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El poder corrosivo del salfumán es conocido desde hace siglos. También llamado aguafuerte o, científicamente, ácido clorhídrico, tiene muchos usos industriales y como producto de limpieza, y también es capaz de disolver un esqueleto en pocas horas. Si no, que se lo digan al quebrantahuesos: los jugos gástricos de su estómago están compuestos por ácido clorhídrico casi en exclusiva, lo que le permite ser la única especie de ave conocida que se alimenta mayoritariamente de huesos.
Pero esta no es la única característica que hace único a Gypaetus barbatus. Esta especie de buitre ha desarrollado una técnica propia para romper los huesos en trozos pequeños y así poder comérselos, forma parejas monógamas de por vida (pero también son habituales los tríos e incluso los cuartetos), se maquilla con óxidos de hierro y guarda en sus inmensos nidos tesoros centenarios que pasan de generación en generación.
Muchas aves utilizan objetos humanos como material de construcción, pero el nivel de coleccionista del quebrantahuesos va un poco más allá. Cuando un equipo de investigadores de varios centros y universidades españolas decidió estudiar los nidos abandonados de la especie en Andalucía (región donde lleva alrededor de un siglo extinto), no esperaba encontrarse una alpargata de esparto de finales del siglo XIII, ni un resto de cestería del XVIII, ni una flecha de una ballesta. Sin embargo, allí estaban, junto a restos de huesos y huevos.
La información recabada de los nidos es muy útil más allá de la simple curiosidad. El quebrantahuesos es un ave de hasta tres metros de envergadura y de color variable (aunque son bastante blancos de forma natural, a menudo adquieren una coloración entre rojiza y amarillenta al bañarse en barro rico en óxidos de hierro) que ha sido, históricamente, muy perseguida: se creía que atacaba a niños, ovejas, cabras o incluso a personas adultas, a pesar de que no depreda nunca animales vivos. La caza y el envenenamiento casi acaban con la especie en Europa, donde solo logró sobrevivir en los Pirineos (en Asia central, sin embargo, sigue siendo relativamente abundante).
Desde hace décadas, sin embargo, hay varios programas de recuperación y reintroducción de la especie en marcha en la península Ibérica, programas a los que los datos y los objetos recabados de los nidos pueden ofrecer información valiosa sobre los hábitos y las preferencias de este buitre. Toda ayuda es buena, porque la recuperación no es fácil, las amenazas persisten y el ciclo reproductivo de la especie es lento.
La especie se empareja alrededor de los siete años y empieza a intentar poner huevos entre dos y tres años más tarde. No siempre forma grupos de macho y hembra, sino que en uno de cada tres casos forman tríos (dos machos y una hembra) e incluso cuartetos a pesar de que no parece obtener ninguna ventaja de ello. Todos ellos protegen el huevo durante los 53 días que dura de media la incubación, a los que hay que sumar los cuatro meses que el polluelo pasa en el nido y un periodo de aprendizaje posterior que puede durar hasta 250 días desde que la cría empieza a volar.
A partir de ese momento, el nuevo buitre ya está listo para quebrar huesos, teñirse las plumas y, también, cuidar de la herencia que le han dejado sus padres en forma de alpargata medieval.




