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Son esquivos y muy territoriales, apenas se mueven de día y rehúyen al máximo la presencia humana. Los gatos monteses son, también, ariscos y agresivos, por lo que son muy difíciles de ver y estudiar. Y, sin embargo, hace unos 10.000 años, algunos ejemplares de la subespecie africana, conocidos como gatos del desierto, se acercaron a los seres humanos y se acostumbraron a vivir en las primeras granjas. Los descendientes de aquellos pioneros son hoy los gatos domésticos y, aunque a veces siguen siendo algo ariscos y territoriales, también ronronean cuando se les acaricia y aprecian la comodidad de un sofá.
¿Qué llevó a aquellos felinos solitarios a adentrarse en un territorio que la mayoría de los de su especie rechazaban? La explicación más asentada es que humanos y gatos desarrollaron una relación beneficiosa mutua: los granjeros aceptaban la entrada de los felinos a sus campos para mantener a los roedores alejados de la producción y los gatos conseguían alimento. Pero, ¿quién dio el primer paso? ¿Por qué algunos felinos perdieron el miedo a los seres humanos y acabaron dando lugar a una nueva especie? La respuesta quizá esté en la curiosidad.
Estos dos primeros párrafos son pura especulación. Nadie conoce, por ahora, las razones de los primeros gatos que decidieron empezar a recorrer el camino de la domesticación. Sin embargo, un equipo de investigadores de la Universidad de Basilea ha encontrado un grupo de especies en las que la curiosidad sí parece haber sido un factor determinante de su evolución: los peces cíclidos del lago Tanganica (que comparten la República Democrática del Congo, Tanzania, Burundi y Zambia).
La curiosidad como clave de la biodiversidad
Hace tiempo que los científicos buscan el motivo por el que algunas especies muestran una mayor diversidad y derivan en multitud de subespecies diferentes, mientras otras mantienen rasgos mucho más homogéneos. De acuerdo con la investigación de los científicos de la universidad suiza, publicada en el mes de abril en la revista Science, la curiosidad podría ser parte de la respuesta. Los individuos más curiosos pueden explorar nuevos territorios y habitar zonas distintas de su hábitat, pero al mismo tiempo se exponen a un mayor riesgo de ser descubiertos y devorados que sus congéneres más cautelosos.
«La aparición de una nueva especie se da cuando dos o más poblaciones de la misma especie se aíslan reproductivamente. A menudo, este aislamiento ocurre sin ninguna barrera física, por lo que hace tiempo que suponemos que detrás de este proceso debe estar el comportamiento de los individuos. Es decir, decisiones como elegir una pareja, permanecer con el grupo o dispersarse o aventurarse a explorar nuevos hábitats y fuentes de alimento son importantes para estos procesos de aislamiento y para la formación de nuevas especies. Y estas decisiones dependen de la personalidad de los individuos», explica Carolin Sommer-Trembo, primera autora del artículo científico.
En busca de respuestas, los investigadores acudieron a los cíclidos del lago Tanganica, que presentan una diversidad extraordinaria en cuanto a forma, dieta, hábitat y coloración. De hecho, son usados habitualmente como sistema modelo en biología evolutiva debido a esta notable capacidad de adaptación. A partir de un ancestro común, las 240 especies de cíclidos que existen en la actualidad evolucionaron en un periodo de tiempo bastante corto en términos evolutivos, unos 10 millones de años. Así que el grupo de científicos de la Universidad de Basilea seleccionó 57 especies y se dispuso a medir su comportamiento y, en especial, su nivel de curiosidad.
«La curiosidad, también conocida como tendencia exploratoria, se refiere al grado en que un individuo tiene miedo o se siente atraído por los nuevos entornos. Para medirla, simulamos el entorno natural de los peces en grandes tanques de prueba y creamos un ambiente poco intimidante, que minimizase el estrés de los individuos. Después los grabamos durante nueve meses, rastreamos sus patrones de natación y calculamos el área del tanque que exploraba cada individuo antes de volver a ponerlos en libertad», añade Sommer-Trembo.
Los investigadores hallaron grandes diferencias en el comportamiento de cada especie y de cada individuo. Algunos eran muy curiosos mientras otros permanecían siempre en las mismas zonas. Los análisis de los datos revelaron que existía una fuerte correlación entre el comportamiento exploratorio, el hábitat y la forma corporal de las especies de cíclidos. Por ejemplo, las especies que viven cerca de las costas, más voluminosas, son más curiosas que las especies que viven en aguas abiertas, con una forma más alargada.
Todo esto sirvió al equipo para pensar que estaban en la pista de algo. Combinaron sus datos con análisis genéticos y descubrieron que la posición de un cromosoma concreto y un gen asociado a él, llamado cacng5b, explican en gran parte de esta variación observada. Es decir, localizaron una especie de gen de la curiosidad. Este gen no solo explica los diferentes niveles de comportamiento exploratorio de cada especie de cíclido, sino también la curiosidad de cada uno de los individuos estudiados.
¿Marca la curiosidad la aparición de todas las especies?
«No sabemos con certeza si en otras especies existe una conexión tan clara entre curiosidad y especiación. Sin embargo, creo que la curiosidad y otros rasgos de personalidad, como la capacidad de asumir riesgos o la agresividad, son, probablemente, importantes en la especiación en líneas generales», explica Carolin Sommer-Trembo. «Los estudios de otros sistemas, como el de las aves paseriformes, sugieren que estos rasgos influyen en el lugar en el que viven, en cómo se desplazan y en cómo toman decisiones, todos elementos clave de la especiación».
Con los datos de los cíclidos, los investigadores no pueden deducir si la curiosidad fue la que hizo que algunos gatos monteses apostasen por acercarse a las granjas o que las diferentes especies humanas surgiesen a lo largo de la historia. Pero sí encontraron algo curioso, un nuevo hilo del que tirar. «La versión humana del gen vinculado a la curiosidad en los cíclidos se ha asociado con enfermedades mentales relacionadas con trastornos de la personalidad», concluye Sommer-Trembo. «Esto sugiere que podría haber una base genética compartida entre todos los vertebrados para los rasgos de personalidad».