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Esta historia se publicó originalmente en The Nation. Se republica aquí como parte de la alianza de Climática con Covering Climate Now, una colaboración global de más de 250 medios para impulsar la cobertura sobre clima.
Traducción de Laura Villadiego (Carro de Combate)
Mientras los líderes mundiales se congregan en la ciudad de Nueva York para la Cumbre sobre la Acción Climática de Naciones Unidas del 23 de septiembre, entran en la que podría ser la semana más significativa en política climática desde la elección sorpresa de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos en 2016. Trump, por supuesto, anunció poco después de tomar posesión que iba a retirar a los Estados Unidos del Acuerdo de París, el tratado de referencia firmado en la última gran Cumbre sobre el Clima de Naciones Unidas en 2015. António Guterres, el secretario general de la ONU, convocó la cumbre de esta semana precisamente porque EE.UU. y la mayor parte de los países están aún lejos de cumplir sus promesas de París sobre reducción de emisiones que atrapan el calor de forma suficiente que prevenga una alteración climática catastrófica.
Los eventos de los próximos días —incluida una huelga climática mundial el 20 de septiembre [convocada] por los activistas cuyas protestas han impulsado [el uso] durante el último año del término ‘emergencia climática’ en las noticias alrededor del mundo— podrían ayudar a responder una pregunta que se ha cernido sobre la humanidad desde la elección de Trump: ¿puede el resto del mundo salvarse del colapso climático si la nación más rica y poderosa sobre la tierra está remando en dirección contraria?
Adoptado en diciembre de 2015, el Acuerdo de París se erige como el mayor éxito de la diplomacia climática desde que los gobiernos debatieron este asunto por primera vez en la Cumbre de la Tierra de la ONU en 1992. Para sorpresa de los conocedores del clima, el acuerdo no sólo comprometió a los gobiernos firmantes a limitar el incremento de la temperatura al nivel, relativamente menos peligroso, de 2 grados. También obligaba a los gobiernos a mantener el incremento de temperatura “bien por debajo” de los 2 grados y, en lo que fue una gran victoria para los países más vulnerables, a tratar de [no superar] los 1,5 grados. Este medio grado puede sonar poco importante, pero supone la diferencia entre vida y muerte para naciones costeras de baja altitud como Bangladesh y estados isleños como Maldivas – dos de los muchos lugares que, según la ciencia, literalmente desaparecerían bajo las olas con un calentamiento mayor a 1,5 grados.
El anuncio de la retirada de los Estados Unidos del acuerdo de París ocupó grandes titulares, pero fue una noticia ampliamente malentendida. A pesar de la fanfarronería de Trump, la retirada de los Estados Unidos aún no ha ocurrido. Precisamente para protegerse de tales caprichos, los negociadores de París estipularon que cada firmante estaba legalmente obligado a permanecer en el acuerdo durante los cuatro años siguientes a que el tratado entrara en vigor, lo cual ocurriría sólo después de que los países responsables del 55 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero lo ratificaran. Por tanto, el Acuerdo de París no entró en vigor hasta el 4 de noviembre de 2016. Esto significa que los Estados Unidos no pueden abandonarlo hasta el 4 de Noviembre de 2020 —lo cual, no por casualidad, es un día después de las elecciones presidenciales de EE.UU. en 2020—. Si Trump pierde esas elecciones, su sucesor mantendría casi con seguridad a los Estados Unidos en el Acuerdo de París.
No se espera que Trump asista a la cumbre de esta semana; en su lugar, la delegación estadounidense está encabezada por Andrew Wheeler, un antiguo miembro de los grupos de presión de las empresas del carbón quien es ahora el administrador de la Agencia de Protección del Medio Ambiente. En línea con la negación de Trump de la ciencia climática y del desmantelamiento por parte de su administración de las regulaciones medioambientales y de la aceleración de la explotación de combustibles fósiles, Wheeler aseguró en el Senado de Estados Unidos el pasado enero que él no llamaría cambio climático a “la mayor crisis” a la que se enfrenta la humanidad.
Esto pone de relieve una cuestión que determinará si esta cumbre termina siendo un éxito, un fracaso, o algo entre medias. ¿Cuál es el papel que tendrá Estados Unidos? ¿Será un saboteador, que buscará de forma activa impedir progresos? ¿Será un fanfarrón que, tal y como Wheeler se jactó (de forma incorrecta) en aquel testimonio, [alardeará de que] representa “el modelo dorado para el progreso medioambiental”? ¿O será más como el tío bobalicón de las reuniones familiares cuyas incoherencias provocan muecas de exasperación y son ignoradas?
Un incremento de la temperatura de 3-5 grados podría «destruir la civilización»
“¡No traigáis un discurso, traed un plan!” Desde hace meses, es lo que Guterres ha estado diciendo a los jefes de Estado y de gobierno. En lugar de la interminable palabrería que se escucha en la mayor parte de las reuniones de la ONU, Guterres quiere que esta cumbre sea más un “mostrar y repetir”, una reunión en la que los gobiernos compartan ejemplos concretos y reproducibles de cómo están reduciendo emisiones e impulsando la adaptación a los impactos climáticos que ya se están produciendo. Como tal, la cumbre pretende abordar una deficiencia evidente del Acuerdo de París. En parte debido a que el acuerdo estipulaba que las reducciones en las emisiones eran voluntarias, las emisiones globales han seguido incrementándose desde 2015. Según la tendencia actual, la tierra se dirige a un aumento de 3 a 5 grados de temperatura —suficiente, alertan los científicos, para destruir la civilización tal y como la conocemos—.
“El secretario general ha pedido de forma muy clara que todos los participantes identifiquen medidas muy concretas que pueden ser puestas en práctica de forma inmediata”, dijo Luis Alfonso de Alba, el enviado especial de Guterres para la cumbre, en una entrevista con Covering Climate Now, una colaboración de 250 medios de todo el mundo para reforzar la cobertura sobre el clima. “Lo que necesitamos es que todos los actores pongan en práctica sus compromisos y que reconozcan que lo que sea que fuera que tuvieran en mente antes, necesitan hacer mucho más —porque el cambio climático corre más que nosotros, y la situación ahora es mucho más seria de lo que pensábamos”.
En respuesta a cómo el mundo puede alcanzar el objetivo de “bien por debajo de los 2 grados” cuando el gobierno actual de EE.UU. está haciendo todo lo que puede para incrementar el calentamiento global, Alba, un diplomático de carrera de México, evitó criticar a la administración Trump. “Necesitamos una mayor voluntad política, no sólo en un país, sino en muchos de ellos”, dijo, antes de añadir: “Estamos muy impresionados con los que los estados, las ciudades y las empresas están haciendo en EE.UU. para caminar hacia las renovables… Tenemos confianza en que EE.UU. contribuirá a las soluciones, incluso si la decisión de la actual administración de retirarse se mantiene”.
En efecto, el entonces gobernador Jerry Brown anunció en la cumbre climática del pasado septiembre que había firmado un decreto que comprometía a California, la quinta mayor economía del mundo, a conseguir emisiones de carbono cero en 2045. Este verano, el estado de Nueva York, cuya economía es más o menos equivalente a la de Rusia, aprobó una ley que requería que el estado consiguiera un 100 por cien de electricidad libre de carbono en 2040. La Coalición Under2 (Por debajo de 2), un grupo de más de 220 gobiernos estatales y locales alrededor del mundo que representan un 43 por ciento de la economía global, también se ha comprometido a mantener el incremento de la temperatura bien por debajo de los 2 grados. No obstante, la pendiente sigue siendo muy escarpada. Los científicos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU declararon el pasado octubre en su trascendental Informe Especial sobre el Calentamiento Global de 1,5 Grados que la humanidad tenía que cortar las emisiones un 45 por ciento antes de 2030, como parte del camino hacia las [emisiones] netas cero para 2050, para conseguir el objetivo de 1,5 grados. Fallar en ese [propósito] condenaría a muchos millones de personas, especialmente en países pobres y vulnerables, a la miseria y muerte y haría que la probabilidad de que el calentamiento global fuese irreversible aumentara. Estas reducciones dramáticas de emisiones, los científicos añadieron, requerirían la transformación de la energía, la agricultura, el transporte y otros sectores a nivel global a una velocidad y escala sin precedente en la historia humana
Por tanto, China, la otra gran superpotencia climática junto a Estados Unidos, también tendrá que hacerlo mejor. China se ganó los aplausos en los momentos previos a la cumbre de París en 2015 cuando cerró muchas de sus plantas energéticas de carbón. Pero la quema de carbón en China ha vuelto a aumentar recientemente, y Beijing (Pekín) también ha financiado la construcción de plantas de carbón en otros países, especialmente como apoyo a su masiva iniciativa del ‘Cinturón y la Ruta’ para construir puertos, trenes y otras infraestructuras a través de Asia hasta Oriente Medio, África y Europa. Alba alaba a China por prometer que irá más allá de las reducciones de emisiones que prometió en París, pero añade: “Estamos pidiéndoles que hagan mucho más y en particular que hagan más verde la iniciativa del ‘Cinturón y la Ruta’. Es bastante importante, debido al tamaño de esa iniciativa, que no apoyen plantas de carbón sino, en su lugar, energía renovable”.
La nueva era del activismo climático da esperanzas
Cuando Guterres dé el pistoletazo de salida a la sesión plenaria de la cumbre el próximo lunes, el plazo de 12 años señalado por los científicos del IPCC se habrá reducido más bien a 11. Mientras, los fuegos en el Amazonas, la devastación del huracán Dorian en las Bahamas, las olas de calor de este verano en buena parte del hemisferio norte, y un número incontable de desastres menos pregonados ilustran que la alteración climática ya no es un preocupante fantasma del futuro, sino una castigadora realidad actual.
Alba sin embargo mantiene la esperanza gracias a la creciente preocupación pública y al activismo contra la amenaza climática. “Comparado a hace 10 años, el nivel de implicación del público es muy diferente”, aseguró Alba, “y en buena parte eso es porque las noticias hablan más sobre ello y porque los activistas jóvenes están pidiendo acciones”.
En Estados Unidos, activistas del Sunrise Movement (Movimiento del Amanecer) y otros grupos han protestado contra políticos tanto demócratas como republicanos y han pedido al gobierno que ponga en marcha un New Deal Verde. Liderados por la representante Alexandria Ocasio-Cortez, la diputada progresista de Nueva York, e inspirado en los programas de empleo e inversión del New Deal que el presidente Franklin Roosevelt puso en marcha para sacar a EE.UU. de la Gran Recesión durante los años 30, el New Deal Verde pide al gobierno que impulse las transformaciones en energía y otros sectores que el IPCC dice que son necesarias. Un programa de inversión tan masivo también creará millones de trabajos, dicen los activistas, y reducirá las desigualdades económicas. Fundamental en ese plan es la “justicia climática”, la noción de que los individuos y comunidades pobres y no-blancas han sufrido más el cambio climático y que, por tanto, deberían tener preferencia en los trabajos y oportunidades que emerjan del New Deal Verde.
La presión de los activistas ha ayudado a que el New Deal Verde se convierta en la postura de facto del partido Demócrata, al mismo tiempo que expandían la idea en el extranjero. Cada uno de los principales candidatos demócratas en la carrera para reemplazar a Trump ha apoyado una versión u otra del New Deal Verde. Bernie Sanders propone un programa particularmente robusto que, ha prometido, “acabará con el desempleo” creando 20 millones de puestos de trabajo nuevos y también ayudando a las naciones en desarrollo a que dejen los combustibles fósiles para favorecer las renovables.
Guterres se ha salido del camino marcado para impulsar la visibilidad de la juventud climática, sobre todo Greta Thunberg, la adolescente sueca que es la cara más conocida del movimiento climático. La huelga estudiantil por el clima de Thunberg, iniciada hace un año en su ciudad de origen en Estocolmo, se expandió alrededor del mundo como un incendio forestal, inspirando a cientos de miles de estudiantes a saltarse las clases y salir a las calles a pedir que los gobiernos, según las palabras de Thunberg, “actúen como si la casa estuviera en llamas – porque lo está”. Guterres ha invitado a Thunberg a inaugurar una cumbre especial de la juventud sobre el clima de un día y también a dirigirse a los líderes mundiales en la sesión plenaria del 23 de septiembre.
Alba reconoce que el público es a veces escéptico sobre las conferencias de la ONU, y reconoce que la ONU “no tiene los medios para hacer cumplir” los compromisos realizados por los gobiernos en el Acuerdo de París. En su lugar, pone su fe, de nuevo, en la capacidad de la presión pública para forzar a los gobiernos a que hagan lo correcto. “Como en muchas otras partes de las leyes internacionales”, dice, “el cumplimiento descansa sobre el papel de control y de ‘nombrar y avergonzar’ de la sociedad civil – para airear que un país no está cumpliendo con aquello a lo que se comprometieron. Los medios tienen un papel importante aquí, al igual que los activistas”.