Por qué el plan de la AIE para reducir el consumo de petróleo es manifiestamente mejorable

Según la autora, el decálogo publicado por la Agencia Internacional de la Energía es insuficiente y tiene como objetivo «no molestar a las élites políticas y mercantiles».
Foto: MIKA BAUMEISTER / UNSPLASH

CHRISTINE LEWIS CARROLL // Me enseñaron en el colegio, hace 60 años y en otro país, a cuestionar todo, a no aceptar lo que me decían los profesores si no me convencía. Con el fin de identificar las soluciones a los problemas del mundo insostenible que hemos creado entre todos –hay responsables pero también cómplices– leí con atención las propuestas de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), publicadas en Climática, para reducir el consumo de petróleo.

La AIE depende de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), cuyos objetivos bien podrían ser merecedores de otro escrutinio. Analicemos sus propuestas para ver si es posible mejorarlas. Cabe la posibilidad de que estas propuestas constituyan lo mínimo exigible, pero en el escenario actual de colapso, lo mínimo exigible no se aproxima ni de lejos a la gravedad del asunto que tenemos entre manos.

1. Reducir en 10 km/h el límite de velocidad en autovías y autopistas.

De este modo, en España el límite estaría en 110 km/h. La medida supondría un ahorro de 290.000 barriles de petróleo al día en el caso de los coches y de 140.000 barriles adicionales en el caso de los camiones.

La reducción del límite de velocidad se ha puesto en marcha más de una vez, tanto en el centro de las ciudades, sus circunvalaciones, las carreteras secundarias, autovías y autopistas. El problema es que no se sostiene en el tiempo, como si lo importante fuese realmente no limitar la velocidad. Igual que en tantos ámbitos, no es suficiente legislar; hay que entender, por parte de legisladores y usuarios, que reducir la velocidad se tiene que hacer sí o sí; esto facilitaría su cumplimiento. La prohibición de fumar en espacios públicos ha reducido las muertes por tabaquismo, pero la contaminación del aire en las ciudades también causa muertes, especialmente entre la infancia. Es urgente tomar medidas en este sentido.

2. Trabajar desde casa tres días a la semana siempre que sea posible.

Un día a la semana ahorra 170.000 barriles de petróleo al día. Tres días de teletrabajo suponen 500.000 barriles menos.

Mi primera observación aquí es de índole técnica. No solo se presupone que gran parte de la población activa puede trabajar desde casa, sino que son las personas que pueden trabajar desde casa las que utilizan el coche para desplazarse a su lugar de trabajo. Trabajar desde casa es una reivindicación anhelada desde hace mucho tiempo por la patronal. Sin embargo, a menudo se trabaja más y peor, sin guardar descansos ni solicitar bajas por enfermedad cuando procede. El teletrabajo destruye la solidaridad de las personas trabajadoras por aislamiento, causa estrés laboral y hace estragos en la conciliación laboral y familiar. No debemos permitir que condiciones de trabajo no discutidas ni reivindicadas por la clase trabajadora formen parte del imaginario colectivo.

3. Declarar el domingo «día libre de coches» en las ciudades.

Un domingo al mes supondría un ahorro de 95.000 barriles. Si se hace todos los domingos, la cifra asciende a 380.000.

¿Qué tal si prohibimos los coches todos los días? En algunos municipios, como Pontevedra, ya no entran en la ciudad. No se trata de lo que se puede hacer, sino de lo que se debe hacer. Solo falta voluntad política (y no pensar tanto en las siguientes elecciones). ¿Cuántas veces hemos observado a nuestros vecinos en el día sin coches viajar en transporte colectivo y coger el vehículo privado los demás días? Qué sinsentido.

4. Abaratar el uso del transporte público e incentivar la llamada micromovilidad: andar y desplazarse en bicicleta.

Con esta medida se sacan de circulación 330.000 barriles al día.

En este apartado se me ocurren tres reflexiones. Para abaratar el transporte público con el fin de incrementar su uso, hace falta lo que se denomina un «precio político», es decir una tarifa asequible para todos los usuarios que puede no cubrir el coste de prestación del servicio pero que no responda a las dinámicas del mercado. Es una apuesta fuerte, pero ni mucho menos descabellada. Hace no tantos años el precio del transporte colectivo en Madrid era único, sin tener en cuenta la distancia recorrida (las llamadas zonas tarifarias). Volver a esta modalidad sería un avance, porque hay gente que cruza más de una zona tarifaria para desplazarse a su puesto de trabajo y prefiere coger el coche por comodidad, tiempo invertido e incluso precio. Recordemos también que hay ciudades en Europa en las que el transporte público es gratuito, si no para todos los usuarios, sí para jóvenes, personas vulnerables o pensionistas (por ejemplo, Londres).

En cuanto a incentivar la bicicleta, primero hay que mejorar muchísimo la seguridad de los ciclistas mediante más carriles bici y reducir la velocidad de los demás vehículos.

Por último, señalar que se instaló hace tiempo en cierto sector de la población un apego al coche, consecuencia, en mi opinión, de la promoción desaforada del coche como el objeto más deseable de la sociedad de consumo. Este apego influye en la decisión de los conductores de no utilizar el transporte público por considerarlo algo inferior a su estatus social.

5. Alternar el uso del vehículo privado en las grandes ciudades.

Por ejemplo, los coches con matrícula par circularían un día y los impares al siguiente. Esto ahorraría 210.000 barriles al día.

6. Incrementar el uso del coche compartido y adoptar medidas para ahorrar combustible.

Resultado: 470.000 barriles menos.

7. Promover la conducción eficiente de camiones y furgonetas.

Supondría un ahorro de 320.000 barriles de petróleo al día.

En cuanto a los puntos 5 y 6, si nos referimos a la almendra central de las ciudades, la eliminación del tráfico rodado haría superfluas estas medidas. En el caso de las fábricas, naves y grandes empresas ubicadas en el extrarradio de las ciudades, se podría volver a implantar el uso de autocares discrecionales para la recogida de los trabajadores en puntos urbanos estratégicos, por lo que haría falta que la negociación colectiva recogiera dicho servicio.

8. Usar trenes de alta velocidad y trenes nocturnos siempre que sea posible para reducir el número de viajes en avión.

Impacto: 40.000 barriles menos.

9. Evitar el avión en los viajes de negocios cuando exista una alternativa.

Con esta medida el ahorro llegaría a los 260.000 barriles.

10. Reforzar la adopción del coche eléctrico y de vehículos más eficientes.

Supondría 100.000 barriles de petróleo menos al día.

Las últimas tres propuestas son las más absurdas, precisamente por insostenibles. Los trenes de alta velocidad destruyen los entornos por donde transitan y la construcción de su trazado requiere el uso de una maquinaria pesada que necesita un enorme gasto energético. Son técnicamente deficitarios y dan servicio a un número menor de usuarios que los trenes convencionales que sustituyen.

Asimismo, si hablamos del uso del avión para viajes de negocios y ya que la AIE quiere que trabajemos desde casa, ¿qué tal si utilizamos las videoconferencias en vez de coger el avión para asistir a reuniones? Se eliminaría la necesidad de desplazarse de un plumazo.

Por último, unas palabras sobre el coche eléctrico. No sólo se nos ocultan los recursos energéticos necesarios para su fabricación, sino que no se contempla la imposibilidad de surtir de electricidad a todos los vehículos que se nos quiere vender. Tampoco se informa sobre cómo se prevé eliminar las baterías y los metales pesados –recordemos, altamente contaminantes– al final de su vida útil.

La única solución a la crisis energética y climática es el decrecimiento, una drástica disminución de nuestra demanda de energía en todos los sentidos y cambiar nuestra forma de vida insostenible. No es aceptable poner placas solares en el tejado de nuestra casa para alimentar coches eléctricos y aparatos de aire acondicionado. Y no deberíamos hacernos eco de propuestas de organismos como la AIE (que no solo están superadas sino que son timoratas) con la finalidad, en mi opinión, de no molestar a las élites políticas y mercantiles.

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