Virginia Mendoza: «La sed ha sido uno de los motores de la humanidad»

La periodista y antropóloga publica 'La sed' (Debate), un viaje a través de la lluvia y la escasez, las sequías y los desplazamientos de la humanidad en busca del agua.
Foto: Cedida. Yoely Estudio Fotografía

Lo que ha escrito la periodista y antropóloga Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987) es algo más que un libro, es un viaje de miles de años a través de la sed. Es un periplo que abarca todos los continentes y sus desiertos, sus mares, sus ríos, sus balsas. Mendoza sabe lo que son la sequía y la sed, de ahí esa sensibilidad y obsesión con el tema. La sed (Debate, 2024) no es una continuación de Detendrán mi río (Libros del KO, 2021) pero, en cierta forma, conforma una secuela de esa primera aproximación al agua. 

El libro empieza con los abuelos, los bisabuelos y la loma en la que vivieron y trabajaron los tatarabuelos de la autora, en Terrinches, en La Mancha, donde ella creció. Allí es donde se encuentra el yacimiento arqueológico de Castillejo del Bonete, uno de los ejes de este libro. Virginia Mendoza recuerda aquel verano de 1992, «cuando España se dividía entre los que dormían la siesta y los que esperaban que Miguel Indurain ganase el Tour de Francia por segunda vez. En mi pueblo, Terrinches, seguíamos pensando en el agua y en casi nada más. El agua que no llegaba; el agua que nos expulsaría si seguía escaseando. Los mayores vivieron al borde de la desesperación, y fue entonces cuando aprendí a valorar el agua como solo se valoran las cosas que se han perdido».

La vida de la escritora ha estado ligada a esas sequías, y como ella misma explica para Climática, así se refleja en los diarios que conserva de cuando era pequeña. «En cierto modo, es posible que lleve toda la vida escribiendo este libro, porque ha sido el tema con el que he convivido siempre. Revisando mis diarios, me sorprende ver que con solo nueve años, la sequía ya era una de mis preocupaciones. Hay muchísimas entradas en la que el tema principal es la lluvia».

También le preocupaba la meteorología, en parte, porque sus padres tenían un puesto en los mercadillos; por eso ella se acostumbró, desde pequeña, a mirar al cielo: ¿lloverá hoy? Mientras su abuelo vareaba «las olivas», como dicen en Terrinches, ella escarbaba la tierra. Además del agua, en este libro también se habla de aceitunas, pan, vino y tocino.

La sed parte de la premisa de que la historia de la humanidad está condicionada por nuestra relación con el agua; una relación caracterizada por el miedo a perderla. «La sed ha sido uno de los motores de la humanidad», dice Mendoza, y especifica, en el libro: «Digo sed y no sequía, para dar a la escasez de agua el lugar que merece en la historia sin los excesos del determinismo ambiental, que relega al ser humano al papel de marioneta en manos del clima […] Nuestra sed empezó cuando salimos del agua y su prólogo fue el origen de la vida en la Tierra […] La sed nos lleva, nos empuja, nos pide; nos pide que hagamos, que pidamos, que busquemos».

Cambio climático, sed y colapso

Si bien en La sed se demuestra que somos vástagos de los cambios climáticos («Los periodos climáticos son como matrioskas. Por eso, aunque estamos en una etapa de calentamiento, el mundo lleva alrededor de 50 millones de años enfriándose y secándose»), Mendoza quiere dejar claro –adelantándose a negacionistas que puedan apropiarse de su discurso– que la emergencia climática actual viene acuciada por nosotros y nuestras acciones.

Según la Agencia Europea de Medioambiente, la península ibérica será el lugar de Europa que más se secará en los próximos años. Al cambio climático hay que sumarle el descontrol del regadío, la sobreexplotación de acuíferos, la degradación del suelo y el abandono de la tierra. Los periodos de sequía serán cada vez más largos y comunes. Sequías que podrían convertir algunas zonas de nuestro país en desiertos.

Esta no es una situación nueva para Mendoza, que ha crecido entre tierra agrietada, cortes de agua y depósitos de emergencia. Y quizás por eso, tenga una postura bastante pragmática al respecto. «Los cambios climáticos nos han acompañado siempre y nos han empujado a evolucionar, a migrar, a innovar y a mezclar nuestros genes», escribe. Pero «no por ello hay que caer en la inacción ni abrazar, de ninguna manera, los discursos negacionistas», aclara. 

Sobre colapso civilizatorio, del que ella tanto escribe en La sed, y del que tanto se habla en la actualidad, la escritora tiene clara su postura: «Caer en el catastrofismo tiene peligros. El discurso de “no puedo cambiar nada, así que no voy a hacer nada” no sirve; y no podemos vivir creyendo que esto se va a acabar de manera inminente, porque posiblemente lo que se acabe primero sea el sistema capitalista industrial si es que queremos seguir aquí. Pero está también la posibilidad de que no nos lo tomemos en serio y nos lancemos al precipicio. En ese caso, la Tierra, por mal que la deje el homo sapiens y aunque nos cueste creerlo, podrá seguir sin nosotros igual que siguió sin las otras especies humanas con las que llegamos a compartirla».

A este respecto, escribe en La sed: «Solo el optimismo, racional y no de taza cuqui, puede impulsarnos, no por un designio divino, sino por la voluntad de arreglar lo que hemos roto sabiendo que aún hay algunas piezas que se pueden reparar». La autora apuesta por un cambio de estilo de vida y apunta hacia «la avaricia, el globalismo o la mala gestión de los recursos».

Desplazamientos: en el ADN de la humanidad 

Si hay algo que Virginia Mendoza deja claro en La sed es que desplazados climáticos ha habido y va haber siempre. Para fundamentar esta hipótesis, solo hace falta recurrir a la historia y a la antropología. «Nuestros antepasados más remotos no buscaban territorios que conquistar y explorar: solo aspiraban a seguir vivos y se movían lentamente, en función de las sequías, de la humedad y de las migraciones de sus presas», escribe.

Por eso no logra entender cómo actualmente no se está trabajando o, por lo menos, no lo suficiente, para hacer frente a una situación que ya tenemos ante nuestros ojos: los desplazamientos climáticos. «Ya lo estamos viendo, ya tenemos cifras; hay que empezar ya a gestionar estos movimientos y a tomar medidas. Vamos tarde. Quien piense que solo se tendrán que desplazar las personas del Cuerno de África y que eso no tiene nada que ver con ellos, se equivoca. Esto sucederá en España en algún momento», dice. Las cifras a las que se refiere Mendoza ya se conocen: según la Unesco, «solo en la última década más de 260 millones de personas han tenido que migrar, han sido desplazadas o han perdido sus hogares por desastres climáticos».

A este respecto, Mendoza mira con especial atención a los yamnayas, refugiados climáticos que llegaron a la península ibérica hace 5.000 años. Si bien no se ha podido saber con exactitud qué los trajo, todo parece indicar que la sed pudo ser uno de los motivos. Por lo visto, «llevaban alrededor de mil años alejándose de su tierra, cada vez más seca, donde la estepa no dejaba de ganarles terreno», fue entonces cuando emprendieron el viaje en busca del agua.

Los yamnayas no estuvieron aquí de paso: se quedaron y sustituyeron casi a la mitad de la población de la península. «A lo largo de medio milenio, cambiaron el ADN de la población ibérica y de gran parte de Europa para siempre». Los nacidos en la península ibérica conservamos un 40% de ADN suyo. Los restos de uno de esos yamnayas aparecieron en la misma loma en la que Mendoza escarbaba la tierra. De ahí su obsesión por estos viajeros.

Reivindicar el conocimiento ancestral y su convivencia con la ciencia

La reivindicación de los saberes populares que nos legan nuestros antepasados es uno de los hilos conductores de La sed. «Reivindico la sabiduría popular y las herencias de nuestros abuelos porque todo ese conocimiento está conectado con la tierra. Nuestra generación ya no está pendiente de lo que la rodea. Esta desconexión con la naturaleza nos pasará factura, si es que no nos la está pasando ya. El conocimiento de nuestros antepasados, sin ser científico, puede serle muy útil a la ciencia. La sabiduría popular no debería estar reñida con la ciencia: hay refranes sobre el tiempo meteorológico que transmiten enseñanzas hoy demostradas por la ciencia», dice.

Para abrazar este legado, sin embargo, resulta fundamental dejar atrás el etnocentrismo y el antropocentrismo. Solo de esta manera obtendremos las claves «para salir adelante cada vez que se repitan las situaciones que ellos ya superaron». 

Como advierte Mendoza al inicio del libro, este no es un artefacto de memoria ni un ensayo, sino un híbrido. A través de sus recuerdos de una infancia marcada por la aridez, el amor por su tierra y valiéndose de sus conocimientos antropológicos, históricos y de un proceso de documentación exhaustivo, La sed es un viaje a través del tiempo, de las grietas de la tierra seca y el petricor. Un viaje desde los inicios de la humanidad a través de los cambios climáticos, el gran motor evolutivo de nuestra especie.

Gracias a la colaboración de nuestra
comunidad podemos publicar. Ayúdanos a seguir.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

  1. Me identifico muchísimo en el tema de la sequía con el sentir de Virginia Mendoza.
    Será porque yo, aunque no soy manchega, también procedo del medio rural del secano y si la sequía se prolongaba unos años sabíamos que nuestro destino sería emigrar.
    Los niños, aunque vivíamos en nuestro mundo, escuchábamos las conversaciones de los mayores y palpábamos su preocupación que también sentíamos como nuestra.
    Aceitunas, pan, vino y tocino…como en mi casa.
    Un verano, hace treinta años, visité Toledo, pasé tanto calor que no tenía ánimos ni ganas para salir a ver la ciudad. Salía cuando se empezaba a poner el sol. La Mancha en verano y con el calentamiento global es para personas con una gran fortaleza física.
    A diferencia de ahora que ni siquiera hace frío, los inviernos de entonces traían fuertes nevadas, chorretes de hielo, ect, hasta que empezaba a despuntar la primavera.
    Se pasaba frío pues en las casas de los agricultores en aquellos años había comida pero no había una peseta, por lo que estaban muy mal acondicionadas, salvo la casa del ricachón; pero a más nieve más sabíamos que el año sería bueno porque tendríamos agua y por tanto cosecha asegurada. A no ser que en verano alguna tormenta de granizo se cargara la cosecha a punto de cosechar que también solía ocurrir.
    La fuente del agua potable estaba a media hora de distancia por ese motivo se puede decir que la sabíamos ahorrar, que no se tiraba una gota. Después de un uso se le daba otro.
    Los barrancos y manantiales, al menos en primavera, llevaban agua. Ahora ni los unos ni los otros, ni siquiera en invierno. Y si nieva, hacen fotos a tan “extraño fenómeno”.
    Antes acabará el sistema capitalista industrial con nosotros que se acabará ese sistema. Es muy poderoso, cruel y sin escrúpulos y morirá matando. Sólo podríamos acabar con él si despertáramos; pero yo veo a las masas cada vez más anestesiadas. Como que los problemas no van con ellos. No puedo entender a que se debe este pasotismo, esta ausencia de conciencia. Me temo que los medios de “manipulación” y de incitación al consumismo tienen mucho que ver.
    Así como antes obligaban a hacer el servicio militar, que ninguna falta hacía, deberían obligarnos a vivir un año en contacto con la naturaleza, para observarla, entenderla y aprender de su sabiduría. Entre otras cosas aprenderiamos a saber simplificar y entenderíamos que hemos dejado que nos compliquen la vida, que es mucho más sencilla y hemos permitido que la especulación y la inconsciencia nos la hayan puesto muy difícil.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.