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Jorge Hernández Bernal (30 años) es un científico planetario que estudia los fenómenos meteorológicos que tienen lugar en la atmósfera de Marte. Esta semana, la Sociedad Española de Astronomía le premió por la solvencia de su tesis doctoral, realizada en la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea.
Radicado en París (Francia), el joven investigador de la Universidad de La Sorbona viajó a España para recibir el galardón. Los últimos minutos de su exposición, frente a un auditorio repleto de autoridades y colegas, los dedicó a la crisis ecosocial que atraviesa la Tierra, un problema sistémico y multidimensional que amenaza el devenir de nuestra civilización.
Parado frente al atril, Hernández proyectó y difundió una carta con las evidencias científicas de este diagnóstico. También anunció que iba a donar el premio metálico (1.000 euros) a organizaciones y medios de comunicación independientes, entre ellos Climática y La Marea.
Convencido de que «no está todo perdido» y que «toda acción ciudadana» es valiosa para revertir esta crisis metabólica, llamó a propagar un «realismo optimista» frente al «pesimismo» y al «tecnooptimismo cómplice», predominantes en los debates de la transición energética y ecológica.
«Intenté aprovechar la atención dentro de la comunidad astronómica para desviarla a lo más relevante de estos tiempos: la crisis sistémica y multidimensional a la que nos enfrentamos. Un acto de rebeldía que, por suerte, ha tenido muy buena recepción», explica en conversación por videollamada.
¿Son dos caminos paralelos el ecologismo y la ciencia planetaria, o se tocan?
Se tocan mucho. Yo soy una persona muy reflexiva e inevitablemente conecto las cosas. Hay varios procesos en los que se van tocando. He dado charlas sobre astrofísica en la que vinculaba la cuestión ecológica. La ecología se puede entender desde el punto de vista cósmico. Tiene que ver con los ciclos de los planetas, con cuestiones termodinámicas del universo, con la materia, con la energía. Un planeta es algo particular dentro del universo, en el que los ciclos de la materia se comportan de una forma distinta que en otros lugares del universo. Suena más poético que riguroso, pero es así. A nivel personal, durante la etapa de tesis en Bilbao, empecé a preocuparme y a interiorizarme sobre la crisis ecológica. Diversas lecturas me permitieron advertir que el problema era estructural y que va más allá del cambio climático.
¿Asfixia la crisis climática a un investigador que se dedica a otra ramas de estudio?
Cuando empecé a dedicarme a la astrofísica, con cierto dolor y siendo consciente de la gravedad de la crisis climática, pensaba que tal vez al final de mi vida iba a convertirme por necesidad en agricultor. Soy consciente que la astrofísica es algo secundario en esta sociedad y en este mundo. Igual tengo mis contradicciones. Creo que las personas que nos dedicamos a hacer ciencia ‘inútil’ somos privilegiados. Pero creo que las sociedades, en un momento de abundancia en el que vivimos, tienen que dedicar parte de esa abundancia a tareas intelectuales. No podemos ser puramente utilitaristas.
«En la comunidad científica, a nadie serio se le ocurre pensar que la solución a los problemas de la Tierra pasan por irnos a la Luna o a Marte»
En el título de su carta afirma que «estamos más cerca de no tener para comer, que de vivir en Marte». ¿Qué interpelación ha querido hacer?
Recuerdo que cuando era chico, mi abuela me regañó porque estaba cogiendo mucho papel higiénico. Me dijo que no cogiera tanto, que el planeta estaba fatal y que en algún momento íbamos a tener que ir vivir a la Luna. Este imaginario colectivo es muy fuerte. En la comunidad científica, en el mundo de la astronomía, de la astrofísica y de la ciencia del espacio, a nadie serio se le ocurre pensar que la solución a los problemas de la Tierra pasan por irnos a la Luna o a Marte. Esta idea siempre está en el aire, basta con ver algunos dibujos animados o algunas películas. La frase del título se me metió en la cabeza durante la COVID. Al comprender la gravedad de la crisis ecosocial, me agobiaba pensar, por ejemplo, que en el futuro no nos íbamos a poder duchar con agua caliente. Después me di cuenta que lo que nos estamos jugando es la comida, más que el agua caliente, como explico en la carta.
¿Por qué ha decidido difundir esta carta al recibir un premio?
Te cuento algo: en muchas universidades de España, al terminar la tesis doctoral, se suele invitar a los directores a una comida. Yo los invité a un restaurante vegetariano y preparé una carta que no era sólo para el tribunal y los directores, sino para toda la audiencia. En el texto explicaba la crisis ecosocial en toda sus dimensiones, basándome en literatura científica, y haciendo hincapié en la importancia de la dieta vegetariana. Cuando el año pasado supe que me iban a dar el premio, se me ocurrió hacer algo parecido. Me puse a pensar en narrativas y cuál era el mensaje más importante que podía dar en este congreso. Busqué aprovechar la atención dentro de la comunidad astronómica para desviarla a lo más relevante de estos tiempos: la crisis sistémica y multidimensional a la que nos enfrentamos. Por suerte, la recepción de la carta ha sido muy buena. La ‘rebeldía’ ha valido la pena.
¿Cuán importante es que se propague esta rebeldía en la academia?
Lo mío no fue una acción directa o una desobediencia civil, como de forma tan valiente están haciendo muchos científicos. Tenía un componente de rebeldía y de hacer algo inesperado. Para muchos científicos es muy complicado dar el paso del activismo. Pero creo que todos tenemos en nuestras manos cosas como estas, ya sea donar un premio, interpelar con una carta, que sin llegar a ser una acción directa tiene su similitud en la repercusión y el impacto.
¿Siente que todavía es débil este compromiso?
Para mí, la ciencia y la academia tienen que ir acompañada de un compromiso social y ecológico en este caso. En primer lugar porque somos trabajadores públicos. Nuestro deber es estar con la gente y usar nuestro conocimiento en favor de la sociedad. Entiendo que la movilización académica es esencial y más importante que nunca.
«Las sociedades son demasiado complejas para poder gestionarlas únicamente con criterios objetivos y científicos. Necesitamos valores éticos»
¿Por qué ha elegido el término «optimismo realista» como eje de su narrativa?
Hago un llamado al optimismo realista frente al pesimismo y el tecnooptimismo cómplice, muy presentes hoy en el ecologismo. Me pasa que muchas veces cuando le explicas a la gente hasta qué punto estamos jodidos, te tratan de pesimista. Y no es así. Yo soy optimista y quiero ser optimista. Pero primero necesito saber cuál es la realidad. No me puedo autoengañar. Tenemos que reconocer que el diagnóstico es muy preocupante y a partir de allí saber qué podemos hacer. El optimismo realista nos lleva a la acción, clave en la lucha climática. El pesimismo, a mi juicio, es inútil. Tengo compañeros que me lo discuten y es totalmente legítimo. Lo que digo es que para qué vamos a hacer nada si no vamos a conseguir nada. Mi sensación es que cuando a la gente se le explica el problema con sinceridad, puede dialogar y proponer soluciones valientes.
En la carta también destaca el papel de las asambleas ciudadanas, muchas veces olvidadas como herramienta clave en la lucha climática.
La ciencia nos da conocimiento. Pero la tecnocracia es mentira. Las sociedades son demasiado complejas para poder gestionarlas únicamente con criterios objetivos y científicos. Necesitamos valores éticos. ¿Por qué digo esto? Porque, cuando escuché por primera vez hablar de las asambleas ciudadanas, pensé que se trataba de cosas de ‘hippies anarquistas’, un prejuicio bastante extendido en la academia. Pero es que tienen muchísimo sentido. Coges a una muestra de toda la población, le explicas las cosas con datos científicos y le pides que deliberen. Podría no funcionar. Pero funciona. La gente ve que el que delibera y el que piensa soluciones no es el experto o el político, sino mi amigo Manolo el de la frutería. Eso llega y contagia.
Además, solemos responsabilizar a la ciudadanía de a pie por su desinterés o inacción y miramos poco al capital concentrado, a los poderes que se aferran al status quo. Esto también lo menciona en su carta.
He intentado dejar claro un razonamiento que en los últimos años es cada vez más evidente: el problema no es que la gente no quiera hacer cambios. Las encuestas arrojan que más de un 70% de la población quiere que la transición ecológica avance más rápido. En paralelo, las petroleras, las energéticas, bancos y grandes empresas, es decir los grupos de poder que representan a clases privilegiadas, obstaculizan cualquier transformación al mirar únicamente el propio interés.
¿Qué mensaje le daría a esa persona preocupada por la crisis climática que está leyendo esta entrevista?
Lo que puse en la carta: que sea optimista, es decir, que actúe. Allá donde pueda, y como pueda. Y sobre todo, que lo haga del lado de la gente y pensando en global. Cada movilización es muy valiosa.