco a todos los miembros: los alcaldes, los agricultores, las asociaciones agrarias, ecologistas… Con lo cual, debes intentar no enfadarte mucho con ninguno, porque entonces no vas a conseguir que trabajen colectivamente.
Ahora mismo puedo ser más libre y decir, por ejemplo, que hace falta actuar con más rapidez en Doñana. Las cosas se están planteando bien. Las ideas que hay de sustituir cultivos de regadío por secano y de llevar agua de superficie para eliminar los pozos en los cultivos legales son buenas medidas. Pero, sobre todo a los que somos viejos y queremos mucho a Doñana, nos pone nerviosos que pasen los años y que siga regando lo mismo. Comprendemos lo difícil que es, pero hay que apretar para que las medidas se tomen con la mayor urgencia posible.
En los últimos tiempos, ha tenido que lidiar mucho con la política. ¿No le han tentado para algún puesto?
Me han tentado varias veces para niveles más pequeños, pero siempre he pensado que estaba muy lejos de mis intenciones. Primero, porque no sé lo que hay que hacer. Quiero decir, sé hacia dónde se debe ir, pero no sé medir las consecuencias sobre la sociedad de las cosas que a mí me gustaría hacer.
Precisamente por eso lo tendría que dejar enseguida, porque comprendo que no se puede hacer muchas veces lo que a mí me gustaría. Entonces, sí que me han sugerido varias veces ser director general y cosas parecidas, pero a veces eran propuestas peregrinas, que no tenían mucho que ver con mi trabajo.
Yo creo que puedo ayudar o trasladar lo que es un problema, detectar problemas, trasladarlos a los políticos, convencerlos de lo que está bien y lo que está mal, pero no tengo la solución.
Leyendo su libro, diría que tiene una idea de sociedad y economía próxima al decrecentismo.
No lo conozco lo suficientemente bien para decir si me alineo con el decrecimiento. Creo que hay que crecer, pero crecer de una manera que no sea económica. Lo dijo Mario Bunge hace muchos años, y yo lo he usado a menudo. Él hablaba de un desarrollo que nos llevara más a la felicidad, que el desarrollo fuera intelectual, estético; que el desarrollo fuera de otras maneras y que no consistiera en el crecimiento del Producto Nacional Bruto ni en ese tipo de indicadores.
Cuando se rompió la balsa de la mina de Aznalcóllar en Doñana, el PIB en la comarca creció. La zona del Guadiamar, donde ha habido una catástrofe ecológica gravísima, que nos ha costado miles de millones a todos los españoles y europeos, ha mejorado. Porque esos miles de millones generan puestos de trabajo, alimentan empresas que alquilan camiones para llevar los lodos… Mientras eso sea así vamos por un camino muy malo. Y lo malo es que el crecimiento consiste cada vez más en deteriorar la naturaleza. Se crece a costa de la naturaleza, de la atmósfera, del clima, etcétera. Estoy convencido de que ese tipo de crecimiento tiene que parar e incluso disminuir.
En el libro menciona la chiripa, la serendipia como motor de muchos avances científicos. ¿Usted también ha gozado de esa porción de suerte a lo largo de su carrera?
Pasa muchas veces: estás buscando una cosa y encuentras otra.
Te cuento una anécdota muy pequeña. Ninguno sabíamos que los linces se ahogaban en los pozos de regadío. Nosotros trabajábamos para ver cómo se relacionaban los linces con la carretera, radiomarcando. Y un día, por casualidad, moviendo la ruedita de las frecuencias de los linces, le oímos en una que no tocaba. Al final, acabamos localizando, muy desconcertados, a un lince que estaba ahogado en una artesa de riego, un pozo.
Después de eso, se revisaron todos los pozos de la comarca de Doñana y se encontraron otros dos linces ahogados en otros pozos. Eso quiere decir que era una causa de mortalidad importante que desconocíamos, que no teníamos ni idea, y, por tanto, no investigábamos sobre eso. Al final, se pusieron mallas tapando los pozos y, seguramente, se ayudó a muchos linces.
Nosotros no estábamos pensando ni siquiera que eso pudiera ocurrir, pero aquel golpe de suerte seguramente ayudó a salvar a muchos linces.
Hace unos meses, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) tomó la decisión de cambiar el estado de conservación del lince ibérico de ‘en peligro’ a ‘vulnerable’. Tras toda una vida dedicada a su estudio, supongo que fue una alegría aunque no deja de estar amenazado.
Yo era conocedor de la situación de los linces y sabía de su estado, aunque es mucho mejor de lo que hubiese imaginado nunca. Hace 20 años me decían: “¿Cuándo el lince va a dejar de estar en peligro?”. Y yo decía que cuando hubiese 1.000-1.500 ejemplares hablaríamos. Ya sabía que las cosas iban bien y que se había pedido a la UICN que cambiara la categoría, así que no fue una gran sorpresa, pero sí una alegría.
A la ciudadanía hay que llevarle también buenas noticias. Esto implica mucho a los comunicadores. Yo lo intento un poco en el libro. Y no digo que no haya que hablar de los desastres porque es la verdad, tenemos que decirlo y es una importante vía de concienciación, pero también debemos llevar algo de optimismo y de ilusión, de decir: podemos hacerlo.
En el caso del lince, me parece muy positivo que haya llegado a toda la sociedad el mensaje de que trabajando juntos, con esfuerzo –y en este caso, con mucho dinero–, se puede mejorar.
Hace muchos años, llegábamos a hacer guardia cuando un lince marcado se acercaba a una carretera. Nos íbamos hasta allí para impedir que cruzaran, hasta que un día les dije a mis jóvenes becarios y ayudantes de campo que no podíamos hacer eso más porque no era la vía; no íbamos a impedir que el lince se extinguiera por salvar a dos o tres, y que había que trabajar a un nivel más político. Pero era muy difícil, cuando habíamos marcado a un lince que conocías desde pequeñito y tenía nombre, saber que se acercaba a la carretera y lo podían matar.
Su trabajo está estrechamente relacionado con la naturaleza, con protegerla y preservarla. Su padre fue cazador y usted también hasta los veintitantos. ¿Qué le parece la caza en la actualidad, sobre todo desde el prisma europeo?
En la actualidad no la veo con muy buenos ojos, en el sentido de que la caza se ha industrializado, como un poco todo lo demás, como la agricultura o la ganadería.
La caza que se tiende a hacer industrial, que se producen las piezas en un granja y se sueltan para que alguien las mate, me parece la antítesis de la caza que yo conocí.
Sigo creyendo que la caza puede ser buen auxiliar de la conservación de la naturaleza pero siempre que se haga en la naturaleza. Si es un modo de extraer una renta y de que viva alguna gente de una naturaleza bien conservada, me parece defendible y una buena aproximación. Pero si se dispara a unos animales de una forma que se podría hacer en el Santiago Bernabéu, pues no tiene nada que ver con la naturaleza. Eso es un tema muy alejado de la caza tradicional que yo conocí. En este sentido, lo veo mal.
Por otro lado, en Europa hay países, como los nórdicos, donde la afición a la caza, en gran medida caza mayor, está incluso creciendo, pero de una forma muy respetuosa. En Norteamérica, por ejemplo, está creciendo el número de personas que no comen carne salvo si es de caza porque les parece que es carne producida en la naturaleza, de animales que, hasta que los han cazado, han sido más o menos felices, que han vivido en un medio natural.
No sé hacia dónde podrá evolucionar esto, es un tema complicado. Pero, como todo lo demás, hay que poner una cuestión que parece mucho más inocente: el turismo en los parques nacionales, como el turismo en Tanzania, por ejemplo. Pues, como todo lo demás, es fantástico y hay que promover el turismo, ayudar a las poblaciones locales, hasta que se industrializa y se convierte en algo que tiene poco que ver con el turismo de naturaleza que conocíamos hace 20 años y que no solo no ayuda a las poblaciones locales, sino que probablemente las proletariza.
Mis hermanos siguen siendo cazadores. Yo lo dejé cuando me separé de la familia y me fui a Doñana. Aunque ya lo había dejado un poco antes. Porque si te atrae mucho la naturaleza, te distraes y entonces no eres un buen cazador. Si estás mirando una oruga que se come unas hojas o te tumbas en el suelo a ver la madriguera de un tejón no eres un buen cazador. Dejas de ser lo que mi padre llamaba «un hombre alerta».
Una vez estaba precisamente recogiendo unas egagrópilas de mochuelo en una cueva vieja de zorro en el suelo y pasaron las perdices por donde yo estaba y no me enteré. Entonces, me echaron una bronca. Mi padre me dijo: «Si vienes a cazar, tienes que venir a cazar, no a distraerte». Y le dije: «Pues ya no cazo más». Así que dejé la escopeta y a partir de entonces iba, pero solo de acompañante para poder distraerme.
Lo cierto es que esa caza de moda, donde se apunta a cualquiera y que es ir a un campo donde en la víspera te han soltado unas piezas y tú te limitas a dispararlas me parece completamente anticonservacionista.
Muchas veces, el trabajo de los biólogos, ecólogos y demás profesiones ligadas a la biodiversidad chocan con grupos animalistas. El tema de los gatos es una de las grandes ‘batallas’ de los últimos años. ¿Pueden llegar a entender ambos mundos?
Me parece muy difícil llegar a entenderse, sinceramente. Los dos tienen partes sentimentales; los investigadores y los conservacionistas estamos comprometidos con una naturaleza a la que queremos y pretendemos conservar, no solo por razones racionales –valga la redundancia–, sino también por razones afectivas. Pero en el caso de los animalistas es muy muy muy sentimental y, para mi entender, poco racional. Entonces, me parece muy difícil entenderse.
Yo he defendido que no se tengan colonias de gatos sueltas en las ciudades. He firmado artículos en los periódicos, he firmado algún artículo científico explicando los problemas de esto. En su día, promoví e intenté ayudar para que se eliminaran las cotorras, por ejemplo, en el Parque de María Luisa de Sevilla, donde han acabado con los nóctulos gigantes, los murciélagos. Decir «pobres cotorras» pero no pensar en el pobre murciélago me parece una mirada muy superficial, sentimental e intensa.
Me parece muy complicado, tanto más cuanto que el animalismo se va intelectualizando, llega a las universidades y llega de una forma completamente antibiológica. Nunca podrán entenderse con los biólogos cuando, por ejemplo, piden eliminar los depredadores porque hacen sufrir a la presa. Esto se está escribiendo en libros, artículos, revistas científicas…
Todo esto va avanzando de una forma que realmente a mí me asusta, porque me parece que se olvida de las bases biológicas de nuestra existencia y de la existencia de la vida en la Tierra. Procedemos de una evolución que no es compasiva y que no puede eliminar el dolor en el mundo.
Uno de los capítulos del libro, Gracias a los murciélagos, se refiere a controlar las plagas y repito varias veces que cualquier especie se convertirá en plaga si nadie la controla. Y si se convierte en plaga, acaba con todo, un poco como estamos haciendo los humanos.
Ese animalismo de que nadie sufra, de que nadie se coma a nadie, me parece tan alejado de la biología que creo que será muy difícil encontrar un punto de encuentro.
Mucha gente lo tiene como su referente. ¿Quiénes son los suyos, si es que los tiene?
¡Espero que mucha gente no me tenga como referente!
Sin duda, mi padre es uno de mis principales referentes. No solo me enseñó sobre la naturaleza, sino también actitudes ante la vida. Todavía recuerdo muchas cosas que me decía, como cuando me explicaba que nadie es completamente bueno o malo. Siempre me insistió en la importancia de entender a todo el mundo. Gracias a eso puedo empatizar y entender distintas perspectivas, lo que me ha ayudado a facilitar acuerdos.
Además de mi padre, tengo otros referentes. Jane Goodall, por ejemplo. Leí sus libros con extremo placer y cuando la conocí nos llevamos muy bien, aunque una vez compartimos un diálogo con estudiantes y ella iba más por lo sentimental y yo por lo racional. Es una persona en la que siempre pienso cuando decía que otro mundo es posible. Me enseñó principios que hoy valoramos mucho, como comer de proximidad, los mercados locales… Algo que hoy lo decimos todos pero que hace 30 años ella ya decía.
Otro referente para mí es Edward Wilson, quien falleció hace poco. Una figura clave en el ámbito de la biodiversidad y un científico que siempre defendió a los naturalistas, especialmente cuando la bioquímica y la biomolecular parecían dominar el campo y se decía que el naturalismo estaba obsoleto. Es una de esas figuras que tengo siempre presentes.
Podría hacerte una lista más larga de personas que me han influido, porque realmente me quedo corto mencionando solo estos ejemplos. Tenía muchas virtudes y muchos defectos, pero Félix Rodríguez de la Fuente fue otro gran referente. Nos cambió a todos los españoles, no seríamos los mismos sin él. En mi caso, además, me enseñó a comunicar. Recuerdo que haciendo La enciclopedia de la fauna me decía cómo contar las cosas, que lo hiciera de tal manera que interesara a la gente.
Rodríguez de la Fuente nos decía que hay que empezar con algo que enganche y que no se descubra hasta el final. Eso me ha servido mucho en la ciencia también. A la hora de escribir artículos científicos, tengo muy claro que debes plantearte unas preguntas al principio y que no puedes ir contestándolas por el camino sino que vas dando información y al final en una conclusión respondes a la pregunta apoyándote en lo que has dicho.
Ecologistas en Acción rechaza la instalación de proyectos de energía renovable en la Red Natura 2000 y exige la paralización del CLUSTER MAESTRAZGO EN TERUEL.
La organización ecologista considera que este proyecto faraónico de instalación de aerogeneradores en zonas protegidas es ecológicamente muy destructivo y es socialmente injusto e innecesario.
Ante la emergencia climática y de pérdida de biodiversidad, y ante los múltiples peligros ecológicos y sociales retroalimentados, resulta imprescindible la reducción sustancial del consumo de combustibles fósiles, nucleares y de sus emisiones contaminantes a la atmósfera mediante una transformación sistémica dentro de los límites del planeta. El Clúster del Maestrazgo, subvencionado con dinero público de un fondo de inversión internacional, Copenhaguen Infrastructures Partners, obedece a sus accionistas y no a las necesidades del territorio local: ni a sus habitantes ni al bien público. Se trata de un proyecto opuesto a un modelo descentralizado de renovables enraizado en comunidades locales, que es por el que Ecologistas en Acción apuesta, donde la lucha frente a la emergencia climática y la conservación de los ecosistemas vayan de la mano.
Con la aprobación de este megaproyecto la ministra Teresa Ribera contradice sus compromisos con la preservación de la RN2000 y con la implantación racional de proyectos renovables.
La Red Natura 2000 es una red ecológica europea de áreas de conservación de la biodiversidad, cuya finalidad es asegurar la supervivencia a largo plazo de las especies y los tipos de hábitat en Europa, contribuyendo a detener la pérdida de biodiversidad. Siendo el principal instrumento para la conservación de la naturaleza en la Unión Europea. Por ello resulta incongruente e inaceptable que se aprovechen estas zonas total o parcialmente para la instalación de proyectos de generación de electricidad que conlleva importantes impactos para la biodiversidad.
Pese a ello, el 23 de julio de 2024 el Consejo de Ministros aprobó la autorización de la implantación de 20 parques eólicos para la producción eléctrica que componen el proyecto denominado Clúster del Maestrazgo. De llevarse adelante este macroproyecto eólico tendría graves impactos ecológicos irreversibles en zonas protegidas de alto valor ambiental de las comarcas turolenses del Maestrazgo y Gúdar-Javalambre. Un clúster que está muy alejado del modelo energético y de implantación de renovables que Ecologistas en Acción defiende. Para la organización ecologista este es un ejemplo claro de un modelo ineficiente, de enormes costes para la producción y exportación a largas distancias de grandes cantidades de energía, que además está llevando a la ocupación de terrenos con alto valor social y ambiental.
Este megaproyecto de 20 parques eólicos se sitúa, en su mayoría, sobre espacios naturales en zonas poco pobladas, que son parte de las últimas y grandes reservas de biodiversidad en suelo ibérico y europeo, y con una potencia instalada de 882 megavatios sería uno de los más grandes del mundo. El Clúster del Maestrazgo implica la implantación de 125 aerogeneradores de gran envergadura, de 200 metros de altura y 158 metros de diámetro de palas, a los que se sumarían 173 kilómetros de líneas de alta tensión y 327 kilómetros de caminos y carreteras. En total, el área de afección ocupa una enorme superficie, de cerca de 72.000 hectáreas.
Según la declaración de impacto ambiental del megaproyecto emitida por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), 14 de los 20 parques eólicos y 84 de los 125 aerogeneradores se instalarán en espacios turolenses de la Red Natura 2000, en concreto sobre dos zonas de especial conservación ZEC “Maestrazgo y Sierras de Gúdar” y ZEC “Rambla de las Truchas”. Asimismo, otros espacios se verán afectados por las infraestructuras eléctricas y viarias (un ZEC en Teruel y un LIC y una ZEPA en Castellón).
El Gobierno de España ha autorizado este megaproyecto contradiciendo los criterios fijados por el propio MITECO para establecer la “Zonificación de sensibilidad ambiental para el establecimiento de parques eólicos”, en la que los espacios Red Natura 2000 se consideran en el mayor grado de sensibilidad y, por lo tanto, debieran ser excluidos de la instalación de parques eólicos.
A su vez ha realizado una evaluación de impacto ambiental sobre la Red Natura 2000 y sobre la biodiversidad a la medida de los intereses del promotor, pasando por encima del efecto devastador que tendrá la masiva ocupación de estos espacios por el megaproyecto.
…Este macroproyecto de aerogeneradores en el Maestrazgo y la comarca Gúdar-Javalambre establece un preocupante precedente de vulneración de las normativas ambientales y de sacrificio innecesario de espacios naturales protegidos, en los que por encima de otros intereses económicos han de prevalecer la conservación y renaturalización de dichos bienes y servicios ambientales valiosos y singulares que reciben reconocimiento y son objeto de protección legal. El impacto en la biodiversidad se verá reflejado además en que serían destruidos centenares de miles de árboles adultos y silvestres entretejidos con la biodiversidad en comunidades ecosistémicas. Las líneas de alta tensión exigirán deforestar un mínimo de 90 metros de ancho por donde pasan. Centenares de kilómetros de nuevas y ampliadas pistas también arrasarán por dónde pasan, con anchuras mayores que las de una carretera. Las enormes bases de hormigón para el sostén de los grandes molinos eólicos también eliminarán zonas boscosas enteras. A su vez, por muchas medidas paliativas que se propongan, miles de aves y quirópteros de la zona corren el riesgo de morir cada año por colisión con los megaaerogeneradores y las líneas eléctricas.
El Clúster Maestrazgo invadirá, troceará y reducirá la vida multidiversa generando múltiples daños y lesiones ambientales irreparables sobre hábitats singulares que son refugio para 33 especies protegidas incluidas en la ‘Directiva Aves’ de la Unión Europea, 28 especies de animales recogidas en el Catálogo Español de Especies Amenazadas, y 12 especies vegetales catalogadas en peligro de extinción o amenazadas…..
https://www.ecologistasenaccion.org/323061/ecologistas-en-accion-rechaza-la-instalacion-de-proyectos-de-energia-renovable-en-la-red-natura-2000-y-exige-la-paralizacion-del-cluster-maestrazgo-en-teruel/
Para Ecologistas en Acción la lluvia de millones que llegan a la comarca de Doñana debe servir para cubrir las necesidades de blindaje contra las poblaciones de mosquitos mediante la instalación de una potente infraestructura de protección a la población basada en la biodiversidad.
Los municipios de la comarca de Doñana van a recibir 70 millones de euros como fondos de compensación para impulsar programas de desarrollo local vinculados a la conservación de los valores ambientales del Espacio Protegido Doñana y la comarca en general.
Uno de los más graves problemas socioambientales a los que se enfrenta la comarca es la presencia en circulación del virus del Nilo asociado a las poblaciones endémicas de mosquitos en la zona, insectos vinculados tanto a zonas húmedas de interés ambiental como a zonas y productivas como son los arrozales.
El tratamiento de control de estas poblaciones de insectos que pueden ser portadores del virus deben estar en la diana de las administraciones locales y la mejor forma de asegurar su control es apostando por favorecer la biodiversidad, lo que entra de lleno en los objetivos a cubrir por los dineros aportados por la administración.
Este año, el control de las poblaciones de mosquitos en el bajo Guadalquivir se ha basado en la lucha química, tanto para las larvas (con Bti, que se ha aplicado aunque tarde), como para el mosquito adulto con plaguicida. Estas soluciones deben tener la consideración de aplicación extraordinarias para hacer frente a situaciones de emergencia, pero no pueden ser consideradas como las soluciones de control de la población de mosquitos en proliferación, capaces de generar resistencias a estos tratamientos si se aplican de manera continuada. Estas resistencias de los insectos ante los agentes tóxicos está más que constatada, originándose un efecto en cascada de pérdida de efectividad del producto, lo que obliga a incrementar su toxicidad en una carrera que acaba afectando a la población humana.
Sólo una apuesta decidida por garantizar refugio y protección de la fauna consumidora de mosquitos tiene sentido en esa lucha a medio-largo plazo que nos espera, y es necesario aprovechar los fondos que vienen para garantizar la presencia de esa fauna en todos los pueblos de la comarca.
Instalar estos refugios, garantizar la continuidad de los que ya existen y fomentar en las obras nuevas la presencia de espacios aptos para ser ocupados por esa fauna beneficiosa, son la mejor garantía de que la población de mosquitos se va a mantener en niveles aceptables. Además de que se puedan alejar de la población mediante la incorporación de pantallas vegetales de especies repelentes para los mosquitos.
En el agua es necesario trabajar para conseguir fauna controladora de las larvas para no llegar a inutilizar el larvicida Bti por sobrexposición. Garantizar la presencia de esta fauna acuática consumidora de larvas es fundamental en esta lucha biológica que, finalmente tienen como objeto salvar vidas, copiando las soluciones que nos da la naturaleza, no trabajando en su contra en una guerra química en la que todas salimos perdiendo.