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Doctor Who es una serie sobre un alien, llamado El Doctor, que viaja en el tiempo y en el espacio con una cabina de policía. No le des muchas vueltas, sólo acéptala. Emitida por la BBC desde 1963, con pausas, es la serie de ciencia-ficción más veterana de la televisión. En el episodio 3 de la temporada 10 de su etapa moderna, emitido en 2017, El Doctor viaja con su acompañante y alumna, la joven estudiante Bill Potts, a la última feria helada de Londres, en 1814. Grandes eventos que se celebraban sobre el Támesis congelado en invierno, con un hielo suficientemente grueso como para soportar puestos de comida, patinadores, bailes y atracciones.
El Támesis no se congela desde el invierno de 1962 a 1963 y no lo hace con suficiente longitud, espesor de hielo y duración en el tiempo para albergar una feria de hielo desde finales del XIX. No es por la crisis climática (aunque ahora también), sino debido al fin de la Pequeña Edad de Hielo (PEH). Resumiéndolo mucho, un periodo particularmente frío del clima a escala regional –sobre todo en el Atlántico Norte– que abarca entre aproximadamente 1300 y 1850, y del cual el planeta salió y entró de forma natural.
La diferencia del episodio de Doctor Who respecto a cualquier otra ficción que recree a los londinenses patinando sobre su río es que esta serie explicó el porqué. El Doctor verbaliza para Bill el concepto de la Pequeña Edad de Hielo y comenta la evolución del clima de nuestro planeta. Y luego se enfrentan a un monstruo extraterrestre dormido en el cauce congelado, pero eso es otra historia. Lo importante es que la serie se paró un segundo a justificar un concepto climático poco habitual.
Los condicionantes climáticos de la Historia
«No he visto películas que aborden los efectos sociales y económicos que suponen las alteraciones climáticas», lamenta el climatólogo y divulgador Jorge Olcina, catedrático, director del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante y autor en el Quinto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático del IPCC.
«No hay una película que explique la Revolución Francesa como efecto de las hambrunas previas causadas por la pulsación climática extrema de las décadas finales del siglo XVIII, con años sin verano y malas cosechas», comenta. Y añade más ejemplos: «Tampoco se ha rodado otra sobre la ola de frío siberiano que se vivió en el invierno de 1937-38 en la batalla de Teruel, o cómo la posguerra civil estuvo condicionada por la sequía extrema que se vivió en España en los años 1944-45. Si acaso aparecen como telón de fondo, pero sin divulgación».
«El clima, los fenómenos atmosféricos extremos han condicionado el devenir de la economía y la sociedad en todo el mundo, también en España. Y son determinantes para explicar el retraso económico de algunas regiones o países… o la pujanza de otros», explica Olcina. «Sin embargo, es raro que la ficción lo incorpore. Se destacan los tópicos y se abusa de la imagen espectacular. No se aborda la historia como efecto de unas condiciones ambientales, más o menos favorables para el devenir de las sociedades».
En las últimas décadas, la investigación tanto climatológica como histórica ha incidido en la influencia de esta clase de microperiodos climáticos, muchas veces de carácter local, en la historia humana. El llamado Período Cálido Romano, situado entre el 250 a.C. y el 400 d.C. explica en parte la estabilidad económica del Imperio Romano durante su desarrollo. Los mismos testimonios históricos, como los que indican que en la Alejandría del Egipto helenístico llovía todos los meses del año salvo agosto, hablan de una etapa favorablemente húmeda, cálida y estable en el tiempo.
El pasado septiembre, sin ir más lejos, la revista Nature Communications publicaba un estudio liderado por la Universidad de Granada y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) sobre como una sequía extrema y prolongada en el tiempo pudo provocar la caída del reino visigodo y la llegada de los musulmanes al poder en la península ibérica. Nada de don Rodrigo traicionando juramentos y recibiendo maldiciones, sino un periodo de aridez entre los años 695-725 que trajo consigo grandes hambrunas y, con ellas, revoluciones.
El clima en el cine: una representación llena de tópicos
Sin embargo, la ficción histórica, pasada y presente, tiende a ignorar u homogeneizar ese componente, incluso asimilando el clima de tiempos pasados al actual… o a los tópicos geográficos asociados a los escenarios históricos. Es tan poco probable que un general romano del año 180 en Vindobona (la actual Viena) fuese tan abrigado como el Gladiator de Russell Crowe en la película como que los espartanos de la Batalla de las Termópilas combatiesen en taparrabos como se ve en 300 (y no solo por el frío, no parece buena idea enfrentar flechas persas sin armadura).
Para la historiadora y divulgadora Patricia González, autora de Soror. Mujeres en Roma o Cunnus. Sexo y poder en Roma, y muy activa desmontando tópicos históricos desde sus redes sociales, «solo en las producciones futurísticas y distópicas se tiene en cuenta el clima como factor relevante en el desarrollo social, pero de una forma muy simplista. O los planetas tienen el mismo clima en toda su extensión o el mundo se refleja de forma homogéneamente catastrófico. Eso complica que podamos concebir fenómenos más regionales o localizados».
Esto, considera González, hace que en la ficción histórica «a veces, parece que las cosas pasan porque sí. Por ejemplo, con los tópicos sobre pueblos bárbaros moviéndose porque un día se levantaron salerosos y decidieron hacer turismo. Se refleja algo más cuando no queda más remedio, como en películas sobre la prehistoria».
Añade que «el pasado se concibe un poco como ‘fotos fijas’, y la representación del clima responde muchísimo más a tópicos estéticos o incluso morales que a un interés en saber qué pasaba en un momento dado». Opina que «si en pantalla se representara todo con un rigor histórico a rajatabla, probablemente nos sentiríamos un poco fuera de lugar. Una Edad Media colorida, con buenas cosechas y calorcito no cuadra con la impresión que se quiere dar de época oscura y terrible».
Cuando preguntamos a ambos especialistas por ejemplos de buen uso del clima en ficciones históricas, Olcina nos da uno, pero hacia delante y con matices: la superproducción de Hollywood El día de mañana. «Aborda una hipótesis sobre la evolución futura del clima en el Atlántico Norte que tiene un fondo de verdad, acerca de rotura del circuito de la corriente del Golfo por el deshielo del polo norte y enfriamiento súbito del Atlántico norte», explica, «pero se abusa en exceso de la imagen llamativa, como Nueva York bajo el hielo permanente. Estropea ese fondo divulgativo por irse a lo extremo pero poco realista».
González, por su parte, concluye que, más allá de la ficción, «nos cuesta concebir cómo han influido las variaciones climáticas en la historia. No solo en la ficción, sino también en la propia forma de enseñarla en clase. No creo que sea una de las causas más citadas si se pregunta en la calle por la caída del reino visigodo o por el surgimiento del Imperio Egipcio…» El peligro, añade, es que «precisamente por eso, nos cuesta aún más ver cómo de rápidos pueden ser los cambios o lo que nos pueden afectar».