Pescar menos para pescar mejor: la decisión pionera de Roses

Hace más de una década, pescadores de Roses (Girona) llegaron a un acuerdo oral para dejar de pescar merluzas en la zona. La veda, que aún hoy prevalece, ha permitido mejorar el ecosistema marino y establecer una unión atípica entre el sector pesquero, el científico y las ONG.
Pescar menos para pescar mejor: la decisión pionera de Roses
Puerto de Roses. Foto: Gemma Parés.

En la lonja de Roses (Girona), las conversaciones de cada tarde van de redes, de capturas, del estado del mar o de las barcas que no han podido salir ese día por el viento de Tramuntana. Pero un día, hace más de diez años, en una de esas charlas entre pescadores, saltó la alarma. Las redes traían merluza, pero no la que querían ver en sus cajas. Era demasiado pequeña para dar la talla comercial. Era demasiado pronto para pescarla. Entonces surgió la pregunta que cambiaría completamente no solo ese trozo de mar, sino todo su modo de entender, actuar y relacionarse con el entorno: “¿Y si dejamos de pescar ahí?”.

Gracias a aquella conversación, y a todo lo que vino después, hay una zona de cría de merluza en el golfo de Roses, una de las áreas de mayor biodiversidad de todo el Mediterráneo, de 50 km2 (más de 7.000 campos de fútbol) en la que nadie ha pescado desde entonces. Se trata de la zona de veda que más tiempo lleva cerrada en Cataluña. No lo impuso ninguna norma ni lo promovió ninguna ONG, como suele ocurrir con muchas medidas de conservación. Lo hicieron los propios pescadores mediante un acuerdo oral

Además, con seguimiento científico: gracias a la medida, ha aumentado el tamaño de los peces y la cantidad de reproductores. Pero el efecto va más allá; también se han recuperado especies importantes como gorgonias y corales, que dan refugio a otras y ha aumentado la biomasa en su conjunto. La zona protegida actúa como zona de cría y refugio de juveniles y también exporta peces fuera. 

Pero lo más relevante no es solo cómo ha cambiado el fondo del mar, sino lo que ha ocurrido fuera de él: por primera vez, el sector pesquero, el científico y las ONG, que durante años se miraban con desconfianza, se sentaron en la misma mesa y empezaron a trabajar juntos. Al principio fue difícil, recuerda Toni Abad, patrón mayor de la cofradía de Roses, pero logró el acuerdo de todos para cerrar el calador una semana a modo de prueba: “En la primera reunión parecía que si no pescábamos en una zona tan grande, nos íbamos a morir de hambre. Luego nadie murió y lo cerramos quince días. Eso ha derivado en más de una década”. Una de las claves del éxito, según Abad, fue tener este poder de decisión y saber que la medida era muy fácil de revertir: solo dependía de ellos. 

La otra pieza clave fue saber cuándo pedir ayuda. Meses después de cerrar, empezaron a surgir dudas y contactaron con el CSIC para pedir apoyo científico. Esa colaboración terminaría siendo fundamental para comprobar que el esfuerzo estaba dando resultados. Además, la encargada de mediar entre los pescadores más convencidos y los menos fue Susana Sainz-Trápaga (en aquel momento desde la ONG WWF). “Hubo mucho trabajo para quitar el miedo de hablar de estos temas, hicimos talleres de facilitación… A veces, que alguien de fuera pueda mediar y dar una visión diferente ayuda mucho”. 

La científica Laura Recasens y su compañero Joan Baptista Company, del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) de Barcelona, también fueron pioneros, pero en este caso en implicarse en la gestión del recurso en vez de limitarse a la investigación. Las reuniones con los pescadores eran largas, empezaban a las siete de la noche cuando ellos volvían al puerto. La científica y el científico acudían desde Barcelona para ayudar a que los pescadores entendieran la importancia de preservar la zona. Llegaron a tener incluso financiación europea para hacer el seguimiento. 

Poco a poco, se fueron ganando la confianza de los pescadores, hasta el punto de que llamaban directamente a Recasens, la responsable del proyecto, para comentarle cambios u observaciones que habían hecho y pedirle que lo anotara para revisar la próxima vez que fuese. La científica valora muy positivamente la experiencia: “La relación con los pescadores es de mucha confianza. A mí me enriquece mucho hablar con ellos y creo que a ellos también les sirve lo que les contamos. Y lo más importante es que creo que al ecosistema también le va muy bien”.  

Ahora Toni considera que ha valido la pena al ver los resultados y el orgullo con el que sus compañeros llevan el logro: “¡Si vieras la cara de felicidad de pescadores que al principio estaban en contra cuando nos explicaban todo lo que estábamos consiguiendo! Nos han enseñado incluso videos de los corales, los peces, las gorgonias… Es increíble lo que hay ahí abajo y eso es un logro de la gente del puerto de Roses”.

Para Toni Abad, hijo y nieto de pescadores, lo mejor de la experiencia ha sido el cambio en el carácter del pescador. «Antes, si uno hacía algo que no tocaba, el otro pensaba: ‘pues ya lo haré yo también’. Ahora, si alguien hace algo mal, vamos y se lo decimos claro: ‘Eh! No hagas eso, que nos estás fastidiando a todos'», relata Abad.

En realidad, esta anécdota, lejos de ser un caso aislado, conecta con un debate que lleva décadas sobre la mesa. Durante años se asumió que, cuando un recurso es de todos, está condenado a desaparecer. Esa idea, conocida como la tragedia de los comunes, la popularizó el ecologista Garrett Hardin en los años 70. Según él, los seres humanos, movidos por el interés individual y en ausencia de regulación o privatización, explotan sin medida lo que comparten —los bosques, los mares, los pastos— hasta agotarlo.

Pero no siempre es así. Tuvo que llegar Elinor Ostrom, la primera mujer en ganar un Nobel de Economía, para demostrarlo. Ostrom desmontó la teoría de Hardin con ejemplos en todo el mundo en que la gente se organiza para proteger lo que es de todos sin necesidad de leyes impuestas desde arriba. Crean sus propias reglas y sistemas de control, y a menudo funcionan mejor que cualquier norma escrita. En el caso de Roses, dos pescadores, en solo una ocasión, entraron en la zona cuando llevaba poco tiempo cerrada y les castigaron a vender los últimos en la subasta de la lonja ese día. Fue suficiente con esa pequeña multa y ver el consenso del resto de compañeros para que no volvieran a hacerlo.  

La científica Laura Recasens es optimista: “Los mensajes negativos de que algo irá mal en temas de medio ambiente se basan en modelos que no tienen en cuenta las circunstancias particulares. Por ejemplo, que las personas podemos hacer muchas cosas de por medio o que las especies se adaptan”. Además, quienes vivieron los primeros años del cierre coinciden en que la capacidad de regeneración del mar es impresionante. “En este proyecto yo fui la primera sorprendida al ver la velocidad a la que mejoraba” comenta Recasens. “En solo dos o tres años ya fue evidente que funcionaba. Y no solo eso, sino que los pescadores eran los primeros beneficiados, porque los peces grandes salían de esa zona” añade Susana Sainz-Trápaga.

El éxito de Roses no solo ha transformado esa zona, sino que ha sido el primer eslabón de un efecto dominó. Hoy, gracias a ese precedente y al esfuerzo de muchas y muchos, hay una veintena de zonas de veda repartidas por toda la costa catalana, una red de pequeñas áreas negociadas con los pescadores que, sumadas, equivalen a la superficie de Andorra. “Hablarles de la experiencia de Roses nos ha ayudado mucho. Cada cofradía ha entendido el mensaje –explica la científica Laura Recasens–, cada uno pesca delante de su casa y es un oficio que pasa de padres a hijos. Todos ven claro que reservar una zona es una forma de proteger su propio futuro”. 

Además, Cataluña ha sido pionera en Europa en llevar ese modelo a la ley. La cogestión pesquera, en la que el sector pesquero, científico, ONG y administraciones se sientan a decidir juntos, ya no es solo una buena práctica, sino un marco legal consolidado que incluso se empieza a copiar por otros países como Portugal. Para la experta Susana Sainz-Trápaga, que ha tenido un papel clave en el cambio de la gobernanza de la pesca en Cataluña, la clave está en algo tan simple –y tan difícil– como la confianza: “Establecer un clima de confianza entre todos los actores es lo que ha marcado un antes y un después en la gestión pesquera en Cataluña. Toni Abad lo resume a su manera: “Nosotros no sabíamos qué era la cogestión, pero sin saberlo, ya la estábamos haciendo”. 

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  1. Lo opuesto al buen ejemplo de Roses:

    Alegaciones a la Ordenanza de purines, estiércoles y digestatos del municipio de Ólvega (Soria)
    Se adjunta un modelo de alegaciones a la Ordenanza de aplicación de purines, estiércoles, digestatos y otros residuos orgánicos en el Municipio de Ólvega, cuyo plazo de presentación acaba el 10 de junio de 2025.
    El texto que ha propuesto el Ayuntamiento para su aprobación es muy deficiente y debe incorporar numerosas modificaciones para que su aplicación pueda suponer una mejor gestión en los residuos y una reducción de sus afecciones ambientales.
    El municipio de Ólvega está incluido en la Zona Vulnerable por contaminación de las aguas subterráneas y superficiales por nitratos procedentes en especial de fuentes difusas, como son la agricultura y la ganadería. Además su industria y sus aguas residuales urbanas contribuyen a que el embalse de El Val tengan la consideración de el más contaminado de la Cuenca Hidrográfica del Ebro.
    La Asociación ASDEN-Ecologistas en Acción de Soria ha presentado alegaciones en el procedimiento de elaboración de la Ordenanza Ordenanza de purines, estiércoles, digestatos y otros residuos (BOP de Soria de 25/04/2025) , con la esperanza de que el Ayuntamiento de Ólvega demuestra su interés por solucionar dentro de sus competencias el grave problema que supone la contaminación de nitratos agrícolas y ganaderos, así como de insalubridad para el medio ambiente y sus vecinos, como así hizo en su momento el Ayuntamiento de Almazán.

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