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Hay hormigas capaces de cerrar sus mandíbulas a más de 200 kilómetros por hora. Otras son tan fuertes que pueden levantar 50 veces su propio peso. Y las hay que pueden lanzar un chorro de ácido fórmico a 25 centímetros de distancia (que vendría a ser como un humano escupiendo a decenas de metros). Pero la protagonista de hoy deja todas estas cifras prácticamente en anécdotas. Porque la hormiga leona, una de las especies invasoras más dañinas del mundo, ha sido capaz de reconfigurar la sabana africana y alterar las costumbres milenarias de sus grandes predadores: los leones.
A simple vista, la Pheidole megacephala no llama la atención. Es una hormiga pequeña, de entre 2 y 4 milímetros de longitud. Sus colonias se estructuran alrededor de una o varias reinas y de dos tipos de hormigas obreras, unas de menor tamaño y otras algo más grandes, que se caracterizan por tener una cabeza desproporcionadamente grande equipada con unas mandíbulas poderosas. Las obreras de mayor tamaño no son soldados (que sí existen en otras especies de hormigas), sino que usan su fuerza para partir semillas y otros alimentos y así facilitar que las obreras pequeñas trasladen la comida al hormiguero.
Sin embargo, aunque almacenan casi siempre alimentos vegetales, fuera del hormiguero comen cualquier cosa, incluyendo otros insectos y larvas. Este afán depredador hace que, allí donde se instala, la hormiga también llamada cabezona desplace al resto de invertebrados, lo que le ha hecho ganarse un hueco en la lista de las 100 especies invasoras más dañinas del mundo, de acuerdo con la Global Invasive Species Database de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. A pesar de su origen africano, el auge del transporte marítimo a partir del siglo XVIII la ha convertido en una especie habitual en todo el planeta (y, en especial, en los países tropicales).
A pesar de todo, algunos insectos han aprendido a convivir con ellas. Algunas cochinillas se benefician de que las hormigas cabezonas acaban con su competencia y suelen proliferar junto a las colonias Pheidole megacephala, convirtiéndose en ocasiones en plagas para los cultivos. Otras, sin embargo, han visto alteradas las estrategias de supervivencia que les habían servido durante millones de años. Es el caso del espino silbante, una acacia habitual en las sabanas de África oriental.
Este árbol vive en simbiosis con otra especie de hormiga, que la defiende con su ácido y sus mordeduras frente a los grandes herbívoros, como los elefantes, a cambio de comida y alimento. En la última década, los insectos locales se han visto desplazados por las hormigas cabezonas, que no tienen ningún interés en defender a los espinos. En consecuencia, la presencia de estos árboles es cada vez menor. A su vez, esto ha provocado que las leonas, acostumbradas a acechar a las cebras (su presa favorita) entre los espinos, se hayan quedado sin escondite y hayan tenido que empezar a buscar alternativas.
Y así, en algunas partes de África, la hormiga cabezona, de apenas un par de milímetros de longitud, está cambiando las reglas del juego de las poderosas reinas de la sabana.
En un Occidente cada vez más embrutecido, genocida, militarizado y destructor, ¿es posible que noticias como ésta sean ciertas?
Un reciente estudio de la Fundación BBVA (Banca armada, que con el Santander y otros bancos siguen cooperando con el genocidio contra el pueblo palestino) revela que tres de cada cuatro personas en España repudian el maltrato animal en espectáculos y moda mientras persiste la tolerancia hacia su uso en alimentación e investigación.
77% DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA EXIGE EL FIN DE LAS CORRIDAS DE TOROS Y EL 80% NO ACEPTA LA CAZA
El estudio Percepciones de la naturaleza y los animales(2025) revela un rechazo categórico hacia prácticas que someten a los animales por entretenimiento o parte de la cultura:
84% condena los circos con animales.
80% rechaza la caza deportiva.
77% exige el fin de las corridas de toros.
90% repudia la confección de abrigos de piel.
Estas cifras contrastan con la permisividad hacia otros usos: el 73% acepta la experimentación médica y el 37% avala el consumo de carne. La división es ideológica: quienes se identifican con la derecha (PP y Vox) muestran una aceptación 3 veces mayor hacia la tauromaquia y la caza que los simpatizantes de izquierdas. «No es casualidad: quienes ven la naturaleza como un recurso justifican su explotación», señala Aïda Gascón, directora de AnimaNaturalis en España.
El informe detalla que el 45% de la población percibe un «alto nivel de cercanía» con los animales, un sentimiento que se intensifica entre mujeres (+12% respecto a hombres), jóvenes de 18 a 34 años (+18% frente a mayores de 65) y personas con estudios universitarios (+22% versus quienes solo tienen educación básica). Quienes conviven con mascotas muestran un 30% más de rechazo hacia los espectáculos con animales.
La tauromaquia, declarada Patrimonio Cultural en 2013, vive su horas más bajas. En 2008, su aceptación media era de 2.7/10; en 2025, cayó a 1.8/10. «Es una victoria del activismo, pero queda lo más difícil: derogar leyes que blindan la tortura», afirma Gascón. El 17 de febrero de 2025, la plataforma No es mi Cultura entregó 715.606 firmas para eliminar su estatus protegido, un hito que refleja el pulso entre legislación y conciencia social.
La caza deportiva, con un 80% de rechazo, también muestra fisuras generacionales: el 92% de jóvenes de entre 18 y 24 años la consideran innecesaria, frente al 68% de mayores de 65. «No es deporte: es violencia disfrazada de tradición», recalca Gascón. Los datos son contundentes: el 74% de la ciudadanía española niega que los seres humanos tengamos derecho a dominar a los demás animales, una postura que se ha consolidado desde 2008, cuando solo el 53% compartía esta visión.
En el caso de los circos, la evolución es aún más drástica. Hace 17 años, la aceptación media era de 4/10; hoy es de 1.4/10. «El público ya no tolera ver a tigres drogados o elefantes encadenados», analiza Gascón. El informe subraya que el repudio a estos espectáculos es transversal, pero se radicaliza entre quienes tienen una visión no materialista de la naturaleza (89% frente al 67% de los materialistas).
En España, la Ley de Protección de Derechos y Bienestar Animal (2023) fue un avance, pero excluye a los toros y animales de granja. «Es incoherente: no puede haber derechos a medias», critica Gascón. Las alternativas son viables:
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