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De 2017 a 2021, he tenido la oportunidad de coordinar el proyecto de investigación Thinkclima, formado por un equipo de investigadores internacionales con el que hemos estudiado el discurso de un grupo de think tanks europeos contrarios a la acción climática. El principal carácter innovador del proyecto ha sido su mirada crítica con el antropocentrismo especista, que ha incluido examinar a fondo, por ejemplo, el discurso relacionado con la dieta, la sobrepoblación, la tecnología y la economía. Al término de la investigación, y tras cinco años de inmersión en el tema, este artículo pretende compartir una conclusión personal: la necesidad de evitar el uso indiscriminado y trivial del término “negacionismo” en la crisis climática.
Esto es imprescindible para poder identificar bien el problema, algo que esta denominación, en mi opinión, impide por su carácter reduccionista. En realidad, he llegado a la conclusión de que esta etiqueta es en sí misma una ocultación, incluso negación, del problema real.
Cuando en 2016 se me ocurrió presentar el estudio de los think tanks europeos negacionistas del cambio climático a una de las convocatorias anuales de financiación estatales, lo hice inspirada por la excelente literatura publicada en los Estados Unidos por un grupo de investigadores que han hecho un enorme trabajo al respecto en ese país. En Europa, nadie había abordado en su conjunto, comparando países, si existía algún tipo de «negacionismo» organizado, así que me pareció relevante proponer estudiar el caso de los think tanks, organizaciones que en los Estados Unidos han tenido un rol muy relevante en la difusión de argumentos contrarios al calentamiento global.
Tengo que reconocer que desde la preparación misma del proyecto ya me percaté de la crítica que el término «negacionismo» recibía por parte de algunos de los investigadores estadounidenses más veteranos y del hecho de que muchos evitaban usarlo, pero, o no fui capaz de procesar esta información, o simplemente no me convenía en aquel momento entenderlo.
El “negacionismo”, normalizado y diseminado con insistencia por los medios de comunicación, es un término llamativo, una cualidad necesaria para que un proyecto consiga financiación, así que lo incluí en el título. Ahora, con el bagaje de estos cinco años, no lo haría: generalizar la oposición a la lucha climática con el término “negacionismo” es un error que trivializa algo muy serio, el negacionismo, y lleva a engaño sobre el verdadero reparto de responsabilidades en el problema climático.
Tres son principalmente los motivos que me llevan a sugerir dejar de emplear el término “negacionismo” para referirnos al conjunto de actores que no secundan o incluso boicotean la acción climática:
En primer lugar, tanto en los Estados Unidos como en Europa está claro que la tipología de los argumentos de las personas y grupos que disienten del activismo climático es mucho más amplia que lo que el término “negacionista” implica. Los negacionistas, sin duda, existen –aquellas personas que niegan los hechos históricos del calentamiento global antropogénico–, pero no representan ni mucho menos todas las posturas en oposición.
El análisis del ideario utilizado tanto en los Estados Unidos como en Europa permite detectar que menos de una cuarta parte de los argumentos utilizados son de carácter estrictamente negacionista. Históricamente, desde que aparece la disidencia climática, los argumentos más utilizados son principalmente los relacionados con las soluciones políticas y el mero ataque a los activistas climáticos. En realidad, la enorme mayoría de estos disidentes climáticos no niegan el calentamiento global, sino que esencialmente se oponen a las políticas que pretenden atajar el problema. Los motivos esgrimidos para esta oposición son, sobre todo, de ausencia de eficacia o incluso de prioridad (porque tenemos otros problemas más acuciantes o porque las políticas no pueden arreglar el problema o incluso pueden empeorarlo y además perjudican a la economía).
En general, lo que las investigaciones han desvelado es que hay algunos negacionistas de la crisis climática antropogénica, pero, sobre todo y eminentemente, hay mucho obstruccionismo político. Por este motivo, los investigadores anglosajones han sido tan prolíficos en las etiquetas utilizadas –que han incluido la “maquinaria negacionista” pero también a “climaescépticos”, “contramovimiento climático”, “contrarianismo” o, más recientemente “obstruccionismo”.
Este último término es el que intuyo como más exacto, pues el obstruccionismo (negacionista o no) es la principal cualidad común que comparten todos estos actores, unidos por el hecho de percibir como una amenaza cualquier alteración del modelo económico. Los vínculos con la derecha conservadora, el libertarismo y el neoliberalismo del contramovimiento climático en Estados Unidos y en Europa lo confirman: no es el negacionismo lo que les une sino la defensa del capitalismo financiero, oligárquico y patriarcal. Es cierto que algunos son negacionistas, pero muchos otros son escépticos o simplemente van a la contra, mientras prácticamente todos son defensores del statu quo económico.
En segundo lugar, el término “negacionista” no es simplemente una muy inexacta generalización aplicada al contramovimiento climático, sino también una estrategia retórica maniquea pues polariza simplistamente a la sociedad dividiéndola entre malos (negacionistas) y buenos (no negacionistas). Esto permite criminalizar a los primeros y exculpar a los segundos, cuando la realidad es que en el segundo grupo hay tantos o más obstruccionistas (aunque no sean negacionistas del cambio climático).
Los investigadores estadounidenses hace tiempo que se percataron de ello explicando que la disidencia a la lucha climática está formada por un grupo de actores mucho más amplio que el puñado de think tanks financiados por la industria petrolera. Además de estos, en Estados Unidos el contramovimiento incluye también a corporaciones y asociaciones comerciales, coaliciones y grupos de interés, agencias de relaciones públicas, grupos activistas de falsa bandera, filántropos y fundaciones conservadoras, algunos científicos, medios de comunicación, políticos conservadores y blogueros. En Europa, también hemos podido identificar que los think tanks obstruccionistas no están solos, sino que están al menos conectados con el movimiento neoliberal y con el contramovimiento estadounidense, además de contar también con periodistas y blogueros afines.
Pero lo anterior no es aplicable solo al bando disidente. Entre los no negacionistas podemos encontrar una lista igual de larga de actores que, sin negar el cambio climático -todo lo contrario, habiendo incorporado la retórica del activismo climático a su discurso-, son obstruccionistas de primer orden de la acción política. De entre estos actores destacan algunas industrias, principalmente de los sectores energético, del transporte y agrícola-alimentario, cuyos lobbies se han dedicado a retrasar tanto como han podido la acción climática.
En un estudio sobre el lobby de la carne en la Unión Europea, he explicado cómo la estrategia seguida por el mismo ha sido una réplica del obstruccionismo climático clásico: diseminar información que ponga en duda el consenso existente sobre el carácter contaminante de la producción de carne y convencer a los políticos que la tecnología (no un cambio de dieta) es la solución.
En concreto, una de las estrategias con las que el lobby de la carne ha conseguido retrasar las decisiones políticas al respecto de las emisiones de la carne ha sido cooptando la discusión para centrarla en aspectos que demoran indefinidamente las decisiones. Con acciones de este tipo, este lobby, junto a los lobbies energético y del transporte y otros, han obstruido sistemáticamente la acción política climática, retrasando cualquier cambio relevante.
Públicamente, todas estas industrias muestran preocupación y consciencia medioambiental, pero entre bastidores sus lobbies dedican ingentes cantidades de dinero y esfuerzos a obstaculizar las políticas climáticas eficaces, las cuales son vistas como una amenaza a los negocios. Esta realidad, este obstruccionismo -y no la influencia de los “negacionistas”- es el que ha impedido que en Europa se avance en materia de política climática de forma eficaz, a pesar de ser una de las regiones del planeta donde sus habitantes están más concienciados en el tema.
Pero la falacia dualista no acaba aquí, porque entre los “no negacionistas” que no colaboran están también organizaciones progresistas y la misma ciudadanía, una ciudadanía que, en su mayor parte, en Europa al menos, es muy consciente del problema medio ambiental, pero que es muy reticente a los cambios de hábitos que más impacto tienen, como los vinculados a la dieta, transporte o turismo.
Este comportamiento lo he descrito como el tipo de negación implicatoria que definió el sociólogo sudafricano Stanley Cohen. Esta negación no niega el problema –el calentamiento global– ni sus causas –antropogénicas–, pero niega las implicaciones de esos hechos. Por ejemplo, los cambios de conducta que los humanos deben afrontar si son consecuentes.
A este respecto, un estudio que realizamos sobre un centenar de los think tanks más importantes de Europa de todas las ideologías ha demostrado que estas organizaciones en Europa han invertido una atención mínima, anecdótica, con poquísimas excepciones, en la importante cuestión de la dieta basada en animales y su impacto en las emisiones de calentamiento global. Todo lo cual pone en evidencia que los que mantienen algún grado de obstruccionismo o de no colaboracionismo son muchos más de lo que hemos venido en llamar “negacionistas” y asociamos con la derecha ideológica.
Finalmente, el término “negacionismo” no es útil porque no contribuye a un debate fundamentado, basado en argumentos, y trivializa al verdadero negacionismo. El concepto “negacionismo” nace vinculado a la negación del Holocausto judío, motivo por el cual la mayoría de definiciones del término lo vinculan al revisionismo histórico y al derecho internacional. De hecho, en el diccionario Panhispánico puede leerse como definición de negacionismo: “Delito de odio que comete quien niegue públicamente un delito de genocidio, de lesa humanidad o contra las personas y bienes protegidos en caso de conflicto armado.”
El término merece, pues, una aplicación razonada y precisa. Su uso indiscriminado produce, por el contrario, una división que, como hemos visto, es falaz porque no existe algo así como dos bandos en la inacción climática sino un conglomerado de actores entre los que algunos niegan, bastantes más obstruyen y una enorme mayoría no colabora o boicotea la acción climática inconscientemente. De este modo, la etiqueta “negacionista” acaba sirviendo para ocultar la responsabilidad que tienen los no negacionistas.
En suma, el negacionismo literal de la crisis climática y sus causas está protagonizado solo por un grupo muy reducido de actores con una influencia variable en la decisión política, mucho mayor en los Estados Unidos que en la Unión Europea. En Europa, el obstruccionismo a la acción climática por parte de principalmente actores no negacionistas ha sido determinante en el freno a la acción climática.
En este contexto, la frivolidad con que se utiliza el término “negacionismo” contamina a la política y la opinión pública e impide ver el problema medioambiental en su compleja y multifacética realidad. Impide, en definitiva, identificar las responsabilidades reales de cada actor implicado –que son más que el puñado de excéntricos de derechas que la etiqueta “negacionista” recrea en la mente de la mayoría de personas. Es, pues, mucho más ajustado y útil hablar de “obstruccionismo” para arrojar luz sobre el verdadero problema: que detrás de postulados aparentemente favorables a la lucha contra el cambio climático se esconden, en realidad, posicionamientos que sistemáticamente obstruyen los cambios efectivos para dejar de contaminar.
En conclusión, y paradójicamente, culpar a los “negacionistas” del problema climático supone una negación en sí misma: porque niega la responsabilidad de los muchos actores “no negacionistas” que obstruyen, boicotean o simplemente no colaboran mientras mantienen una retórica aparentemente activista por el clima. Como ejemplo final de cómo de extendida está esta negación, basta con atender a la historia de las conferencias anuales de la UNFCCC (Conferencia Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático) en Bonn, Alemania, o en cualquiera de sus sedes COP, con sus menús repletos de opciones basadas en alimentos de origen animal en lo que se supone es el principal foro de la lucha contra el calentamiento global.
Muy acertado y cuerdo el artículo.
Creo que actualmente hay más obstruccionismo que negacionismo. A estas alturas pocos se atreven a negar ya el cambio climático; pero aún los hay en demasía.
«Europa está más concienciada» no estoy segura de que sea así pues no dejamos de agredir ambientalmente al llamado tercer mundo saqueando sus recursos y siendo cómplices de políticos lacayos del gran capital que exterminan nativos, selvas y ecosistemas.
«En general, lo que las investigaciones han desvelado es que hay algunos negacionistas de la crisis climática antropogénica, pero, sobre todo y eminentemente, hay mucho obstruccionismo político».
Los políticos de la órbita capitalista, no sólo los conservadores, son ni más ni menos que servidores del gran capital, así que si echamos la culpa a los políticos nos estamos engañando ¡ES EL CAPITALISMO, ESTUPIDO!.
Los medios de comunicación casi todos comprados/vendidos al gran capital hacen el resto, desinformando y manipulando, y luego la inconsciencia colectiva que no sabe o no quiere informarse y pensar por sí misma:
«los cambios de conducta que los humanos deben afrontar si son consecuentes».