El himno a la vida de Miguel Delibes de Castro

Fragmento exclusivo de 'Gracias a la vida', el nuevo libro del biólogo español publicado por Ediciones Destino.
El himno a la vida de Miguel Delibes de Castro
Miguel Delibes de Castro fue presidente del Consejo de Participación de Doñana desde 2013 hasta julio de este año, que dimitió. Foto: IMAGO/Alice Dias Didszoleit vía Reuters Connect.

Capítulo introductorio de ‘Gracias a la vida’, de Miguel Delibes de Castro, titulado ‘A modo de justificación (Un planeta acogedor porque está vivo)’.

Violeta del Carmen Parra Sandoval, la gran Violeta Parra, compositora y cantante chilena y universal, lanzó en 1966 su último disco, grabado con sus hijos, cuya primera canción se titulaba Gracias a la vida. Hoy cualquiera la conoce, todos la hemos oído alguna vez, pues forma parte del paisaje musical de nuestras vidas. No en vano ha sido versionada por decenas o cientos de enormes artistas, como Cecilia, Mercedes Sosa, Alberto Cortez, Joan Baez, Raphael, Plácido Domingo, Chavela Vargas, María Dolores Pradera, Laura Pausini y muchísimos muchísimos más. «Gracias a la vida, que me ha dado tanto», comienza cada una de las estrofas, y la última se remata con la misma frase. El bellísimo texto festeja la capacidad de vivir y disfrutar de la autora y, de rebote, de cualquier ser humano. Agradece a la existencia haberle brindado la vista y el oído, la posibilidad de hablar y caminar, de sentir y de amar, agradece «el fruto del cerebro humano», la risa y el llanto… Se ha etiquetado la canción como himno humanista, y lo es. Pero se queda en lo humano. Violeta no pensó al escribirla, por más que mencionara grillos y canarios, que la vida era mucho más extensa que nosotros, que existía mucha vida alrededor a la que debemos, en gran medida, el bienestar que encomiaba. Es lógico que lo obviara. En los sesenta del siglo pasado a nadie se le ocurrían esas cosas, y todavía hoy la mayor parte de la gente no es consciente de ello.

Han transcurrido cuatro lustros (¡parece mentira!) desde que mi padre, el novelista Miguel Delibes, me telefoneó a Sevilla, donde vivo, para proponerme con cierta timidez que escribiéramos un libro juntos. «Sé que estás muy ocupado, de ninguna forma te sientas en la obligación de hacerlo. Pero quiero que sepas que me gustaría. Piénsalo y me contestas cuando puedas». No le dejé colgar. Él tenía entonces ochenta y tres años, le habían operado varias veces de un cáncer y sus distintas secuelas («soy un eterno convaleciente», solía decir), y le faltaban ánimo y fuerzas para casi cualquier cosa, así que el mero hecho de que anhelara algo me impelía a ayudarle. Además, si a él le hacía ilusión mucha más me hacía a mí publicar a su lado, aunque me costara imaginar de dónde íbamos a sacar el tiempo y la manera de generarlo. «No necesito pensarlo — le respondí—, por supuesto que haremos ese libro; ya veremos cómo y cuándo, pero mis vacaciones de verano pueden ser una buena opción». El resultado, unos meses después, fue La Tierra herida, una conversación trasladada al papel donde repasábamos los problemas ambientales globales.

Hablando con Miguel Delibes constaté lo difícil que resultaba, incluso para personas sensibles y formadas, como él, valorar adecuadamente la biodiversidad, la plétora de seres vivos. Habíamos comentado sobre el calentamiento global, el adelgazamiento de la capa de ozono, la desigualdad y la injusticia ambiental, el incremento de la población humana y del consumo, la contaminación, etc., y todo ello le había interesado e inquietado. Pero cuando tocamos la pérdida de biodiversidad, el exterminio de poblaciones animales y vegetales, su actitud cambió: «Mira, hijo, comprendo que te disguste la extinción del lince y que trabajes para evitarla, también me disgusta a mí; pero no puedes comparar su gravedad con la de los otros asuntos que hemos tratado; la desaparición de especies es muy triste pero no dramática, no creo que nos afecte demasiado». Llegó a pedirme que elimináramos esa parte del libro, y como yo me negara a hacerlo (argumentando, entre otras cosas, que era lo único que conocía de primera mano), a la hora de comer transmitía, lastimero, su queja a mis hermanos: «Miguel se empeña en hablar de plantas y animales, que no digo que no lo merezcan, pero desdibujan el escenario trágico hacia el que nos encaminamos; el libro perderá interés».

Ya entonces me dije que tenía que convencerlo, que debía escribir Gracias a la vida, un texto agradeciendo sus aportaciones a toda la naturaleza, a esa diversidad de vida que nos acompaña y hace amigable, y posible, nuestra existencia en este planeta (ese pequeño punto azul pálido, visto desde el espacio, que, como nos recordó Carl Sagan, es «el único hogar que hemos conocido»). Debía contarlo. Se lo merecían mi padre y todas las personas inquietas por el devenir del mundo que son, pese a ello, poco conscientes de que la crisis de biodiversidad es una crisis de humanidad. Pero pasó el tiempo y no lo hice. Solo cuando la pandemia del COVID-19 nos forzó a recluirnos en casa, años después de que mi padre hubiera fallecido, recordé la deuda contraída con él y comencé a escribir. Desde entonces lo he cogido y dejado a temporadas, pero finalmente el resultado está aquí.

Soy consciente de que el abordaje por el que he optado no es el más científico. Los humanos somos parte de la naturaleza, hemos evolucionado con ella, y en consecuencia toda nos es necesaria. Fragmentarla para explicar qué es lo que recibimos de tales plantas, o qué nos ofrecen aquellos microbios, puede resultar engañoso. Pero es, pienso, pedagógico. Imaginen por un momento el cuerpo humano, al que celebraba Violeta Parra. Es evidente que los ojos, esos «dos luceros que cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco», nos permiten ver, pero ¿de qué valdrían los ojos si faltaran la sangre, los músculos, el hígado, los nervios, el cerebro? El cuerpo es uno, todo está relacionado. En la naturaleza que nos incluye ocurre más o menos lo mismo y debemos esforzarnos por recordarlo, por más que a lo largo del libro aparezca parcelada, igual que en el colegio estudiábamos por separado, como si no tuvieran nada que ver entre ellos, el sistema circulatorio, el aparato digestivo, el sistema nervioso y el esqueleto.

Los seres vivos nos dan muchas cosas, ya lo he dicho, pero algunas son tan obvias que no les dedicaré particular atención. Por ejemplo, comemos materia viva, pues como animales que somos no nos queda otro remedio, y con frecuencia nuestros alimentos proceden directamente de la naturaleza (indirectamente, lo hacen siempre). Tal ocurre con, aproximadamente, la mitad del pescado que ingerimos, extraído de océanos y ríos (el resto procede de cultivos marinos). Otro ejemplo sería la madera de nuestros muebles y construcciones, o el papel de nuestros libros, que proceden de árboles solo en parte cultivados. Creo que no hace falta convencer a nadie de que merluzas y sardinas nos nutren, y pinos y nogales nos sirven para fabricar armarios y mesas. A lo largo del libro pondré el énfasis en prestaciones menos evidentes que, aun siendo fundamentales para nuestra existencia, tal vez pasan inadvertidas.

  1. La industria petrolera ha encontrado una nueva táctica para proteger sus ganancias multimillonarias y silenciar a los activistas y organizaciones climáticas: las demandas.
    Un ejemplo reciente de este método sucio es Energy Transfer, que reclama 300 millones de dólares por daños y perjuicios. Sin ningún fundamento.
    ¡El gigante petrolero quiere cerrar Greenpeace en Estados Unidos! Todo porque respaldamos las protestas contra el proyecto del oleoducto de la compañía, también conocido como Oleoducto de Acceso a Dakota del Norte.
    Si dejamos que gane la codicia de Energy Transfer, está en juego algo aún mayor que Greenpeace: la libertad de expresión y el derecho humano a protestar. Podría ser una batalla larga y espero que ayudes a mostrarles a los gigantes petroleros lo equivocados que están.
    Si las descabelladas acusaciones de Energy Transfer se concretan, la demanda masiva podría derribar financieramente a todo Greenpeace USA. El juicio comienza en febrero.
    Y no es que al gigante petrolero le falte dinero: la enorme empresa factura casi 39 mil millones de dólares. A costa de la salud del planeta.
    Shell, Total y Eni también nos han atacado. Los gigantes petroleros quieren silenciar a quienes protegen nuestro planeta. Y, desafortunadamente, es parte de una tendencia inquietantemente creciente en la que poderosas corporaciones y gobiernos están tratando de reprimir las protestas pacíficas con demandas violentas.
    Los gigantes fósiles nos demandan porque tienen miedo. Todo el mundo sabe que su negocio es una de las causas principales de inundaciones, incendios y sequías devastadores en todo el mundo. Es sólo cuestión de tiempo antes de que se les haga rendir cuentas y se les obligue a dejar de perforar y empezar a pagar por su caos climático.
    No podemos permitir que aquellos que deliberada e imprudentemente destruyen el planeta se ganen a las fuerzas del bien que intentan protegerlo.
    Cuando actuamos juntos, no pueden silenciarnos. ¡Gracias por unirte a la lucha por un futuro más verde!

  2. MATAR ANIMALES PARA DIVERTIRNOS: el «arte» de la tauromaquia.
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    ¡Estamos logrando un cambio histórico para los animales! ✊
    Firma digitalmente aquí:
    https://firma.noesmicultura.org/

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