Etiquetas:
Nairobi (Kenia) // En diciembre de 2009, un fatal accidente de tren causó la muerte de dos personas en Kibera, el asentamiento informal más grande de África (aquí viven más de medio millón de personas, aunque algunas estimaciones elevan esa cifra al millón) y situado en Nairobi, la capital de Kenia. Rift Valley Railways, el consorcio que gestionó los ferrocarriles paraestatales de Kenia y Uganda hasta 2017, atribuyó el suceso al deslizamiento excesivo provocado por los flying toilets (retretes voladores en su traducción al español), una práctica relativamente común en lugares como este, donde la falta de letrinas y lavabos obliga a la gente a hacer sus necesidades en bolsas de plástico, que lanzan después lo más lejos posible de sus hogares. “La situación se debió al drenaje de charcos en la vía causado por los fliying toilets, que han convertido gran parte de la línea en alcantarillas y estanques abiertos”, explicó Brown Ondego, presidente ejecutivo en aquel entonces de la compañía ferroviaria, en declaraciones que recogieron diversos medios locales.
Pese a que la situación ha mejorado notablemente en los últimos 15 años, el acceso a saneamientos adecuados y, por tanto, el uso de fliying toilets siguen siendo dos de los problemas habituales de Kibera. “Muchos de los ciudadanos que viven aquí, y también en otros asentamientos informales de la ciudad, no disponen de cuartos de baños propios. Algunos tienen que caminar mucho tiempo para buscar un retrete. Por eso, usan letrinas comunales o directamente hacen sus necesidades al aire libre”, explica Benazir O. Douglas, administradora de Umande Trust, una organización local nacida en 2004 que se dedica a promover innovaciones sostenibles de saneamiento y cocina en los lugares con más necesidades de Kenia. “En barrios como Kibera, la ausencia de agua es un problema muy grande. También la falta de espacios. La gente llega a la ciudad y cualquier hueco sirve para levantar tu casa. Son situaciones que hay que enfrentar”, dice.
Para solucionar algunos de estos problemas, a Umande Trust se le ocurrió una solución: la creación de ‘biocentros‘, unas instalaciones comunales con letrinas seguras y agua limpia, y con una importante particularidad: transforma los residuos humanos en biogás, que luego utiliza la ciudadanía que acude al edificio. «Realmente, opera como si fuera un estómago humano. Es algo natural, un proceso biológico. Las deposiciones se descargan en un tanque subterráneo. Allí se descomponen y se genera el gas, que se canaliza hacia la planta central del edificio, donde hay instalaciones preparadas para darles un uso limpio», resume Douglas. Además, los restos se retiran del tanque una vez al año y se venden como fertilizante para los campos. «Cada comunidad maneja el gas para cosas diferentes: calentar el agua de las duchas, cocinar con agua potable, iluminar algunas habitaciones o solventar necesidades hospitalarias… Cada persona puede utilizarlo para lo que le haga falta».
Pobreza y enfermedades
El Tree Hill Bio Center es uno de los centros impulsados por Umande Trust. Situado en pleno corazón de Kibera, el edificio, de tres pequeñas plantas, acoge además un colegio al que acuden unos 200 chavales. «Gracias al gas que obtenemos, podemos ofrecer duchas calientes y, a los niños, una comida al día. Preparamos arroz, maíz, judías, ugali (un alimento básico que consiste en una masa hecha de harina de maíz y agua que se cuece hasta obtener una consistencia espesa)», afirma Myline, la joven de 20 años encargada de la cocina de la escuela. En el piso de arriba habla Remy, un niño de ocho años que comparte aula con otros cuarenta chavales: «A mí me gustan las judías y el pollo. Es lo más sabroso», dice. Y es que, con el reclamo de una comida al día, el biogás a partir de residuos también puede ayudar a paliar un problema de difícil solución: en Kibera, el 43% de las niñas y el 29% de los niños ni siquiera asisten a la escuela.
«También viene mucha gente de la comunidad a cocer los huevos aquí para venderlos después en la calle o en los mercados. Solo tienen que pagar unos cincuenta chelines (algo más de 30 céntimos de euro) por usarlo. Si cuecen dos docenas, las ganancias son significativas», finaliza Myline. Y ese negocio del que habla puede resultar de vital importancia en asentamientos informales como este, donde la inmensa mayoría de los trabajos son informales y donde recrudecen algunas de las estadísticas más duras. Esa que dice, por ejemplo, que en Kenia, una nación de algo más de 55 millones de habitantes que se ha convertido en una de las economías pujantes del continente africano, alrededor del 33% de las personas viven todavía bajo el umbral de la pobreza, según las cifras del Banco Mundial. Además, únicamente el 20% de los habitantes de Kibera tiene acceso a electricidad.
Esta total falta de recursos y de saneamientos dignos se traduce en la proliferación de enfermedades potencialmente mortales como la fiebre tifoidea o el cólera. Respecto a la primera de estas infecciones, la incidencia en esta zona es de 822 casos por cada 100.000 habitantes, con tasas extremadamente altas entre niños de dos a cuatro años (2.243 casos por cada 100.000 habitantes). En cuanto al cólera, y pese a que en marzo de este año se detectaron en Kibera algunos casos aislados, uno de los últimos brotes graves fue declarado en 2023 y provocó la muerte de al menos tres hombres, aunque en años anteriores la infección había atacado con más virulencia. Además, la escasez lleva aparejada altas tasas de delincuencia. Una macroencuesta del 2014 apoyada por el Gobierno de Kenia y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reveló que el 98,8% de las personas que vive en Kibera había presenciado la comisión de algún delito en los últimos tres meses del periodo de estudio.
“Alrededor de 250 personas utilizan cada biocentro al día. En algunos, como los que se encuentran situados en los colegios, esta cifra puede llegar hasta las 1.000 personas”, explica Benazir O. Douglas. No es una cifra desdeñable en una nación que no deja de crecer y que produce, según el Ministerio de Medio Ambiente, unas 4.000 toneladas de desperdicios al día, de los que más de la mitad corresponden a la capital. Umande Trust ha implementado ya casi un centenar de estos centros entre Kibera, otros suburbios de Nairobi y también en zonas rurales del país. «Por la informalidad del espacio, el proceso de pedir algunos permisos o de obtener la aprobación gubernamental puede alargarse hasta un año. Pero merece la pena. La gente tiene un lugar al que ir y los residuos humanos no acaban en la calle, ni en la multitud de vertederos informales, ni tampoco contamina el agua. Creemos que es una idea extrapolable a otras partes del mundo», concluye Douglas.




