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“La situación es trágica. Han muerto familias enteras. Ha habido barrios que han sido borrados por completo del mapa, arrastrados por el mar. El impacto en las vidas humanas es severo en muchas ciudades costeras del este de Libia”. Lucile Marbeau, portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja en París, intenta poner en palabras los datos y los informes que llegan de sus compañeros en Libia, donde la tormenta Daniel, que impactó en el noreste del país entre el 10 y el 11 de septiembre, ha dejado un rastro de destrucción a su paso.
Es imposible, por ahora, saber cuál ha sido el impacto real de este evento meteorológico extremo. Muchas carreteras están destruidas y las líneas de comunicación, dañadas, lo que dificulta el trabajo de los equipos de rescate. Aun así, las últimas estimaciones recogidas por Relief Web, de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, hablan de 5.300 personas muertas y más de 10.000 desaparecidos. Los informes sobre el terreno señalan que estos números acabarán siendo, probablemente, mucho más elevados.
Los mayores daños se concentran en la ciudad portuaria de Derna, de unos 90.000 habitantes. Allí, tal como confirman desde la Cruz Roja, las lluvias provocaron el colapso de dos presas construidas precisamente para reducir el impacto de posibles riadas. La rotura de ambas estructuras liberó millones de metros cúbicos de agua de golpe que destruyeron barrios enteros, reduciendo a escombros cerca de una cuarta parte de la ciudad, según informan las agencias de noticias en la localidad.
“Derna es la población más afectada. Además del colapso de las presas, la tormenta destruyó tres puentes. También estamos preocupados por que la ciudad esté contaminada con restos explosivos de la guerra y por que las inundaciones vayan a aumentar el riesgo de exposición para la población”, detalla Marbeau. De acuerdo con la portavoz del Comité Internacional de la Cruz Roja, también hay daños importantes en el resto de núcleos costeros del este de Libia, como Benghazi, Tobruk, Almarj, Shahat, Sousa, Derna, Toukra, Talmeitha, Takenes y Bayada.
Según los datos del centro nacional de meteorología libio, recogidos por la Organización Meteorológica Mundial, la tormenta Daniel dejó más de 400 litros por metro cuadrado en apenas 24 horas en algunos puntos, una cantidad de agua sin precedentes en los registros de la zona. Por comparar, eso es una tercera parte de lo que llueve en Santiago de Compostela en todo un año. Las precipitaciones provocaron inundaciones relámpago o flash floods, con la subida repentina del caudal de los wadis (valles o ríos extremadamente secos de las zonas desérticas por los que solo discurre agua en temporada de lluvias, lo que en España se conoce como rambla).
Los efectos de Daniel, un evento extremo desde el punto de vista meteorológico, se vieron multiplicados por la falta de infraestructuras y de servicios en un país dividido, sumido en un conflicto interno que dura más de una década, desde la caída de Muamar el Gadafi en 2011. En aquel entonces, en el contexto de la Primavera Árabe, grupos opositores al dictador, apoyados por los países de la OTAN, derrocaron al gobierno e iniciaron una transición democrática que no acabó de completarse. En la última década, el país está divido en dos grandes áreas de influencia controladas por dos gobiernos rivales, uno con sede en Trípoli y otro en Tobruk, al este del país.
Así, el desastre provocado por Daniel en Libia nos habla no solo de la relación entre los eventos meteorológicos extremos y el cambio climático, sino también de cómo los conflictos, la desigualdad y el bajo nivel de desarrollo multiplican la vulnerabilidad de las poblaciones.
¿Fue Daniel un huracán mediterráneo?
Antes de llegar a Libia, Daniel ya había dejado su huella en otros países del Mediterráneo. El temporal se formó sobre Grecia como una DANA (una depresión aislada en niveles altos habitual en el verano de la región). Recargado de energía y humedad por un Mediterráneo mucho más caliente de lo normal, pronto dejó muestras de que era un evento extremo. Las inundaciones en la región griega de Tesalia (en algunos puntos llovió en 24 horas el equivalente a lo que suele llover en año medio) y el caos causado en Atenas y Estambul son buena prueba de ello. Desde allí, viajó al sur cruzando el este del Mediterráneo y volviendo a cargarse de energía.
Frente a las costas de Libia adquirió algunas características similares a las de un ciclón, lo que hizo que la Organización Meteorológica Mundial hablase inmediatamente de un huracán mediterráneo o medicán, un fenómeno híbrido a medio camino entre el ciclón tropical y las tormenta típicas de las latitudes medias. Sin embargo, para saber con exactitud si Daniel llegó a convertirse en un medicán o no será necesario completar un estudio en profundidad de los datos.
“Para que se forme un medicán se necesita como germen una borrasca propia de latitudes medias o una DANA. A partir de ahí, ayudado por la temperatura del agua del mar, este sistema puede generar algunas características propias de los ciclones tropicales”, explica Rubén del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). “La más típica es que la zona central del ciclón presente temperaturas superiores a las del entorno, mientras en una DANA sucede lo contrario. También tiene que ser muy intenso, con una gran diferencia de presión entre la zona central y la periférica, y tiene que ser simétrico. En ocasiones puede aparecer un ojo como ocurre con los auténticos huracanes”.
Pendientes de la confirmación de los datos, lo cierto es que Daniel dejó una cantidad de precipitaciones sin precedentes en la zona. En algunos puntos de Libia se recogieron más de 400 milímetros de agua en solo 24 horas (en Zagora, Grecia, ya había dejado más 750 milímetros) y las imágenes satelitales muestran la formación de grandes lagos temporales en el desierto. Pero, ¿cómo llegan las nubes a tener tanta agua? En gran medida, porque las altas temperaturas de la superficie marina multiplican la evaporación y porque el aire caliente es capaz de albergar más humedad.
“Será necesario hacer un estudio de atribución específico para ver cómo el cambio climático ha podido hacer más probable episodios como el de Daniel. Pero en cualquier caso el cambio climático hace que tengamos una atmósfera más cálida, capaz de contener mayor cantidad de vapor de agua, y océanos y mares más cálidos que hacen posible que se evapore más agua”, detalla Rubén del Campo. “Por lo tanto, tenemos borrascas, DANA y ciclones con mayor contenido de humedad y con mayor cantidad de agua precipitable. Además, un mar cálido suministra energía, suministra calor. Por la diferencia de temperatura entre la superficie oceánica y las capas medias y altas de la atmósfera, estos episodios pueden ganar también en intensidad, con vientos más fuertes y lluvias más torrenciales”.
Para el portavoz de AEMET es difícil saber si la frecuencia con la que ocurran eventos como Daniel va a ir a más en el futuro. “Pero sí estamos observando que hay un aumento en la frecuencia de episodios extremos en los últimos años, episodios que ya no están acotados al otoño sino que se producen fuera de temporada e incluso en zonas donde no eran habituales”, añade. Sea con más medicanes o no, los datos recabados y las proyecciones apuntan a que el clima de la región mediterránea está experimentando una subida general de las temperaturas. Además, la alternancia de periodos de sequía prolongados con episodios de lluvias torrenciales es cada vez más marcada.
Sin respuesta: infraestructuras débiles y ausencia de sistemas de alerta temprana
“La vulnerabilidad [al cambio climático] es mayor en lugares con pobreza, problemas de gobernanza y acceso limitado a servicios y recursos básicos, conflictos violentos y dependencia de medios de vida sensibles al clima. Entre 2010 y 2020, la mortalidad humana por inundaciones, sequías y tormentas fue 15 veces mayor en las regiones altamente vulnerables que en las regiones con una vulnerabilidad muy baja”. La cita, extraída del sexto informe del Grupo de Trabajo II del IPCC sobre impactos, adaptación y vulnerabilidad, resume en gran parte lo sucedido en Libia.
La tormenta Daniel ha sido un evento extremo sin precedentes, difícil de entender en un planeta sin cambio climático. Pero sus efectos negativos se han visto multiplicados por el contexto social, político y económico existente en Libia. “Trabajamos en Libia desde 2011. Más allá de la tormenta y las inundaciones, las infraestructuras del país se han visto debilitadas por más de una década de conflictos, que han afectado a servicios vitales y han creado serias dificultades económicas para muchas comunidades”, explica Lucile Marbeau. “La situación para muchos libios ya era muy complicada antes del desastre”.
El colapso de las dos presas en Derna, por ejemplo, no puede entenderse sin la situación política y económica. Ambas infraestructuras, construidas para almacenar agua, pero también como medida de protección ante riadas, no habían experimentado trabajos de mantenimiento en más de 20 años. Un artículo publicado a finales de 2022 por el ingeniero Abdelwanees A. R Ashoor, de la universidad Omar Al-Mukhtar de Libia, alertaba ya sobre el mal estado de las presas y el riesgo de colapso durante una gran inundación, con resultados catastróficos para los habitantes del valle y de la ciudad. Pero las tareas de reparación nunca llegaron.
Por otro lado, los sistemas de alerta temprana, que permiten a las autoridades y a la población conocer con cierto margen de tiempo la llegada de un evento meteorológico extremo, no funcionaron correctamente. Así se explica que nadie fuese evacuado y que los habitantes de las ciudades afectadas no estuviesen preparados. Tal como explican desde la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el centro meteorológico libio alertó de la alta probabilidad de lluvias torrenciales, pero no de los riesgos de inundaciones relámpago ni de la posible rotura de presas.
Además, la respuesta ante la alerta fue casi inexistente. “La fragmentación de los mecanismos de gestión y respuesta ante desastres, así como el deterioro de las infraestructuras, multiplicaron los desafíos. La situación política es un factor de riesgo, como hemos visto en otros países”, explica Petteri Taalas, secretario general de la OMM, en un comunicado. “El centro meteorológico nacional intenta funcionar, pero su capacidad es limitada. La cadena de gestión y gobernanza de desastres está rota”. Para Taalas, la mayoría de las víctimas podrían haberse evitado con un sistema de alerta temprana funcional y efectivo.
Durante años, el cambio climático parecía algo lejano y difuso, un problema con el que tendríamos que lidiar en el futuro. Pero los eventos experimentados en los últimos años en todo el planeta han probado que la crisis climática es parte de nuestro presente y se concreta en eventos muy dañinos, que ponen en riesgo la estabilidad de nuestras sociedades y nuestro propio bienestar. La adaptación a este nuevo contexto puede pasar por construir mejores presas que frenen las inundaciones, pero pasa, sobre todo, por reducir la vulnerabilidad y reforzar nuestra capacidad de reacción y recuperación ante los eventos extremos.