‘Canis lupus signatus’: el lado más cultural del lobo

El lobo ibérico es un animal social, inteligente, cooperativo, capaz de cuidar y de educar; una especie única que no tiene menos derecho que nosotros a ocupar el territorio. 
‘Canis lupus signatus’: el lado más cultural del lobo
Foto: ilustración de Atxe.

El perro no desciende del lobo, ambos han evolucionado desde un antepasado común. Pero el lobo sí desciende (un poco) del perro. Al menos, en el caso del lobo ibérico (Canis lupus signatus): algo menos de un 5% del material genético de las poblaciones actuales de este mamífero conservan genes antiguos provenientes de perros. Un estudio de la Estación Biológica de Doñana señala que este material genético, incorporado hace al menos 10.000 años, podría haber influido en muchas de las características que hacen del lobo ibérico una subespecie única, incluyendo su comportamiento y, también, su cultura.

Más allá de la compleja relación de conflictos que han construido el lobo y el ser humano a lo largo de la historia, este animal de cabeza grande y pelaje espeso es mucho más que un conjunto de genes adaptados al clima, la geografía y las presas disponibles en la península Ibérica. El lobo es capaz de transmitir conocimientos dentro de la manada y entre grupos diferentes, construyendo una especie de cultura plástica y flexible que cambia con el territorio.

Hay familias de lobos que cazan mejor en la montaña, mientras otras son expertas en emboscar a sus presas entre los matorrales. Las hay que han desarrollado técnicas para ser prácticamente invisibles a los humanos, mientras otras sacan mejor partido de los ecosistemas humanizados. De hecho, varios estudios llevados a cabo con poblaciones en Galicia han probado que el paisaje, el refugio, es el recurso que más valoran los grupos de lobos ibéricos para establecerse en un sitio, incluso por delante de la disponibilidad de alimentos.

A diferencia de otras especies de lobos, los ibéricos suelen estructurarse en manadas pequeñas, formadas por una pareja reproductora y las crías. Es decir, familias. En ellas, los adultos transmiten activamente sus conocimientos a los jóvenes. Por ejemplo, simulan persecuciones y enfrentamientos para enseñar a cazar a los lobeznos y les enseñan a comunicarse mediante aullidos, señales olfativas o posturas para coordinar la caza y la defensa de su territorio.

Las culturas y las tradiciones humanas en la península han dibujado al lobo como una animal sanguinario, que mata por matar, una visión que impulsó su caza hasta acabar prácticamente con su exterminio a mediados del siglo pasado. Sus números se han ido recuperando desde entonces y los conflictos con los ganaderos (que está claro que existen) han vuelto a ser objeto de debate. 

Sin embargo, una población de lobos saludable también podría servir para mitigar otros problemas que afectan al campo y a la agricultura (como el crecimiento descontrolado de las poblaciones de herbívoros salvajes). Al fin y al cabo, el lobo ibérico lleva milenios ocupando el mismo territorio que los humanos y ha aprendido a convivir con todos sus pobladores tanto o más que nosotros. 

Quizá si pensamos, como decía Félix Rodríguez de la Fuente, que estamos ante un animal social, cooperativo, muy inteligente y que cuida de los suyos podamos empezar a creer que esta especie (al igual que el resto) no tiene menos derecho que nosotros a ocupar el mundo.

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